Memoria del karroo

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas




Olivia Emilia Albertina Schreiner nació un 24 de marzo del Año del Señor 1855 en una pequeña estación agrícola de Wittenberg en lo que hoy es Lesoto, en el vasto Cabo africano. Fue la novena de los doce vástagos de Gottlob y Rebeca, una pareja de predicadores calvinistas. Gottlob había escuchado el llamado del Señor y viajó de Londres a Sudáfrica para evangelizar a los paganos, pero tristemente tuvo mayor éxito en echar hijos al mundo que en convertir a la verdadera religión a los aborígenes de aquel inhóspito territorio. Poco después de su arribo y quizá empujado por la desolación, Gottlob intentó combinar el púlpito con el comercio y la severa clerecía de la Pérfida Albión ordenó su despido.


Gottlob Schreiner debió ser un tipo singular. Me lo imagino chaparro, terco, grueso y fuerte; un rubicundo teutón lleno de complejos y enojado con el mundo que lo había arrumbado el confín de la tierra entre salvajes ignorantes. Pero si bien imponía con mano de hierro el temor a Dios en su casa, no fue buen comerciante y fue de fracaso en fracaso hasta su muerte en la bancarrota en 1876.


Fueron años difíciles para los Schreiner. A los 12 años Olivia fue enviada con sus hermanos mayores para hacerse cargo de las labores de casa. Después se empleó como institutriz y en 1881 había ahorrado lo suficiente para viajar a Inglaterra con la ilusión de estudiar en la Escuela de Medicina para Mujeres de Elizabeth Garrett Anderson y Sophia Jex-Blake, algo que no logró por su mala salud y problemas emocionales. Pero sí consiguió que un editor leyera el manuscrito con el que había viajado desde su pueblo, un relato amoroso y amargo de un territorio en donde la luna chorrea su luz y el karroo se extiende en su inmensidad salitrosa hasta donde la vista alcanza.


Historia de una hacienda africana apareció bajo el sello de Chapman & Hall en 1883 firmada con el seudónimo “Ralph Iron” y fue aclamada como una de las grandes obras de la literatura universal. Se le considera la primera novela moderna sudafricana. Hoy, 127 años después, la historia agridulce de Em y Lyndall sigue vigente en toda su fuerza. La vida de esas jóvenes en un rancho en donde no hay nada más importante que la Biblia, puede conmover hasta las lágrimas a un lector moderno -incluso a quien no esté familiarizado con las condiciones de vida en aquella colonia que fue patria del apartheid- por la fuerza de las emociones y la profunda humanidad de los personajes que Olivia Emilia supo capturar:


Es el año de 1860. Las primas Em y Lyndall viven y trabajan en un humilde rancho en la desértica llanura sudafricana llamada karroo. Em es adiposa, dulce y pasiva, un perfecto ejemplar destinado al matrimonio. Lyndall es inteligente, inquieta, bella, autosuficiente… y condenada a la infelicidad. Su apacible vida se altera con la aparición de un bombástico irlandés, Bonaparte Blenkins, quien asegura tener parentesco con Wellington y con la reina Victoria y se apodera de la voluntad de la lerda y gorda madrastra de las muchachas. Así, conforme transcurre la vida de las dos mujeres hacia un trágico y fatal desenlace, el lector es llevado por los meandros de la condición humana no sólo de aquella retrasada colonia, sino del mismo género humano.


Olivia Schreiner fue catapultada a la fama literaria de inmediato. Hasta entonces hospedada en cuartuchos baratos de los barrios pobres de Londres, vio cómo se le abrían las puertas de los salones literarios y los círculos intelectuales de vanguardia. Pronto descubrió su segunda vocación, la de activista en favor de los derechos de las mujeres, y se integró a movimientos que en aquella época victoriana, de acuerdo a sus críticos, “no gozaban de la mejor reputación”. Hasta nuestros días hay quien la considera una de las madres fundadoras del feminismo. Luchó por el sufragio universal, la educación, la liberación sexual y la igualdad de salarios y publicó un clásico del género, Las mujeres y el trabajo, en el que denuncia el “parasitismo sexual” del hombre sobre la mujer. También fue una activa pacifista durante la primera guerra mundial.


