El perro rabioso del barrio

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas


El affaire del tabloide sensacionalista inglés News of the World ha puesto en primer plano el viejo debate de la relación gobierno – medios, los límites que debe guardar y los espacios en que debe moverse.

No hay una sociedad en el mundo que no haya vivido este asunto con mayor o menor tensión -incluso las autoritarias- pero en el caso inglés lo que interesa es que se confirma que en el fondo son tanto los medios como las instituciones quienes se ponen a prueba cuando surge una controversia sobre lo que los primeros reclaman en función de su labor de divulgadores y la rendición de cuentas a que están obligadas la segundas.

En una entrega anterior de JdO escribí que “Walter Lippmann entendió bien los alcances movilizadores de la prensa y su función al interior de la sociedad, pero llegó a una aguda conclusión: la prensa no puede suplir a las instituciones políticas. Lippmann escribía en 1922 y sus ideas no han perdido vigencia: mejorar los sistemas de recolección y presentación de las noticias no es suficiente para perfeccionar la democracia, pues verdad y noticia no son sinónimos. La función de la noticia es resaltar un hecho o un evento. La de la verdad, sacar a luz datos ocultos. La prensa –hoy los medios-, en una de las afortunadas metáforas de Lippmann, es como un faro cuyo haz de luz recorre incesantemente una sociedad e ilumina momentáneamente, aquí y allá, diversos episodios. Y si bien éste es un trabajo socialmente necesario y meritorio, es insuficiente, pues los ciudadanos no pueden involucrarse en el gobierno de sus sociedades conociendo sólo hechos aislados.”

La pregunta es si tal función de “faro” que ilumina facetas del acontecer social incluye grabar ilegalmente conversaciones telefónicas o intervenir sistemas de mensajes breves, como llevaron a cabo reporteros del News of the World en numerosas oportunidades, entre ellas en el caso de una niña de 13 años que fue raptada y posteriormente asesinada. Estremece pensar que al borrar los textos de la menor para garantizar su “exclusiva” los periodistas hayan propiciado su muerte.

En México tenemos nuestra cuota de eventos que tienen que ver con el uso cuestionable de información. ¿El fin justifica los medios? El gobernador Marín de Puebla, el perredista Bejarano, el ingeniero Salinas, el rojo Fidel, los soldados asesinados a golpes, las notas inducidas por el crimen organizado e infinidad de episodios en donde los medios impresos y electrónicos sirven como picos de ganso para publicitar situaciones que a un poder, institucional o criminal, conviene difundir entre la población, mantienen caliente la discusión sobre el papel de los medios en nuestra sociedad de círculos rojos y verdes.

La diferencia que vemos en nuestro país con el caso inglés es que allá han comenzado a rodar cabezas y muy probablemente cuando esta columna se publique el gobierno de David Cameron esté herido de muerte, mientras que entre nosotros gozan de cabal salud los que grabaron, quienes les pagaron y los que publicaron. Como bien nos recuerda John Burns (The New York Times, 18 de julio), “Más allá de la inmediatez política, hay un sentir creciente en el país que la crisis ha hecho preguntas fundamentales sobre la cultura de la colusión entre políticos y la prensa […]”.

Colusión entre políticos y la prensa. He aquí el tema relevante. No hay sistema que no vea en los medios un instrumento de gobierno y que no procure alinearlos a su proyecto político. Y no hay conjunto de medios que no tenga claro que el sistema es el principal proveedor de información política. Mantener el equilibrio entre estas visiones sin que el necesario terreno común se convierta en único, es uno de los sostenes del espacio republicano y democrático.

En México somos testigos frecuentes de episodios en donde un medio impreso o electrónico revela hechos que podrían ser delitos, en una acción que también pudiera configurarse como ilegal, mas aparentemente el morbo generalizado por atisbar en las cañerías del poder y la displicencia o el temor de la autoridad frente a los poderosos barones de la prensa, cuando no la colusión, impiden que éstos sean tocados ni con el más leve rozón de un acta indagatoria.

