¿Para qué sirve la literatura? III

Miguel Ángel Sánchez de Armas



El escritor es un artista, un creador que persigue un fin superior. Cuando el escritor se pone al servicio de “causas políticas” o decide convertirse en un “luchador social” sigue escribiendo, pero sus libros no son literatura. Por eso se nos caen de las manos las páginas del realismo socialista y apenas podemos contener la risa al abrir el volumen de un autor al servicio del amado líder Kim Il-Sung o cuando escuchamos en versos musicalizados las hazañas de un político contemporáneo. Pero si el escritor es fiel a sí mismo y a su oficio, su obra sí puede tener algunas consecuencias interesantes en el mundo de la política.

La creación artística sobrevive a la política. En lo inmediato, el puño del funcionario cae con estrépito sobre el escritorio y en ese instante mismo Caballería roja es purgada de las editoriales e Isaac Bábel enviado a una mazmorra, La sombra del caudillo se queda en España lo mismo que Martín Luis Guzmán, Ulises se confisca en las aduanas y Joyce no obtiene una visa, Cariátide es satanizada y Salazar Mayén va a los tribunales, No me voy a casar es echada del escenario a punta de pistola y Ngugi wa Thiong’o encuentra alojamiento en la penitenciaria, y un largo etcétera para el que no tendría espacio, pero al paso del tiempo Bábel, Guzmán, Joyce, Mayén, Thiong’o y todos los habitantes de mi etcétera, vuelven a nosotros más vivos que cuando caminaron sobre la tierra, mientras que nadie recuerda el nombre de sus verdugos.

Sucede también que un escritor incómodo gana reconocimiento internacional y entonces los burócratas de su país despiertan y claman que Fulano es un ejemplo para el mundo y ciertamente el autor favorito del líder. Una muestra la tuvimos hace unos días cuando Orhan Pamuk recibió el Premio Nóbel de literatura 2006.

Poco después del anuncio, en Estambul los trajes ceremoniales fueron cepillados, los bigotillos recortados y las botas lustradas para dar la mejor imagen a la prensa internacional (la nacional anda de la mano con la “leal oposición”) con motivo de otra muestra de la grandeza, valores y fuerza espiritual anunciados por Kemal Ataturk. “¡Claro, Pamuk era la selección natural! ¿Denostado? Nada de eso, él siempre ha sido una figura nacional respetada. ¿Acosado? ¡Pamplinas!, ese ‘juicio’ del que se habla es un procedimiento administrativo menor sobredimensionado por la imaginación occidental, créame”.

Porque resulta que hace poco, éste que es hoy una maravilla turca fue llevado a los tribunales acusado de “insultos a la turquedad” (sic, aunque suene feo) por andar declarando que el país debe enfrentarse a su historia y aceptar que masacró a un millón de armenios durante la primera guerra y a treinta mil kurdos en el sur del país.

He aquí pues, señoras y señores, otro resultado práctico de la literatura: exponer ante la opinión pública mundial a un gobierno represor en cuyo código penal no sólo hay artículos que evocan al mexicanísimo delito de “disolución social” -que hoy algunos nostálgicos quisieran revivir- sino que castiga crímenes como éste: “pensamientos no consistentes con los valores históricos turcos”.
Como desde hace tiempo Turquía se postuló para ingresar a la Unión Europea y pronto habrá de votarse esta solicitud en Bruselas, el Nóbel a uno de sus ciudadanos provocó que desde el Presidente y el Primer Ministro para abajo anden nerviosos y prestos a garantizar que el régimen en realidad tiene una absoluta identificación con los valores de la libertad de pensamiento y expresión, lo que quizá divierta a Pamuk, quien en 1998 declinó el capelo de “Artista de Estado” que las autoridades de su país quisieron endilgarle.

