Más del panbol

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas


La columna Los marginados provocó una oleada de correos como no veía desde hace tiempo. De la República toda y del extranjero arribaron a mi buzón comentarios, críticas, adhesiones y algún denuesto con tinte de amenaza. A continuación una selección. Comienzo con la sorprendente carta de un lector de Chihuahua que no tuvo el valor de firmarla. Respeto la sintaxis y ortografía originales:


“que tan negativa persona puedes ser como para que te moleste el fut? vivimos en un pais lleno de violencia y pobreza extrema vivmos en un pais donde la unica cosa que nos hace sonreir una ves al año es el futbol


“ese dia al que usted se refiere con desprecio el 12 de agosto ese dia sonreimos miles de mexicanos y si usted sabe lo que es un hincha un aficionado supondra que ese dia aparte de todos los mexicanos que sonreímos tambien fueron felices muchos que no son mexicanos me apena que un maestro como miguel angel sanches piense que el futbol es un pasatiempo idiota


“el futbol
“el deporte mas antiguo de la humanidad
“el deporte que jugo davinci
"el deporte que jugaron grandes reyes, dinastias chinas
“el deporte que hitler, franco, musolini, menen y hasta el mismo calderon observan con atencion por que saben que mueve mas gente que cualquier cosa ¨¨politica¨¨ no queiro enojarme me despido y ojala que el proximo jeugo me mexico gane se festeje tanto y tanto que llegue el festejo a su casa y se la quemen de la emoción.”



De Ciudad Juárez otro anónimo lector dice:

“Es verdad, yo soy de ese 0.000001 por ciento, que cree que si los mexicanos nos uniéramos por una idea, cualquier idea, como se unen los demás por un juego de futbol que siempre termina con la frase “jugaron como nunca, perdieron como siempre”, este país sería algo de por qué sentirse orgulloso, y no nada más por ser mexicano.


Desde la cálida Mexicali, M.I.P. escribe:

“He de confesaros que yo pertenezco a ese 0.000000001 (o lo que hayas calculado). Y no por ser “vieja”, literal y de género, sino porque estoy, como dices tú, en otras cosas más “importantes”. Yo estoy haciendo patria desde mi trinchera […] Y aunque no me sentía fuera de lugar cuando alguien me preguntaba: “¿cómo van?”, yo respondía con mi más genuina ignorancia: “¿quiénes?” Ahora con tu columna, realmente me siento mejor.”


En la capital, G.H. reflexiona:

“El fútbol me tiene muy sin cuidado y me resulta algo absolutamente prescindible, aunque debo reconocer que me da mucho gusto cuando ganan los Pumas, porque habiéndome formado desde la Prepa en la UNAM, me siento totalmente identificado con todo aquello que tiene que ver con ella y siempre que la ocasión lo permite -por ejemplo, el recién ganado Premio Príncipe de Asturias- asumo con gran orgullo mi condición de Hecho en CU. No vi el partido que comentas y ni falta que me hizo, pero reconozco que me complació enormemente que le hayan ganado a los gringos. Por mí, en adelante bien pueden perder todos los demás partidos y no ir al mundial. Yo no tendría nada que lamentar, a no ser, quizás, la miseria emocional que azotaría a millones de compatriotas ideológicamente harapientos. Como sea, me parece que el fut no tiene la culpa del patriotismo de pacotilla que inspira a las masas. Los dueños del balón, que son al mismo tiempo los dueños de la tele y de muchos otros medios, han hecho que el futbol sea cada vez menos deporte y cada vez más negocio. Y desde esos medios, se han encargado machaconamente de futbolizar el “orgullo nacional”. Pero no podemos perder de vista que, tristemente, hay un terreno social muy fértil para ello. La alienación de las masas incrementa su grado de docilidad frente a quienes detentan el poder y la promueven a conveniencia.”


Otra lectora de Ciudad Juárez, M.O., considera:

“Esa fuerza que los aficionados “a la patada” dedican al esférico, deberían enfocarla a protestar contra la violencia en ciudad Juárez, los abusos del glorioso Ejército Mexicano, así como el hambre, la pobreza y el desempleo que ya se enseñorean en la otrora pujante Juárez, ex reina de la maquiladora, supuesta Mejor Frontera de México


Y de la otrora región más transparente, R.G.M. apunta:

“Me leíste el pensamiento, como decía Fidel Velázquez a los presidentes cuando destapaban al tapado. Yo también formo parte de esa exigüísima minoría no futbolera, pero lo vivo como una desgracia; confieso mi envidia, de la mala, con los que le van a un equipo, el que sea, y sacan su furia los fines de semana frente a la tele y al lado de una cerveza.”




