AMLO, ¿dique a la desesperación popular?
Miguel Ángel Sánchez de Armas


La reproducción que hice del artículo de Denise Dresser la semana pasada provocó una oleada de comentarios. Un grupo de lectores me juzgó entregado a la derecha panista. Otros se sintieron identificados con las reflexiones de la analista. Creo que estamos en un coyuntura delicadísima y me alarma la polarización que percibo en el debate. De ahí que considere mi deber dar cabida a las voces más equilibradas en mi modesto espacio.

De entre los centenares de correos recibidos, uno me pareció de particular trascendencia y hoy lo comparto con usted. Es de un periodista y escritor a quien quiero, admiro y respeto. Me reservo su nombre porque sus reflexiones llegaron en forma de carta personal y no pude localizarlo antes del envío de JdO.

“Creo que tú puedes exponer mejores argumentos que Denise. El Peje comete pejendejadas, es cierto, pero me parece del todo injusto facturarle a él los costos del desastre actual y no a los que desde hace tres años decidieron ponerlo fuera de combate. Fox, PAN, PRI, los empresarios más ciegos y otros grupos empeñados en el desafuero y luego en su aplastamiento “a cualquier precio”, como dijo el miserable de Jorgito Castañeda. Para gente como Denise, la canalla que siguió a Fox en esa aventura nada tiene que ver con las innumerables irregularidades electorales, porque seguramente el primero de julio se arrepintieron de sus pecados y a partir del 2 decidieron portarse bien. El Peje y la Coalición han mostrado un alarmante incompetencia para cuidar la elección y para elaborar los recursos de protesta, pero eso no significa que estemos ante unos comicios impolutos. Es un cochinero que empieza con el nombramiento de los consejeros del IFE, pasa por la guerra de lodo y el terrorismo de la derecha y culmina con el aparato del SNTE en pleno controlando la elección en las casillas sin renunciar a los viejos métodos. De los casi 12 mil paquetes revisados, muchos estaban abiertos y en más de ochenta por ciento no coincidían las cifras. Así fuera por su ineptitud para capacitar, ese consejo del IFE debe renunciar en pleno.

“Acerca de las instituciones, te recuerdo que quienes las dirigen tienen nombre y apellido. Los actuales consejeros del IFE fueron nombrados cuatro por Elba Esther, cuatro por Germán Martínez y uno por el Partido Verde. Son ellos quienes han prostituido al IFE, no el Peje ni quienes exigen que se revise “voto por voto” y “casilla por casilla”, aunque mucho me temo que si la mayoría de los paquetes fueron abiertos ya no servirá de nada. Así de grande es lo que algunos llaman “fraude” y que por mesura yo prefiero considerar “irregularidades”.

“Este es un país donde la economía crece menos que la población desde hace un cuarto de siglo, donde hay desempleo, bajos salarios y una monstruosa desigualdad en el reparto del ingreso. Hace unos días, el INEGI informó que 60 por ciento de los mexicanos vive con menos de 13 pesos diarios. Y mientras se victima a la mayoría de la población, la ganancia promedio de las empresas en abril-junio de este año fue más de diez por ciento mayor que en el mismo lapso de 2005. México es el paraíso de los banqueros, pues es aquí donde BBV tiene sus mayores utilidades. Es más: hoy mismo podrían cerrar sus puertas todos los bancos y seguirían operando con ganancia gracias al Fobaproa-IPAB y muchos otros mecanismos ideados desde el gobierno -con Zedillo y con Fox- para acrecentar los privilegios del capital financiero.
“Parece que el gobierno y buena parte de la clase política y de los analistas no han entendido que López Obrador ha cometido y comete errores lamentables, pero que hasta ahora, aun con medidas como la toma de Reforma, es un dique a la desesperación popular. Sería bueno preguntarnos qué harán el gobierno, los empresarios y en general la derecha si AMLO no está al frente de ese movimiento. Lo que veríamos en ese caso es el asalto a supermercados y otros negocios, el desorden generalizado y la descomposición social. La situación de Oaxaca sería un juego de Nintendo comparada con la que puede desatarse en amplias zonas del país donde no hay gobierno, y si no lo hay, espero que tampoco culpen al Peje por esa ausencia.
“Es muy probable que el Trife declare la validez de la elección y regale el triunfo a Felipe Calderón. Lo que debemos preguntarnos es quién y cómo va a gobernar un país convulsionado por tantos años de miseria y tantas muestras de injusticia. Ahí te lo dejo...”