Pamuk escribe doce horas diarias siete días a la semana y el poco tiempo libre que le queda lo dedica a la defensa de los derechos humanos de sus compatriotas. En mayo de 1997 dijo a una entrevistadora, después de razonar que involucrarse en la brutal política cotidiana mata lentamente el espíritu creador: “Turquía es una nación salvaje. No hay lugar para otras comunidades religiosas, étnicas o lingüísticas. Si Jesucristo fuese un policía turco sería sobornado en diez meses. A diario se dan a conocer escándalos vergonzosos, pero nada cambia. Quiero vivir en una sociedad en donde a las personas no se les arreste por sus pensamientos”.

Y en el 2004, en otra entrevista, precisó: “Soy un escritor. Trato de abordar estos temas no desde la perspectiva de un político sino desde el punto de vista de alguien que intenta comprender el dolor y el sufrimiento ajeno. No creo que haya una fórmula para solucionar esos problemas. Creo que la literatura los puede abordar porque permite incursionar en las zonas más oscuras, en donde nadie tiene la razón y nadie tiene el derecho de decir qué es lo correcto y qué no”.



sanchezdearmas@gmail.com

¿Para qué sirve la literatura? II

Miguel Ángel Sánchez de Armas



Con el permiso de mis lectores, reanudo la serie iniciada tiempo ha para dar respuesta concreta, medible y científica a una de las grandes preguntas de todos los tiempos. Se entenderá que me haya demorado en esta empresa. Por una parte, pecador que soy, caí en la tentación de lo político durante la vorágine electoral pasada. Por la otra, no es tarea fácil la que me he echado a cuestas. Mas Fortuna me sonrió y he aquí un rescate exquisito para todos ustedes: un sueño de mi querido Edmundo Valadés. Léanlo. Es como un llamado a la santidad.

“Poder leer es ya no volver a estar solo. Desde temprana edad, los libros me han sido compañeros inseparables: en ellos contraje ese bello «vicio impune», el único que no suscita remordimientos: el de la lectura. A la conquista de ella, algo tardía, pero aún niño, desemboqué en los cuentos de hadas como a un mundo de fascinación y ensueño, al que era la utopía infantil, y me nutrí de la colección Calleja, de formato minúsculo: geografía de lo fantástico.

“Lectura apasionante, porque por primera vez un libro me restituía mucho de mis propias realidades o circunstancias, fue el Corazón, de De Amicis. José Vasconcelos nos hizo, al editarlo, mucho bien a los niños de mi tiempo. Los relatos entreverados en ese diario escolar fueron de seguro mi primera incitación hacia el género cuentístico. Arribé a las historias de aventuras, Verne y Salgari, los inductores, por largo tiempo, de la imaginación de los adolescentes. Luego a la novela de intriga, de folletín, como las de Eugenio Sué, un extraordinario narrador, en la que sentí por vez primera los alcances de la maldad humana, cuando para una secta, cofradía o mafia, el fin justifica los medios, como ocurre en El judío errante, que tuve que leer a escondidas, ya que era un libro proscrito, pues en él los villanos eran los jesuitas, como expresión estrujante del mal, cuya presencia y posibilidad me apesadumbró vivamente leyendo esas páginas.

“Con esas novelas, en mucho repertorio de maldades, la editorial Sopena nos acercó a otros escritores mayores –Sué no deja de serlo en el folletín-, como Alejandro Dumas, quien nos emocionó con Los tres mosqueteros, las admiradas aventuras de D’Artagnan, maravilloso héroe espadachín, y otras obras como El conde de Montecristo, personaje ideal para encarnarlo, y especialmente Víctor Hugo, del que me dolieron profundamente las circunstancias de inteligencia y fealdad de un Gwinplaine en El hombre que ríe o de la irónica proeza del personaje de Los trabajadores del mar, y me asombró y deslumbró esa prosa suya magistralmente descriptiva, la acción y los caracteres y sus constantes reflexiones éticas, en tiradas líricas en las que el novelista no desaloja del todo al también famoso poeta.