Un estudio fotográfico hecho durante la primera de sus dos estancias en Londres nos muestra a una mujer gruesa de facciones agradables y aura inteligente en cuyo semblante nada hay que permita adivinar su alma atormentada y su vida sumida en la tristeza y la depresión.


Porque la existencia de Olivia Schreiner fue una de soledad y frustraciones amorosas y sexuales. Dan Jacobson, quien prologó en 1971 la edición de Penguin Classics de Historia de una granja africana, reflexiona si la vida de la escritora en pueblos sudafricanos como Kimberley, Cradock o De Aar habría sido más solitaria que en las casas de huéspedes londinenses que fueron durante tanto tiempo su hogar. “Uno se pregunta si la convivencia con rancheros bóer y con sudafricanos ignorantes pudo haber sido más dañina a su talento que, digamos, la que tuvo con la “Sociedad de la Nueva Vida” en Londres, cuya meta era ‘cultivar en todos y cada uno un carácter perfecto’.”


Y sigue: “Havelock Ellis, autor de estudios sobre la sicología de un acto sexual del que él era incapaz; Edward Carpenter, el delicado homosexual redactor de panfletos sobre los derechos de la mujer y del ‘sexo intermedio’; Leonora, la brillante y trágica hija de Karl Marx quien fue llevada al suicidio por su amante Edward Aveling, el conspicuo socialista, revolucionario, estafador y mujeriego: ésta era la clase de personas entre quienes encontró a sus mejores amigos.


“Ciertamente es más fácil ser irónico que justo respecto a esos tardíos victorianos, seculares, progresistas, feministas, traductores de Ibsen e incansables fundadores de organizaciones y sociedades de debate. Que con tanta frecuencia fracasaran en vivir de acuerdo a sus ideales sería en sí algo que difícilmente se les podría echar en cara. ¿De cuántos de nosotros no se podría decir lo mismo? Pero que hubiesen sido incapaces de llegar a ciertas conclusiones incómodas respecto de sus ideales a partir de las complejidades y miserias de sus propias vidas... ese es otro problema, uno que difícilmente podría perdonar cualquier lector que se haya expuesto a la obra completa de Olivia Schreiner.”


Olivia tenía 26 años cuando llegó a Inglaterra. Además del manuscrito de Historia de una granja africana, llevaba en el equipaje otras dos novelas, que habrían de ser póstumas. Su vida entró en un remolino emocional azuzado por el represivo ambiente victoriano de la época. Evidentemente era una mujer fuerte, pues defendió con éxito la trama de su novela (los editores querían que Lyndall, quien muere en el parto, se casara con el padre de la criatura, “para no ofender el pudor de los lectores”) aunque debió utilizar un seudónimo masculino, “Ralph Iron”. (Recuerde el lector que habían pasado sólo siete años desde la muerte de la baronesa Dudevant, Amandina Aurora Lucía Dupin, quien firmara sus libros extraordinarios con el muy masculino seudónimo de “George Sand”.)


Creo, por lo que he leído de ella, que nació en el siglo equivocado. La imagino una mujer fogosa, apasionada, poco convencional, que sufría atrapada en los corsés verdaderos y los ideológicos que aquella sociedad imponía a sus mujeres. Siempre en busca del amor y la felicidad, tuvo una serie de affaires que habrían sido el escándalo de las buenas conciencias, entre ellos uno, al parecer nunca consumado, con Havelock Ellis. De aquella época sobreviven numerosas cartas. El 28 de julio de 1884 le escribió a Ellis una nota conmovedora que ofrezco con una traducción libre mía al final:



I was going to tear up the bit I enclose [destroyed] but I won't because perhaps you would like to see it. I can't explain what I mean by this fear, not even to myself; perhaps you can for me. I am so afraid of caring for you much. I feel such a bitter feeling with myself if I feel I am perhaps going to. I think that is it. I feel like someone rolling a little ball of snow on a mountain side, and he knows at any minute it may pass out of his hand and grow bigger and bigger and go—he knows not where. Yet, when I get a letter, even like your little matter-of-fact note this morning, I feel: “But this thing is yourself.” In that you are myself I love you and am near to you; in that you are a man I am afraid of you and shrink from you.