sanchezdearmas@gmail.com

“Cuando éramos huérfanos”: Dresser



Miguel Ángel Sánchez de Armas






Hace un año en un evento en San Luis Potosí conocí personalmente a Denise Dresser y confirmé mi admiración por ella. En su estilo directo y puntual reseñó el país “del por lo menos” en que ha devenido México a partir de la falta de crítica y la pasividad principalmente de los jóvenes. México, dijo, “se ha convertido en el país de los estándares bajos y las expectativas encogidas, el país en donde las cosas están mal pero podrían estar mucho peor”.

En su óptica, nuestro país ya no vive el laberinto de la soledad sino que se encuentra atrapado en el laberinto de la conformidad. Una nación en donde la vara de medición está tan cerca del suelo que el país se tropieza una y otra vez con ella. Las expectativas son tan bajas que cualquier político incompetente o corrupto o populista puede satisfacerlas fácilmente.

Ahora, al leer su artículo del 23 de julio, “Cuando éramos huérfanos”, no pude evitar pensar en la profecía autocumplida. Me parece importante compartir con usted el pensamiento de la doctora Dresser. La cito textual.

“Siempre me ha gustado vivir en México. Todos los días doy gracias por vivir en un país con tanta belleza, con tanta historia, con tanta cultura, con tanta vida, con tanta dignidad. Lo digo cada vez que puedo: amo a México con un amor perro. Amo sus olores y sus sabores, sus regiones más transparentes y sus rincones más oscuros, sus volcanes y sus valles y todo lo de en medio. La vida en México para una persona de clase media alta como yo es, en muchos sentidos, envidiable. Vivo en una casa rentada y muy linda; mando a mis hijos a una escuela privada y no excesivamente cara; soy dueña de dos autos usados y en buena condición; vivo de mi trabajo y puedo mantener a mi familia con él; empleo a un par de personas que ayudan en casa y me alcanza el sueldo para pagarles; tomo vacaciones anuales y estoy ahorrando para asegurarle una educación universitaria a mis hijos. Tengo la vida que siempre he querido, llena de ideas y libros y arte y alumnos y amigos y la oportunidad de escribir en Proceso y una profesión socialmente útil. Este país me la ha dado.

“Soy producto de la movilidad social que aún existía en los sesenta cuando nací. De beca en beca obtuve una buena educación y con ella he ido ascendiendo la escalera social. En un país con 40 millones de pobres, soy de las privilegiadas. Aún así, me doy cuenta de manera cotidiana que algo está mal. Y podría usar el lenguaje sofisticado de la ciencia política para explicarlo, pero en esta columna prefiero hablar como simple ciudadana. Algo está mal cuando las personas que trabajan para mí -la nana y el chofer y el jardinero- no tienen ninguna expectativa de ser más de lo que son hoy. Cuando no tienen ninguna posibilidad de aspirar a algo más porque el país no se los ofrece. Cuando sexenio tras sexenio un presidente u otro les da tan sólo más de lo mismo. Cuando saben que la vida de sus hijos será -en el mejor de los casos- una versión facsimilar de la suya. Esa vida precaria, estancada, difícil. La que tantos con quienes comparto el país padecen.