“En mi adolescencia hay una novela corta de D’Anunzzio, Epíscopo y Cía., que leí no sé cuántas veces y que por responder a estados de ánimo que yo sufría, melancólicos y de inseguridad, con reacciones de enfermiza congoja, me impresionó dolorosamente, como ningún otro libro me ha afectado de ese modo. Es quizás el libro con el cual he llorado más intensamente en mi interior, y la desolación que me produjo apenas la puedo igualar con la que sentí al perder la fe en la existencia del Dios católico. En contraste, un gran suceso en mi incipiente juventud, a los quince años, fue descubrir Las mil noches y una noche –después de la versión pudibunda de Galland, adaptada para niños- en la traducción literal que hizo Blanco Ibáñez de la Mardrus, y cuyos veintitrés tomos compré uno a uno cada semana, a cincuenta centavos el libro, después de un arreglo muy difícil con un librero de Santa María la Ribera. Fue arribar al más seductor espacio de la sensualidad y la fantasía: a la libertad de los deseos y la imaginación, proscritos en el sistema rígido y de prohibiciones que me envolvía y paralizaba. Me costó mucho tiempo recuperar esos veintitrés tomos que se me fueron cuando perdí la que fue mi primer biblioteca. Los recuperé pasado mucho tiempo, casi milagrosamente o por desearlos tanto, y los guardo ahora como lo más preciado entre mis libros valiosos o preferidos.

“Seguí leyendo con voracidad insaciable, sin orden ni guía, de los clásicos a los autores que nos incitaban por sus sugerencias o descripciones eróticas, aunque siempre veladamente, como Pitigrilli, El Caballero Audaz, Pedro Mata, Alberto Insúa y todos los demás, antes de llegar a los verdaderos maestros del erotismo: Lawrence, Miller, Durrell, y de haber pasado por una de las grandes novelas que enfrentan anticipadamente los conflictos entre amor y posesión: El infierno, de Barbusse, que me causó una de mis conmociones juveniles. Sería interminable recordar autores y libros que me poseyeron, me influyeron, me determinaron o que me son como queridos familiares de los cuales no puedo alejarme: algunos de Wilde, de France, de Faulkner, de Tomás Mann, de Grass, de Kafka, de Borges, de Cortázar, escogidos unos cuantos nombres al recuerdo inmediato de la memoria, con otros de escritores mexicanos: Martín Luis Guzmán, Vasconcelos, Revueltas, Rulfo, Villaurrutia, Sabines, López Velarde, Paz el ensayista.

“En todas estas lecturas, el segundo gran hallazgo fue Marcel Proust, con su En busca del tiempo perdido, leído primero en etapas, porque la versión española no apareció completa sino en 1944, en Buenos Aires. A veces supongo que es esta obra en la que ha anclado la que fue mi infatigable sed de lecturas. Es al libro que vuelvo sin cansancio y con renovada admiración, como un cuáquero lo hará con La Biblia, libro del que me duele su casi lejanía porque era prohibido en una casa católica como en la que yo viví, y no pude abordarlo a tiempo.

“Si es un gozo el recuerdo de lecturas imborrables, ¡qué pena que las dejamos de hacer de libros o autores insoslayables! Un libro no leído es el peor tiempo perdido. Algunas de las grandes revelaciones o influencias decisivas en la vida de un ser humano, están en los libros, en algún libro que espera su a veces predestinado lector. Los escritores somos hijos de ellos. Les debemos la posibilidad de escribir otros libros”.