(Iba a romper el papelito que te mando [destruido] pero no lo haré porque tal vez te gustaría verlo. No puedo explicar qué quiero decir con este miedo, ni siquiera a mi misma; tal vez tú puedas hacerlo por mí. Tengo mucho miedo de quererte demasiado. Me da una sensación amarga si siento que tal vez lo haga. Creo que eso es. Me siento como alguien que empuja una pequeña bola de nieve en la ladera de una montaña y sabe que en cualquier momento se le saldrá de control y crecerá más y más y se irá... quién sabe a dónde. Sin embargo cuando recibo una carta, incluso como tu indiferente nota de esta mañana, pienso: “Pero eres tú mismo”. En tanto eres mi misma persona, te amo y estoy cerca de ti; en tanto eres un hombre, te temo y me aparto de ti.)



En 1899 Olivia volvió a Sudáfrica y se casó con Samuel Cronwrigh, un ranchero y activista político que también debió haber sido una personalidad fascinante: tomó el apellido de Olivia y cambió su nombre a Cronwright-Schreider, ¡y si eso no fue una muestra de amor, no sé cómo podría calificarse! Fue madre de una hija que murió a las pocas horas de nacida. Su infelicidad se acentuó y regresó a Inglaterra sola. A principios de 1920 Samuel fue por ella a Londres para escoltarla de regreso a su país. Dicen las crónicas que no la reconoció, tan enferma y consumida estaba, al llegar al miserable cuartucho en donde se hospedaba.


Olivia Emilia Albertina Schreiner murió el 10 de diciembre de ese mismo año y fue enterrada junto con los restos de su hija y de su perro favorito en Buffels Kop, en la desértica planicie karroo.


De esta singular escritora mi consultor de cabecera dice que “Aunque fue amiga de Cecil Rhodes, el padre de Sudáfrica, rompieron su relación a raíz del fallido ataque de Jameson contra los bóer en 1895, cuyas actividades denunció en su libro El soldado de caballería Halkett de Mashonaland, que criticaba la forma en que se colonizó Rhodesia y originó una gran polémica. Trabajó en favor de los bóer durante la guerra contra Inglaterra (1899-1902). De hombre a hombre (1927) y Ondina (1929), ambas novelas de tema feminista, se publicaron póstumamente. Mujer poco corriente y valiente, revolucionó el enfoque del feminismo y realizó muchas observaciones agudas sobre el futuro político de Sudáfrica, en particular sobre la situación de los negros bajo el apartheid.”




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

28/4/10


Si desea recibir la columna en su correo, envíe un mensaje a: juegodeojos@gmail.com





“CSI a la mexicana”

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas


Hoy cedo el espacio de esta columna a mi admirada amiga Pilar Ramírez, autora de “La política en tacones”. Quiero compartir con otros auditorios de JdO su inteligente análisis sobre un hecho que refleja profundas y preocupantes distorsiones de nuestra sociedad. Me refiero a la muerte de la pequeña Paulette Gebara, caso dolorosísimo que abordo con grandes reservas. Pienso que esta tragedia ha puesto sobre la mesa la urgencia de una revisión de nuestros valores comunitarios y del papel de los monopolios televisivos que parecen haber trocado su rol de interlocutores y orientadores sociales por el de interlocutores del poder o peor, interlocutores de sí mismos. Pilar tituló su texto del pasado 14 de abril, “CSI a la mexicana”. Cada lector lo juzgará y llegará a sus propias conclusiones. Aquí la columna:

“Una nota perdida en uno de los diarios nacionales reportó el 12 de abril que en el municipio de Escuinapa, en Sinaloa, apareció muerta dentro de una maleta una menor de siete años. La pequeña –de quien ni siquiera se da un nombre completo, sólo se le identifica como Gloria N.- era hija de jornaleros agrícolas y se le vio con vida por última vez cuando jugaba con su hermano de dos años de edad, quien no aparece. Busqué más datos en los diarios locales de Sinaloa, pero no hay mucha más información, sólo se agrega que hay una detenida sospechosa de haber asesinado a la menor en un acto de magia negra y que la madre está en calidad de presentada porque no se sabe si participó en los hechos.