“Y por eso el 2 de julio voté por Andrés Manuel López Obrador. Fui de esos votantes indecisos hasta el momento de entrar a la casilla y una vez adentro opté en función de una sola razón: no podía votar por una persona que piensa que el país está bien. No podía votar por un partido que ofrece sólo la continuidad. No podía formar parte de aquellos que piensan que el país funciona aunque para mí lo hace. Ni más ni menos. Pero voté con ambivalencia, porque a lo largo de la campaña siempre pensé que AMLO tenía el diagnóstico correcto pero no las soluciones adecuadas. Que peleaba por una buena causa pero no con armas adecuadas. Que sabía lo que no funcionaba pero no tenía propuestas coherentes de política pública para arreglarlo. Nunca me convenció la idea de sembrar árboles por el sureste o construir trenes bala. Recuerdo habérselo dicho: “Andrés Manuel, estás ofreciendo pobreza con dignidad. Estás ofreciendo darle a cada mexicano una pala para que construya un segundo piso”. Los pobres merecen y necesitan más.

“Aún así pensé que una victoria de AMLO ofrecía la oportunidad para sacudir las cosas; para nivelar el terreno de juego; para pensar en cómo construir un país más justo y menos rapaz. Y López Obrador no me asustaba como asustaba a otros miembros de mi clase social. De hecho en reunión tras reunión, en conferencia tras conferencia, me convertí en su defensora involuntaria. Porque los argumentos sobre su personalidad mesiánica, su pasado priista y sus colaboradores salinistas y corruptos, me parecían exagerados. Porque pensaba que a sus detractores les salía espuma por la boca. Incluso una semana antes de la elección publiqué un artículo en Los Angeles Times argumentando que antes de odiar a López Obrador, las élites económicas y políticas deberían odiar las condiciones que lo produjeron (aunque AMLO haya pertenecido a ese mismo régimen): un sistema socioeconómico que concentra la riqueza y no tiene ningún incentivo para distribuirla mejor.

“Pero desde la noche de la elección miro lo que está haciendo Andrés Manuel López Obrador y me perturba. Me alarma. Veo a un hombre cada vez más peligroso, cada vez más confrontacional, cada vez más antiinstitucional. Veo a alguien que confirma, paso a paso, todo lo malo que se decía de él. Alguien que habla del “crimen” monumental cometido contra el pueblo de México, pero que no lo puede probar. Alguien que un día siembra calumnias sugiriendo fraudes cibernéticos y al otro día aclara que más bien fueron “a la antigüita” sin disculparse con los calumniados. Alguien cuyas posturas poco claras -y con frecuencia contradictorias- me inspiran desconfianza. Porque no puedo evitarlo: fui entrenada en el doctorado para examinar evidencias, ponderar datos, analizar argumentos. Y los que presenta AMLO para sustentar su caso no son convincentes. He leído todos los argumentos perredistas sobre el famoso algoritmo y dudo de su existencia; he discutido las irregularidades detectadas y no me parecen determinantes; he escuchado todas las denuncias sobre la “elección de Estado” y no se puede clasificar así.

“Con lo que sabemos hasta el momento, no me parece inconcebible pensar que López Obrador perdió la elección. Por la multiplicidad de motivos que ya conocemos: el voto de miedo, la campaña mediática de Vicente Fox, la compra de publicidad por terceros, el apoyo de gobernadores priistas a Felipe Calderón y los errores que el propio AMLO -aunque se niegue a aceptarlo- cometió. Pero para despejar dudas y rescatar la confianza perdida, he apoyado la propuesta de contar de nuevo, ya sea parcial o totalmente, los votos. Si el recuento revela que López Obrador en realidad ganó, México tendrá que aceptarlo. Y si ocurre lo contrario, también (aunque López Obrador diga que ni así aceptará que gobierne Felipe Calderón). Esa debería ser la apuesta de todos, pero sobre todo de una izquierda responsable que quiere gobernar al país, que aunque sus líderes pertenecieron al PRI, no se siga partiendo en dos.

“Lo más preocupante es que AMLO no parece estar pensando así. Declaración tras declaración, López Obrador se está radicalizando. Y todo lo que dice sugiere que -en realidad- no está buscando el recuento de los votos, sino la anulación. Ya no busca ganar sino seguir peleando. Ya no quiere que se respeten los resultados “reales” de esta elección sino reventarla. Ya no tiene la mira puesta en las próximas semanas sino en los próximos años. Quiere consolidar su base y ser una fuerza política de largo plazo. Quiere exaltar los ánimos de 10 millones de votantes enojados aunque pierda a los moderados que votaron por él. Su papel ya no es seguir las reglas del juego sino romperlas. Su papel ya no es atemperar para gobernar sino azuzar para polarizar y destruir. Para ser el presidente moral del sur de México. Para seguir confrontando al resto del país desde allí.

