Manuel Buendía, in memoriam

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Cada año, en la misma fecha, publico la misma columna. Sólo actualizo el tiempo transcurrido. Es la machacona esperanza de que algún día sabremos la verdad: quién tomó la decisión, quién organizó el operativo, quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo; quiénes protegieron –o eliminaron- a los pistoleros.


¿Los que hoy purgan condenas por el homicidio son realmente los responsables? Un juez así lo consideró y al parecer habría otros motivos para mantenerlos en prisión. El supuesto autor material niega su participación y el sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del periodista fue parte de un complot que por supuesto nadie está en condición de probar.


Si no ley, una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo. Y los de los periodistas creo que jamás. Recuerdo la muerte de George Polk en 1948 en Salónica, Grecia, caso perturbadoramente análogo al de Buendía. Un periodista incómodo para todas las facciones en pugna en un momento de grandes tensiones políticas - incluidos los gobiernos griego y norteamericano-, fue ejecutado. Hubo un clamor generalizado; se constituyeron comisiones de investigación; la justicia prometió llegar hasta las últimas consecuencias; se crearon galardones en su memoria; algunas personas fueron acusadas… y la verdad, como en México en 1984, no se supo jamás.


Es asombrosa la estupidez de quienes creen que mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social. Una y otra vez el resultado es, para ellos, contraproducente. Porque la memoria y la palabra, no pueden ser asesinadas. Manuel Buendía se transformó en un símbolo cuando aún no exhalaba el último aliento.


Mi columna de cada año, actualizada:
“Hace 24 años murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.
“Aquel 30 de mayo de 1984 fue miércoles. Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se ha hecho sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México, y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto. Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.


“El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida de la capital. El crimen, a propósito frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una advertencia. Las fotografías del cadáver de Buendía en una acera le dieron la vuelta al país y al mundo: en aquel México tal era el fin que aguardaba a los practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.


“Veinticuatro años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros puentes. Hoy reconfirmamos que la muerte de don Manuel fue ejemplar, pero no en el sentido en que quisieron sus asesinos. Un instante después de la primera oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó el compromiso con la libertad. Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional y personal. El sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma.


“Recordamos a Buendía de muchas formas. Su cálida amistad y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad. Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos profesionales. Una vez escribió: ‘Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: “Hoy he descubierto algo importante, pero... ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!’


“Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: ‘El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas’.


“’Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de moda’.


“’Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos’.


“’Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo -por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora, y para nosotros ser significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera’.


“’Mi homenaje, pues, a tantos colegas que no alcanzan fama ni honores, pero que jamás han desertado del deber profesional un solo día’.


“Hay hombres que forjan sus propias leyendas. En el periodismo de vez en cuando surgen figuras que rompen los moldes no como un reto, sino porque ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue de esa estirpe.


“Lo recordamos siempre.”


Molcajeteando…

Manuel Buendía evoca muchas memorias. De entre los numerosos correos recibidos en respuesta a la columna anterior, comparto con usted algunas reflexiones:

“Extraordinaria reflexión del maestro Buendía. Sobre todo por un final que vale todo el memorando.” (P. A.)

“Un día entro a su despacho y me lo encuentro recargando su brazo derecho en la pared y su frente recargada en la misma pared, su mano izquierda en la espalda, estaba pensando... porque había tomado una decisión muy importante y se preguntaba ‘¿habré hecho bien?’ Había despedido a un colaborador que ponía a sus alumnos a trabajar en su lugar. Era brillante, pero muuuuuy flojo; prefería la pachanga que el trabajo.” (A. G.)


“Me llamó la atención el que escribieras que el homicidio de don Manuel no esta aclarado. Ahora que los acusados de su crimen han sido liberados (después de compurgar su sentencia) sólo quedan dos vías posibles: aportar nuevos datos que permitan abrir la averiguación previa o olvidar el asunto, pues para la ley vigente cuando el artero crimen está resuelto, los criminales procesados, declarados culpables, sentencias ejecutoriadas y con penas carcelarias cumplidas el asunto esta concluido y archivado. Comparto la opinión de que los verdaderos criminales siguen gozando (si continúan con vida) de una impunidad que irrita, preocupa y entristece. Una platica con los “autores material e intelectuales” ya liberados podría ser el comienzo de las posibles acciones que llevaran a reabrir las investigaciones; involucrar a alguna de las Cámaras federales y/o a la Asamblea seria de gran ayuda. Todo lo anterior me lo dicta el corazón, el cerebro no siente lo mismo.” (R.B.)


