“Mes de la libertad de prensa”

Miguel Ángel Sánchez de Armas




Terminó junio, mes de los periodistas. Políticos, empresarios y no pocos colegas, se llenaron la boca de floridos panegíricos. Se repartieron preseas, se dieron regalos y comilonas y se pronunciaron discursos grandilocuentes. En el ancien régime el Primer Mandatario recibía en Los Pinos a los dueños de los consorcios de comunicación y se entonaban homiías y apologías de timbres cervantinos. Se sabe que en alguno de esos banquetes se llegó a colar algún reportero de a devis, pero ¡helas!, la historia no registra sus comentarios.

Ahora, como después del 10 de mayo, los actores vuelven a su vida cotidiana con la conciencia en paz y sin dar mayor importancia al asunto. ¡Qué todo se celebre para que nada cambie! ¡Viva el status quo y Dios nos dé paciencia y flema para convivir con la prensa latosa hasta el próximo junio!

En junio siempre me da nostalgia. Me hace falta una voz como la de Manuel Buendía. Hoy comparto con usted porciones de una entrevista inédita que mi colega Maricarmen Hernández le hizo al autor de “Red Privada” el 1 de noviembre de 1983. Este es mi homenaje al oficio.

—¿Qué siente Manuel Buendía de ser el principal columnista del país, el más leído incluso?

—No es un sentimiento muy preciso, porque no estoy seguro de que sea el columnista más leído del país. No puede uno saberlo realmente, pues no hay mediciones confiables que permitan saber quién es en este momento el cultivador de ese género llamado columna, que entre todos resulte el más leído. A lo mejor es uno que escribe una columna de sociales, por ejemplo. Ahora, si se trata de columnas políticas, ¿cuáles son columnas políticas y cuáles no? Hay algunas que hacen política o se dedican a hablar de política, disfrazándolo de temas económicos o de cualquier otra índole, pero en conjunto no se puede decir que alguien sea más leído que otro.

Pero, desde luego, sea el número uno, dos o tres, no me quita una intensa preocupación. De un enorme placer personal por firmar mis escritos, o simplemente porque aparezca lo que escribo, he pasado a sentir una enorme responsabilidad por ello.
Nosotros somos seres de escaparate, somos como las actrices y los actores: nos gusta estar en las marquesinas; somos seres públicos y, en esa medida, sentimos gusto por estar ahí frente al público; pero con el tiempo, con los fracasos, con las penas que se sufren en este oficio, los golpes que uno se lleva, se adquiere cierta dosis de humildad que permite reflexionar en la enorme responsabilidad que se tiene, sobre todo cuando como en mi caso, me doy cuenta y objetivamente es cierto, que yo tengo una clientela; es decir, que hay un grupo de gente, no sé qué tan numeroso, que busca lo que yo escribo, que lo lee, y pienso que muchas veces van a ajustar su conducta social, su conducta cívica a lo que digo o a partir de la información que les proporciono.

—¿A qué temores se enfrenta como periodista?

—Creo que sólo un imbécil no siente miedo, y me refiero a imbécil como el que no tiene uso de razón, el que la ha perdido. El sentimiento del miedo es connatural al ser humano y mientras más sensible es, más miedo tiene de hacer las cosas. Si alguna vez a mí me ocurriese algo y pudiese pronunciar mis últimas palabras, diría: “Merecido me lo tenía”. También le decía otra cosa: que el que no quiera ver fantasmas que no salga de noche. Es decir: el que no quiera asumir riesgos de su oficio, de su profesión, que se dedique a otra cosa más tranquila. Asumiendo así el ejercicio de esta profesión, uno no vive presa del temor.

Cuando he sido objeto de amenazas también he tenido la recompensa invaluable de mucha gente, y entonces uno sabe la cantidad de amigos, de seguidores que tiene, de gente que lo aprecia, que ni imaginaba; eso es gratificante.

—¿Cómo es su relación con el poder político?

—De mutuo respeto. Cuando uno no depende ni de la dádiva ni del embute, puede llevar con él una relación libre, respetuosa: uno da y recibe lo mismo.
Nunca me insolento con ningún funcionario, nunca maltrato a nadie porque yo soy periodista y el otro es servidor público. Yo no empleo ni esos términos ni ese trato personal. En términos generales, tengo buenas relaciones con muchos funcionarios, secretarios de Estado, gente del Congreso, etcétera, a pesar de que disienta mucho de ellos y ellos no estén de acuerdo conmigo.