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

00/00/09


Si desea recibir la columna en su correo, envíe un mensaje a: juegodeojos@gmail.com



Los marginados

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas



El día que la selección mexicana derrotó a la de Estados Unidos viví de nuevo el viacrucis de quien pertenece a una de las minorías más execradas en la actual sociedad: la de quienes no tienen ni gusto ni amor por el futbol.

Tengo claro que somos algo así como el 0.000000000001 de la población (quizá me falten ceros) pero reclamo nuestro derecho a recibir las mismas garantías y privilegios que la Constitución da a los demás ciudadanos. En los últimos años las minorías de todos los sabores, colores e inclinaciones han logrado el reconocimiento social, pero quienes pensamos que el fut es un pasatiempo idiota somos víctimas incluso de los grupos que hasta hace poco vivieron en la oscuridad. Para nosotros no hay ni comisiones de derechos humanos ni oenegés protectoras ni comités que se aboquen al estudio y análisis de la condición en que nos encontramos.


Veo con tristeza que nuestro futuro es continuar en el desamparo, en la indefensión y en descrédito social. ¿Se puede esperar otra cosa en un sistema que tolera que sus órganos legislativos abandonen sus responsabilidades para seguir las vicisitudes de una desmedrada selección nacional? Milenio publicó: “El fut, […] paralizó los trabajos en el Congreso. Como en pocas ocasiones, los legisladores apuraron la sesión de la Comisión Permanente. Aprobaron y dispensaron puntos de acuerdo, y poco después de las dos de la tarde salieron todos hacia el restaurante más cercano”. Escandaloso. Pero lo mismo aconteció en una de las instituciones emblemáticas de nuestra naciente democracia. Según el mismo diario: “Igual que los consejeros del IFE, que hicieron un receso de dos horas en su reunión con vocales ejecutivos del país para ver el pambol. Tanto para que el Tri siga en cuarto lugar del torneo eliminatorio rumbo al Mundial”.


Una jornada de circo sin pan (me refiero al alimento) y el pueblo sale a las calles como si hubiese llegado el día de la liberación. Pagar la deuda externa, bajar la inflación al uno por ciento y colocar al dólar a ocho pesos, no serían motivo de tanta alegría. El presidente habló con el director técnico del equipo, cosa que hace unas semanas no hizo con los héroes de la guardería ABC, que sí son un ejemplo a seguir. Reforma publicó: “¡MILAGRO! Los políticos mexicanos se pusieron de acuerdo. […] TIRIOS Y TROYANOS por igual se deleitaron en vivo y en directo con el triunfo de México sobre Estados Unidos en el Estadio Azteca. […] SI ASÍ ESTUVIERAN de unidos los políticos para otras cosas, seguro que México sería una potencia... y no precisamente en el deporte de las patadas”.


También respetados e inteligentes analistas políticos –y otros que no son ni lo uno ni lo otro- danzaron con las multitudes en las jornadas de futbolfilia. Antes, durante y después de la jornada, en sus espacios nos recetaron estudios, análisis y densas disquisiciones sobre los méritos de este deporte que nos trajeron los imperialistas británicos y que hoy celebramos como si hubiera sido inventado por Netzahualcóyotl. Incluso algún intelectual ha publicado un opúsculo titulado “Dios es redondo”. ¡Ay Manuel Seyde, cómo nos haces falta!


¿Alguien en el gobierno habrá tomado nota del peligroso sesgo que tomaron algunas de las manifestaciones de “alegría” de las multitudes en los espacios públicos? Las agresiones a turistas extranjeros, los insultos a personas que la plebe tomó por “gringos”, los connatos de violencia, dan cuenta de la temperatura de los ánimos populares. El día de mañana esos aficionados que hoy se envuelven en la enseña nacional pueden volver cuando se den cuenta de que los goles no bajan el precio de las tortillas. Y entonces incluso las divinidades redondas se las verán verde para apaciguar otro tipo de clamor social.





Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

00/00/09


Si desea recibir la columna en su correo, envíe un mensaje a: juegodeojos@gmail.com

















Se rentan periodistas

Miguel Ángel Sánchez de Armas


El cotilleo en los corrillos de la capital de Estados Unidos no tiene desperdicio: el Washington Post se proponía alquilar a sus ejecutivos y reporteros estrella a quien pudiera pagar 25 mil dólares por sesión… o 250 mil por un paquete de once.