El martes pasado vimos a un farisaico Rupert Murdoch declarar su mansedumbre frente al imperio de la ley. No dudó en cerrar una de las publicaciones más antiguas del mundo para proteger sus negocios y no ser vetado en la venta de un sistema de televisión de paga, mientras decenas de trabajadores del News of the World eran echados a la calle sin empleo y Sean Hoare, quien primero alertó sobre las prácticas de escuchas ilegales para obtener información escandalosa en complicidad con agentes de Scotland Yard, la legendaria y (ya no tan) distinguida corporación policiaca al servicio de la Pérfida Albión, era encontrado muerto. Los investigadores prontamente declararon que nada había de criminal en el deceso, y que Hoare tenía una larga historia de abuso de alcohol y drogas, pero la sospecha de que fue silenciado quedará ahí ensombreciendo aún más el caso.

El régimen de propiedad de los medios, generalmente privado, no cancela el riesgo de corrupción debido al ejercicio prolongado de una actividad que, a diferencia de muchas otras actividades comerciales, se nutre justamente del contacto con el poder. Un ejemplo de libro de texto es precisamente el imperio Murdoch, el séptimo conglomerado en el mundo. El australiano se ha hecho propietario de los cabezales más simbólicos de los medios occidentales gracias a la libertad de operaciones que dan los mercados abiertos. Es válido plantear que la necesidad de poner una barrera entre el legítimo interés comercial y el legítimo ejercicio de la actividad periodística sigue siendo asunto a discutir en profundidad.

Se podría plantear la alternancia en el poder en el manejo de los medios -no necesariamente en el cambio de propietarios- lo cual cabría perfectamente en un código de ética, tema tan de moda en estos días. Debemos preguntarnos si en el fondo no hemos tenido que aprender a vivir con un nuevo fundamentalismo, que podría expresarse así: los medios –como continuidad- se consideran depositarios de la verdad y de las necesidades sociales, sobre todo si de derechos democráticos y de justicia se trata. Pero no sólo por la actividad que les es propia, que es la de investigar, recoger y difundir los hechos cotidianos, sino porque el discurso de reclamo democrático consideran haberlo ganado gracias a su experiencia de relación con los grupos de poder.

Siguiendo esta línea de pensamiento, la información no es un bien que se ofrece a la sociedad para que ésta configure los mecanismos de relación que considere pertinentes con el poder, poder que -además- la propia sociedad ha otorgado, sino que se convierte en patrimonio para una relación de poder a poder. Tenemos que la sociedad ya no es capaz de enterarse por sí misma de lo que sucede en su entorno, de lo que sucede fuera de sus fronteras y, sobre todo, no tiene acceso a muchos sucesos de la vida política.

Ese espacio en el que la sociedad no es capaz de incidir, incluso por cuestiones prácticas y por la complejidad de la vida moderna, es ocupado por los medios, que adquieren por esa vía el papel de líderes. La realidad es que la actividad propia de los medios les hace acumular poder, tanto frente a otros poderes establecidos como frente a la sociedad a la que dicen servir.

Mas los empresarios de los medios entienden esta realidad de otra manera, la suya. Según reveló el NYT, cuando el escándalo del News of the World se reveló como un tsunami que amenazaba borrar del mapa de Fleet Street al holding Murdoch, el hijo de éste, Rupert, amenazó a Paul Dacre, editor del rival Daily Mail, que ellos, los Murdoch, no serían “los únicos perros rabiosos en la cuadra”.

¡Qué hermoso ejemplo de responsabilidad social!




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

20/7/11


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Violencia


Por Miguel Ángel Sánchez de Armas



Las noticias diarias que nos sirven los medios sobre ejecutados, decapitados, cadáveres disueltos en ácido, cuerpos desechos de seres humanos que fueron golpeados con sevicia y arrojados a fosas clandestinas, o videos con imágenes brutales que reviven el añejo debate sobre si los medios deben tener límites o no al tratar este tipo de informaciones, polarizan nuestra atención en un tipo específico de violencia.