“Para esclarecer el asesinato de Gloria no se ha invitado al FBI, no han ido a cubrir el asesinato los noticiarios estelares de las dos principales cadenas de televisión, tampoco se ha entrevistado a los padres. Claro, la pequeña era hija de unos jornaleros, no tenía –por supuesto- nanas que cuidaran de ella y su hermano, su muerte no es útil para golpear a personajes de la política nacional y no hay, como se dice en el argot periodístico, “carnita” en el caso para llenar horas en los espacios informativos.

“El caso Paulette Gebara en cambio, ha resultado ideal para varios fines. Las televisoras se han cebado en un asesinato, dándole gran énfasis al drama familiar que encierra para construir una especie de reality show o CSI a la mexicana, con una cobertura que bajo la apariencia de periodismo de investigación repite una y otra vez la escasa información real que existe sobre el caso y que podría ser resumida en un par de cuartillas. Se construyen notas artificialmente con entrevistas a los padres, a funcionarios, a las nanas, a las maestras, a los compañeros de las niñas, se aventuran hipótesis, se hacen resúmenes de los hechos y se reciclan informaciones a todo lo que dan para ofrecer los mismos datos con una envoltura diferente.

“Carlos Loret de Mola entrevistó el 5 de abril al procurador de Justicia del Estado de México, Alberto Bazbaz, quien dijo lo que tenía que declarar o informar en los primeros tres minutos, la entrevista, sin embargo duró media hora, en la que el conductor intentó que el funcionario respondiera una y otra vez qué “pensaba” del caso, si tenía “alguna hipótesis”. El procurador mexiquense, que no se salió del guión, todo el tiempo respondió lo mismo, que las pruebas periciales arrojarían datos más próximos a la verdad y en tanto era precipitado adelantar juicios. Al día siguiente, en su columna “Historias de reportero”, Loret consignó y criticó el hecho de que el procurador hubiera pronunciado la palabra “ciencia” o sus derivados 38 veces, lo cual hizo a instancias del entrevistador que trataba de sacar una declaración distinta. Loret reconoce que este tipo de temas atrae la atención del público y desconoce el por qué, pero afirma que el problema no es cubrir estos casos dramáticos asociados con la muerte sino cubrirlos profesionalmente. Yo apuraría la hipótesis de que se crea interés en el público justamente por la carencia de ética profesional.

“Adela Micha tuvo la tarea de entrevistar a la madre de la niña para que el público pudiera regodearse y obtener su propia interpretación acerca de si la madre es culpable o no, si la ven muy compungida o muy “fría”, si se le nota que tiene o no un amante, si es una mala madre por irse de viaje de “soltera”. La otra televisora ha hecho lo propio, pues tiene que “competir” informativamente; ha entrevistado a las nanas, al supuesto amante y se ha tejido todo un tinglado mediático y político de un caso del fuero común. En ambas empresas de televisión, el caso de la pequeña Paulette ha servido para llenar horas y horas de producción en prácticamente todos los informativos, especialmente los de horarios estelares.

“Los errores que ya son legendarios en la procuración de justicia mexicana se han utilizado como artillería pesada para la batalla política y partidista; se aventuran interpretaciones como que el caso Paulette ya tiró a Peña Nieto, se filtra que Bazbaz es un recomendado del innombrable y se hace opinar a muchos personajes políticos sobre la ineficacia de las autoridades de justicia del Estado de México. La ancestral desconfianza hacia las autoridades sirve para acrecentar las conjeturas acerca del caso.

“En youtube hay cerca de 500 entradas para el caso Paulette, la mayoría son videos presentados en los noticiarios televisivos, y los hay que tienen hasta cerca de medio millón de visitas; entre todos ellos, suman varios millones de reproducciones en menos de un mes. Ya existe incluso un grupo de Facebook llamado “Si no hace justicia en el caso Paulette no voto por Peña Nieto”.