Ignoro si Ben Bradlee sufrió un ataque de dispepsia, pero sin duda en el más allá Richard Nixon estará doblado de la risa y Katherine Graham hirviendo en cólera. El severo Post, el implacable centinela de la conducta y la moral del gobierno, fue pillado en la casa del jabonero. Cuando el periódico estuvo prendido a la yugular de Nixon en 1973 – 74, era la Presidencia de los Estados Unidos lo que estaba en juego. Hoy el diario puso su credibilidad en venta por unos cuantos dólares. Los periodistas del rotativo están con el grito en el cielo, y el ombudsman escribió que el numerito es un tropiezo ético de “proporciones monumentales” que deja “una mancha permanente” en la reputación del Post.


Y a la pena el escarnio. En el mundillo de una de las ciudades más chismosas del mundo, los chascarrillos son a la salud del Post: en la Casa Blanca el jefe de prensa rogó al reportero del periódico que pedía la palabra, ¡que primero le dijera cuánto iba a cobrar por su pregunta! ¿Qué estarán sintiendo Woodward y Bernstein?


No son habladurías de malandrines envidiosos. En un folleto a todo lujo el Post ofreció en venta lugares en una cena íntima en donde ejecutivos y reporteros del diario -encabezados por su directora- y “personajes clave” de la administración Obama, convivirían y conversarían off the record con una selecta clientela. Para mayor atractivo, los saraos tendrían lugar en la residencia particular de la jefa del periódico. El volante reza: “Oportunidad de patrocinio. Una tarde al lado de personajes adecuados puede darle un giro al debate. Patrocine y participe en esta exclusiva e íntima velada del Washington Post: una cena y discusión off the record en el domicilio de la directora general y editora Katherine Weymouth… Siente a la mesa al presidente o al director general de su organización. Conviva con personajes clave de la administración Obama y líderes del Congreso”. Esto no es todo. La publicidad prometió encuentros “animados”, nunca controvertidos. Los participantes, poderosos lobistas, presidentes de empresa, millonarios profesionales o plutócratas nativos y extranjeros, tendrían la seguridad de sentarse con periodistas debidamente domesticados y aleccionados. Leones con corderos, pues.


Ahora entiendo la muina de Jorge Castañeda con los reporteros mexicanos que no leen el New York Times. Por eso nadie le preguntó en Guadalajara a Obama cuánto costaría la hora de sus colaboradores “clave” en las peñas del Post. ¡A todos los colegas se les fue la nota!

Aunque ahora mismo al interior del periódico se están comiendo los hígados entre sí para delimitar culpas, muchos ven a la improvisada Katherine como la causante. La Weymouth, una atractiva abogada metida a periodista -y frustrada socialité del lobbing- es nieta de Katherine Graham -la valiente editora que resistió las presiones de la Casa Blanca durante el affaire Watergate- y sobrina del actual dueño. Una hija de papi, pues. No estuvo sola en el numerito. La acompañó Marcus W. Brauchli, el editor ejecutivo que ella contrató externamente en desaire de la antigua tradición de confiar ese puesto a un miembro de la redacción del Washington Pos y un publicista de esos capaces de vender a la abuela si hay mercado para los ascendientes.


El antiguo y prestigiado diario está colocado en una situación tan embarazosa como la devolución en 1981 de un premio Pulitzer obtenido por un reportaje falsificado… aunque de alguna manera más grave, pues aquel episodio involucró a periodistas y fue superado desde el periodismo -la investigación del ombudsman de aquel entonces, publicada en cuatro páginas de texto corrido es una lección de responsabilidad profesional- mientras que hoy se trata de un episodio de improvisación, ausencia de sentido histórico, desconocimiento de las tradiciones, desprecio por los valores del periodismo y villana necedad crematística. La Weymouth no tiene documentada una trayectoria en el oficio; Brauchli conoció el diario el día que lo contrataron; el publirrelacionista que promovió la venta de reputaciones venía de una empresa de conferencias y espectáculos, y supongo que con la idea de que si se puede vender una disertación de un expresidente, ¡cuantimás el acercamiento con unos reporteros!

No sé si sea consuelo comprobar que ni en el primer mundo están a salvo del lento pero imparable deterioro del periodismo. En México ha dejado de llamar la atención, por frecuente, que políticos desempleados, funcionarios que dejan de serlo o comerciantes acaudalados, amanezcan un día como “periodistas” para ejercer un peso social que de ninguna otra manera podrían tener. El Post demuestra que en todos lados de cuecen habas.







Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

12/8/09


Si desea recibir directamente esta columna, solicítela a: juegodeojos@gmail.com





Goodbye, Walter

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas



Ben Bradlee te llamó “el gran padre blanco de la televisión” y millones te aclamaron como el hombre “más confiable” del país, pero tú siempre te viste como un reportero de la vieja escuela, Walter, un curioso voraz que se entusiasmó como adolescente con el despegue a la luna y lloró con la tragedia del asesinato de Kennedy. Diste tu sello a una época. Fuiste el modelo de una profesión hoy usurpada por actores que personifican a periodistas y recurren a la tecnología y a los efectos especiales para un barniz de credibilidad. ¿Te divertía saber que en Suecia llaman “cronkites” a los lectores de noticias?