Pero en realidad ésta tiene muchas caras, como la Hidra de Lerna, el monstruo con cuerpo de perro y nueve cabezas de serpiente, una de ellas inmortal, que hoy podríamos comparar con el uso legalizado de armas de fuego que periódicamente produce hechos estremecedores en Estados Unidos debido a la facilidad con que los ciudadanos estadounidenses pueden adquirir desde una chinampina hasta un pavoroso fusil ametralladora de ésos que hacen las delicias de los J.I. Joes.

Está muy presente en la memoria colectiva el crimen múltiple que puso entre la vida y la muerte a la legisladora demócrata Gabrielle Giffords y ultimó al juez federal McCarthy Roll durante un mítin político en Tucson, Arizona. Seis personas en total perdieron la vida y varias más resultaron heridas. Muchos episodios sangrientos como éste han puesto a debate la venta de armas entre particulares en Estados Unidos. Por ejemplo, el de 1966 en la Universidad de Texas, el de la secundaria Columbine en 1999 y la masacre del Tecnológico de Virginia en 2007, que dejaron 16, 15 y 33 muertos respectivamente, además de un número considerable de heridos y otros con secuelas incapacitantes.

A pesar de estos y numerosos episodios como sacados del far west que han cobrado la vida de jóvenes y viejos, hay en el país del norte un conjunto ciudadano que defiende a sangre y fuego la adquisición de armas y la equipara a una de sus libertades más importantes.

De hecho, después del triunfo de Barack Obama la venta de armas se disparó espectacularmente debido al rumor de que su administración intentaría modificar la ley para hacerla más restrictiva y que impondría límites a la adquisición de pistolas y rifles de asalto semiautomáticos, vía un agresivo incremento de impuestos. Ante esta posibilidad, los ciudadanos que ven en cualquier restricción al mercado de artefactos de muerte un atentado a sus libertades se dieron a la tarea de pertrecharse. De acuerdo con reportes del Departamento de Estado, la recaudación de impuestos de 2008 a 2009 en la industria de armas y municiones creció 43% y ascendió a 109.8 millones de dólares.

Este sector goza de cabal salud pese a un entorno económico poco propicio y en deterioro. La Segunda Enmienda constitucional de los primos del norte, que salvaguarda el derecho a poseer armas, le ha dado a Estados Unidos el primer sitio entre los principales países desarrollados en la tasa de violencia por arma de fuego, con 13.70 muertes por cada cien mil habitantes; eso sólo en el año 2000, cifra que incluye homicidios, suicidios y accidentes fatales.

Por una parte, la defensa del marco legal que permite poseer armas mantiene próspero al sector industrial que produce armas y municiones, y por la otra sangra al erario público que debe hacer uso de grandes recursos para encarar los efectos de la violencia. Sólo en la década anterior el costo de la atención médica para atender las lesiones y la discapacidad producida por la violencia causada por armas de fuego se mantuvo en alrededor de cien millones de dólares anuales, según datos recabados por Alejandro Moreno del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados.

Si el costo económico es grave, el social se vuelve altísimo según lo muestra la matanza de Tucson. No se trata ya del individuo extraviado y solitario que arremetió contra sus compañeros y profesores en el Tecnológico de Virginia. Ahora los asesinatos masivos se vuelven una forma de dirimir disputas políticas, pues la legisladora Giffords había recibido amenazas de muerte, producto de la intolerancia y el clima de crispación que han desatado políticos conservadores como una manera de enfrentar el triunfo demócrata, entre ellos la ex candidata republicana a la vicepresidencia Sarah Palin y la gobernadora de Arizona Jan Brewer, quien promulgó la ley que autoriza a los ciudadanos a portar armas sin permiso.

A Palin se le considera impulsora del movimiento ultraconservador del Tea Party, emblema de la lucha de Independencia de los Estados Unidos y hoy escudo de quienes dicen defender los valores originales estadounidenses, cuando en realidad se trata de la defensa de la supremacía blanca. A Jared Lee Loughner, responsable de la matanza, se le asocia con ese movimiento y se dice que la legisladora Giffords sufrió el atentado por su política a favor de una reforma migratoria que beneficiaría a miles de indocumentados.