“Ud. a mi no me conoce, pero sí ha conocido a alguien que caló hondo en la historia de mi familia. ¡Quién más que ese excepcional ser humano llamado Manuel Buendía! Con mi compañera y con mi hija menor estábamos nosotros a resguardo de la dictadura argentina, gozando de la solidaridad del pueblo de México, cuando a fines de 1980, mi compañera fue a parar a manos del temible Miguel Nazar, quien la detuvo, la torturó y la tuvo desaparecida durante 10 días. Ya casi habíamos perdido las esperanzas de encontrarla con vida o acaso la suponíamos en manos de represores argentinos, cuando irrumpió ese hombre, ese gigante, a quien yo conocía a través de la genial columna "Red Privada" . Don Manuel se movió con rapidez, y hasta con temeridad, dando con mi compañera detenida en unos calabozos cercanos al Centro del DF (Revolución). Se plantó muy firmemente ante Nazar y la recuperó. Ella estaba embarazada de unos meses y supusimos que podría haber perdido a nuestro hijo. Por fortuna, en junio del año siguiente tuvimos un varón, al que le pusimos Vicente y de 2º nombre Manuel, en honor a ese grande. Fue un terrible dolor el que tuvimos cuando ya en Argentina nos enteramos de ese cruel asesinato.” (A. L.)





Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.


sanchezdearmas@gmail.com


Manuel Buendía, periodista

Miguel Ángel Sánchez de Armas


La semana próxima se cumplen 24 años del asesinato aún no aclarado de Manuel Buendía Tellezgirón. A casi un cuarto de siglo de su ausencia física, su presencia sigue entre nosotros, fuerte y vigorosa. Sus lecciones profesionales tienen hoy la misma vigencia.


Manuel Buendía asumió la dirección del periódico La Prensa en enero de 1960, a los 33 años de edad. Bajo su mando ese diario mejoró en grado tal que sus lectores se multiplicaron en muy poco tiempo. Como director, Buendía nunca cejó en su empeño por impulsar un periodismo sustentado en información investigada y comprobada, limpia prosa y ética inquebrantable, como se ilustra con la la siguiente selección tomada de la memoranda interna que entre enero y febrero de 1963 dirigió a sus colaboradores.


Jefatura de Información

La Jefatura de Información tiene la obligación básica, elemental, de echarse a la búsqueda de asuntos que resulten informaciones exclusivas para La Prensa. Esto todos los días. Pero, además, debe vigilar que los redactores que traba­jan el domingo tengan para este día un asunto especial.


Resulta imposible “inventar” este asunto el mismo domin­go o siquiera el sábado. Así no es posible escribir jamás algo que valga la pena. No señores. Todos los que estamos aquí hablamos el mismo lenguaje profesional y estamos perfec­tamente de acuerdo en que los asuntos especiales se pien­san, se trazan, y se trabajan con varios días de anticipación. Y tampoco nos vamos a leer, entre gitanos, las líneas de la mano unos a otros. Es decir: ningún redactor podrá engañar al Jefe de Información o, al Director, presentando notas de boletín como el “asunto especial” que se ordenó; y tampoco, la noticia -NOTICIA, insisto- puede ser sustituida por un guiso casero... y peor aún cuando ese guiso ni siquie­ra es original sino tan sólo un refrito. Abandonemos, pues, el refugio de las disculpas o de las mañas del oficio y entre­guemos nuestro esfuerzo -nuestro permanente y gran es­fuerzo- a mejorar la información de nuestro diario. Les ofrezco que la Dirección estará particularmente atenta al cumplimiento de los señores redactores que trabajan el domingo.