—¿Qué piensa sobre la corrupción en el periodismo?
Negarla sería negar que existimos, negar que la tierra orbita en torno al sol. Creo que existe, desgraciadamente. Cuando una sociedad comienza a corromperse, las partes más sensibles de esa sociedad son las que más pronto sufren esta corrupción y la parte más sensible de una sociedad es, sin duda, sus periodistas. Pero también debo decir con toda claridad que ni toda la sociedad mexicana está corrompida, ni todo el periodismo es corrupto. En el periodismo, la mayor parte de los que estamos, tratamos de ejercerlo con apego a las reglas éticas; lo mismo la sociedad mexicana, si bien nos hemos dado cuenta de que la corrupción es mucho más extensa y profunda de lo que nos imaginábamos. Hay un argumento incontrastable para probar que la sociedad en su base esencial no es una sociedad corrompida.

Una sociedad que ya está podrida en su totalidad, ya no reacciona a la corrupción, simplemente vive a gusto dentro de ella, es su oxígeno, es su hábitat natural; ya no se preocupa por expulsar a los corruptos, por denunciarlos o por castigarles. Sin embargo, con cuánta vehemencia la sociedad mexicana ha pedido castigo a los corrompidos: los vomita, los quiere echar de su seno. Eso me parece que es un argumento incontrastable a favor de nosotros mismos como sociedad humana.



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Los barones de la piratería
Miguel Ángel Sánchez de Armas




Hace tiempo que deseo escribir un ensayo sobre una clase excepcional de hombres.

Excepcionales, en el sentido de que se apartan de la condición general de la mayoría, aunque en el lenguaje cotidiano y para el ciudadano de la calle no sean más que piratas modernos.

Ellos integran una liga criminal, pero se codean con presidentes, ministros y miembros de la realeza. Visitan los salones de empresarios legítimos y entre el clan de los banqueros son poco menos que leyenda. Me refiero a los traficantes de armas, a los especuladores bursátiles, a los artistas del estraperlo, a los acaparadores de básicos, a los agiotistas, a los contrabandistas, a los príncipes del mercado negro, a cierta clase de políticos y demás fauna demasiado numerosa para apuntar aquí.

Hoy día, desde un espectacular despacho en Wall Street, un atildado financiero puede inducir la devaluación de la moneda en un país africano y a continuación colocar bonos de esa nación en la bolsa de Tokio para ganar en unos minutos lo que a un trabajador honrado le tomaría, según estimaciones científicas, mil quinientos años. Este mismo businessman podrá entonces platicar su hazaña por la noche mientras degusta martinis y caviar sin que su conciencia se perturbe por los miles o millones de seres humanos que habrán cavado un metro más en sus tumbas.

Me parece, sin embargo, que si bien lo pillo, lo amoral, lo transa y lo tramposo, son caracterizaciones históricas de esos malandrines, en el pasado había, ¿cómo decirlo?... más clase. Es como en la guerra. Antes los soldados se enfrentaban al enemigo armas en la mano y arriesgaban la vida. Hoy una bomba inteligente cae en un hospital pediátrico y los generales, a 500 kilómetros y a salvo, exclaman ¡ups!

Hay historias fascinantes, como la venta de la torre Eiffeil a un tonto y codicioso noveau riche en 1932, o del glaciar de agua dulce en la Antártida adquirido por otro millonario a quien previamente la hermandad había convencido de que las reservas mundiales del líquido estaban a punto de agotarse. Esas sí eran piraterías, y no las vulgaridades actuales como los fraccionamientos en Marte o en la Luna, o los bienes raíces que se comercializan, con dinero de a deveras, en un mundo cibernético llamado Second Life.

Veamos uno de esos casos de la vida real. El 24 de septiembre de 1869 fue un “viernes negro” en la economía norteamericana. Cientos, miles, de pequeños y medianos inversionistas perdieron hasta la camisa. Grandes fortunas se hicieron humo. Oleadas de pánico y desesperación recorrieron el joven país que apenas cuatro años antes había salido de una sangrienta guerra civil. Hubo suicidios y homicidios. Familias enteras se desmembraron. Muchos perdieron la razón.

¿Fallas estructurales en la economía? ¿Contradicciones dialécticas en los mercados? No. Bastó que dos barones de la piratería manipularan el mercado sin que les importase llevar a la ruina al país y dañar a la sociedad. Aparentemente tampoco pensaron en la inutilidad de poseer una fortuna cuanto todos los demás han muerto de hambre. Daniel Drew y Jim Fisk son el prototipo de los bandidos de cuello blanco. Afortunadamente en mi tierra nunca escucharon hablar de ellos, porque ya habrían desplazado a Jesús Malverde de los altares de los bandoleros.