Sarah Palin, miembro destacado de la Asociación Nacional del Rifle y quien proveyó a la prensa de polémico material por su afición a cazar lobos desde una avioneta, es responsabilizada indirectamente de la matanza en Tucson. Su página web, titulada “Dónde ha estado Sarah Palin cazando demócratas” fue cerrada inmediatamente después del atentado. El columnismo político opina que se volvió literal.



Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

13/7/11


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La radio según León Felipe y Alfonso Reyes

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas


En 1934, el monumental León Felipe (nacido León Camino Galicia de la Rosa un 11 de abril de 1884, es decir hace 127 años), estuvo en el puerto de Veracruz y ahí, en una conferencia que hoy no tenemos forma de saber si fue sobre una roca en las aguerridas playas del heroico puerto, o bajo una palma borracha de sol en Mandinga con un minjul en la mano, o en las doradas dunas que arrancan al pie del trono del Cacique Gordo en Cempoala y se rompen contra los acantilados de Tehuistlán en donde vagan las almas de nuestros antepasados, nos reveló La Verdad:

“¡La radio es un gran confesionario!”

Tengo en mi poder una copila ológrafa del texto felipino. La letra es Palmer, precisa aunque suave, salida de lo que se me antoja fue un estilógrafo de consejero áulico. El original debió ser en tinta negra.

Santayana lo dijo en su momento, aunque parece que nadie lo escuchó: “Quien no conoce el pasado está condenado a repetir sus errores”. Juzgue entonces el lector si este texto es o no consejo de valía para operadores y auditorios de la radio en los días políticos que tenemos a la vuelta de la esquina:

 “¡Eh!... ¡Hallo!... ¡Aquí! ¡Soy yo! ¿Quién me escucha? Nadie – nadie me escucha – Nadie me escucha – ¿Me escucha alguien? Esto es una broma... me han encerrado en este cuarto misterioso y polvoriento […] y me han dicho que empiece a gritar delante de un postecito metálico y brillante que se alza del suelo y me llega exactamente a la boca.

“Eh... aquí... hallo – soy yo... creo que nadie me escucha... y que nadie me interrumpe... y que nadie me responde... Seguiré gritando, sin embargo... Soy un hombre escéptico... pero social y confiable también... No puedo admitir que alguien quisiera confundirme o engañarme... Acabo de llegar a Veracruz y camino guiado como un ciego.

“Me sujeto a las costumbres y a los ritos de los pueblos donde llego... Y entro siempre con los ojos vendados por las puertas de la ciudad amigos: todo pueblo es sagrado... y cualquier casa puede ser la morada de un Dios donde el milagro se produzca. […] ‘Este es el lugar... Habla...’ me dice el director de esta casa, quitándome la venda.

“Esta es la tribuna moderna y municipal... el […] escenario del pueblo el estrado invisible... la gaceta y el diario del aire... ¡la bocina del viento!

“Estás frente a la Radio... Detrás, queda el mercado... los que trabajan y los jueces... Te escuchan todos... ¡Habla! Di lo que quieres.

“¿Esta es la Radio? ¿Esta varilla erguida de metal?... ¿No es una serpiente puesta de pie por la flauta encantadora de un mago? ¿O es la misma la misma flauta encantadora? Me parece mi propio báculo clavado sobre la tierra. O ¿es un pequeño árbol plantado en mitad de mi camino?... El arbolillo escueto de Navidad donde se cuelgan y se encienden símbolos y metáforas... parábolas y canciones?...

“El Director de esta casa me detiene otra vez para instruirme y me dice:
“–La Radio es un gran púlpito.
“–Yo no vengo a predicar –le digo.
“–También puede ser una cátedra.
“–No tengo nada que enseñar.
“–Puedes cantar una canción.
“–Nadie sabe hoy cantar... ¿Sabéis vosotros cantar? Los maestros de canto se han ido a clavar ataúdes y a enterrar a los muertos.

