El Schindler mexicano

Miguel Ángel Sánchez de Armas



El mes pasado se cumplieron 116 años del natalicio y 13 de la muerte de un mexicano en cuya memoria una de las avenidas principales del barrio vienés de Donaustadt fue bautizada como “Paseo Gilberto Bosques”, en homenaje a la empresa humanitaria que salvó la vida a casi 40 mil seres humanos que huían del terror fascista, entre ellos muchos judíos. En la lista de quienes así escaparon al holocausto hay nombres como María Zambrano, Carl Aylwin, Manuel Altolaguirre, Wolfgang Paalen, Max Aub, Marietta Blau, Egon Erwin Kisch, Ernst Roemer y Walter Gruen.


Gilberto Bosques no tiene un monumento en México, pero su ejemplo habla de lo mejor de nuestro pueblo y de la gran tradición diplomática mexicana, la que reconoció al Japón en 1888, la que abrió las puertas al exilio español en 1939, la que salvó la vida a decenas de chilenos en 1973 cuando el golpe de Pinochet, la que nos dio a Genaro Estrada. Este Señor, a quien pocos recuerdan hoy, cumplió su deber con digna serenidad. A la manera de Thoreau, se negó al camino fácil de cerrar los ojos a “lo inevitable” y eligió asumir la responsabilidad de una decisión que en más de una oportunidad lo enfrentó con el mismo gobierno de su país.


En 1988 la Secretaría de Relaciones Exteriores publicó su testimonio. Aquí fragmentos:

“Al ocurrir la invasión alemana a Francia […] tuvimos que recurrir a medidas extremas para la defensa de los mexicanos. Por ejemplo en el caso de un señor Béistegui, hijo del que fuera ministro de México en París y Berlín, durante los últimos años del porfiriato, […] aprehendido y llevado a prisión sin explicación alguna. En su auxilio, resolví clausurar las visas para los franceses, medida que el gobierno francés estimó como muy grave, porque esos casos se deciden de gobierno a gobierno, o al menos por instrucciones del gobierno a la misión diplomática. Pero como la jurisdicción del cónsul se cifra especialmente en el auxilio de los mexicanos, resultaba un caso que correspondía al consulado […]. Ese señor fue tratado con mucha crueldad. La mujer estaba enferma de tuberculosis y murió. A Béistegui le permitieron asistir, con guardia, al entierro. Luego de poner en un sepulcro a su señora, lo regresaron de inmediato a la prisión.


“Las medidas tomadas para auxiliar a los refugiados españoles pronto resultaron insuficientes ante la enorme afluencia de exiliados […]. Se instalaron dos campos de refugio en dos barrios de Marsella, Mennet y Sulevin, en donde tuvieron abrigo y protección aquellos hombres que corrían grandes peligros. En el castillo de la Reynarde había de 800 a 850 personas, que tenían todo lo necesario […]. En el castillo de Montgrand había unos 500 niños y mujeres […]. Se tuvo que instalar una oficina jurídica para defender a aquellas personas que, por conducto diplomático, el gobierno español pedía la extradición. Para esto contábamos con un abogado francés, que había sido ministro, quien nos prestó grandes servicios […]. Luego hubo que establecer una oficina de trabajo, de colocaciones, porque estaban llevando a los españoles a las compañías de trabajo forzado […]. Así pudimos proporcionarles ocupación, evitando que fueran llevados a las compañías de trabajo forzado en Francia y Alemania.



“A la salida de los prisioneros, el embarque se volvía una empresa muy laboriosa. Hacíamos embarques en Marsella o en Casablanca, en África, para lo cual era necesario trasladarlos hasta allá. Todo eso representaba una acción compleja. También se prestaba auxilio médico en los campos y se mandaban medicinas, a veces acompañadas de ayuda monetaria. Se costeó el rescate de los niños, algunos de los cuales, huérfanos la mayoría, fueron recogidos en los alrededores de los campos, de donde escapaban en condiciones lamentables. En el invierno se recogieron niños que tenían los pies congelados.


