Manuel Buendía, in memoriam
Miguel Ángel Sánchez de Armas
28 de mayo de 2006





Hace 22 años murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.

Aquel 30 de mayo de 1984 fue miércoles. Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se ha hecho sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México, y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto. Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.

El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida de la capital. El crimen, a propósito frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una advertencia. Las fotografías del cadáver desangrado de Buendía en una acera le dieron la vuelta al país y al mundo: en aquel México tal era el fin que aguardaba a los practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.

Veintidós años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros puentes. Hoy reconfirmamos que la muerte de Buendía fue ejemplar, pero no en el sentido en que quisieron sus asesinos. Un instante después de la primera oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó el compromiso con la libertad. Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional y personal, pues Buendía sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma.

Recordamos a Buendía de muchas formas. Su cálida amistad y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad. Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos profesionales. Una vez escribió: “Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: “Hoy he descubierto algo importante, pero... ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!”

Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: “El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas.

“Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de moda.

“Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos.

“Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo -por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora, y para nosotros ser significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera.

“Mi homenaje, pues, a tantos colegas que no alcanzan fama ni honores, pero que jamás han desertado del deber profesional un solo día.”

Hay hombres que forjan sus propias leyendas. En el periodismo de vez en cuando surgen figuras que rompen los moldes no como un reto, sino porque ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue de esa estirpe.

Lo recordamos siempre.


sanchezdearmas@gmail.com

El muro

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Es una lástima que yo no sea uno de esos famosos conciliadores internacionales que viajan de un lado a otro para desfacer entuertos y conflictos y cobran en dólares. Si lo fuera, y la OEA o por lo menos el TIAR me patrocinaran, en quince minutos arreglaría ese tonto diferendo sobre muros, guardias nacionales, migrantes indocumentados y uso exclusivo del inglés. Así México y Estados Unidos retomarían la fraterna relación que mantuvieron durante... ejem... bueno, tendrían la relación que corresponde a dos pueblos civilizados y unidos por una de las más importantes fronteras en el mundo.

Primero viajaría a Washington para entrevistarme con Bush en la Casa Blanca o en Camp David y explicarle, con peras y manzanas, que en la historia de la humanidad el único muro que ha sido exitoso ha sido el de Pink Floyd. Y le pondría algunos ejemplos:

Doscientos años antes de Cristo, un tal Qin Shi Huang pensó que sería buena idea construir una muralla para detener a los nómadas que amenazaban su imperio (nómada en chino antiguo = migrante). Y como además sentía su civilización amenazada, hizo que el pensamiento no conformista fuera una ofensa capital y sentenció a miles de intelectuales a años de trabajo forzado en la construcción del muro. Pero al cabo del tiempo los migrantes de todos modos pasaron, los críticos persistieron, el mandarín tuvo que incorporar las nuevas lenguas y ya sabemos en qué terminó la Gran Muralla.

Algunos siglos más tarde un francés que era ingeniero y Ministro de Guerra tuvo la genial idea de construir un muro para contener a los odiados boches (boche en bávaro = migrante peligroso) y así nació la Línea Maginot, con su propia red ferroviaria, cañones de gran calibre y viviendas climatizadas para la tropa; toda la estructura estaba hecha de hormigón y el grosor de los muros era el más ancho que se conocía en este tipo de edificaciones. Nomás que cuando los boches decidieron que era tiempo de avanzar le dieron la vuelta, porque los muros y las murallas tienen el pequeño inconveniente de ser estáticos. So much por ese muro.
Más adelante, la nomenklatura a cargo del paraíso de los trabajadores en Berlín Oriental decidió que era tiempo de proteger a las masas contra la decadencia occidental (decadencia en el discurso oficial = migración indeseada). Y de nuevo la burra al trigo: levantaron un muro. Pero no cualquier muro. Fue uno de cuarta generación, de hormigón armado, de 3.6 metros de alto y con 45,000 secciones independientes de 1.5 metros cada una. Además, se protegió la frontera con una valla de tela metálica, cables de alarma, trincheras para evitar el paso de vehículos, una cerca de alambre de púas, más de 300 torres de vigilancia y treinta búnkers. ¿Suena conocido? Creo que a Bush nadie le ha dicho que su propio país burló el muro con un puente aéreo y ayuda económica y que, barrera de cuarta generación y todo, miles lo burlaron hasta que un día una turba iluminada lo hizo pedacitos y algunos se hicieron ricos vendiendo los trozos por varias veces su valor original.
Una vez educados los primos, volaría a México para reunirme con Fox en Los Pinos o en San Cristóbal y explicarle con peras y manzanas que es un error protestar por el muro. Al contrario, debe exigir que se levante a lo largo de toda la frontera. Y no doble, sino triple y de ser posible cuádruple. En las actuales condiciones del mercado mundial de acero esto sería una bendición para las siderúrgicas mexicanas (ni modo que los gringos compren lámina en China) y se crearían miles de empleos bien pagados en Coahuila, Nuevo León, Michoacán, Veracruz y Yucatán, donde están nuestras plantas más importantes.