“–Cuéntanos un cuento, entonces...
“–¿Un cuento?... Ya se han contado todos... Todos los cuentos se han contado... y todos se han grabado y archivado... El Hombre no tiene hoy nada que contar. Puede decir avergonzado algunas cosas, y confesarse honradamente con sus hermanos...

“–Entonces... (me interrumpe otra vez el Director), de qué sirve esta maravilla... este descubrimiento prodigiosos...? ¿Para qué se ha inventado este artefacto, esta Radio milagrosa que puede llevar la palabra del Hombre hasta el corazón […] de los astros?

“–Tal vez... para que el Hombre se confiese.

“A mi me parece que es un gran confesionario, una dádiva sagrada que nos han regalado los Dioses para que el inglés o el español, por ejemplo le cuenten sus crímenes y sus pecados al chino y al esquimal... Para confesarse los hombres... todos los hombres del mundo, los unos con los otros, los del norte con los del Sur... se ha inventado este aparatito.

“No tenemos nada que enseñar... sobre púlpitos y cátedras.... Y todavía no tenemos nada que contar... Mi opinión es que mientras el hombre no tenga los pies y las manos muy limpios... tendrá ronca la voz. Podemos contar... contar... no referir... sino enumerar... Una... dos... tres... Una injusticia... dos injusticias... tres injusticias... la injusticia política... la injusticia eclesiástica... la injusticia social... etcétera.

“Yo he venido aquí, como voy a todas partes, a confesarme, honradamente, con los que me escuchan. Y después de saludar a todos según las costumbres de la Tierra... me arrodillo... hago la señal de la cruz... y rezo el yo pecador.

“Así comienzo siempre mis discursos, mis poemas... y todo cuanto tengo que decir: Confesándome... Y digo que cualquier tribuna hoy no puede ser más que un confesionario... y que la Radio es el más grande de todos... Un confesionario inmenso de [onda] telúrica y sideral.... porque tenemos que contarle nuestros pecados a los hombres, a las piedras... y a las estrellas.

“Y lo que voy a decir ahora... no sé si es una confesión o una lección ingenua y [humana] de catecismo. ¿Dónde está Dios?

Oh... quién me diere el saber dónde poder hallarlo... Y Dios está en todas partes hijos míos.

“Dios está en todas partes, en la tierra en el agua y en el viento... Pero hoy nadie lo encuentra. Nadie: ni el detective, ni el sabueso ni el poeta... Y estas son hijos míos las tres primeras letras que tenéis que aprender en las escuelas para buscar a Dios: S.O.S.”

El 21 de enero de 1945 apareció en la revista Todo México un artículo de Alfonso Reyes. Duele documentar cómo la mezquindad y la pequeñez que trae consigo el amor al dinero, disminuyeron el alto ideal que se tenía de la radio. Después vino la televisión, claro.

“Con motivo de la campaña alfabética, han aparecido por ahí artículos sobre la importante función de la radio y los servicios que puede prestar para semejantes empresas de educación social. Me siento animado a suscribirlos todos. Cuanto acentúe la importancia de las nuevas artes -radio, cine-, cuanto contribuya a orientarlas y a utilizarlas en la construcción humana, que es nuestro deber inapelable, merece la mayor simpatía y la mayor atención por parte de los hombres de buena voluntad, ora pertenezcan a una o a otra de las tres clases en que los antiguos dividían a los ciudadanos: la carrera de los honores (la política), la de las armas (la milicia), o de las letras (la cultura).

“Aunque mucho se ha escrito ya sobre estas nuevas artes, y aunque en el cine, por ejemplo, debido a los cánones de Hollywood, se hayan introducido ya algunos esquematismos y rutinas que no dejan de desvirtuar la libre invención y de atajar los saludables sobresaltos del proceso vital, parece que tales nuevas artes van a disfrutar del privilegio que acompañó al crecimiento de la tragedia griega. Consiste este privilegio en no haber tenido que sujetarse a una preceptiva teórica y apriorística. Las reglas, las uniformidades, los automatismos de la tragedia, eran efectos de la necesidad, impuestos por las circunstancias y los ambientes físicos y mentales.