Dimensiones y calidad de las notas

Más de una vez, y con vehemencia, les he pedido ayuda permanente para resolver los problemas de espacio. Des­graciadamente debo admitir que la mayoría sólo se pre­ocupa de esto durante unos días, y después... vuelven a las andadas.
Hemos dicho: grandes notas, sí; notas grandes, no.


Todos saben cuáles son y por qué existen las presentes limitaciones de espacio. No voy a extenderme, pues, en este punto. Pero aun cuando no se dieran esas circunstancias, aun cuando el espacio nos sobrara, protesto a ustedes que jamás decidiría atiborrar el diario de notas descomunales, jamás resolvería yo sustituir la calidad por la cantidad.


He enviado a ustedes cartas en que se examina el aspecto de técnica de periodismo referente a la brevedad y a la concisión. He dicho con toda claridad que nadie les pedirá nunca que supriman los datos importantes de una información; vamos: ni siquiera los datos un tanto secun­darios, pero que prestan vivacidad a la narración, o que dan el toque ágil, etcétera. Sería una monstruosa necedad la del que se atreviera a decir que, por acatar esta orden de la Dirección, su nota desmereció ante la de otros diarios. Repito: sólo un necio podría afirmar esto. Y no sólo merece ser llamado necio, sino incompetente, por que quien carezca del poder de síntesis no puede ser llamado periodista.


Formación profesional

Es preciso, señores, que cada uno de nosotros admita francamente lo que, por otra parte, es realidad ineludible de nuestra profesión: el periodista no termina de hacerse. Nuestro perfeccionamiento es brega cotidiana. Hasta el último día de nuestra existencia estaremos transformán­donos. Es un mentiroso ególatra el que afirme que ya alcanzó la cumbre de su perfección y que desde ahí va a ejercer el magisterio sobre inferiores que lo rodean, o que a su torre de marfil no puede llegarle una sola amo­nestación, un solo señalamiento de imperfecciones.


¿Qué debemos hacer para transformarnos en buenos redactores, o de buenos en mejores? ¿Cuál es el camino para adquirir un estilo vigoroso y ágil? ¿En qué consiste el secreto para superar las imperfecciones -grandes o pequeñas- de nuestro estilo actual?

Bueno, la verdad es que todos conocemos el camino y el secreto. Partamos de que el estilo es parte imitación y parte creación. En otras palabras: no hemos inventado nada; pero sobre cimientos que consideramos dignos de adoptar, hemos edificado lo propio, lo que lleva impreso el sello de nuestra personalidad.


Cuando empezamos a escribir, lo hicimos siguiendo -consciente o inconscientemente- un molde, a veces ínte­gro, a veces formado por fracciones de varios. Y a veces, con el transcurso del tiempo, es ya imposible precisar cuál fue la influencia dominante que recibimos, o las fuentes originales en las que abrevó nuestro estilo. Pero lo cierto es que esas fuentes, esas influencias, están ahí, inmersas en nuestro modo particular de manejar el lenguaje.


Creo que, si esto es así, debemos mantener el espíritu sensible y en contacto con los modelos que ahora -con la experiencia adquirida- podemos seleccionar mejor, a la luz de nuestros propios conocimientos, para tomar -no servil­mente, sino con instinto creador- aquellos datos pri­marios, aquellos gérmenes, que se transformarán más tarde en frutos de nuestro propio árbol.


Dominio de la técnica periodística

El solo hecho de ser redactor de La Prensa presupone el conocimiento y dominio de la más depurada y moderna técnica periodística.

En efecto, ¿quién de ustedes ignora cómo debe redac­tarse la entrada de una nota?

Sin embargo, he venido observando que algunos de ustedes abandonan con frecuencia las normas bien sabidas de objetividad, concisión, fuerza expresiva, etcétera, para caer en formas o estilos fofos, desvaídos, y, en suma, total­mente impropios del tipo de periodismo que estamos obli­gados a practicar todos los días y en cada una de nuestras notas.

Este vicio del estilo determina un decaimiento general en las informaciones y coloca a nuestro gran diario en eventual desventaja frente a un competidor que publicó las mismas notas pero cuidadosamente redactadas.