“La prensa escrita no se ha volcado con el mismo ahínco sobre el caso, pero no ha podido ignorarlo debido al interés creado entre la opinión pública por los otros medios; así, mientras éstos entretienen a la compasiva sociedad mexicana, que engolosinada con los pormenores del caso juega a ser Gil Grissom, el investigador estrella de CSI, pasa de largo el caso de la familia asesinada en Tamaulipas a manos de militares, se pierde la cuenta de la violencia generada por el narcotráfico, las críticas al gobierno federal sobre la manera de enfrentar al crimen organizado se vuelven anecdóticas, las muertes que a diario genera la miseria en la que viven muchos mexicanos desaparecen entre las aburridas estadísticas y muchos pescadores políticos gozan de las ganancias que les trajo el río con el asesinato de una pequeña inocente.”


Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

21/4/10


Si desea recibir la columna en su correo, envíe un mensaje a: juegodeojos@gmail.com





Asesinato en San Francisco

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas




“Desesperado por conservar su modo de vida, David Sorensen ha decidido asesinar a su mujer, una rubia millonaria de piel tostada por el sol y costumbres insoportables. Fingir luego un secuestro y echarse a la bolsa un rescate de millones de dólares parecen cosa fácil para este arribista en quien el engaño se ha convertido, inconscientemente, en una forma de vida”.


Pese a los muchos ejemplos de autores de novela policíaca que por sus altos méritos han logrado sacudirse el adjetivo de subgénero –o de plano género menor- que tiene esa escuela, no ha sucedido así con el género mismo, que sigue considerándose inferior en términos amplios. Hay un novelista que podría de una vez y por todas, si la fuerza del mercado no fuese tanta, eliminar cualquier sombra de duda acerca de las enormes posibilidades literarias y de calidad que tiene el género negro al igual que cualquier otra creación artística.


Se trata de Fernando del Paso y su novela Linda 67. Historia de un crimen. “He aquí el punto de partida de una novela que parece, a primera vista, una ‘desviación’ en la carrera literaria de Fernando del Paso”, dice Dolores Carbonell en la presentación de una entrevista que hizo al escritor. “Quién hubiera pensado”, pregunta, “que el autor de José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio volvería la mirada hacia un género que algunos consideran menor, quizá porque no saben lo tremendamente difícil que resulta tramar un asesinato sin dejar cabos sueltos ni perder la claridad. Por eso, la pregunta resulta inevitable: ¿por qué un thriller ahora?”


Y responde Del Paso:

-“Desde hace muchos años, particularmente cuando descubrí la existencia de la serie El Séptimo Círculo -colección de novelas policiacas publicadas por Borges y Bioy Casares-, y conocí a Álvaro Mutis, quien me orientó con respecto a ciertas lecturas de autores como Simenon, he sido lector -no fanático, pero sí esporádico- del género. Se me ocurrió entonces emprender yo mismo el reto que significaba construir algo así, aunque lo fui posponiendo a medida que trabajaba en mis novelas. De hecho, fue como hace 10 años cuando se me ocurrió el meollo, la anécdota de lo que sería Linda 67. Historia de un crimen.”


Quizá una de las pocas cosas reprochables a esta novela sea el título tan poco original al grado de que, para mi gusto, contrasta notablemente con la riqueza de la novela. Linda 67 es la nomenclatura de las placas del automóvil en el cual muere la esposa de Sorensen, su nombre y año de nacimiento, práctica muy frecuente entre las clases adineradas del estado de California, donde los propietarios de vehículos pueden personalizarlas. En este caso se trata de un Daimler Majestic de colección. El auto y la placa describen al personaje.


Fernando del Paso no es un autor de novela policiaca. Es decir, no se ha dedicado a escribir novela policiaca. Tanto así, que confesó a la Carbonell que el proyecto de la novela fue “un proyecto secreto” durante años, “porque no sabía si [le] iba a salir”. Seguramente para el escritor hacer una novela del género negro representaba un desafío que no podía ignorar. El resultado es una espléndida obra que se disfruta página a página. En cada palabra, en cada frase, en cada giro, se hace presente la mano de un creador sazonado que juega con el género, aunque no podemos afirmar que se trate de una novela experimental en la técnica narrativa, aunque sin duda se trata de una historia contada con originalidad.