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Increíbles noticias de la vida diaria
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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¿Con frecuencia sufre mareos y vahídos al leer y escuchar las noticias? Si es así, usted puede tener un toque de meningoartritis, dolencia moderna ocasionada cuando la tinta de los periódicos sufre una alteración molecular por la radiación de la pantalla de televisión y al frotarse la sienes con las yemas de los dedos para mitigar el desagradable sonsonete de los políticos y lectores de noticias, penetra el hueso parietal, se incrusta en los ganglios cefálicos y desata un acelerado proceso degenerativo. Una de las peculiaridades de la enfermedad es que quienes la padecen en estado terminal se conducen como si fuesen los seres más sanos de la comarca. Pero el lenguaje los delata: basta sintonizar los noticiarios o leer las columnas políticas o, mejor aún, ver las mesas redondas en donde políticos y periodistas analizan la realidad, para detectarlos.


La meningoartritis ha existido a lo largo de la historia de la humanidad, pero a semejanza de la bipolaridad apenas comenzamos a entender sus perniciosos efectos. El Académico, personaje familiar a los lectores de JdO, ha dado a esta columna autorización para publicar extractos de su más reciente trabajo sobre los efectos de los procesos de comunicación en las democracias modernas. A continuación, algunos de los episodios históricos en que se basa la investigación.


En octubre de 1987 un equipo científico gastó un millón 600 mil dólares (¡de aquellos!) para localizar al Monstruo del Lago Ness. Durante tres días los hombres de ciencia rastrearon al mítico ser en las gélidas aguas con los más modernos aparatos mientras más de 300 periodistas de todo el mundo acampaban en la playa en espera de una exclusiva. Al tercer día el jefe de la expedición, Adrián Shine, presentó sus excusas a los reporteros. “Siento no poder entregarles al Monstruo del Lago” declaró fríamente.


En la República Popular China las autoridades aplicaron estrictas medidas regulatorias a la floreciente industria de exportación de cadáveres para las exposiciones sobre el cuerpo humano que se han popularizado en el mundo. Las “fábricas de cuerpos” que plastifican cadáveres apenas se dan abasto para llenar los pedidos que llegan principalmente de Japón, Corea del Sur y Estados Unidos.

En una ejemplar respuesta a los reclamos de grupos de derechos humanos, el gobierno chino declaró ilegal la compra y venta de cadáveres “salvo que sean destinados a la investigación”. Sobre el origen de la materia prima nadie dijo nada.
El seis de junio pasado, Día de la Bestia (666), el pintoresco pueblo de Hell (Infierno), Michigan, sacó raja de la superstición popular y organizó un megareventón con feria, exposiciones, ventas de suvenirs, rifas, comilonas y harto chínguere. La única queja del Cabildo local es que deberán esperar algunos cientos de años más para que la combinación vuelva a aparecer en el calendario y haya otra oportunidad de llenar las arcas municipales.


Un caso notable fue el discurso pronunciado por el presidente Kennedy en su visita a Berlín en junio de 1963, en plena Guerra Fría, cuando exclamó: “Todos los hombres libres, donde quiera que estén, son ciudadanos de esta ciudad y por lo tanto con orgullo digo “Ich bin ein Berliner”. Los asesores de John F. aplaudieron a rabiar y se felicitaron mutuamente a la vista de las masas reunidas en la Puerta de Brandemburgo. Pero un detalle que la historia piadosamente ocultó fue que el Presidente del país más poderoso dijo: “Soy una dona rellena de jalea”, en vez del intencionado “Soy un berlinés”. Como hasta en Xalapa se sabe –apunta El Académico- “Berliner” es un “Berliner Pfannkuchen”, o séase una delicia de la reposteria local.


Sin autorización de El Académico, pero animado por La Reportera, aporto algunas perlas adicionales de mi propia cosecha. Ruego a los lectores pasar por alto que en las fechas de los ejemplos la humanidad aún no era beneficiada por la magia de la televisión.


En junio de 1920 el Servicio Postal estadounidense combatió exitosamente en los tribunales de Alabama el reclamo de que los niños entran en la categoría de “seres vivos que no requieren de alimento o agua durante el transporte” y canceló así las esperanzas de una chica de nueve años que insistía se le mandara por correo a Kentucky para reunirse con su mamá. Las crónicas de la época no registran el nombre de tan emprendedora criatura.