Durante la Guerra Civil norteamericana el gobierno emitió bonos que serían readquiridos con oro al término del conflicto. Fisk y Gould (personajes fascinantes en cuya biografía no me puedo detener hoy) urdieron un plan para acaparar el metal, elevar artificialmente su precio y venderlo con ganancias colosales. Reclutaron a un cuñado del presidente Ulises Grant para convencerle de no vender las reservas de oro del Tesoro, colocaron a un cómplice como tesorero adjunto (hoy le llamaríamos subsecretario de Hacienda) comisionado para vigilar las reservas, utilizaron fondos del banco del grupo político “Tammany Hall” (organización junto a la cual Carlos Ahumada y René Bejarano son unos acólitos pueblerinos), compraron a jueces, a funcionarios y a políticos, usaron fondos de accionistas sin el conocimiento de éstos, corrieron el rumor de que la esposa del Presidente estaba en el mercado del metal y desde el verano de 1869 comenzaron a comprar todo el oro a su alcance.

En unas semanas el precio del metal aumento vertiginosamente y el 24 de septiembre alcanzó un 30% de valor histórico adicional. Ese día el gobierno decidió liberar sus reservas para frenar la especulación. El precio se desplomó, arrastró a la ruina a miles y se desató una depresión que duraría varios años.
Gould y Fisk amasaron una fortuna a costa de la economía de su país. ¿Suena conocido? El Congreso abrió una investigación, pero ésta no avanzó pues uno de los involucrados era el hermano de la esposa del Presidente y el costo político era demasiado alto. ¿Suena conocido?

En este caso hubo al menos un poco de justicia poética. De los dos bribones, Fisk era el más ostentoso. Un tipo enorme y barbudo que usaba ropa chillona, financiaba obras de burlesque y seducía actrices. En enero de 1872, tres años después del fraude y cuando, supongo, apenas comenzaba a disfrutar de su nueva y malhabida fortuna, un rival en amores lo asesinó en la escalinata del “Broadway Central Hotel” de Nueva York. El funeral fue impresionante. El cortejo desfiló por las avenidas encabezado por una orquesta de 200 músicos y compañías de milicianos estatales. Miles de espectadores abarrotaron las aceras a su paso.

Hoy ya nadie recuerda a Jim Frisk ni a su cómplice. Josie Mansfield, la mujer por cuyos amores fue ultimado, fue descrita en un diario de la época como “una actriz de talento limitado”.


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La risa, remedio infalible

Miguel Ángel Sánchez de Armas



¿Recuerda el título? Era, o es, el de una columna de Selecciones, esa revista de formato pequeño que durante años ha sido una fuente de lectura de muchas familias. El Selecciones compendia libros, artículos y estudios. Es lo que en casa llamaban “una revista familiar”, y aunque en mi juventud la consideré menor y para holgazanes, ahora pienso que con La familia Burrón ha puesto su grano de arena para acercar a muchos a los libros. Además, hoy me da pie para una edición dominical de JdO: la risa.


La risa es el verdadero y único elixir de la juventud. Reír, contrario sensu a lo que muchas mujeres modernas creen, evita las arrugas, ataja la dispepsia, ahuyenta los malos humores, abrillanta los ojos, eleva el ánimo, energiza la voluntad y potencia el sex appeal. Esto en cuanto a los individuos. En lo social distingue a los pueblos y puede ser una declaración política. Mi querido amigo José Luis Gómez se iluminó con las caritas sonrientes del Totonacapan y escribió un ensayo erudito en el que cita a Bergson, Provine y Freud. Mario Benedetti tiene aquel soneto que comienza: “¿De qué se ríe, señor Ministro?”


Veamos fotografías de dictadores contemporáneos: Hitler, Idi Amín, Pinochet, Franco, Castillo Armas, Stroessner, Videla... por más que busque no les encontrará una expresión amena; todos parecen estar chupando limón agrio. El mal humor y la tiranía, la solemnidad y la impunidad, el mal temperamento y la represión, he aquí algunas mancuernas obligadas. En cambio la risa es sinónimo de libertad y es tan poderosa como la pluma. Y qué decir del amor. A veces me pregunto cómo fue que tuvieron hijos algunos reputados columnistas y célebres políticos que se pasan la vida arrojando dardos flamígeros a diestra y siniestra y tomándose terriblemente en serio: ¡zape! por aquí, ¡zape! por allá... ¡Qué hue... perdón, flojera!