Además -y es lo que quiero destacar en esta ocasión- ­tal deficiencia en la redacción representa un peligro cons­tante. Una nota mal hecha, en la cual ni el primer párrafo ni el segundo expresa lo fundamental de la noticia, puede fácilmente inducir a error al encargado de determinar la importancia que debe darse a una nota en el formato del periódico.

Expliquemos: el Director -que lógicamente no dispone de tiempo para leer hasta la última línea- examina el primer párrafo y acaso el segundo. Con esto, él cree haber captado la importancia de la nota y procede inmediatamente a señalar el sitio que ocupará: segunda plana, tercera, déci­ma... o el cesto de la basura.


Pero, ¿qué sucede cuando un ingenioso redactor decide jugar a las escondidas? Puedo contestar relatándoles lo que me ocurrió hace un par de semanas; eché al cesto una información que al día siguiente -¡oh, vergüenza!- vi destacada en los demás periódicos. Y es que nuestro in­genioso redactor -según comprobé al revisar tardíamente la nota, de principio a fin- había escondido lo importante de la información... ¡en la segunda o tercera cuartillas!
Convengo en que a veces los redactores nos enfrenta­mos a verdaderos problemas de información. Llegamos al periódico con hojas y más hojas de apuntes y nos sentimos naufragar en un embravecido mar de datos a cuál más importante y llamativo. ¿Qué hacer en esos difíciles momentos? Una sola cosa: meditar antes de escribir nada.




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.


sanchezdearmas@gmail.com


El embajador Daniels

Miguel Ángel Sánchez de Armas



A petición de numerosos lectores, otra estampa de aquella época en la que el petróleo era la manzana de la discordia entre México y Estados Unidos... a diferencia de hoy, en que el petróleo es la manzana de la discordia entre unos mexicanos que lo quieren momificado y puro y otros que lo desean desenfrenado y corrompido.


Hay evidencias de que el “incidente” de Tampico fue una fabricación para invadir a México. Según un historiador norteamericano: “A las 6 de la mañana del 21 de abril de 1914, el presidente Wilson recibió una llamada confirmando que el buque alemán Ypiranga atracaría en Veracruz a media mañana. Tuvo una conferencia con su secretario particular, con el secretario de Estado William Jennings Bryant y con el secretario de la Armada Josephus Daniels. Daniels era un pacifista y Bryant tenía objeciones religiosas a la guerra. Aún así, estuvieron de acuerdo en que la única manera de detener al Ypiranga era la toma de Veracruz. Si los franceses habían invadido la ciudad alguna vez para reclamar el pago de unos pasteles en la capital, Estados Unidos podría tomar la Aduana de Veracruz para “vengar el insulto al honor de su Armada en Tampico”. Daniels dispuso que se enviaran órdenes a la flota naval en el Golfo de México. Pero todo salió mal. Como lo descubrieron los españoles en 1812, los franceses en 1830, Winfield Scott en 1847 y Maximiliano de Habsburgo en 1963, los jarochos no dan la bienvenida a invasores extranjeros. En 1848 cadetes militares habían defendido a la Ciudad de México de los marines norteamericanos. En 1914 la Academia Naval defendió a Veracruz. Para proteger a los marines, la Armada bombardeó la ciudad. El pueblo se unió a los cadetes. Hubo bajas en ambos bandos, algo que un Wilson visiblemente pálido y tembloroso anunció a la prensa al día siguiente. Bryant, quien se asumió como personalmente responsable del desastre, renunció poco después.”


Cuando Franklin Delano Roosevelt juró como trigésimo segundo Presidente de los Estados Unidos el sábado 4 de marzo de 1933, ni el país ni el mundo eran lugares tranquilos. La “gran depresión” acogotaba a los norteamericanos y en Europa soplaban vientos de guerra. En el continente, las relaciones con los vecinos de América Latina no estaban en su mejor momento. El caso de México tenía matices particulares. La invasión de 1914 y el diferendo por las demandas norteamericanas de compensación por daños de guerra a personas y empresas, entre otras tensiones, mantenían alterada la relación. La proximidad de un nuevo conflicto mundial y la inclinación que México, con su riqueza petrolera, pudiera tener entre las naciones en conflicto, daban al tema un tono de urgencia desde el punto de vista de la seguridad nacional norteamericana.