“Ahora bien, si deseamos hacer entrar estas nuevas artes en los cuadros de los géneros clásicos, fácil nos será acercar el cine a la función literaria episódica (teatro-novela), y aun darle el crédito de que está llamado a ser la forma por excelencia para la épica de mañana; que ésta ya se resiste mucho a caminar sobre la sola expresión verbal, y en cambio se desliza muy a sabor sobre los complementos visuales que aportan la fotografía o el dibujo en movimiento.

Y, en cuanto a la radio -que en muchas de sus fases será sólo un refuerzo de la difusión literaria y la musical-, en una de sus aplicaciones más características vendrá precisamente a sustituir a la antigua oratoria.

“Aquí no entendemos por oratoria ese inútil alarde, esa danza de palabras ociosas ante un público sometido al chubasco por deber cívico o social, o arrebatado en el torbellino por la polarización fanática de unos instantes: no. Entendemos por oratoria todo aquel sistema sustentado en la retórica, en que Isócrates fundaba las bases del humanismo político y que Quintiliano organizó en verdadero programa de educación liberal. Entendemos por oratoria la educación de la sociedad por el hombre que ora o habla, a través de los recursos de la persuasión, servidos por el encanto artístico. Cuando los sofistas, fundadores de la ciencia social, abrían escuelas de retórica para formar oradores, querían decir: para formar directores políticos, maestros del pueblo, pilotos responsables de la nave del Estado.

“Pues bien, esta función de tremenda responsabilidad ha caído hoy en mano de los locutores de la radio. No de los meros anunciantes, claro está, sino de los periodistas del micrófono, que todos los días difunden informaciones, comentarios, consejos, ideas.

“La radio es instrumento de primer orden en esta educación que nos espera más allá de los años pueriles y juveniles, más allá de las escuelas, en el aire mismo de la vida, y que acompaña sin remedio toda nuestra existencia y la va modelando a lo largo de nuestros días.

“De esta construcción diaria del hombre por el hombre resultan el carácter y el valor de las civilizaciones. Los griegos la llamaron paideía, palabra desenterrada en nuestros días por el humanista Werner Jaeger y que es a la pedagogía lo que el género a la especie y lo que el todo es a la parte. La radio, nueva arte oratoria, instrumento de la paideía, tiene ante sí vertiginosas perspectivas. No sabemos hasta qué punto influirá en las determinaciones futuras de la especie humana. Por eso nos indigna tanto que se la use, en ocasiones, a tontas y a locas.”

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla. 6/7/11


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Medios, sociedad y democracia: seis reflexiones

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas


Comienza el ardiente verano preelectoral y lo mismo que en la obra de James M. Cain -magistralmente llevada al cine por Bob Rafelson- los pre-pre-candidatos han comenzado a llamar no dos, sino muchas veces a las puertas de los medios masivos a los que hemos permitido secuestrar los espacios de deliberación ciudadana. Pero en este escenario sexenal mexicano ni Jack Nicholson ni Jessica Lange, tampoco Anjelica Houston o Michael Lerner apremiarán secreciones hormonales. Al contrario, las conexiones sinápticas de las neuronas de las circunvoluciones del lóbulo occipital en donde se aloja nuestro homo politicus comenzarán a calcificarse por efecto de la mediocridad y adocenamiento de los “mensajes y propuestas” que comienzan a regar el llano de nuestra vida política.

Es con tal desazón y pesadumbre estival que presento de nuevo a los lectores de JdO reflexiones ya antiguas. ¿Un grito en el desierto electoral? Espero que no.
1
Pensemos en el papel cada vez más ritualizado de la comunicación. Esto es, cómo en las sociedades modernas o las más desarrolladas, se le está dejando cada vez más a los medios la responsabilidad de decidir sobre aquello que afecta la vida social y la vida política.
El hombre medio parece haber decidido que la importancia y la credibilidad de los medios puede llegar a reemplazar su opinión y actuación, reemplazo que se antoja como letargo, como alejamiento de los hombres de la actividad que a lo largo de su historia les ha caracterizado: la política.