Así que hoy domingo le invito a compartir unos chascarrillos (y mis disculpas a Catón por invadir su territorio):

La amistad entre mujeres: una mujer no llegó a su casa una noche. Le dijo a su esposo que había dormido en casa de una amiga. El hombre llamó a las 10 mejores amigas de su mujer y todas lo negaron. La amistad entre hombres: un hombre no llegó a su casa una noche. Le dijo a su esposa que había dormido en casa de un amigo. La señora llamó a los 10 mejores amigos de su marido. Ocho confirmaron que había dormido en casa de ellos y dos insistieron que todavía estaba ahí, que no se preocupara.


Cosas de la edad. “Estaba en la sala de espera para la primera cita con un dentista nuevo. Leí su nombre completo en el diploma y me acordé de un muchacho alto, guapo, de pelo oscuro, compañero de clase en bachillerato hacía poco más de 40 años. ¿Sería el mismo muchacho que me gustaba en aquel entonces? Al verlo descarté la idea. Este hombre canoso, casi calvo y arrugado estaba muy viejo para ser mi compañero... ¿o no? Al terminar la consulta le pregunté si había estado en la preparatoria Fulana. ‘Sí’, respondió. ‘¿En qué año te graduaste?’ ‘En 1959’ ‘¡Estabas en mi clase!’, exclamé. Y este infeliz hijo-de-tal-por-cual me preguntó: ‘¿Qué clase dabas?’


Esposas y esposos. Tres hombres en un bar hablan de lo que hicieron la noche anterior. El italiano dice: “Yo le di masaje a mi esposa con un aceite de oliva finísimo. Luego hicimos el amor y la hice gritar durante 5 minutos”. El francés dice: “Yo le di masajes a mi mujer con un aceite afrodisíaco especial y luego hicimos el amor y la hice gritar durante 15 minutos”. El mexicano dice: “Yo le di masajes a mi esposa con una mantequilla especial, luego hicimos el amor y la hice gritar durante 2 horas seguidas”. El italiano y el francés, asombrados, le preguntan: “¿Cómo fue eso?” Responde el azteca: “Me limpié las manos en las cortinas”.
Una mujer le confía a otra: “He encontrado la forma de enloquecer a mi marido en la cama”. “Dime por favor”, responde la amiga intrigada. “Le escondo el control de la tele”, es la resignada respuesta.


Podría llenar varias planas de Punto y Aparte con más gracejadas, pero no lo haré. El punto ha quedado suficientemente explicado. Para los no creyentes recuerdo la sentencia de Oscar Wilde: “La vida es demasiado importante para tomársela en serio”. Y para los creyentes, esta cita del buen libro: “Un corazón lleno de alegría es una buena medicina, pero un espíritu deprimido seca los huesos”.


Feliz domingo.



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La mano de Dios


Miguel Ángel Sánchez de Armas




Unos días después del sismo de 1985 recibí la llamada de un pariente quien me dijo que “la familia” había decidido abandonar la ciudad de México. “La mano de Dios movió la tierra”, expresó con toda seriedad. “Se está cumpliendo una de las profecías del Apocalipsis y todos, tus tíos, tus tías, tus primos y primas, nos vamos. Me comisionaron para comunicarte esto e invitarte, aunque supongo que tu ateísmo materialista te mantendrá ciego a lo que sucede en el mundo”.
Me quedé sin habla. ¿Ateo yo, el más guadalupano de los guadalupanos? ¿Materialista yo que tuve mi primer vocho usado a los 25? No quise discutir con mi pariente, un flamígero soldado de Cristo Rey. Me limité a preguntar:

“¿Y a donde piensan huir de la mano de Dios?”

“¡A San Luis Potosí!”, fue la cortante respuesta. “Y si no nos vas a acompañar, por lo menos ve a confesar”.

Le di las gracias por ocuparse de mi salvación. Dije que San Luis me parecía un excelente lugar para escapar a los designios del Altísimo y colgué.


Un año después los hijos de mi pariente estaban de regreso en la Gran Ciudad y en unos meses más el éxodo familiar se había revertido –con mi pariente en el cabús y su fe en las profecías del Apocalipsis bastante disminuida.


Recordé el incidente el pasado fin de semana cuando ordenaba mis archivos. A lo largo de la historia el hombre ha visto en las grandes catástrofes una expresión de la ira divina y un castigo a los pecados de la humanidad. Desde la destrucción de Sodoma y Gomorra hasta el tsunami de hace pocos años, muchos se convencen de que el creador, o los creadores, finalmente se han hartado de sus criaturas. Pero casi sin excepción, el tiempo sana ese miedo. Los sobrevivientes de la inundación regresan al mismo lugar, el vecindario arrasado por el terremoto se vuelve a poblar, la línea aérea que perdió un “Jumbo Jet” vende pasajes nuevamente, las playas infestadas de tiburones reciben a miles de vacacionistas la siguiente temporada y en las próximas elecciones votamos por el mismo pillo que nos estafó o que no cumplió las promesas de su anterior campaña. No cabe duda de que en la desmemoria tenemos un poderoso mecanismo de anestesia emocional.