Roosevelt tomó la decisión de abrir un canal de comunicación regional novedoso, una política que llamó “del buen vecino”, y aplicarla particularmente en México mediante los oficios diplomáticos de un emisario que respondiera a una visión de largo plazo en la que el interés regional compartido de ambas naciones fuera la meta, y no las exigencias inmediatistas de compensación y castigo de los trusts petroleros.


Para esta tarea Roosevelt eligió a un antiguo y confiable correligionario, el político y periodista demócrata liberal Josephus Daniels (el mismo que vimos líneas arriba), Vicepresidente de la Liga Antiimperialista y con una postura liberal frente al vecino del sur: “Este país ha esperado demasiado para reconocer a México. Obregón es el mejor Presidente que México ha tenido. Si no fuera por el petróleo, hace mucho que México hubiera sido reconocido (1923).”


En su discurso inaugural, Roosevelt explicó así el sentido de su política exterior: “Empeñaré a esta nación en la política del buen vecino –que por sobre todo se respeta a sí mismo y, porque lo hace, respeta los derechos de los demás; el vecino que respeta sus obligaciones y respeta la inviolabilidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos.”


Realmente no hay en esta declaración una definición política, sino más bien la vaga expresión de un buen propósito. ¿Qué se entiende por “una relación de buenos vecinos”? Con su “vecino”, durante cien años, México había: a) librado una guerra desigual; b) perdido la tercera parte de su territorio y suscrito, con el cañón de una pistola amartillada apuntándole a la nuca, el Tratado de Guadalupe Hidalgo, “vergüenza y deshonra de los mexicanos”; c) lidiado -cuando el “vecino” estuvo en guerra civil dividido en dos naciones-, por un lado con el presidente Abraham Lincoln que ansiaba atraer a su lado al gobierno de Juárez para impedir que los confederados tuvieran una salida comercial y puntos de entrada de pertrechos europeos por el territorio mexicano, y por el otro con el presidente Jefferson Davis, que enviaba mensajes de amistad a Juárez para ganarlo a su causa al mismo tiempo que organizaba una alianza imperialista con España y con Francia para apropiarse de México, d) entregado la naciente industria petrolera a empresas del “vecino” asociadas con corporaciones europeas y, e) sufrido la ocupación del puerto de Veracruz. ¿Cómo instrumentar una “política del buen vecino” en estas circunstancias?


Josephus Daniels llevó a México la representación, más que del gobierno, del presidente Roosevelt. Liberado de los grilletes protocolarios y estratégicos de los canales diplomáticos formales, se empeñó en desbrozar el terreno común entre las dos naciones, y, para exasperación de los estrategas de Washington e ira del establishment petrolero, una y otra vez se opuso a las maquinaciones para abandonar la “política del buen vecino” y volver a la probada y eficaz diplomacia del dólar y gran garrote.


En el Departamento de Estado tenían claro que el jefe de la representación en México no era un empleado al que se le pudiera exigir el mecánico cumplimiento de instrucciones. Su jefe formal y los subsecretarios frecuentemente se quejaban de que en México tenían que lidiar con un gobierno respondón “y con nuestro embajador”. Lo mismo que hoy, muy pocos funcionarios deseaban seguir políticas que pudieran ser interpretadas como indicios del debilitamiento de los Estados Unidos en la región. Daniels fue un decido antagonista de los halcones de la Casa Blanca mucho antes de que la guerra en Vietnam acuñara ese término.