“El espionaje era una preocupación importante para el consulado. Había que estar muy alertas, porque cuando se trató de auxiliar a los miembros de las brigadas internacionales se presentaron espías alemanes. Eran éstos originarios de la frontera de Alsacia y la Lorena y hablaban un buen francés. Se presentaban con su documentación irreprochable. Y pedían el auxilio de México para su supuesta salida de Francia; su propósito era incorporarse al grupo de refugiados para espiarlos. Pudimos defendernos. Regularmente los espías alemanes llegaban en pareja, se vigilaban uno al otro, se cuidaban […]. Hubo un espía alemán a quien me negué a documentar, pero que quién sabe por qué artes llegó a México. Lo encontré con derecho de picaporte al despacho del licenciado Ezequiel Padilla. Para otro tipo de gestiones […] tuvimos el concurso, dentro del gobierno de Vichy, de ciertos patriotas franceses que nos ayudaban, sobre todo en cuestión de información, y [para] avisarnos de la vigilancia de la Gestapo y de la policía de Vichy […].


“Se trataba de resolver el estatus jurídico que iban a tener los españoles refugiados en Francia, en tránsito a México. El ministro en París, Luis I. Rodríguez, dirigió al gobierno de Vichy una nota para llegar a un acuerdo formal sobre el particular. Esa nota se hizo de acuerdo con las instrucciones directas del señor presidente Lázaro Cárdenas. Contemplaba la estancia y el embarque de los españoles hacia México.


“Esta nota determinó un acuerdo, por el cual el gobierno francés admitió la acción para documentar a estos señores su salida hacia México. Ese acuerdo abrió la posibilidad de salida de un buen número de refugiados y que se les pudiera atender y auxiliar dentro del territorio francés. Más tarde se consiguió que el acuerdo tuviera también vigencia para los miembros de las brigadas internacionales, que habían combatido por la República en territorio español.


“La decisión de ofrecer a los españoles el estatuto de inmigrantes más que de refugiados, se tomó en la Secretaría de Gobernación en México. Se les dio además la facilidad de que, por la simple declaración de los interesados, se les concedería la nacionalidad mexicana. Esa adopción de la nacionalidad era posible por la manifestación de su voluntad, sin más trámite, como lo había señalado el presidente Cárdenas.


“México amplió su asistencia protectora a todos los refugiados antinazis y antifascistas refugiados en Francia. De modo que documentamos y les dimos facilidades de salida. Hubo que ayudarlos a escapar de Francia e ir a organizar el pie veterano de las guerras de liberación en Austria, en Italia, en Yugoslavia. Los documentábamos para que sirviera la visa como protección ante la policía francesa. Decían ‘yo voy a México’ y ya no se les molestaba, considerando que dejaban de ser un problema policiaco. Además, así se les facilitaba la salida, la acción de liberación de sus respectivos países. Se mandó, por ejemplo, gente muy importante a Italia, como Luigi Longo, del Partido Comunista, y otros más.


“Una tarde, documentamos con el ministro Rodríguez a unos cincuenta italianos que salieron para la guerra de liberación de su patria. Documentamos a los que llegaron a ser después figuras prominentes en la guerra de Yugoslavia, menos a Tito, que no pasó por Francia.


“De la zona ocupada fueron deportados 5,000 judíos a Alemania; y en la zona no ocupada, bajo el gobierno de Vichy, se hizo una razia de 4,000 judíos que fueron entregados a las autoridades alemanas. Pero en París con motivo de otros atentados, se capturó a todos los judíos que tenían la obligación de llevar visible, en el brazo o el pecho, una cruz amarilla, que les identificaba su nacionalidad. A esa población judía la dividieron en campos de concentración para varones, para mujeres y para niños.


“Entonces creí conveniente proponer al gobierno, por conducto de Relaciones Exteriores, la ruptura de nuestras relaciones con Francia, esgrimiendo un principio de resonancia universal, un principio que estaba en una de las causas profundas de la misma guerra, porque traía como una bandera la persecución judía, el exterminio de la raza judía. La Secretaría de Relaciones, por lo que recuerdo, contestó diciendo que consideraría y examinaría esa propuesta, pero que por el momento creían que no era oportuno. Lo que yo creí que era imperativo para la Secretaría de Relaciones resultó que no lo era.


“En ese marco punzante del drama humano, la asistencia y la ayuda para los perseguidos israelitas tomó la dimensión de un deber de carácter humano. No había tomado México una actitud franca, abierta, categórica en el asunto. Pero el drama estaba ahí y había que ayudar a esa gente. Nuestra ayuda consistió en la ocultación de ciertas personas, en documentar a otras, darles facilidades, mejor dicho llevarlas hacia la posibilidad de una salida de Francia, salida que era muy difícil. Con la documentación mexicana salieron muchos. Algunos de ellos contaban con la admisión previa de parte del gobierno, a otros se les documentó para que simplemente se les protegiera y se les ayudó, al procurarles la vía de salida de Francia y salvarse.