En octubre de 1871, un sujeto llamado Brigham Young fue arrestado bajo cargos de bigamia en el estado norteamericano de Utah. Brigham era de los más piadosos mormones de su congregación y como tal un aplicado seguidor de la poligamia mandada por el apóstol Joseph Smith, misma que consumó con 16 esposas (simultáneas). Es de lamentar que ninguno de los diarios de aquel tiempo informe si Brigham llegó a la cárcel triste o aliviado.


Otro hecho ejemplar fue la bigamia protagonizada por un sujeto llamado Frank Augustus en 1911. Cuando la primera y legítima mujer acompañada de siete pirrimplines y dos gendarmes lo llevó a la comisaría, Frank alegó en su defensa que no había sido su intención volver a contraer matrimonio. “Estaba borracho cuando Minnie (la nueva novia) me llevó al juzgado. Pensé que íbamos por una licencia para su perro”. No se sabe si el juez lo condenó por el delito o por las circunstancias en que tuvo lugar.



sanchezdearmas@gmail.com





Anna Politkovskaya

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Mi amistad y mi respeto para Froylán Flores Cancela
y todo el equipo de Punto y Aparte en nuestro 28 aniversario.



A muy pocos de mis lectores les dirá algo este nombre, mas en parafraseo del fragoroso grito de las luchas libertarias, proclamo que la sangre de esta mujer se derramó en nombre de los defensores de la libertad de expresión en todo el mundo.


Anna es una reportera. El sábado 7 su cuerpo baleado apareció en el elevador del edificio moscovita en donde vivía. En el piso encontraron una pistola y cuatro casquillos percutidos. Nadie sabe quién la asesinó, pero el “caiga quien caiga” y el “hasta las últimas consecuencias” -en ruso, camaradas- habrán ya sido repetidos incansablemente en la radio, en la televisión, en los diarios y en las revistas de la antigua capital zarista, pues en materia de declaraciones tronantes ningún gobierno en la historia ha dado muestras de inteligencia... y no se diga de eficacia: larga es la lista de asesinatos de periodistas que aguarda ser esclarecida.


¿Por qué digo que Anna es y no fue una reportera? Porque en este oficio cuando la muerte llega nuestra palabra se queda en el mundo, y periodistas de los rincones más distantes -incluso de Xalapa- guardarán luto, repetirán nuestro nombre y dirán en voz alta que nuestra muerte no fue en vano.


Nuevamente ecos de don Manuel: “No quiero morir contemplando / con mansedumbre el río (...) / Quisiera derrumbarme al doblar la esquina / rumbo a la máquina de escribir /


Anna Politkovskaya es una estrella del periodismo de investigación ruso. Durante la guerra en Chechenia fue una espina en el costado del presidente Vladimir Putin. Documentó la represión sistemática del ejército sobre la población civil, el drama de los campamentos de refugiados y el lamentable estado de los hospitales. Después se atrevió a ponerlo todo en un libro que levantó oleadas de indignación.


Esta colega nunca se dejó intimidar por las amenazas, que fueron numerosas y sobre todo viriles, como la del oficial del ejército Sergei Lapin, quien juró vengarse de esa vieja tal por cual e hija de la chin... (mis disculpas a los lectores: no sé cómo se diga esto en ruso), nomás porque Anna le documentó violaciones a los derechos humanos de algunos cientos de chechenos. Como buena ciudadana, Anna se quejó ante la autoridad. Lapin fue arrestado, pero, ¡oh sorpresa!, se le puso en libertad y el ministerio público se desistió de la acusación. Ver para creer. (Cualquier semejanza con lo que pasa en nuestro amado país es pura y celestial coincidencia.)


Poco tiempo después, la hija de Anna fue agredida por desconocidos que intentaron abrir su auto. Escapó milagrosamente.