Véase una entrada de su diario personal que se consigna en el volumen Shirt – Sleeve Diplomat (“Diplomático en mangas de camisa”), fechada poco después de su arribo a la ciudad de México: “Recordé que en aquellos días [durante la Primera Guerra Mundial] Wilson censuró a los petroleros norteamericanos que intentaron inducirlo a dictar por la fuerza las políticas petroleras mexicanas. B.M. Baruch, entonces jefe de la Comisión de la Industria Militar, me dijo que cuando algunos petroleros intentaron convencer a nuestro gobierno de que era necesario “ocupar la parte de México en donde estaban localizados los grandes pozos petroleros”, Wilson preguntó: “¿Quieren decir que a menos que vayamos a México y tomemos por la fuerza los campos petroleros localizados en su territorio no podremos librar la guerra?” Alguien respondió: “Así es.” El Presidente entonces dijo: “Pues entonces tendrán que prepararse para un guerra con cualesquiera que sean las reservas de petróleo que tengan o aquellas que se puedan comprar en los mercados. Alemania utilizó el mismo argumento cuando invadió Bélgica. Nosotros no podemos hacer lo mismo.”


Daniels llegó a México en abril de 1933. A primera vista era un tipo pintoresco, cuya imagen podría haberse confundido con la de los nefastos politicastros del Tammany Hall, según se desprende de la fotografía en la que aparece en traje de charro junto a su mujer disfrazada de tehuana. Pero nada más alejado de la verdad. Fue un hábil, inteligente y leal embajador que supo oponerse, hasta donde las circunstancias lo permitieron, al lado de la legalidad y de la razón. Un amigo de México.




Profesor – investigador en la UPAEP – Puebla

sanchezdearmas@gmail.com

El incidente de Tampico

Miguel Ángel Sánchez de Armas



Se cumplieron 94 años de la inicua ocupación de Veracruz por fuerzas navales estadounidenses en abril de 1914. Este acto de guerra del gobierno de Woodrow Wilson fue justificado como “una ayuda a la democracia mexicana”, pues evitaría que Victoriano Huerta recibiera un cargamento de armas y municiones que venían de Alemania en el vapor “Ypiranga”. El barco en efecto no entró a la dársena, pero navegó a Puerto México, hoy Coatzacoalcos, y allá dejó su mercancía. En Veracruz muchos mexicanos perdieron la vida ante un ejército experimentado y bien pertrechado al mando de sargentos que ansiaban tomar el país de una buena vez por toda. Los cadetes de la H. Escuela Naval dieron un inmortal ejemplo de patriotismo.


La invasión en realidad tuvo que ver con los veneros de petróleo que el diablo nos escrituró. El pretexto, digamos “oficial”, fue un curioso incidente que tuvo lugar en Tampico el 9 de abril, unos días antes del desembarco. Por la Revolución, Washington mantenía naves de guerra patrullando las aguas de la costa mexicana para, oficialmente, proteger a sus trabajadores en la Faja de Oro -y extraoficialmente, uno puede suponer, cuidar el oro negro que sus empresas chupeteaban de los mantos mexicanos.


El 5 de abril fuerzas revolucionarias atacaron a la guarnición federal estacionada en Tampico y la flota arribó para labores de evacuación (quizás al grito de “¡directores, gerentes y supervisores primero!”). El día 9, un esquife del USS Dolphin invadió un sector restringido del puerto -en procura de provisiones, según la versión oficial- y el piquete de marinos fue detenido e interrogado durante media hora, al cabo de la cual fue puesto en libertad con la advertencia de mantenerse fuera de la zona.


Ese ruin incidente fue inflado a proporciones internacionales. El almirante al mando de la flota exigió que se castigara al oficial mexicano que había detenido a los marineros y que el gobierno de México “desagraviara” a la bandera estadounidense. En Washington, en una sesión conjunta del Congreso convocada el 20 de abril para responder a “la ofensa”, se pidió una declaración de guerra contra México, que finalmente quedó en el envío de una fuerza expedicionaria. La flota del Atlántico fue dirigida a Veracruz. El ataque comenzó el 21 y en menos de 24 horas tres mil marines habían ocupado la ciudad. El saldo fue de 19 invasores muertos y 71 heridos; los defensores perdieron 126 vidas y tuvieron 195 heridos.