“Al decidirse el rompimiento de relaciones entre México y el gobierno de Vichy, estaba yo encargado de la legación […].Recibí instrucciones de la Secretaría en el sentido de que presentara una nota de ruptura de acuerdo con lo manifestado al encargado de negocios de Francia en México. Yo no sabía lo que le había dicho la Secretaría. En el discurso del presidente Ávila Camacho, captado por radio por mis colaboradores, fundé la nota de ruptura que presenté al gobierno francés. No estaba Laval y no se encontraba tampoco el viceministro de Relaciones, Rochat. Estaba un señor Lagarde, que había estado en México. Le entregué la nota de ruptura, acompañada de una ampliación verbal del texto de la nota, como es de rigor. Lagarde lloró, porque tenía un gran cariño por México.


“Después de la ruptura nos preparamos para afrontar aquellas condiciones. Se tuvo que quemar el archivo de la legación. En esta situación, fue asaltada la legación por los alemanes. El hecho revistió aspectos bastante serios, violentos. Un oficial del ejército alemán, encargado de representar a su gobierno, vino con un grupo de la Gestapo […]. Me dijeron que abriera la caja fuerte para ver lo que había. Les dije: ‘Hay dinero, nada más’. El oficial respondió: ‘No, eso se respeta. Nosotros no venimos por dinero, sólo queremos ver el contenido’. Abrí la caja y vieron que sólo había dinero. Pero vino la ofensiva de la Gestapo […] para obligar al oficial a decomisar los fondos de la misión […]. Entonces este señor me dijo: ‘Yo soy miembro del ejército. Me ordenaron esta clase de actos en comisión especial. He aceptado por disciplina. El ejército alemán se deshonra con un acto de esta naturaleza […]. Entiendo que ese oficial fue fusilado”.


Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

27/08/08

sanchezdearmas@gmail.com




Memoria de la expropiación – I


En recuerdo de don Erasmo Capilla.



Miguel Ángel Sánchez de Armas




Si políticos, empresarios, académicos y los sospechosos comunes del columnismo político están enfrascados en un debate sobre el futuro de los energéticos en donde los grandes ausentes son el pueblo y la inteligencia, y los grandes acompañantes el lugar común, la ramplonería, la necedad, el oportunismo y la soberbia, ¿por qué no habría de echar al ruedo un cuarto de espadas yo también? Así que con la venia de mis lectores, comienzo una serie para recordar el tiempo en que comenzó lo que hoy tanta pasión despierta entre tan pocos… pese a que el petróleo es “de todos los mexicanos”.


Cuando Lázaro Cárdenas expropió la industria petrolera extranjera el 18 de marzo de 1938, la reacción de las compañías fue como la de un tigre acorralado, que ruge y da zarpazos. Los barones se empeñaron en generar una crisis que obligara al gobierno de Estados Unidos a invadir México, o por lo menos “proteger militarmente” las zonas productoras de petróleo, que desde el punto de vista de las empresas Washington debía considerar como extensiones de sus reservas estratégicas de combustible en aquellos momentos en que nubarrones de conflicto recorrían el mundo.


La guerra de propaganda de las petroleras contra el gobierno mexicano (con el apoyo moral, material y político de importantes sectores de allá y de acá), se libró en el territorio de los dos países. Desde un despacho instalado en el Rockefeller Center de Nueva York, los mejores propagandistas de la época trabajaron incansablemente para convencer al pueblo mexicano de que la expropiación era la causa del alza del costo de la vida, de la baja en las exportaciones y de la depresión general en que se había visto sumida la actividad económica del país en 1938, y augurar el fracaso inminente de Petróleos Mexicanos. La estrategia fue dar una “orientación adecuada” a las noticias sobre el conflicto petrolero. Tal “orientación” se tradujo, en memoria de Jesús Silva Herzog (abuelo), en una empresa de inquina inaudita. “México era presentado a los lectores de numerosos rotativos, de revistas semanarias, de publicaciones mensuales, con los colores más sombríos. Éramos un país de ladrones, nos habíamos robado el petróleo y estábamos incapacitados para pagar los bienes de que nos habíamos apropiado, y no sólo no podíamos pagar, sino que además no queríamos pagar”.