Pero eso no es todo. Poco después de venderles el acero, llegarían emisarios confidenciales para suplicar por acuerdos de trabajo temporales para los escuadrones de varilleros, soldadores, laminadores, alambreros y chalanes que levantar un muro de acero de tres mil kilómetros exige… porque nadie cree que los güeros de la guardia nacional vayan a poder, ¿verdad?

Así, de golpe y porrazo tendríamos casi tantos dólares frescos como por la venta de petróleo para invertir en escuelas, en infraestructura industrial y de comunicaciones y en general para crear las condiciones que vida que se nos vienen prometiendo desde la Revolución. Será imposible que la clase política nacional no vea la pertinencia de mi propuesta. Pero si hubiese remisos –y siempre los hay- les revelaría la estrategia oculta:

Al final, el tortilla wall sería un obstáculo formidable para el narcotráfico. El precio del crack en Nueva York, Washington, Boston y Seattle se iría a las nubes; la Acapulco Golden escasearía en Beverly Hills, Vermont, Cape Cod y Miami… el electorado se alzaría en armas y en las siguientes elecciones el Partido Republicano pagaría las consecuencias. Entonces, ya desde una posición de fuerza, nos sentamos a negociar en serio con los demócratas los términos de una nueva relación.




¿Para qué sirve la literatura?


Miguel Ángel Sánchez de Armas


Hace varias semanas dediqué la columna a la memoria de Louis Fischer. Esto fue porque prometí a Omar Raúl que reanudaría la serie “Vidas ejemplares”, porque un libro que estoy escribiendo me llevó a la relectura de La vida de Mahatma Gandhi y, francamente, porque el tiempo se me vino encima, llegó la tarde del domingo y me angustié con la hoja en blanco. “Nada hay más difícil que la primera línea”, clamó alguna vez Pablo Picasso.

Esto no tendría mayor importancia y difícilmente sería tema de una entrega salvo que lectores que se dedican a tareas harto diversas, desde el acordionismo hasta la zootecnia pasando por la fruticultura, la laringectomía, la papirología, la pacotillería, el tablao, la vagancia y el canto yaraví, agradecieron la referencia biográfica. Muchos vieron de nuevo la película Gandhi y otros se procuraron libros del autor. Entonces mi ego se infló y pensé que en mi pequeña medida había finalmente descubierto un uso real de la literatura.

¿Para qué sirve la literatura? Cuando yo era joven servía para que una mi abuela me azotara con vara de membrillo mientras recitaba la letanía: “Te-vas-a-quedar-ciego-de-tanto-leer”. Ya mayor, para que una mi tía grande afligiera a mi madre con la acusación de que había dado a luz a un haragán que prefería los libros al trabajo. Y en la vida adulta, para que algunas muchachas pensaran que un analfabeto es preferible a un sujeto que lee hasta las cuatro de la mañana; o para que mi pequeña hija preguntara: “Mami, ¿es cierto que mi papá no trabaja?” Concedo que hay extremos. Mi querido Pit Reyes, de feliz memoria, solía leer incluso durante la comida. Cuando sus hijos le reconvinieron, respondió que si él no leía ellos no comían. Se zanjó la disputa y los jóvenes estudiaron contabilidad y economía.