No parece extraño entonces que algunos consideren el quehacer político como patrimonio casi exclusivo de los medios. Una realidad que podemos constatar cada vez con mayor frecuencia es la extendida percepción de la existencia de los hechos merced a su inclusión en los medios. Y como consecuencia la sensación de que lo que no nos es servido por los medios no existe, o corresponde a una dimensión ajena.

Los siglos XIX y XX son ricos en ejemplos. Sin excepción, todos los movimientos populistas de este periodo utilizaron los símbolos y los ritos como instrumentos de comunicación. Pero fueron los nacionalsocialistas alemanes quienes mejor entendieron y comprendieron la capacidad de los medios como vehículo para insertar en el imaginario social la realidad que su propuesta política pretendía construir.

Walter Lippmann entendió bien los alcances movilizadores de la prensa y su función al interior de la sociedad, pero llegó a una aguda conclusión: la prensa no puede suplir a las instituciones políticas. Lippmann escribía en 1922 y sus ideas no han perdido vigencia: mejorar los sistemas de recolección y presentación de las noticias no es suficiente para perfeccionar la democracia, pues verdad y noticia no son sinónimos. La función de la noticia es resaltar un hecho o un evento. La de la verdad, sacar a luz datos ocultos. La prensa –hoy los medios-, en una de las afortunadas metáforas de Lippmann, es como un faro cuyo haz de luz recorre incesantemente una sociedad e ilumina momentáneamente, aquí y allá, diversos episodios. Y si bien éste es un trabajo socialmente necesario y meritorio, es insuficiente, pues los ciudadanos no pueden involucrarse en el gobierno de sus sociedades conociendo sólo hechos aislados.


3
¿Hasta qué punto los medios reconocen pero se benefician de este rol? ¿Tiene realmente la llamada sociedad civil alguna posibilidad de inhibir la pretensión de los medios de ser los paladines de la democracia cuando manifiestamente están lejos de serlo? ¿Podemos encontrar mecanismos de “autodefensa social” en este contexto? Esta visión pudiese parecer exagerada, pero no lo es si aquilatamos la extensión y profundidad que los medios alcanzan en el tejido social. Quizá un camino inicial pase por desconfiar de afirmaciones complacientes y tranquilizadoras, de la especie: “prensa y democracia se encauzan y determinan recíprocamente”. No hacemos bien a uno ni a otro concepto. No entronicemos a los medios como defensores de la democracia, démosles la responsabilidad que les corresponde: informar a la sociedad. Sólo en la medida en que se logre la confesión de una responsabilidad, esto es, que los medios asuman que ésa es la tarea que les toca y que corresponde al resto de la sociedad evaluarla y actuar en consecuencia, incluso políticamente si se requiere, estaremos encontrando el punto de convergencia entre medios y democracia. Perfeccionar la democracia requiere mejores instituciones, no necesariamente más medios.



4
Los medios que conocemos repiten de alguna manera lo que en la antigua Grecia se conoció como el foro público, llamado por algunos estudiosos contemporáneos la esfera pública. De la misma forma que en aquél, los ciudadanos en principio debían poder reunirse en éste para discutir sobre los temas comunes. Es decir, los medios como foro de la democracia. Si bien durante los siglos XVIII y XIX la prensa tuvo un rol importante en este sentido, esta función política ha sido colocada en un segundo plano y ha sido reemplazada por una función mayoritariamente comercial.

Se debe estar prevenido contra la confusión semántica en esta comparación de los medios con el foro público y el papel que debiera asumir en la esfera pública, pues no basta que un gobierno ofrezca a su sociedad, por ejemplo, un “servicio de difusión pública” para que se garantice el concepto de esfera pública. Por el contrario, la corta historia de la transmisión pública nos ofrece numerosos ejemplos de cómo en el escenario político la mayoría de las empresas de transmisión pública en realidad contribuyeron al control de la esfera pública más que a su expansión dinámica.