Veamos algunos ejemplos tomados al azar de mi archivo:

El 27 de diciembre de 1908 un sismo de 7.5 grados devastó Sicilia. Más de cien mil muertos, la mayoría en los incendios que siguieron al temblor, fue el saldo trágico. La ciudad de Mesina quedó reducida a escombros. El estrecho de Mesina se desbordó y las aguas se llevaron incontables aldeas. Al año siguiente la ciudad se había reconstruido y los sobrevivientes continuaban con su vida “normal”.


El 26 de diciembre de 1939 otro sismo, éste de 8 grados, azotó la región de Anatolia oriental en Turquía. Doce ciudades y 80 pueblos fueron destruidos. Muchos de quienes huyeron al campo murieron congelados en las temperaturas de 22 grados bajo cero. El saldo final estimado fue de 42 mil muertos. Los pobladores regresaron a reconstruir sus hogares. Un año y medio antes en esa misma zona había temblado durante toda una semana.


El 3 de abril de 1947 se incendió el hospital St. Anthony’s en Effingham, Illinois. Decenas de pacientes saltaron por las ventanas. Ocho bebés murieron en el cunero y nueve ancianos del pabellón geriátrico. El saldo final fue de 74 víctimas. El nosocomio carecía de salidas de emergencia y sistemas contra incendio adecuados.


Unos días después, el 15 de abril del mismo año, en el puerto de Texas City, el “Grand Camp”, un transporte francés cargado con nitrato de amonio, estalló. Las llamas se propagaron a una planta química. Hubo daños en un área de 160 kilómetros cuadrados y entre 600 y 1,200 personas murieron. En los años siguientes los afectados y los deudos libraron una feroz batalla legal... mientras reconstruían su ciudad.


El 10 de abril de 1979, trece tornados hicieron trizas grandes extensiones de Texas y Oklahoma. Miles de hogares quedaron reducidos a los cimientos a lo largo del día que quedó en la historia como el “Martes negro”. Por lo menos 57 muertos y más de 800 heridos fue el saldo. La comarca quedó regada con el escombro de autos, árboles, casas, tiendas, anuncios y ropa que los vientos arrastraron a decenas de kilómetros. En los meses siguientes los pobladores se enfrentaron a las aseguradoras para reconstruir sus moradas... en la misma zona.


El 1 de febrero del 2003 el trasbordador Columbia se desintegró sobre Texas durante el reingreso a la atmósfera terrestre. Los siete miembros de la tripulación perdieron la vida. Hubo expresiones de duelo en todo el mundo. Los programas espaciales no se suspendieron.


¿La mano de Dios? ¿El calentamiento global? ¿Las protestas de nuestro planeta por las heridas que sistemáticamente le infligimos? El lector podrá recodar otras grandes tragedias de nuestros días: el huracán Katrina que borró del mapa a Nueva Orleáns, las hambrunas en el África, el tsunami en el Pacífico Sur... Una y otra vez la vida vuelve a la “normalidad” y una y otra vez aplazamos las medidas para evitar nuevas tragedias. ¿Qué lecciones deberíamos obtener de esto?








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Los zapatos de la guerra


Miguel Ángel Sánchez de Armas




Qué peligroso resulta aplicar calificativos sin ton ni son. El idioma es lo que nos define como seres racionales. Con las palabras nombramos nuestro mundo. Y si esto le parece una redundancia, piense un momento: ¿existiríamos en ausencia de ellas? No. Seríamos seres de las tinieblas. Insectos creados para nacer, reproducirse y morir sin mayor trascendencia.


Por ello cuando he escrito que uno de los rasgos de los políticos modernos es “la necedad” –con afortunadas y honrosas excepciones- hay algo que me duele por dentro. “Políticos” viene de polis, ciudad. Heredamos el significado de la antigua Grecia y apunta a la forma de organización natural del humano, que es en comunidad. Aristóteles dijo que el hombre es “un animal político”, y aunque hoy esto pudiera aplicarse literalmente al 95% de la fauna de la especie, en realidad quiso decir que somos seres de las ciudades, es decir, gregarios. Por ende, “político” debiera ser el hombre mejor entre nosotros, el guía sensible, inteligente y prudente. Esto es una fantasía.