En general, la posición de las empresas petroleras encontró una acogida favorable en los centros de negocios que desde 1934 habían visto con gran recelo el nuevo “radicalismo mexicano” y por parte de la jerarquía católica, aún resentida por la lucha cristera y que se sumó al coro de quienes pedían a Roosevelt mano de hierro en el trato con México. En los periódicos de los Estados Unidos se hablaba de que pronto estallaría, o había estallado ya en México, una revolución que daría al traste con el gobierno del general Lázaro Cárdenas.


Pero el gobierno mexicano pudo mantener una opinión pública interna favorable a su causa. El Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad (DAPP) llevó a cabo campañas mediante publicaciones, presión sobre la prensa (que no estaba toda a favor de la nacionalización), y el uso intensivo de la radio, el cine y el teatro.


La respuesta popular al decreto expropiatorio fue de proporciones nunca antes vistas. El Embajador de los Estados Unidos recordó en sus memorias, diez años después, cómo con la expropiación una ola de entusiasmo delirante recorrió el país, y que el pueblo creyó llegado el día de la liberación. “¿Cuál era el valor monetario de entregar objetos personales para enfrentar una deuda de millones de pesos? Lastimeramente pequeño, no más de 100,000 pesos, insignificantes para reponer millones, pero la respuesta de las mujeres que entregaban sus pertenencias más preciadas era el resultado de un fervor patriótico como nunca antes había [yo] visto o soñado. Y si bien de escaso valor para la meta propuesta, fue esencial para amalgamar el espíritu de México, en donde privaba la sensación de que la medida de Cárdenas era el símbolo de la unidad nacional”.


Al jurar como Presidente de México el 1 de diciembre de 1934, Lázaro Cárdenas dijo: “Estoy convencido por mi experiencia como gobernador de Michoacán, que no basta la buena intención del mandatario. Es indispensable el factor colectivo que representan los trabajadores. Al pueblo de México ya no lo sugestionan las frases huecas. Libertad de conciencia y libertad económica”.


Inauguró una política de comunicación cuidadosamente diseñada para generar una amplia base de apoyo popular a su gobierno. En la ceremonia, 21 radiodifusoras se encadenaron para transmitir el evento, en un hecho hasta entonces desconocido. Casi la totalidad de los 600 mil aparatos de radio de la República captaron el mensaje presidencial y éste llegó a no menos de 4 millones de ciudadanos. Según un documento de la época, para informar a igual número de personas, los cuatro principales diarios, El Nacional, El Universal, Excélsior y La Prensa, hubiesen requerido de 22 días publicando consecutivamente el mensaje presidencial para alcanzar la cifra de personas que lo conocieron por conducto de la radio.


El aparato de comunicación del cardenismo también experimentó con el uso de la televisión, aunque el proyecto no maduró. El Partido Nacional Revolucionario (PNR) había comprado en Chicago un equipo de televisión electromecánica con el cual se realizaron pruebas de transmisión que alcanzaron a verse a 70 kilómetros de la capital, en la ciudad de Cuernavaca. Se dispuso la reorganización del aparato propagandístico del partido, para “ampliar los servicios sociales que, como organización de opinión clasista, presenta el Instituto Político de la Revolución a las masas trabajadoras”. Se puso en marcha un programa para enlazar al territorio nacional con una moderna red de medios de comunicación que incluían estaciones de radio, el diario El Nacional Revolucionario, el DAPP y la naciente estación de televisión. Es evidente que la organización y aplicación de una política de comunicación que tuvo como eje central el nuevo medio de la época, la radio, fue un elemento fundamental para el éxito y trascendencia del cardenismo y su política de masas.


Otro escenario de la guerra de propaganda antimexicana fue el Senado de los Estados Unidos, en donde se pidió que México saldara su deuda petrolera entregando una porción de su territorio para dar salida al mar al estado de Arizona. Esta increíble muestra de soberbia y desprecio, sin embargo, sólo recogía apetitos anteriores. En 1914 el Departamento de Estado llegó a considerar planes para establecer una “república independiente” desde la “Faja de Oro” al norte de Veracruz, cortando por San Luis Potosí hacia Nuevo León, Chihuahua, Sonora y, of course!, la península de Baja California. Tal “nación” funcionaría como la “República de Texas”: un periodo apropiado de “independencia” y luego una estrella en “Old Glory”. Está documentado que por esa misma época un emisario del establishment político de Washington propuso a Francisco Villa toda la ayuda norteamericana necesaria si se animase a “declarar la independencia del norte de México”, y la garantía de un pronto reconocimiento diplomático. ¿A cambio de qué? … De you know what!