¿Todo por la detención -legal, además de respetuosa, como se ha documentado- durante media hora, de una decena de marinos? ¿Perdieron la razón los padres de la patria jeffersoniana? ¿Enloqueció el doctor en ciencias políticas, ex profesor y ex rector de la Universidad de Princeton, Woodrow Wilson, Presidente de los Estados Unidos? No, desde luego. Aquello había sido una fabricación. La razón verdadera pasa por la relectura del apotegma de Dumas (padre): “Cherchez le pétrole!”


Aunque también el encono del país vecino tuvo que ver con la patología de aquellos años en la sociedad norteamericana, una supuración de odio e intolerancia hacia “los otros”. Aquel martes 20 de abril de 1914, al mismo tiempo que en el Capitolio en Washington diputados y senadores vociferaban contra México, en el pequeño poblado de Ludlow, Colorado, la policía local y los guardias privados contratados por la Colorado Fuel and Iron Company –una hermanastra de las petroleras- tomaban a sangre y fuego un campamento de mineros sindicalistas y sus familias, que en esos momentos celebraban la Pascua Griega. Veinte muertos fue el saldo de la triste “masacre de Ludlow”, entre ellos una docena de mujeres y niños, baleados e incinerados por los valerosos gendarmes que rociaron querosén e incendiaron las zanjas en las que buscaron refugio. Una agencia de guardias privados llevó un vehículo blindado, el “Especial de la Muerte” con el que estuvo rociando metralla bajo la dirección del teniente Karl E.
Lindenfelter. Ni uno de los agresores fue llevado ante la justicia, pero decenas de mineros fueron arrestados y puestos en las listas negras de la industria.


Si esta era la consigna para solucionar los problemas con sus propios ciudadanos, si en la mente de los gobernantes estaba grabada la verdad eterna de que los intereses de la industria están por encima de los derechos y de las vidas... ¿queda duda de hasta dónde habrían llegado en México?


Otro dato para comprender el estado de ánimo de aquella sociedad norteamericana (y cualquier semejanza con la actual es una celestial coincidencia) es una confesión del soldado norteamericano más condecorado de todos los tiempos, Smedley D. Butler, general brigadier de la infantería de marina, veterano de la toma de Veracruz, en su libro War is a Racket (“La guerra es una conspiración criminal”): “Pasé 33 años y cuatro meses en servicio militar activo y durante ese periodo la mayor parte del tiempo fui un golpeador de lujo al servicio de los Grandes Negocios, de Wall Street y de los banqueros. En pocas palabras, fui un mafioso, un gángster del capitalismo. Ayudé a que México, y en especial Tampico, fuera un lugar seguro para los intereses petroleros norteamericanos en 1914 [...]. El problema con Estados Unidos es que cuando el dólar tiene ganancias locales de sólo el 6 por ciento, se torna inquieto y viaja a donde pueda ganar el 100 por ciento. Entonces la bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera.”

Lo dijo Santayana y aquí se ha repetido hasta el cansancio: “Desconocer la historia es condenarse a repetir los mismos errores”.


Molcajeteando…

De vez en vez nos llegan noticias a las que el adjetivo “inefable” va como anillo al dedo. Vean ustedes este relato de la madre patria que no tiene desperdicio.


“Sevilla (Colpisa).- Un vecino de la localidad gaditana de San Roque solicita una indemnización por la muerte de una vaca, cuando huía del acoso sexual de un burro propiedad de la Corporación municipal. El propietario de la vaca alega que el asno entró en su terreno persiguiendo a su animal con intenciones deshonestas, y ésta al tratar de escapar del acoso cayó por un terraplén como consecuencia de lo cual murió.


“La demanda del vecino señala que el burro entró en su terreno acosando sexualmente a la vaca, mientras que el Ayuntamiento considera que la vaca provocó al asno. José Lara, concejal del Ayuntamiento de San Roque, explica su versión de los hechos: “Se trata de un burro joven, con mucha fuerza y claro, al salir la vaca completamente desnuda, con las tetas al aire, pues igual el animal se salió de madre y embistió”. Serán los servicios jurídicos del Ayuntamiento los que tendrán que decidir si hubo realmente acoso sexual por parte del burro.”


¡Bendito Dios!




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.



sanchezdearmas@gmail.com