¿Puede entonces aplicarse el adjetivo “necio” a un estadista, a un gobierno, o a un sistema, y eludir la grave responsabilidad que cae sobre los hombros del analista que llega a este extremo? Profunda disyuntiva es ésta. Jesús Hernández Toyo la resolvió con su célebre apotegma “la política apendeja a los hombres inteligentes y enloquece a los pendejos”, pero el autor de esta columna no puede caer en el uso de aforismos así de ordinarios.


El Diccionario de la Real Academia define necedad como “cualidad de necio”; y necio, en su segunda y tercera acepciones, como “imprudente o falto de razón; terco y porfiado en lo que hace o dice” y “(…) cosas ejecutadas con ignorancia, imprudencia o presunción”.


Esta disquisición surgió al leer la carta de una querida paisana que se encuentra en una de las grandes universidades norteamericanas y que vive cotidianamente la angustia y dolor de los ciudadanos comunes por una guerra que habrá de marcar a las generaciones futuras. Después de leerla es inevitable concluir que los halcones que llevaron al gran pueblo vecino a tal aventura son unos necios. Aquí la parte central de la misiva:


“Hoy hubo un evento aquí en la universidad para protestar contra la guerra en Irak. Llevaron cientos de pares de zapatos de la gente que ha muerto en la guerra. No sólo de soldados sino también de civiles iraquíes: había sandalias de hombre, de mujer, tenis de niños y niñas, zapatitos de bebé, zapatos de tacón alto. Cuando pasé a las 9 de la mañana los estaban acomodando y sentí el aire muy pesado y me llené de la más profunda tristeza de pensar que cada par tuvo un dueño que ya está muerto por la estupidez más grande que es esta guerra.


“Cuando salí de dar clase estaban pasando lista de todos los muertos dueños de los zapatos y después de nombrarlos tocaban un tazón que suena como campana con un sonido hueco y lastimoso. Lo usan los budistas para orar. Podías cortar el aire en rebanadas por lo denso del ambiente. Nadie hablaba al cruzar el patio. Todos se callaban como si estuvieran en medio de un servicio fúnebre y en verdad lo estábamos. Cuando me acerqué a ver los zapatos vi, para mi sorpresa, que las botas militares no eran de jovencitos como imaginaba, eran de hombres y mujeres de mi edad y más jóvenes pero la mayoría son personas que andan en los 30 y principios de los 40. Me dieron un volante para que supiera de qué trata esta organización que se llama Con los ojos bien abiertos.

Promueven una resistencia pacífica contra la guerra, piden apoyo para las tropas pero para que regresen, no para que sigan en Irak. Como a las 4 de la tarde la gente había llevado veladoras y había niños caminando entre las hileras de zapatos. Veían con mucha curiosidad cada etiqueta, ellos eran los únicos que se atrevieron a entrar en las filas de zapatos. Ningún adulto traspasó las líneas a pesar de que los organizadores invitaban a la gente a pasar y leer las etiquetas. Yo no pude y menos me atreví a entrar cuando oía que en la lista de nombres nombraban a un Mohamed Alí de 5 años originario de Faluya, a un José Pérez de 23 años originario de Nuevo México. Ahí estaba Anina, una niña huérfana de guerra de Irak, adoptada por una maestra de la universidad y que jugaba con los zapatos”.


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La vaca y la socialité

Miguel Ángel Sánchez de Armas



Estos gringos son increíbles. No acaba uno de entender qué es lo que los mueve como nación, como sociedad o como personas. Tienen comprometido el futuro en una invasión al Medio Oriente que les está costando un barril de sangre por cada barril de petróleo que sacan, y el gran tema que polariza al país es si una estrambótica y maniática actriz va a cumplir o no una condena de varias semanas de cárcel por manejar en estado inconveniente. ¿Sabía usted que las cadenas nacionales de televisión interrumpieron la cobertura de la discusión de la ley migratoria en el Congreso para llevar a millones de hogares las escenas de la señorita Hilton saliendo de la chirona? ¡Válgame dios!

Las organizaciones de defensa de los derechos humanos que tienen años denunciando la ilegal prisión de Guantánamo han equivocado la estrategia. Lo que tienen que hacer es contratar al verborréico abogado Mark Geragos y ¡presto!, quedarán libres los infelices enjaulados en aquella base militar. Y ya en esas, el mismo picapleitos podría servir a Greenpeace en su batalla contra la contaminación de los mares, o al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados en su búsqueda de recursos para aliviar el sufrimiento de millones en África, o quizá a una agrupación nacional de polleros mexicanos (cnop, of course) para que sus servicios sean reconocidos y legalizados. Si ya vimos que son la farándula y la comedia las que mueven a la opinión pública en el vecino país, ¿qué esperamos?