“Y ése va a ser un viaje peligroso porque recorre la ruta de la división. Su brújula es la polarización. Su mapa es la radicalización. Su destino es destruir primero para reconstruir después. Planea incendiar institución tras institución y eso es lo que le está ocurriendo actualmente al IFE. Al actuar como lo está haciendo AMLO, coloca a personas como yo que votamos por su causa en una posición difícil. Pide que dejemos de confiar en todo para tan sólo confiar en él. Pide que formemos parte de lo que José Woldenberg ha llamado una “comunidad de fe”, y dejemos a un lado la razón para pertenecer a ella. Pide que depositemos toda nuestra confianza en un solo hombre, cuando las democracias reales se construyen precisamente para evitar que eso ocurra. Pide que creamos en la palabra de operadores políticos como Manuel Camacho, Arturo Núñez, Jesús Ortega, Leonel Cota, Fernández Noroña, Martí Batres y Bejarano, cuya trayectoria suscita inmensas dudas. Pide que destacemos a la única institución política creíble que hemos logrado erigir, y que nos sumemos a la cruzada para desacreditarla.

“Y nos deja con las siguientes preguntas: Si tiramos al IFE por la ventana, ¿con qué otro instrumento va a contar el país para transferir pacíficamente el poder? Si las elecciones no son confiables nunca, ¿qué otro proceso funcionará para representar a los ciudadanos? Si el voto no es confiable, ¿no nos queda otro remedio más que renunciar a él? Si quienes están al frente de una institución cometen errores, ¿entonces hay que descalificarla de tajo? ¿La elección será vista como legítima por el PRD sólo si AMLO es declarado el ganador? Si no es posible creer en nada, ¿no hay otra opción más que creer en López Obrador? Planteo estas preguntas con dolor. De manera apesadumbrada. Veo la certeza que anima las posiciones de apoyo a AMLO que han asumido personas a quienes respeto como Julio Scherer, quienes admiro como Carlos Monsiváis, quienes quiero como Elena Poniatowska, quienes adoro como Eugenia León. He estado a su lado en otras batallas -como la librada contra el desafuero- y me entristece no poder estar allí, mano a mano, en ésta.

“Y me angustia aún más ver que el otro lado tampoco tiene buenas respuestas. Las élites atrincheradas se comportan como siempre lo han hecho: saboteando, obstaculizando, posponiendo soluciones difíciles a problemas ancestrales. Pagando spots para promover sus posiciones aunque constituyan una violación a la legislación electoral. Preservando sus privilegios, blindando sus cotos, sacando legislación a modo -como la Ley de Radio y Televisión- y evidenciando todo lo que quieren proteger con ella. Los complacidos y los complacientes. Esos que escuchan los gritos del México que apoya a López Obrador y se tapan los oídos. Esos que miran la radiografía del país partido que esta elección arroja, y creen que bastará ampliar el Programa Oportunidades para reconciliarlo. Esos que produjeron a AMLO y hoy no saben cómo lidiar con él.

“Ante este escenario es difícil no padecer una sensación de orfandad. De desconsuelo. Ese sentimiento que describe tan bien Kazuo Ishiguro en su novela Cuando éramos huérfanos. Esa soledad que produce estar parada en tierra de nadie, entre fuego cruzado, sin complacer a un bando y sin apoyar al otro. Intentando izar la bandera blanca entre las bazukas. Intentando suplantar la incondicionalidad partidista por la reflexión ciudadana. Preocupada por la construcción de un centro vital donde sea posible construir, conversar, reconciliar, institucionalizar. Pelear menos por el poder, y más por formas de compartirlo mejor. Pelear menos por quién ganó la elección, y más por el país herido que ambos bandos están dejando tras de sí”.


sanchezdearmas@gmail.com


Caminito de la escuela

Miguel Ángel Sánchez de Armas

Como muchos de mi generación, crecí en familia pobre, numerosa y provinciana. Pero mi relación con la escuela era alegre en comparación con lo que hoy aprecio entre los hijos de mis amigos.