En septiembre del 2004 Politkovskaya viajó a Beslán a cubrir el drama de una escuela secundaria tomada por terroristas chechenios e ingushes. En el vuelo desde Moscú bebió una taza de té y cayó fulminada con síntomas de envenenamiento. Como a ningún otro pasajero le hizo daño el desayuno que las diligentes aeromozas de Aeroflot ofrecieron durante el vuelo, uno puede suponer que la pobre Anna tenía muy mala suerte.


En Beslán, el drama culminó con lo que se calificó de “lamentable saldo”: más de 335 muertos (156 de ellos niños), unos 200 desaparecidos y cientos de heridos. He aquí el fragmento de una crónica de aquellos días:

“A las 09:30 hora local del 1 de septiembre de 2004 (la mañana del primer día de las clases de otoño), un grupo de unas 30 personas armadas llegó en camiones militares GAZ-el y GAZ-66 e irrumpió en el Colegio de Enseñanza Media Número Uno, cuyos alumnos tienen entre 7 y 18 años. La mayoría de los atacantes llevaba pasamontañas negros y unos cuantos llevaban cinturones explosivos. Tras un tiroteo con la policía en el que murieron cinco agentes, los atacantes se apoderaron del edificio, tomando como rehenes a 1,181 personas, la mayoría menores. Unos cincuenta rehenes consiguieron huir en el ataque inicial. Hubo confusión sobre el número de rehenes que había en el colegio: el gobierno sostenía que eran algo más de 350, pero otras fuentes elevaban ese número a 1,500. Más tarde, se oyeron varios disparos provenientes del edificio, que algunos pensaron que fueron para intimidar a las fuerzas de seguridad rusas. Después se reveló que los atacantes habían matado a veinte hombres adultos (,,,) y habían arrojado sus cuerpos fuera del edificio ese mismo día. Una de los atacantes detonó su cinturón explosivo, al parecer por error. Nadie más resultó herido.”


Oleg Panfilov, director del Centro para Periodismo en Situación Extrema de Moscú, dijo que cuando sale el tema de si en Rusia hay un periodismo honesto, el nombre de la Politkovskaya inevitablemente aparece en la conversación.


En la Fiscalía de la capital rusa, una vocera se presentó ante los reporteros y aseguró que se estaba contemplando la posibilidad de abrir una investigación por asesinato.


En el futuro, las crónicas de Anna serán el sendero a la verdad.



sanchezdearmas@gmail.com





Anna Politkovskaya

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Mi amistad y mi respeto para Froylán Flores Cancela
y todo el equipo de Punto y Aparte en nuestro 28 aniversario.



A muy pocos de mis lectores les dirá algo este nombre, mas en parafraseo del fragoroso grito de las luchas libertarias, proclamo que la sangre de esta mujer se derramó en nombre de los defensores de la libertad de expresión en todo el mundo.


Anna es una reportera. El sábado 7 su cuerpo baleado apareció en el elevador del edificio moscovita en donde vivía. En el piso encontraron una pistola y cuatro casquillos percutidos. Nadie sabe quién la asesinó, pero el “caiga quien caiga” y el “hasta las últimas consecuencias” -en ruso, camaradas- habrán ya sido repetidos incansablemente en la radio, en la televisión, en los diarios y en las revistas de la antigua capital zarista, pues en materia de declaraciones tronantes ningún gobierno en la historia ha dado muestras de inteligencia... y no se diga de eficacia: larga es la lista de asesinatos de periodistas que aguarda ser esclarecida.


¿Por qué digo que Anna es y no fue una reportera? Porque en este oficio cuando la muerte llega nuestra palabra se queda en el mundo, y periodistas de los rincones más distantes -incluso de Xalapa- guardarán luto, repetirán nuestro nombre y dirán en voz alta que nuestra muerte no fue en vano.