Así que la pregunta “¿Para qué sirve la literatura?” debiera ser una necedad indigna de ocupar el tiempo de los lectores y los espacios generosos que JdO recibe cada semana en tantos medios.

¡Pero no! ¡Alto! La literatura sí tiene una función. No sirve en el sentido utilitario de los productos que la publicidad nos propone a toda hora. Sirve en cuanto faro que nos señala un camino, nos permite conocernos, nos abre la puerta a mundos fantásticos y ahuyenta la sobrecogedora sensación de que sólo estamos en esta tierra para comer y reproducirnos. ¿Romántica y absurda idea? En los correos de mis lectores hay quién dice que un libro lo obligó a mirarse hacia dentro; quién que la catarata de imágenes y recuerdos llevó lágrimas a sus ojos; quién que fue sorprendido y maravillado; quién que en el hilado de imágenes de una poesía encontró la respuesta a sentimientos que le tenían agobiado. Para todos ellos la literatura tiene un sentido. Una utilidad.

En La tentación de lo imposible, Mario Vargas Llosa toma como pretexto el análisis de la compleja trama de Los miserables para plantearse la pregunta que todo escritor se hace alguna vez y que para todo autoritario, grande, pequeño, eficaz o fracasado, es una pesadilla: ¿es subversiva la literatura? Y aquí encuentro otra función de las letras (de la literatura y de los libros, contenido y continente): salvaguardar la esencia humana.
¿Por qué destruyen libros los hombres?, se pregunta con inocencia conmovedora Fernando Báez en su ensayo, antes de responderse a sí mismo: “Tal vez... los motivos profundos estén en una declaración de Fred Hoyle, astrónomo y novelista. En De hombres y galaxias, escribió que cinco líneas bastarían para arruinar todos los fundamentos de nuestra civilización. Esta posibilidad terrible, impertinente, codiciosa, nos aturde y no habría razones para no pensar que, tras la excusa autoritaria, se esconda la búsqueda obsesiva del libro que contenga esas cinco líneas.”

La memoria colectiva decidió dejar rastro escrito por primera vez hace 5 mil 300 años. Y de inmediato, casi como un reflejo, comenzó el hombre a destruir esas tablillas primigenias, dice el reseñador de la obra de Báez. Y sí, desde la intolerancia que acabó con la gran biblioteca de Asurbanipal hasta las bombas que destruyeron las bibliotecas y museos de Bagdad en la guerra del Golfo, pasando por las prohibiciones y quemas de libros de todas las grandes religiones y de todos los sistemas políticos, el autoritarismo nos está diciendo que la palabra y los libros son peligrosos porque sirven para hacernos libres. Como yo, francamente, no encuentro diferencia entre quienes enviaron a la hoguera los manuscritos inéditos de Bábel y los que pretendieron prohibir la circulación de Ulises o la de Cariátide, deduzco entonces que la literatura sí tiene una utilidad.

La vida en poesía

Miguel Ángel Sánchez de Armas



Quiero creer que es la sofocante primavera xalapeña la que me puso melancólico, pero la verdad es otra. Contar más de cinco décadas y saberme más próximo del fin que del principio, modificó mi visión de la vida. Todo lo que me rodea adquirió nuevos significados. Un día desperté descubriéndome avaro con mi tiempo y troqué los momentos perdidos por encuentros pospuestos. En ese ánimo me puse a revisar mi baúl de recuerdos y aparecieron tres poesías que me asaetearon con sus versos mundanos y emotivos.