Reconozcamos que el papel mediatizador de los medios está quizá enunciado teóricamente pero no está suficientemente explorado en la práctica ni puesto en tela de juicio. El riesgo social que ello conlleva es la despolitización, el imperio de la falsa comunicación, es decir, la ausencia absoluta de la interacción, la prevalencia de la no-comunicación. La cultura de la pantalla ha reemplazado al pensamiento, y la auto referencia mediática a la prueba de la realidad. Al distraernos, abandonamos el mundo.



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El régimen de propiedad de los medios, generalmente privado, no cancela el riesgo de corrupción debido al ejercicio prolongado de una actividad que, a diferencia de muchas otras actividades comerciales, se nutre justamente del contacto con el poder. Se podría plantear la alternancia en el poder en el manejo de los medios -no en el cambio de propietarios- lo cual cabría perfectamente en un código de ética, tema tan de moda en estos días.

Debemos preguntarnos si en el fondo no hemos tenido que aprender a vivir con un nuevo fundamentalismo, que podría expresarse así: los medios -como continuidad- se consideran depositarios de la verdad y de las necesidades sociales, sobre todo si de derechos democráticos y de justicia se trata. Pero no sólo por la actividad que les es propia, que es la de investigar, recoger y difundir los hechos cotidianos, sino porque el discurso de reclamo democrático consideran haberlo ganado gracias a su experiencia de relación con los grupos de poder.

Siguiendo esta línea de pensamiento, la información no es un bien que se ofrece a la sociedad para que ésta configure los mecanismos de relación que considere pertinentes con el poder, poder que -además- la propia sociedad ha otorgado, sino que se convierte en patrimonio para una relación de poder a poder. Tenemos que la sociedad ya no es capaz de enterarse por sí misma de lo que sucede en su entorno, de lo que sucede fuera de sus fronteras y, sobre todo, no tiene acceso a muchos sucesos de la vida política. Ese espacio en el que la sociedad no es capaz de incidir, incluso por cuestiones prácticas y por la complejidad de la vida moderna, es ocupado por los medios, que adquieren por esa vía el papel de líderes. La realidad es que la actividad propia de los medios les hace acumular poder, tanto frente a otros poderes establecidos como frente a la sociedad a la que dicen servir.



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En materia de comunicación, con lo que tropezamos continuamente es con una gran cantidad de medios cuya oferta es el entretenimiento. Podemos además constatar fácilmente que los empresarios de la comunicación apuestan a ganar por esta vía dado que tal mercancía se vende mejor y más fácilmente. Ergo, las masas lo que están consumiendo son programas de entretenimiento en radio y televisión: música, películas, programas de concurso, series policiacas, dibujos animados o telenovelas. Lo mismo sucede con los impresos.

¿Y la información? Los noticieros -de radio, de TV- y la prensa escrita, tienen naturalmente un público, el que sin duda representa el núcleo más activo, o potencialmente más activo, cuando de discutir asuntos públicos se trata, pero no es comparable con el porcentaje de población cuyos patrones de consumo se orientan al entretenimiento.

Resulta notable que para cierta clase de información que pudiera ser juzgada poco relevante como la deportiva, se exigen hechos “duros”: cifras, realidades, nombres concretos, situaciones, fechas, resultados... mientras que para otra que se antoja de mayor relevancia y que tiene que ver con el análisis de la sociedad, como la información política, se aceptan declaraciones, presunciones, rumores, deducciones y exageraciones.

Quizá fuera conveniente recuperar la suspicacia política con que fueron escudriñados los hechos sociales en las décadas de los setenta y ochenta -acusadamente las manifestaciones culturales-, con la ventaja de la mirada retrospectiva que nos permite distanciarnos de los determinismos, para fabricar nuevas herramientas de análisis y conocimiento de los medios contemporáneos.


Profesor – investigador en el Departamento

de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla.


29/6/11

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