Me pregunto si en los últimos instantes de tus 92 años, con la mano de tu hijo Chip entre las tuyas, habrás murmurado el “Y así son las cosas” con que durante años despediste las Noticias Vespertinas de la NBC. Ojalá así haya sido, Walter Cronkite. Y quizá también, a la manera de Manuel Buendía, habrás lamentado que no pudiste llevar a una pantalla la noticia exclusiva del mundo al que entrabas.


Aquella generación, la tuya, ha casi desaparecido. A las nuevas generaciones nada les dicen los nombres de ustedes. En mi país, la noticia de tu muerte pasó desapercibida. Robert McNamara se fue hace unas semanas. Tú le diste la puntilla a su guerra cuando únicamente armado con la libreta reporteril visitaste Vietnam y concluiste que era una guerra perdida. El presidente Johnson vio tu reportaje y exclamó desolado: “¡Si perdí a Walter Cronkite perdí a la clase media!” Dicen los enterados que esa misma tarde Johnson decidió no presentarse a la reelección y ordenó buscar un acercamiento con Vietnam del Norte. Hay que imaginar la rabieta de McNamara, Walter: la prensa a la que despreciaba, abría el camino a las conversaciones de paz. Ahora ya podrán conversar tú y él al respecto, si es que funcionarios y periodistas comparten un mismo lugar en el más allá.


Hoy está de moda recitar en todos los tonos que los periodistas, y los periodistas-actores, no tienen mayor responsabilidad en la vida que recoger y transmitir las noticias. Que las posibles consecuencias no sólo les son ajenas, sino que deben serles indiferentes. Parecen olvidar, si es que alguna vez lo supieron, Walter, que cuando nuestro trabajo está bien hecho, puede tener desenlaces más allá de la noticia. En tu caso, fuiste a Vietnam y el resultado periodístico contribuyó a acelerar el final de la masacre. Tu programa especial sobre Watergate hizo de lo que en mucho era un escándalo urbano de Washington un asunto de conciencia nacional. Tus entrevistas con Anwar el-Sadat y Menachem Beguin contribuyeron al tratado de paz entre Israel y Egipto. El día que asesinaron a Martin Luther King tu narración tuvo un efecto más tranquilizador que el atropellado mensaje que esa misma tarde lanzó el Presidente para llamar a la nación a la serenidad.


Huías del protagonismo y detestabas mirarte en la pantalla. Ibas tras la noticia y te preocupabas por presentarla con la mayor claridad posible a tu auditorio. Eso, tu presencia serena, tu dominio de los temas, tu simpatía innata, te colocaron en la vida de tus compatriotas. Cuando los empresarios de la NBC te sustituyeron en una elección primaria por razones de rating, en unas cuantas horas más de once mil cartas de protesta inundaron la oficina del presidente de la compañía. Después de ti se perdió la costumbre de tomar la merienda en casa viendo las Noticias Vespertinas.


Tenías la resistencia de los antiguos reporteros. Durante la misión del Apolo XI estuviste 27 horas corridas ante la cámara y diste un nuevo nombre a las coberturas extensas: “De Walter a Walter”. ¿Cuál fue tu secreto profesional? Leo tu autobiografía, “Una vida de reportero”, y entre andanzas y anécdotas creo descubrir algunas claves: no querías ser actor, sino reportero; nunca te presentaste como analista –ni social, ni económico, ni, ¡líbrenos el Señor!, político-; jamás perdiste el sentido del humor ni caíste en la autosuficiencia y la solemnidad… Pero sobre todo, Walter, y ello quizá sea la respuesta, todo lo hacías como si fuera la primera vez.


¡Como si fuera la primera vez! En la NBC te jubilaron a los 65 años (tu lugar fue ocupado por el bonito y acartonado Dan Rather, quien pasaba en el camerino de maquillaje más tiempo que frente a las cámaras) y cruzaste la calle para iniciar una nueva vida en programas especiales de la radio y la televisión públicas. A los 80 y cacho continuabas como el conductor titular de los programas de año nuevo de la filarmónica de Viena. A los 90 años dijiste en una entrevista que aún eras capaz de cubrir una noticia. ¿Y el deseo del final de tu vida? “Que la gente no deje de pararme en la calle para preguntar: ‘Oiga, ¿qué usted no era Walter Cronkite?’”




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

5/8/09


Si desea recibir JdO directamente, envíe una solicitud,
con nombre, edad y lugar de residencia, a: juegodeojos@gmail.com