La primera se titula Instantes y fue atribuida a Borges hasta que un agrio y encolerizado erudito nos quiso aclarar que de la pluma del porteño no habían salido tales líneas. No importa. Aquí están:

Si pudiera vivir nuevamente mi vida / En la próxima trataría de cometer más errores. / No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más / sería más tonto de lo que he sido, de hecho / tomaría muy pocas cosas con seriad. / Sería menos higiénico. / Correría más riesgos, haría más viajes, / contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos. / Iría a más lugares a donde nunca he ido, / comería más helados y menos habas,/ tendría más problemas reales y menos imaginarios. / Yo fui de esas personas que vivió sensata y prolíficamente / cada minuto de su vida. / Claro que tuve momentos de alegría, pero si pudiera volver atrás / trataría de tener solamente buenos momentos. / Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos, / no te pierdas en el ahora. / Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin un termómetro, / una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas; / si pudiera volver a vivir viajaría más liviano. / Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo / a principios de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño. / Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres / y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante. / Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

La segunda es de Pablo Neruda, quien en realidad se llamaba Neftalí y se apellidaba Reyes (cosa que en realidad sólo a los eruditos agrios y coléricos importa).
Queda prohibido llorar sin aprender, levantarte un día sin saber qué hacer, / tener miedo a tus recuerdos. / Queda prohibido no sonreir a los problemas, no luchar por lo que quieres, / abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños. / Queda prohibido no demostrar tu amor, / hacer que alguien pague tus dudas y mal humor. / Queda prohibido dejar a tus amigos, / no intentar comprender lo que vivieron juntos, / llamarles sólo cuando los necesitas. / Queda prohibido no ser tú ante la gente, / fingir ante las personas que no te importan, / hacerte el gracioso con tal de que te recuerden, / olvidar a toda la gente que te quiere. / Queda prohibido no hacer las cosas por ti mismo, / no creer en Dios y hacer tu destino, / tener miedo a la vida y a sus compromisos, no vivir cada día como si fuera el último suspiro. / Queda prohibido echar a alguien de menos sin alegrarte, olvidar sus ojos, su risa, / todo porque vuestros caminos han dejado de abrazarse, / olvidar su pasado y pagarlo con su presente. / Queda prohibido no intentar comprender a las personas, pensar que sus vidas / valen menos que la tuya, no saber que cada uno tiene su camino y su dicha. / Queda prohibido no crear tu historia, dejar de dar las gracias a Dios por tu vida, / no tener un momento para la gente que te necesita, no comprender que / lo que la vida te da, también te lo quita. / Queda prohibido no buscar tu felicidad, no vivir tu vida con una actitud / positiva, no pensar en que podemos ser mejores, / no sentir que sin ti, este mundo no sería igual.

La tercera es del gran pobre de la tierra, José Julián Martí Pérez.
Triste es no tener amigos / pero más triste debe ser / no tener enemigos. / Porque quienes enemigos no tenga, / señal es que tampoco tiene: / ni talento que haga sombra, / ni carácter que impresione, / ni valor temido, / ni honra de que murmurar, / ni bienes que le codicien, / ni cosas que se le inventen.

¡Nunca más!

Miguel Ángel Sánchez de Armas



En el verso de Martin Niemöller, una voz que parece haber perdido la esperanza nos amonesta: Primero vinieron por los judíos / y no dije nada / porque yo no era judío. / Luego vinieron por los comunistas / y no dije nada / porque yo no era comunista. / Luego vinieron por los sindicalistas / y no dije nada / porque yo no era sindicalista. / Luego vinieron por mi / pero ya no quedaba nadie / para hablar por mi.

El silencio y la ceguera inducida o voluntaria casi siempre han ido de la mano de grandes atrocidades. Los bombardeos en Camboya; los campos de aniquilamiento del Khmer Rojo; las limpiezas étnicas en los Balcanes, en Burundi, en Etiopía, en Uganda; la política británica de tierra quemada en Sudáfrica; el Holocausto. En estos episodios, de entre una lista que llenaría cientos de páginas, el silencio y el ver hacia otro lado fue una constante. Las primeras noticias de los campos de concentración nazis fueron relegadas a pequeños espacios interiores por los editores judíos del New York Times para no dar la impresión de que eran manipulados por la propaganda.