Un narrador omnisciente se encarga de darnos a conocer la trama y desde el inicio nos informa que un crimen fue cometido, quién lo cometió y contra quién. Detalla la historia de David Sorensen, mexicano que vive en San Francisco, casado con Linda, una mujer estadounidense, de quien está a punto de divorciarse porque el padre de ella, un multimillonario, la amenaza con desheredarla si no se divorcia del yerno al que nunca quiso conocer.


A partir de una conversación con una persona, David comienza a acariciar la idea de matar a Linda, a quien odia, para simular un secuestro, pedir quince millones de dólares de rescate y regresar a México a disfrutarlos con Olivia, su amante mexicana.


La puesta a prueba del lector, la resolución del verdadero enigma, aparece al final de la novela y es manejada con verdadero ingenio. Los 24 primeros capítulos están dedicados a describir en detalle lo que el lector sabe desde el inicio.


Varios elementos son lo que dan riqueza a la novela. Uno de ellos es la erudita abundancia de información, que no resulta chocante o afectada, sino que fluye de manera natural, que va bien con los personajes y la historia. David Sorensen es un mexicano rubio, bien educado, hijo de un diplomático retirado y en la pobreza, pero que habituó a su hijo a vivir bien. En ese savoir vivre es que Del Paso da rienda suelta a una gran cantidad de datos y hace gala de conocer relojes, perfumes, pintura, literatura, vinos, autos, plantas, arte culinario, publicidad, cine, marcas de ropa de cama, diseñadores de moda, accesorios y varios etcéteras.


Se trata de la misma característica que ha colocado a Fernando del Paso como un autor intelectualista, sobre todo a partir de Palinuro de México, su segunda novela, aunque, como bien afirma John Brushwood, “para llamarla novela habría que ampliar la definición del género. Palinuro de México es enciclopédica en cuanto a la variedad de información que contiene y es virtuosa en cuanto a la variedad estilística”. Linda 67 es informativa, pero no es experimental en la técnica narrativa. Sin embargo no podemos dejar de ubicar a Del Paso como un maestro en la técnica de contar la historia presente e ir contando paralelamente los acontecimientos que llevaron al personaje a cometer el crimen, su vida pasada, sus sentimientos y cómo se desarrollaron las acciones mismas del crimen. Todo ello cargado de múltiples referencias


La acción se desarrolla fundamentalmente en la ciudad de San Francisco, lugar donde vive David Sorensen con su esposa norteamericana. Destaca en la novela el conocimiento de la ciudad de que hace gala Del Paso, lo cual, sumado al hecho de que el protagonista –mexicano- esté casado con una estadounidense y la presencia de una amante mexicana, sirve de marco para confrontar a las dos culturas. Una, la estadounidense, próspera, fría, calculadora y elitista. Otra, la mexicana, alegre, sincera, misteriosa, pobre y enigmática. Esta confrontación la hace un personaje que se dice mexicano, pero que en realidad tiene un serio problema de identidad y que ve a los dos lugares un tanto ajenos y rechazantes, como sucede a prácticamente todos los migrantes, con independencia del status con el que permanecen en latitudes distintas a las de la tierra que los vio nacer.


Esta característica de la novela resulta por demás interesante pues aunque haya un despliegue de conocimientos e información acerca de la vida en Estados Unidos, y en particular en San Francisco, y no obstante estar salpicada de referencias a otras ciudades estadounidenses, no deja de ser una novela muy mexicana. La mexicanidad está presente en la confrontación constante de David con Linda, en un esfuerzo permanente del protagonista por rescatar su identidad mexicana, sus recuerdos, sus preferencias y sus ancestros.



En el alud de información que es la novela, además de la vida en San Francisco se incluyen múltiples referencias a la vida en México, incluso la resta de los tres ceros al peso, lo cual ubica en el tiempo a la acción del libro. Sin embargo, el aspecto que le da el carácter contundentemente mexicano es la actuación del protagonista. El hilo que siguen sus razonamientos lo colocan como perteneciente a una sociedad específica. Las ideas que lo asaltan frente a la muerte, al amor, al dinero, a la amistad, dan cuenta de un personaje descrito y creado por un mexicano.