México está ante una gran oportunidad. Es de esperarse que la falta de visión de nuestros responsables de política exterior (hoy más ocupados en sacarnos de la onudi que en la recuperación de espacios internacionales) no la ponga en riesgo. Con una pequeña reforma constitucional y algún cabildeo entre la leal oposición, el señor Geragos puede ser contratado como embajador y después todo será coser y cantar. Podremos olvidar la amenaza del libre comercio entre desiguales, los muros fronterizos, la presión sobre el peso y la terquedad de que ya firmemos el tiar y enviemos tropas a engrosar las divisiones de cascos azules en el mundo. Mark Geragos se encargará de volcar a nuestro favor todo el sistema legal y a todo el establishment. Y el costo será mínimo: jugar, como país, la parte de la víctima, pues evidentemente la condición de “víctima” es lo que mejor moviliza a las fuerzas políticas allá. ¿O no salió libre la señorita Hilton? Cierto que a las cuantas horas regresó al calabozo, pero fue por el efecto “boomerang” de la misma opinión pública atizada por los medios y que intimidó a su Señoría el Juez de la Causa.

¿Exagero? Además del Hilton affaire, hace poco atestiguamos incrédulos el de O. J. Simpson. Pero en la historia de la nación vecina abundan estos episodios ejemplares. Tomaré uno nomás, el de la vaca “Grady”. Juro por mi santa abuela que nada invento.
El 22 de febrero de 1949 en un rancho de Oklahoma, una golosa vaca de 550 kilos llamada “Grady” intentó meterse al granero y se atoró en la compuerta. El ranchero le hizo por aquí y por allá y lo único que logró fue que el animal se entrampara más. Llegaron los vecinos y tampoco pudieron sacarlo. Del condado de junto arribaron curiosos con soluciones que se cebaron. Pronto hizo su aparición un reportero y dos días después “La tragedia de la vaca Grady” era noticia de primera plana en los diarios del país y de Canadá.

De todos los rincones comenzaron a llegar recetas y fórmulas para desatorar a Grady. En Washington hubo muestras de preocupación. Creo, pero no estoy seguro, que se organizaron jornadas de rezos. Los editores de las secciones agropecuarias de los más importantes rotativos viajaron a Oklahoma a cubrir personalmente esta nunca antes vista desventura en el reino de los bovinos.

El Denver Post fue el más comprometido de los periódicos. Siguió el caso día a día, como no lo había hecho con el conflicto recién terminado y en mayores espacios que los dedicados a la guerra fría. Cuatro días después del tropezón de la señora vaca, el 26 de febrero, una cuidadosa y difícil maniobra que requirió la aplicación de una considerable cantidad de grasa, el uso de alguna maquinaria y la fuerza combinada de varios mozos de establo, liberó al animal. Entre la cuadrilla, sonriente por el triunfo, estaba Ralph Patridge, editor agropecuario del Post.

The Lima News calificó al evento como “logro internacional”, y en la edición del 26 de febrero escribió: “La gran nación que liberó a Francia y a Filipinas empeñó hoy su inigualable fuerza en la más reciente tarea de libertad: sacar a la vaca Grady del granero”.

Y luego se quejan…




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¡Impidamos el retiro de México de la ONUDI!

Miguel Ángel Sánchez de Armas





Jorge Eduardo Navarrete, distinguido diplomático y autor, lanzó hace unos días un llamado de alerta que hoy reproduzco íntegro. Numerosos ciudadanos suscribimos la preocupación del doctor Navarrete. En lo personal creo que es inadmisible que en una democracia los administradores que el electorado contrata para llevar los asuntos del país, tomen decisiones como la que aquí se da a conocer sin primero consultar y eventualmente convencer a quienes les dieron el mandato. Quizá estos funcionarios debieran tomar nota del episodio reciente en que los ministros de la Suprema Corte demostraron, como perspicazmente lo escribe Rafael Cardona, de qué están hechos… y, digo yo, señalaron el rumbo que en el futuro pueden tomar muchos asuntos importantes para la vida de la nación. Vale.


HECHOS

El 28 de mayo, en conferencia de prensa, la titular de Relaciones Exteriores, confirmó que “se propondrá al presidente Calderón que México abandone la Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) y otros organismos”, “como parte del plan de austeridad del gobierno federal”. Tras un análisis detallado de “casi 243 organismos internacionales”, en el caso de la ONUDI, “tenemos que decir que sí detectamos que es un organismo en donde los proyectos y agendas que México ha tratado de promover no siempre han marchado en el ritmo que nosotros hubiéramos querido. La ONUDI es un organismo que tiene como área prioritaria África, y se llega a la apreciación de que América Latina es una región que no presenta las mismas carencias del continente africano". (Las citas proceden de notas de prensa, publicadas por La Jornada y Reforma el 29 de mayo.)