En la última semana de abril conmemoramos los “días del recuerdo” del Holocausto. Creo que todo el año debiera serlo. Debemos aprender del pasado. Hay que prohibir el olvido. En el Yad Vashem de Jerusalém, en el Museo del Aparheid en Johannesburgo, en los memoriales en Riga, Auschwitz, Mauthausen; en el testimonio del Gúlag soviético; en el recuerdo de los Laogai de la “revolución cultural” china, está la memoria que es la única defensa contra las bestialidades en las que nuestra especie incurre cíclicamente y “justifica” con las más terribles doctrinas.

Al revisar los archivos, descubro que desde 1933, aquí y allá, en diarios locales de poca circulación, se dieron noticias que debieron haber sido como focos rojos; compruebo una vez más que las hemerotecas son como dedos acusadores.

El 2 de abril de 1933 el Charleston Gazette publicó: “En Alemania, día de boicot contra judíos”, dando cuenta de movilizaciones de camisas pardas que pintaron leyendas como “Peligro, tienda judía” y “Cuidado con el judío”, junto con calaveras y huesos cruzados, en comercios.

The Sheboygan Press del 27 de noviembre de 1935 llevó la nota: “Hitler asegura que Alemania es el dique contra el comunismo”, con declaraciones del canciller en el congreso de Nurenberg que votó las leyes raciales que prohibieron el matrimonio entre judíos y no judíos y despojaron de derechos civiles a los alemanes con sangre judía. “Esta legislación no es antijudía; es pro alemana”, dijo Adolf.

“Ordenan cesar la violencia contra los judíos en Alemania” fue el titular del Edwardsville Intelligencer del 10 de noviembre de 1938. En la nota se lee que el médico norteamericano Lawrence K. Etter y varios noruegos, suizos y daneses, fueron llevados a la comisaría por tratar de tomar fotos y filmar a la turba nazi que se dedicó a destruir comercios y sinagogas, además de arrestar a miles de judíos “para protegerlos”.

En el Circleville Herald del 21 de febrero del 41 apareció la información de que todos los judíos vieneses serían deportados a Lublin, Polonia, en doce corridas mensuales de trenes especiales. En Lublin se estableció el campo de concentración de Majdanek.

“Terror y muerte para judíos alemanes” fue el título del reportaje firmado por Pierre J. Huss en el Lowell Sun el 27 de enero del 42: “Una noche pasé por la sinagoga de la Fasanen Strasse (destruida por los nazis en noviembre del 38). Vi un conjunto de camiones y pensé que estarían instalado en las ruinas una batería antiaérea. En la oscuridad escuché gemidos y voces que daban órdenes. Regresé para averiguar. Por accidente me había topado con una de las primeras concentraciones de judíos en sus antiguas sinagogas para de ahí ser llevados a los guetos de Galicia. El sistema de Bormann para liquidar a los judíos era tan eficiente como inhumano. Noche a noche alrededor de las 11, escuadrones volantes de la Gestapo salían por la ciudad para sacar de sus hogares a familias judías”.

El 29 de noviembre del 43, The Gleaner dio cuenta de la masacre de siete mil judíos en Babi Yar, en las afueras de Kiev, en represalia por supuestos atentados contra las tropas nazis que avanzaban al Don y al Volga. “Los alemanes obligaron a prisioneros rusos a cubrir los cuerpos de los ejecutados. Muchos estaban vivos, de tal suerte que la tierra se movía en la fosa”.

Un año después, el Galveston Daily del 26 de noviembre anunció el reconocimiento oficial de las atrocidades: “Funcionarios estadunidenses describen asesinatos masivos de los nazis”. La nota es un testimonio de las condiciones en los campos de Auschwitz y Birkenau: “Es innegable que los alemanes han asesinado a millones de civiles sistemática y deliberadamente”.

El 30 de abril del 45 en el Herald Press apareció la noticia de que el ejército norteamericano había liberado a 32 mil “muertos vivientes” en Dachau y el Gleaner del 21 de noviembre siguiente publicó a ocho columnas: “Comienza el juicio de los principales criminales de guerra nazis”.