Otro elemento que llena pertinentemente muchas páginas de la novela es la vida interior del protagonista, aunque presentada de manera tan acuciosa que se llega a confundir al narrador omnisciente con el personaje. Al adentrarme en la estructura psicológica de David, me resulta inevitable asociar su apellido, Sorensen, con el nombre de pila del filósofo danés Soren Kierkegaard, un teólogo al que sin duda ha acudido con frecuencia Del Paso -cuya obra literaria incluye unos delicados “Nuevos Sonetos Marianos”- debido a la prioridad que dio a la existencia sobre la esencia, al pensamiento existencial sobre el especulativo.


Linda 67 es una novela negra que cumple con los cánones del género, pero que supera a éste porque es una obra que está a la altura de cualquier otra, con independencia del género, lo cual demuestra que para escribir novelas policiacas no hay que ser aficionado a ellas, sino simple y llanamente hay que ser escritor, y cuanto mejor escritor mejores novelas. En este sentido no puedo olvidar que Del Paso tiene un importante antecedente como trabajador de medios de comunicación, concretamente en la BBC de Londres, lo cual, pienso, pudo haberle facilitado estilísticamente esta incursión en el género policiaco. En cualquier caso, Linda 67 puede, sin obstáculo alguno, competir en calidad con el resto de la obra de Del Paso.




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

14/4/10


Si desea recibir la columna en su correo, envíe un mensaje a: juegodeojos@gmail.com







La Bestia

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas





Érase un joven de intensos ojos azules, apuesto como gacela y dado a la melancolía, seductor de mujeres y hombres, que un día comenzó a perder la vista y dejó su vida de molicie y un futuro prometedor en Londres para irse a vivir al Sudán. En los siguientes años se convirtió en uno de los más extraordinarios peregrinos y escritores del siglo, tan grande como los novelistas de aventuras del XIX pero a diferencia de muchos de ellos, trotamundos real y no mental.


Para retomar el juego de una entrega pasada, doy al lector una pista: no hablo de Joseph Conrad, aunque mucho tuvo en común con el sin par autor de Nostromo. Separados por más de un siglo, tienen en su abrevar de la cultura de la Pérfida Albión un común hilo espiritual… aunque como todos sabemos Conrad nació en la hoy Ucrania y nuestro personaje, al igual que Byron, vio la primera luz en Sheffield, en el verde corazón de Inglaterra.


Ambos fueron esforzados y obsesivos vagamundos. Conrad se embarcó a los 16 años, luchó en España en las filas del ejército de don Carlos, viajó hasta el extremo del mundo de entonces -el archipiélago malayo y el río Congo- escribió 13 novelas y su pasión amorosa lo llevó a las puertas del suicidio. Nuestro personaje en cambio fue más que navegante, caminante. Recorrió a pie los desiertos de África, las áridas extensiones de la Patagonia y los misteriosos eriales australianos en donde el tiempo se detuvo en una época anterior a la memoria del hombre.

Tuvo amores indiscriminados, sin que se sepa si alguno le dolió como para quitarse la vida. Publicó seis libros y al morir en Francia en 1989 de una misteriosa enfermedad, dejó preparado el sugerente título: ¿Qué hago yo aquí?, con el que cimentó la leyenda que se había forjado a sí mismo durante años, pues fue, como dijo un impaciente corresponsal de “Babelia” en marzo del 97, “¡un señor que siempre dejaba pistas falsas!”.


Habrá ya columbrado el lector que hablamos de Bruce Chatwin, una de las personalidades literarias más atractivas de finales del siglo pasado, aunque su obra sigue siendo desconocida en México. Federico Campbell le dedicó una de sus “Horas del lobo” en Milenio hace tiempo, pero hasta donde sé los lectores aztecas de este inglés errante formamos un club tan hermético y reducido como en su tiempo fuimos los seguidores americanos de Tolkien, así que sin duda estamos en el feliz y propicio momento de un aggiornamento literario. Elevemos una oración para que Hollywood lo descubra, lo lleve a la Gran Pantalla y los editores nos inunden con nuevas ediciones de sus libros… quiera Dios que con mejores traducciones que las de Tolkien... digo, para no pasar pena ajena.