CONSIDERACIONES

Sobre el anuncio de la canciller

Preocupa que la evaluación de la participación de México en los organismos multilaterales se emprenda desde el ángulo de la austeridad presupuestal. Debe realizarse, de manera permanente, desde una perspectiva política que asegure la actuación eficaz del país, tanto para los objetivos de política exterior como para el cumplimiento del mandato de los organismos concernidos. Los criterios de austeridad no deben afectar el cumplimiento de los compromisos internacionales del Estado. La SRE tiene amplia oportunidad de restringir gastos no esenciales sin afectar esos compromisos.


Señalar que se ha evaluado la participación de México en “casi 243 organismos”, sin jerarquización alguna, pretende disimular que el único importante que se pretende abandonar ahora es la ONUDI. Objetar la prioridad para África revela insuficiente sensibilidad política, al desligar a México del sentido de solidaridad que la inspira. Además, se ignora que esa prioridad se extiende a todos los organismos de las Naciones Unidas, incluidas las instituciones financieras internacionales.


Sobre las consecuencias de la decisión


El objetivo proclamado de ahorro no se conseguiría: evitar el aporte de una cuota anual del orden de Dls 2.8 millones (y contribuciones voluntarias promedio de aproximadamente Dls 323 mil por año) impediría recibir recursos de cooperación – en efectivo y en especie – que entre 2001 y 2006 han alcanzado a un promedio anual de Dls 7.03 millones.


El argumento de la escasa relevancia de los programas de la ONUDI para México no se sostiene. Una rápida revisión de los proyectos de cooperación que se verían afectados deja en claro que el retiro afectaría a un gran número de empresas mexicanas, especialmente medianas y pequeñas; a organismos de desarrollo tecnológico y educación superior, y suspendería proyectos de importancia para el cumplimiento de algunos de los compromisos ambientales de México.


Siendo México sede de la oficina regional de la ONUDI para América Central y el Caribe, se afectaría la marcha de proyectos de cooperación con países con los que, al menos en las declaraciones oficiales, se desea mantener buenas relaciones. Retirarse de la ONUDI cuando la secretaría de la Organización es conducida por primera vez por un nacional de un país del África subsahariana entrañaría un mensaje negativo para una parte importante de la comunidad internacional.


Convertir a México en el primer país en desarrollo en retirarse de este organismo especializado de las Naciones Unidas pondría en duda la vigencia del compromiso nacional con la cooperación multilateral y traicionaría una de las mejores tradiciones de la diplomacia mexicana.



CONCLUSIÓN


Es deseable que la propuesta de retirar a México de la ONUDI, si a fin de cuentas se presenta, no sea aceptada por la Presidencia. Si, por desgracia, se aprueba, cabe esperar que el Senado de la República se pronuncie en contra de ella y propicie una rectificación.



Eugenio Anguiano, Agustín Basave, Jorge Basave Kundhart, Norma Blazquez Graf, Francisco Bolívar, Fausto Burgueño Lomelín, Enriqueta Cabrera, Elsa Cadena González, Ernesto Camacho Leal, Daniel Cazéz-Menache, Rolando Cordera Campos, Selva L. Daville Landero, Dalia Margarita Favela Gavia, Alfonso Fernández Cruces, Antonio Franco Gutiérrez, Renward García Medrano, León García Soler, Antonio Gazol Sánchez, Jorge A. González, Jesús González Schmal, Jesús de Hoyos, David Ibarra Muñoz, Gustavo Iruegas Evaristo, María Elena Jarquín Sánchez, Javier Jiménez Espriú, Julio Labastida Martín del Campo, Alonso López Cruz, Martha López Flores, Ernesto Marcos Giacomán, Rogelio Martínez Aguilar, Ifigenia Martínez, Javier Matus Pacheco, Víctor Manuel Méndez Villanueva, Alberto Montoya Martín del Campo, Eliezer Morales Aragón, Jorge Eduardo Navarrete, Federico Novelo Urdanivia, Emilio Ocampo Arenal, David Pantoja Morán, Eduardo Pascual Moncayo, Javier Patiño Camarena, Ricardo Raphael de la Madrid, Benito Rey Romay, Miguel Ángel Sánchez de Armas, Elena Sandoval Espinosa, Jesús Silva Hérzog, Carlos Tello, Saúl Trejo Reyes, Ramón Carlos Torres Flores, Julio Zamora Bátiz.






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