Muy temprano saltábamos de cama mis hermanos y yo para llegar primero al baño. Luego tomábamos por asalto la mesa para ensalivar una de las tres conchas que religiosamente se colocaban entre bolillos y trenzas. Luego la escaramuza por las mochilas, el beso apresurado y la carrera a la escuela en medio de la calle polvosa. Mi madre se quedaba en el portón con el aspecto de alguien que ha sobrevivido a un terremoto de 9 grados.

A la salida de clases las mochilas se abandonaban en la banqueta mientras se organizaban excursiones para cazar lagartijas, se dirimían dos o tres diferencias a puñetazos o en tropel acudíamos a casa del carnicero para presenciar, con un hueco en el estómago, el sacrificio de un puerco o de un chivo. A media tarde comenzaban los gritos anunciando la comida y la llegada de los papás, y entonces ¡pélale!, a casa, todos chorreados, con los pelos de punta y los pantalones rotos; cansados y felices.

Esta vida silvestre no nos impidió ser buenos alumnos. Teníamos reverencia por la escuela y la mayoría continuó estudiando. Muchas mujeres y hombres de bien y bastantes profesionistas germinaron en aquel plantel. Nuestros profesores terminaban el curso con úlcera, pero era motivo de orgullo para ellos cuando ganábamos los primeros lugares en los concursos de la zona escolar. Éramos criaturas insoportables y llenas de energía Niños normales, pues.

Parece que esa ya no se da, ni siquiera en la apacible Xalapa. Hace poco me enteré de la siguiente historia de horror verdadera:

“Un dìa me informó mi hija que le habían recogido los cuadernos de caligrafía y de español. En su escuela me pidieron que me presentara a la mañana siguiente a las 8 de la mañana, pero no pude llegar antes de las 11.

“A las 8 que llegó ella no la dejaron entrar porque yo no iba. Resulta que los niños escribieron su opinión sobre el 12 de octubre y la celebración que hicieron en la escuela. Mi hija escribió una crítica donde habla de la ceguera de las maestras y de la directora al celebrar como una fiesta un genocidio. Escribió sobre la falta de creatividad en una teatralización que año con año presentan y les dijo que la escuela es patética. Palabras más palabras menos.

“Al leer los textos que escribió no aguanté la risa, no sé si de nervios o por lo absurdo de la situación. Le comenté a la directora que efectivamente el 12 de octubre es un genocidio. La directora dijo que ella estaba forzada a celebrarlo y que si mi hija lo consideraba tan patético era mejor sacarla de la escuela. El mundo se me vino encima. Finalmente convencí a la directora que la niña no haría críticas destructivas, ni de ningún otro tipo. Prometí “aplanar” el carácter de mi hija (por lo menos en apariencia) para que no violentara el desempeño de la escuela.

“La maestra aceptó de mala gana y después de narrarle algunos pasajes históricos que demuestran que efectivamente mi hija tenía razón sobre el genocidio, acepté que no es la forma de presentar una crítica por parte de mi hija. Total que la suspendieron 3 días hábiles. Mi hija estaba feliz porque no fue a su aburrida escuela y se dedicó a actualizar sus páginas web.

“Debió escribir una carta de disculpa que me recordó el famoso: ‘…y sin embargo… se mueve’. Entregó la carta con serenidad y volvió después de su expulsión como si nada. Llegué a la conclusión de que esta niña está muy acelerada para su edad y que cualquier escuela ordinaria le será un tormento.

“La reunión con la directora pareció un reporte del record criminal de mi hija. Me recordó lo que dice Foucault: la escuela, entre más parecida a la cárcel, se considera más efectiva”.

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