En 1938 el gobierno de México no se cruzó de brazos y organizó su propia contracampaña internacional, si bien con una enorme disparidad. Enviados especiales, entre ellos Moisés Sáenz y Alejandro Carrillo, fueron despachados a explicar el punto de vista mexicano sobre los motivos que habían llevado a la expropiación. Se imprimieron y repartieron ediciones de folletos en inglés y francés y hubo enlaces radiales desde México a la Unión Americana. Los resultados de esta campaña fueron favorables entre intelectuales liberales, sindicatos y organizaciones pacifistas que veían con simpatía al régimen de Cárdenas. Por ejemplo, el misionero protestante Samuel Guy Inman, secretario ejecutivo del Comité para la Cooperación con América Latina, propuso que debía ser el gobierno de su país el que indemnizara a las compañías por una cantidad de 200 millones de dólares.



Molcajeteando…


El estudio de la historia debiera ser obligatorio para todo aspirante a la vida pública. Uno se pregunta cuántos de los altos, medianos y bajos funcionarios de los tres niveles de la administración, y cuántos de los padres de la Patria federales y estatales aprobarían un examen elemental de esta materia. México padece la maldición de Santayana: “Quien no conoce la historia, está condenado a repetir sus errores”.


Pero en otras partes del mundo hay ejemplos en sentido contario. Cuando Gamal Abdel Nasser tomó la decisión de nacionalizar el Canal de Suez, su gobierno revisó exhaustivamente la expropiación petrolera mexicana para armar su propio decreto tomando en cuenta este antecedente del derecho internacional. Esta es una historia fascinante que relataré en otra entrega. Me pregunto si los chavistas no harán algo semejante en relación a Cemex.




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias

de la Comunicación de la UPAEP Puebla.


20/08/08



sanchezdearmas@gmail.com

La crítica cinematográfica

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Uno de los géneros periodísticos quizá menos conocidos pero de gran importancia en la actual sociedad audiovisual es la “crónica cinematográfica”. Tan especializada como la entrevista y el reportaje de fondo, tiene sin embargo aún pocos exponentes. Por ello hoy me honra compartir con usted el texto de mi colega, el profesor de la UPAEP Alfredo Naime Padua, un experto en el tema:

“La crónica cinematográfica, que se cumple por la vía de cualesquiera de las modalidades del periodismo, es a fin de cuentas un resultado más de la apreciación del cine; pero de aquella a la que no le basta el mero disfrute, sino que se ha impuesto como tarea la valoración, explicación y conclusiones de la obra fílmica confrontada. Pero antes de profundizar, permítanme regresar a lo más básico…


“Dícese frívolamente de la crónica que es ‘un artículo de prensa sobre temas de actualidad’. ¿Es el cine un ‘tema de actualidad’ como para que se justifique la crónica cinematográfica? Lo es. El cine parece tener a diario suficientes argumentos como para que seriamente se la preste atención. Y es por supuesto el cronista cinematográfico el que --por lo menos en teoría-- lo hace de manera especializada.


“Sin embargo este personaje, el cronista cinematográfico, no se contenta con la mera relación de hechos, ordenados en el tiempo, que perfilan a esta o aquella película en su primera y más superficial lectura. Incorpora en su tarea, además, el rasgo de la CRÍTICA en su acepción ‘cultural’ (digamos) más clásica: arte de juzgar las obras artísticas. Y es por este rasgo, por este afán crítico, que el cronista cinematográfico consigue matizar su carácter de relator con la siempre delicada responsabilidad del análisis valoral y el juicio estético.


“Es quizá a partir de los 50s y los jóvenes escritores franceses de los Cahiers du Cinema que el cronista cinematográfico es entendido como un crítico de arte que debe ir más allá de circunstancias anecdóticas para centrar su atención en los qués y porqués capaces de cualificar o demeritar los valores de la obra fílmica, para aplicarle a partir de ahí un juicio concluyente de su estatura artística.


“La crónica de cine incluso utiliza, desde hace ya años, palabras como discurso, estructura, ruptura, atmósfera, etc.: términos que sin duda se adaptan al acercamiento que es posible conceder al cine en nuestros tiempos.


“Pero en fin: es un hecho que en el presente la crónica/crítica cinematográfica es una especialidad del periodismo, no siempre --lastimosamente-- ejercida por especialistas, lo que con demasiada frecuencia deja a miles de lectores o escuchas expuestos al azar de un chiripazo, de un desconcierto lastimoso, y hasta del humor involuntario fruto de la falta de preparación frente al propio medio.


