Fábula de la rana y el alacrán



Miguel Ángel Sánchez de Armas



La declaración de López Obrador sobre la postulación izquierdista de Manuel Barlett (“ya evolucionó y actúa con rectitud”, Milenio), confirma la irrefutable sentencia del llorado Jesús Hernández Toyo sobre la condición de los políticos, y me lleva a la conclusión de que por ganar un voto, un pequeño espacio, un byte en el  noticiario, hay quienes están dispuestos a sacrificar todo principio… o a vender a sus abuelitas, como no se cansa de repetir la mía.

López Obrador “dio la bienvenida a todos los políticos y ciudadanos defensores del interés de la nación. Incluso, a quienes con un pasado cuestionable con el tiempo han modificado su forma de ver el rumbo del país” (La Jornada). Y abundó: “En política, suele pasar que gente que tiene posturas no muy adecuadas va cambiando, porque el ser humano evoluciona. Conozco muchos ejemplos […] En los tiempos recientes Manuel Bartlett ha tenido una actitud consecuente, me consta, en la defensa del petróleo”.

Con este argumento, don Andrés podría convocar a las filas de su partido a Miguel Nazar Haro, a Goyo Cárdenas, a Raúl Salinas, a Efraín Alcaraz, al Niño Verde… y a una pléyade de individuos de pasado cuestionable que hoy llevan vidas tranquilas y, quién sabe, incluso de arrepentimiento. Pasado el tiempo apropiado, incuso el coqueto quedaría en esta categoría. ¿Vale la pena, don Andrés?

Hace unos años, a promoción del PRD fui convocado ante una comisión de diputados cuando unos dirigentes sindicales, en uso de su derecho, me acusaron de hostigamiento laboral (a los que se presentaban alcoholizados los despedía; a los que llegaban tarde les descontaba la parte proporcional del salario; a los poco hábiles les obligaba a tomar cursos de capacitación y otras agresiones parecidas). Más de seis horas duró la comparecencia. Los sindicalistas, asesorados por el dirigente del PRD en el Congreso local me abucheaban. Al final, los miembros de la comisión entendieron mi postura: no reinstalaría a los despedidos. Entonces, con estentórea voz, el dirigente perredista exclamó: “¡Miguel Ángel! ¡Dejemos la ley a los leguleyos! ¡Tú tienes la autoridad para reinstalar a estos compas!” No podía creer, y así dije en presencia del recinto abarrotado, que el dirigente de un partido que por esas fechas denunciaba en todo el país agresiones ilegales por parte del gobierno, me pidiera, en el lugar en donde se fabrican las leyes, incurrir en una conducta ilegal. Pero así fue. A nosotros los buenos todo nos es permitido: esa parece ser la consigna del patético sector de la triste izquierda instalado hoy en la amorosa república. Y no voy a citar, por temor a caer en delito de imprenta, el juicio sobre ésta que en mi presencia externó Arnaldo Córdova al ser requerido por un reportero hace unos años en Xalapa.

El amoroso abrazo, políticamente hablando, de López Obrador a Bartlett, da el mismo mensaje que el video del señor de las ligas. La izquierda no se merecería esto, salvo que en nuestro país parece que ha sido secuestrada por el oportunismo. López Obrador está obligado a dar el siguiente paso y declarar, con la misma seguridad con la que exoneró al poblano de los nutridos señalamientos que se le hacen desde los espacios de sus mismos cofrades por su supuesta responsabilidad en la caída del sistema en la elección de 1988, que Bartlett nada supo y que tiene las manos y la conciencia limpias en el caso del asesinato de Manuel Buendía.

Y ya que estamos en esto, también podría abrir un espacio para una diputación de la izquierda a José Antonio Zorrilla Pérez, convicto por aquel asesinato, quien como es público, recibió el beneficio de una reducción de pena por su buen comportamiento. Es decir, parafraseando al señor candidato de morena, este personaje “evolucionó y se comporta con rectitud”.

Termino con la fábula, harto conocida y creo innecesaria, pero como la usé para cabecear, aquí va: Un alacrán urgido de cruzar un río entabló conversación con una rana. Los alacranes no nadan, como es conocimiento común, y las ranas sí. Por ello, el centruroides noxius pidió encarecidamente transporte al batracio, ya que importantes asuntos propios de su especie le compelían a viajar. La rana dudó, pero como en el reino animal las ranas no se han distinguido por su cacumen, se dejó convencer. El lector ya sabe que a mitad del río el alacrán picó a la rana y que ésta, mortalmente herida gritó: “¡Por qué!”, para escuchar apenas la respuesta: “¡Por que tal es mi naturaleza!”, antes de las aguas los engulleran.

Lo que me parece el meollo de la fábula, y que pasa desapercibido, es que ambos, el que pidió el favor y el que aceptó compartir, pagaron las consecuencias. Espero que esto se repita puntualmente en julio próximo.





Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.

10/3/11

@sanchezdearmas

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