Nuevamente ecos de don Manuel: “No quiero morir contemplando / con mansedumbre el río (...) / Quisiera derrumbarme al doblar la esquina / rumbo a la máquina de escribir /


Anna Politkovskaya es una estrella del periodismo de investigación ruso. Durante la guerra en Chechenia fue una espina en el costado del presidente Vladimir Putin. Documentó la represión sistemática del ejército sobre la población civil, el drama de los campamentos de refugiados y el lamentable estado de los hospitales. Después se atrevió a ponerlo todo en un libro que levantó oleadas de indignación.


Esta colega nunca se dejó intimidar por las amenazas, que fueron numerosas y sobre todo viriles, como la del oficial del ejército Sergei Lapin, quien juró vengarse de esa vieja tal por cual e hija de la chin... (mis disculpas a los lectores: no sé cómo se diga esto en ruso), nomás porque Anna le documentó violaciones a los derechos humanos de algunos cientos de chechenos. Como buena ciudadana, Anna se quejó ante la autoridad. Lapin fue arrestado, pero, ¡oh sorpresa!, se le puso en libertad y el ministerio público se desistió de la acusación. Ver para creer. (Cualquier semejanza con lo que pasa en nuestro amado país es pura y celestial coincidencia.)


Poco tiempo después, la hija de Anna fue agredida por desconocidos que intentaron abrir su auto. Escapó milagrosamente.


En septiembre del 2004 Politkovskaya viajó a Beslán a cubrir el drama de una escuela secundaria tomada por terroristas chechenios e ingushes. En el vuelo desde Moscú bebió una taza de té y cayó fulminada con síntomas de envenenamiento. Como a ningún otro pasajero le hizo daño el desayuno que las diligentes aeromozas de Aeroflot ofrecieron durante el vuelo, uno puede suponer que la pobre Anna tenía muy mala suerte.


En Beslán, el drama culminó con lo que se calificó de “lamentable saldo”: más de 335 muertos (156 de ellos niños), unos 200 desaparecidos y cientos de heridos. He aquí el fragmento de una crónica de aquellos días:

“A las 09:30 hora local del 1 de septiembre de 2004 (la mañana del primer día de las clases de otoño), un grupo de unas 30 personas armadas llegó en camiones militares GAZ-el y GAZ-66 e irrumpió en el Colegio de Enseñanza Media Número Uno, cuyos alumnos tienen entre 7 y 18 años. La mayoría de los atacantes llevaba pasamontañas negros y unos cuantos llevaban cinturones explosivos. Tras un tiroteo con la policía en el que murieron cinco agentes, los atacantes se apoderaron del edificio, tomando como rehenes a 1,181 personas, la mayoría menores. Unos cincuenta rehenes consiguieron huir en el ataque inicial. Hubo confusión sobre el número de rehenes que había en el colegio: el gobierno sostenía que eran algo más de 350, pero otras fuentes elevaban ese número a 1,500. Más tarde, se oyeron varios disparos provenientes del edificio, que algunos pensaron que fueron para intimidar a las fuerzas de seguridad rusas. Después se reveló que los atacantes habían matado a veinte hombres adultos (,,,) y habían arrojado sus cuerpos fuera del edificio ese mismo día. Una de los atacantes detonó su cinturón explosivo, al parecer por error. Nadie más resultó herido.”


Oleg Panfilov, director del Centro para Periodismo en Situación Extrema de Moscú, dijo que cuando sale el tema de si en Rusia hay un periodismo honesto, el nombre de la Politkovskaya inevitablemente aparece en la conversación.


En la Fiscalía de la capital rusa, una vocera se presentó ante los reporteros y aseguró que se estaba contemplando la posibilidad de abrir una investigación por asesinato.


En el futuro, las crónicas de Anna serán el sendero a la verdad.



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Ciao, Signora
Miguel Ángel Sánchez de Armas



A Lilia María, con mis condolencias.