“Así, para manejar la valoración fílmica es por supuesto imprescindible ser un observador cuidadoso y saber escribir, pero también y centralmente entender de cine, de su teoría y lenguaje, de sus dinamismos e historia, de sus recursos y sintaxis. El cronista cinematográfico, no tengo duda, debe tener además de una formación sólida, una específica frente al medio: algún bagaje de instrucción frente a la narrativa que nace del articulado lenguaje de las imágenes en movimiento.


“Resulta difícil establecer de manera absoluta, cual si se tratasen de infalibles ingredientes y pasos de una receta de cocina, cuáles son las características de la crónica/crítica cinematográfica. Quizá en gran medida porque este ejercicio periodístico especializado es más una expresión de la propia personalidad que el reflejo de una especial sabiduría o de un notable ingenio. Así pues, cada pluma borda sobre el cine con elementos, método y recursos distintos, significándose cada autor por un estilo individual que no se somete a características limitantes.


“Aún así, me atrevo a algunos rasgos de la crítica fílmica que yo entiendo…
“Me parece que la buena y verdadera crítica no es aquella que vuelca conceptos de ‘bueno’ o ‘malo’ como juez de la obra de arte que valora, sino la que establece con claridad y fundamento por qué bueno o por qué malo, a fin de que quien lee o escucha el juicio, aunque no lo comparta, lo respete como fruto de un esfuerzo analítico.


“La crítica cinematográfica no ha de develar el argumento de la película como recurso para ‘resolverla’, porque no es así como se resuelve una obra que el público ya vio o está por ver. Lo que debe hacer es plantear, ubicar y someter a análisis a la cinta, para despejar los entretelones o lecturas de fondo que, complementándose, entrañan cualquier verdadero valor que en ella late. El cronista puede por supuesto recurrir a una sinopsis argumental --de contexto-- que ni defina ni concluya a lo narrado.


“El ejercicio crítico no se hace para regañar. Cobra sentido en la medida en que se entienda que su proceso de reflexión busca puntualizar todo aquello que subyace en la película y no aparece de forma evidente en su superficie. El peor crítico, como el peor cine, es aquel que se toma atribuciones que no le corresponden; regañar es una de ellas y de las más detestables.


“Puesto que en lo general el cine carece, por su carácter ampliamente popular, de las pretensiones dificultosas del gran arte, la crítica cinematográfica debe mantener un tono acorde de sencillez, no culterano, con muy poco o nada de rígida y almidonada intelectualidad; y, eso sí, pleno de chispa y frescura. Vale más el desenfado y la claridad de la agudeza, que la farragosa formalidad de lo complicado que puede tornarse incomprensible.


“Aunque ya está claro que la crónica cinematográfica no debe adolecer de juicios de valor, quien escribe debe asumir con buena conciencia que esos juicios, por muy definitivos que le parezcan, se entregan al lector o audiencia cuando mucho como ‘sugerencias’ --sin duda bien intencionadas-- para que cada cinéfilo construya su propia película y en ese proceso ratifique o rectifique su percepción de la misma; o incluso, desde su propia situación ratifique o rectifique --por acertados que parezcan-- los enunciados del cronista.


“Permítaseme ahora una idea que muchos comparten, aún y cuando sea difícil de comprobar; no enfrenta igual la película el cronista de cine que el cinéfilo común sin tal responsabilidad. Y por supuesto no pienso en las lógicas diferencias profesionales como vocación, formación específica, aptitud, etc. Me refiero a aquellas que se generan en la sala de proyección desde idénticas butacas de cinéfilo. Algunas de las principales que encuentro:


“El espectador llega a la película a divertirse después de trabajar; el crítico llega a trabajar (tal vez después de divertirse).


“El cinéfilo privilegia en la película ‘lo que pasa’; el cronista privilegia además (o debiera, en teoría) cómo pasa lo que pasa.



“El cinéfilo, mientras ve, se ocupa tan sólo de la obra que tiene enfrente; el crítico en cambio la valora también en función de referencias teóricas, genéricas y filmográficas previas, construyéndole así un marco de juicio mucho más amplio. Y aunque la función del cronista es vigilar el presente y no anticipar el futuro, también puede atreverse a él --al futuro-- a partir de lo que vislumbra hoy: de la presunta obra de un cineasta por ejemplo, o tal vez de las alturas a las que puede llegar un actor.


“Finalmente, un poco en broma y un poco en serio, tampoco puede objetarse esta otra diferencia entre el cinéfilo común y el cronista: uno paga por ver; el otro cobra por ver (no mucho, por cierto), sin que siquiera sea condición que quienes le leen o escuchan concuerden con sus opiniones.”



Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

13/08/08


sanchezdearmas@gmail.com

Enola Gay y Little Boy

Miguel Ángel Sánchez de Armas



El miércoles fue el 63 aniversario del infame episodio en el que unos generales, unos políticos y el hombrecillo Truman, decidieron probar sobre el terreno la eficacia de un juguete de guerra y dejaron caer en Hiroshima una bomba atómica, seguida por otra días más tarde en Nagasaki. El pretexto fue acelerar la “rendición” de un Japón ya devastado, pero en realidad se trataba de, primero, comprobar empíricamente la eficacia del arma, y segundo, informar a los soviéticos, hasta unos meses antes “aliados” en la lucha contra el fascismo, quiénes eran los verdaderos amos del mundo a partir de ese momento. Nada de medias tintas. No señor. Podemos imaginar a don Harry, a sus militares y a sus funcionarios, empachados de testosterona, unidos en coro con las estrofas del Himno de Batalla de la República en el despacho oval: “He hath loosed the fateful lightning of His terrible swift sword: His truth is marching on!”


A Harry lo perdimos hace 36 años. Se cree que precisamente por su insignificancia política y personal, Roosevelt eligió al ex vendedor de accesorios para caballero como compañero de fórmula en su cuarta reelección, pues el Augusto Minusválido (Gore Vidal dixit) pensaba vivir por siempre y organizar tres o cuatro guerras más para otras tantas reelecciones (¡y critican a don Porfirio!). Sólo que cuando inesperadamente, para él, Caronte se le presentó en Warm Springs, había omitido informar a su Vicepresidente del asunto de la bomba. Pero worry not (¡chin, ya estoy escribiendo como la señora ésa de Milenio!), Harry había aprendido en la oscuridad y apenas lo declararon jefe se puso a organizar el Estado militarista que, en jucio de Vidal, “reemplazó a la República organizada por los Padres Fundadores”. La agencia nacional de seguridad, la CIA y otras caritativas organizaciones son producto de aquella Presidencia.


El piloto del avión que llevó la bomba, Paul Tibbets, murió en el 2007, en cama, a los 92 años. Su obituario recordó que en alguna ocasión dijo: “Si Dante hubiera estado con nosotros en el avión, se habría aterrorizado. Hiroshima podía verse tan claramente con la luz del sol pocos minutos antes y ahora era una fea mancha. Había desaparecido por completo bajo esa horrible manta de humo y fuego”. Enternecedor. Se ve que en su edad provecta procuró alfabetizarse. El coronel sólo cumplía órdenes. Por eso le puso a la nave el nombre de su mamacita, “Enola Gay”.


Aquella plutocracia de los veinte y treinta (alemanes, británicos, franceses, soviéticos, norteamericanos, et al) nos dejó un mundo irremediablemente militarizado; un siniestro síndrome de la bicicleta armada que se ha traducido en iraques, bosnias, chechenias y un permanente estado de guerra de “baja intensidad”. ¿Qué puede hacer el hombre común y corriente? Parece que sólo conservar la memoria. El año pasado escribí:


No es un título de película de caricaturas de la Warner Brothers el encabezado de la entrega de JdO con que reanudo la serie luego de unas vacaciones que me dejaron en calidad de pinole, sino los membretes de dos artefactos que han quedado inscritos en la historia universal de la infamia: el avión “Superfortaleza B29” que el 6 de agosto de 1945 sobrevoló la ciudad japonesa de Hiroshima, y el artefacto que soltó para freír a cientos de miles de seres humanos y comprobar empíricamente la capacidad destructiva de una nueva tecnología militar: la bomba atómica.


Tres días después, el 9 de agosto, otro aparato, bautizado Bockscar, dejó caer sobre Nagasaki una segunda bomba, Fat Man. Con ello quedaron muy satisfechos los profesores y políticos que diseñaron, construyeron y dieron la orden de utilizar ese terrible artefacto contra un país que ya se había rendido. Fue la locura de la sangre. Las patadas al cadáver del enemigo. La aniquilación de quienes nos enfrentaron y la construcción de un mensaje patibulario: esto es lo que les espera a nuestros enemigos.