Tomo prestado a Miguel Cane (Milenio, 17 de septiembre) el título de esta entrega porque no puedo pensar en otro que mejor exprese lo que sentí al leer la noticia: la mujer que un dos de octubre de hace 38 años atisbamos en un balcón del edificio Chihuahua, cuyas entrevistas y reportajes devoramos en Diorama y Siempre!, la que se quitó el velo frente al ayatollah Jomeini, la que ridiculizó a los Chicago Boys italianos, la que entrevistó al elenco de los grandes estadistas del siglo XX, dejó de ser hace unos días.

Para los jóvenes reporteros que en aquella época soñábamos con las ocho columnas en El Día y Excélsior, que desconocíamos las grabadoras y aprendíamos taquigrafía para que ningún detalle se nos escapase, que abrevamos en las crónicas de Scherer, las columnas de Buendía, los artículos de Alvarado y los reportajes de Spota, aquella visión alimentó nuestras fantasías en largas noches de bohemia.

Y es que para nosotros la palabra “reportaje” era sinónimo de hazaña, y sus autores, además de periodistas eran ante todo héroes, aventureros, o, para decirlo con una expresión de nuestra vulgaridad reporteril, los más chingones.

En mi círculo de amigos -cuyos sobrevivientes seguimos todos en los medios-, las hazañas periodísticas de la Falacci fueron, después de los textos de Capote, nuestra mayor influencia profesional. Poco importaba que ella fuera una periodista europea bien pagada que publicaba en rotativos del primer mundo y viajaba en primera clase... ¡nosotros igualaríamos o superaríamos sus hazañas! Ese fue uno de los sueños que nos mantuvo en la brega.

Si un oficio exige herramientas, la palabra es la única que tenemos los periodistas. La cargamos en un rinconcito del alma y echamos mano de ella para describir el mundo a nuestros semejantes. Un verdadero reportero es aquél que en el momento de su muerte lamenta que ya no pueda compartir algo nuevo que ha descubierto.

Fue ella, como Buendía, una reportera que “moriría de pie” y así lo dijo en Oriana Fallaci se entrevista a sí misma. Ecos de don Manuel: “No quiero morir contemplando / con mansedumbre el río (...) / Quisiera derrumbarme al doblar la esquina / rumbo a la máquina de escribir /

Oriana se describía como una “atea cristiana”, y esta referencia, que en rigor nada tendría que ver con su ejercicio periodístico, nos sirve para entender su tránsito a lo que algunos llamarían un “fundamentalismo de derechas” que le ganó el aplauso de los más conservadores.

Anti-islámica confesa y militante, fue muy cercana al cardenal Joseph Ratzinger a quien criticó como Benedicto XVI por su posición ante el Islam: “¿Santo Padre, cree en serio que los musulmanes acepten un diálogo con los cristianos, con las otras religiones, con los ateos como yo? ¿Cree en serio que puedan cambiar y dejar de sembrar bombas?”

A finales de agosto del 2005 su amigo el Papa la recibió en una audiencia que debía ser secreta y que alguien filtró a los medios y causó escándalo. Me pregunto si la Signora, en “guerra santa”contra el Islam, le habría dado al Vicario la idea del pasaje cuya reciente lectura tiene al mundo árabe en pie de guerra contra el cristiano. Todo puede ser.

De Oriana Falacci se entrevista a sí misma, un cronista ha dicho que es “un grito de protesta; un aullido, como el clásico de Ginsberg; un panfleto en el buen sentido de la palabra. Y conviene recordar que la historia de la literatura política está llena de panfletos muy importantes y contundentes, incluyendo alguna pieza maestra de Jonathan Swift. El de Oriana Fallaci es un grito vehemente, un exabrupto que nada tiene de políticamente correcto.”

Pero es que los periodistas no podemos ser políticamente correctos. Eso choca con la esencia de nuestra profesión. Así que por favor no descanse en paz, Signora. Síganos inquietando con sus palabras.

sanchezdearmas@gmail.com