Han transcurrido 62 años de aquel día. Enola Gay se exhibe reconstruido en un museo de la capital norteamericana –sin que en ninguna parte se pueda leer un “¡Nunca más!” Little Boy (“Muchachito”) y Fat Man (“Gordinflón”), las armas asesinas bautizadas con siniestro gracejo por algún anónimo “defensor de la democracia”, hoy son obsoletas chinampinas comparadas con las capacidades destructivas del moderno arsenal nuclear con el que algún día la clase política mundial y sus corifeos harán pedazos este montón de tierra que gira en torno a una estrella a la que llamamos Sol. Ya lo dijo el autor: la mayor hazaña del Diablo fue hacernos creer que no existe.


Seis décadas después recordamos a las víctimas inocentes de aquellas jornadas. Los diarios de la época publicaron espeluznantes reportajes. The Lima News en su edición del 8 de agosto citó una transmisión de Radio Tokio en la que se describía el impacto de la bomba, “tan terrible que prácticamente todos los seres vivientes murieron rostizados por la ola de calor y la presión del estallido. Los cadáveres carbonizados quedaron irreconocibles”. Niños pequeños, adolescentes, mujeres y hombres, casi todos víctimas de la penuria de un país derrotado y hambriento, y, quizá algunos militares, políticos y “estadistas”, fueron el blanco.


¿Quién es o quiénes fueron los responsables del ataque genocida? En su momento todas las partes tuvieron sus explicaciones y aún hoy los historiadores debaten el tema. La necesidad de dar un golpe final al enemigo; una estrategia para frenar el creciente poderío militar chino y un aviso a los soviéticos; adquirir una postura de mayor fuerza en el mundo de la postguerra... todas necesidades (y necedades) políticas, pues. La muerte de inocentes no fue más que un daño colateral subordinado a un bien superior. La apertura de esa Caja de Pandora un riesgo calculado.


Muchos de los padres de la tecnología que hizo posible la fisión nuclear, encabezados por Einstein, se opusieron a su utilización como arma de guerra. Fueron acusados de comunistas y anti norteamericanos. Los políticos apretaron el gatillo. El presidente Harry S. Truman (quien en su juventud fue miembro del Ku Klux Klan) autorizó el lanzamiento de la bomba. Ignoro los nombres de los demás generales, almirantes y altos funcionarios que tuvieron corresponsabilidad, pero sí conozco los de la tripulación del primer bombardero: Coronel Paul Tibbets, piloto; capitán Robert Lewis, copiloto; mayor Thomas Ferebee, artillero; capitán Theodore Van Kirk, navegante; teniente Jacob Beser, contramedidas electrónicas; capitán William Parsons, encargado de lanzar la bomba; segundo teniente Morris R. Jeppson, ayudante del encargado de lanzar la bomba; sargento Joe Stiborik, radar; sargento George Caron, ametralladora de cola; sargento Robert Shumard, ayudante del ingeniero de vuelo; soldado Richard Nelson, radio; sargento Wayne Duzenberry, ingeniero de vuelo y el doctor Luis Walter Álvarez como observador científico.


¿Habrán logrado conciliar el sueño el resto de sus vidas?


Molcajeteando…


¡Nada como un nicho en la oposición y una dosis de equilibrio de poderes -sazonada con un toque de Alzheimer político- para sacar a luz al pequeño demócrata que nuestra clase política lleva adentro! Hay que ver y escuchar a los Muñoz Ledo, a los Gamboa Patrón, a los Beltrones y demás ex jefes de los tiempos del México de partido “casi único”. Quien no los conoce los creería reencarnaciones aristotélicas. Una de las cumbres de esta generación empeñada en autoreciclarse en las aguas del Jordán de la democracia es, sin duda, aquel a quien se le cayó –y calló- el sistema. En La Jornada del domingo 22 de junio se publica una información impropia para ojos inocentes: “Sólo la movilización detendrá cambios en materia energética, afirma Bartlett”. Y una entrada, perdón por el lugar común, para Ripley: “Manuel Bartlett señaló ayer que sólo la movilización social va a detener el robo a la nación que significaría la aprobación de la reforma energética…”


¡Válgame Dios! ¿Le habrán quemado la lengua a don Manuel palabras como “pueblo”, “movilización” y “democracia”? Bien dice mi querido amigo L. L. que los políticos, como los malos cómicos, viven de la desmemoria popular.



Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

06/08/08


sanchezdearmas@gmail.com