Los libros de Chatwin no son de fácil clasificación. Uno de sus más conocidos, En Patagonia, acepta muchas lecturas. Es sin duda una novela, pero también un diario de viajes, muy cercano, incluso en estilo, a Far Away and Long Ago de William Henry Hudson, el delicioso volumen de recuerdos aparecido en 1918. Sus viajes por Dahomey y Brasil dieron lugar a una novela sobre el primitivo comercio de esclavos, El virrey de Ouidah (1980). La colina negra (1982) describe la vida en una granja galesa. Para muchos, la obra más importante de Chatwin es La línea de la canción (1987), una meditación sobre el nomadismo y los aborígenes australianos —mezcla de filosofía, fábula, libro de viajes y novela— que escapa a toda catalogación. El misterioso relato Utz (1988) es un espléndido retrato psicológico de un obsesivo coleccionista checo de porcelana de Meissen.


Creo que se podría decir de su obra que es la memoria de un observador dividida en episodios convencionalmente llamados libros por el resto de los mortales. Tampoco la vida o la personalidad de Bruce puede insertarse en un molde. Chatwin se encuentra en un apartado de seres humanos no fácilmente clasificables.


Este inglés de Sheffield que nació a las ocho y media de la tarde de un caluroso 13 de mayo del año de Dios 1940 en el seno de una familia de clase media “sin pretensiones”, fue con el tiempo un misterio y una revelación para quienes le rodearon. Al igual que Tolkien, tuvo una niñez enfermiza. A los nueve años su tío favorito fue asesinado en algún lugar del África Occidental Británica, extenso territorio en donde hoy se asientan Nigeria, Gambia, Sierra Leona, Benin, Ghana y parte del Camerún, y esto avivó la imaginación del muchacho, quien de inmediato se puso a leer todo lo que encontró sobre ese rincón del Imperio. Curioso que en el caso de John Reed también haya sido un tío aventurero el que le encendió la mecha de la vida peregrina.


La apostura –belleza se diría- y una capacidad casi ilimitada, obsesiva, para la conversación, fueron sus rasgos peculiares. Tan distinguido era su porte que naturalmente todos los que trataban con él lo asumían aristócrata, como fue el caso de la esposa de Carlos Fuentes, según apunta Nicholas Shakespeare, su biógrafo.


Quizá la belleza física del escritor sea mejor descrita en el recuerdo que de él guardó la camarera de una tía abuela con quien se fue a vivir siendo un adolescente: “Si hubiera sabido que iba a morir tan joven… ¡le habría dado un gran beso!”


Pero no sólo las mujeres del pueblo lo encontraban irresistible. La gran escritora y activista Susan Sontag dijo de él (en traducción libre mía): “Era asombroso mirarlo. Hay muy pocos en este mundo con una figura tan cautivante y encantadora... el estómago se comprime y el corazón pierde un latido, pues no estamos preparados para esa imagen. La vi en Jack Kennedy y Bruce la poseía. No es sólo belleza... es una luminosidad, es algo en la mirada... y ejerce su fascinación sobre ambos sexos...”


“Un niño, un trozo de piel de brontosaurio, una tierra remota”. Con estos elementos comienza En la Patagonia, el libro con el que Bruce Chatwin debutó a los 37 años y con el que alcanzaría fama como escritor. Con él, y con los que siguieron, contribuyó a crear un nuevo estilo en la literatura de viajes, una forma de escribir que sería imitada hasta la saciedad, dice Isidoro Merino. Y para Javier Reverte, en este escritor ser nómada fue sello distintivo combinado con una poco común solidez literaria, quizá debido a que, “el viaje literario es el más rentable porque lo haces tres veces: al planearlo, al pisar el camino y al escribirlo”.


Nicholas Shakespeare conoció a Chatwin en Londres en 1982. Lo visitó en su estudio de Eaton Place en donde había una bicicleta recargada en la pared y un libro de Flaubert en el suelo. “Era más joven de lo que había imaginado, con aspecto de refugiado polaco, anoréxico, pantalones anchos, pelo gris rubio, ojos azules, facciones afiladas y verbo como navaja. No dejó de parlotear desde el momento en que ingresé a su pequeña habitación. En minutos me había dado el teléfono del rey de la Patagonia, el del rey de Creta, el del heredero del trono azteca y el de un guitarrista de Boston que se creía Dios”.


A Chatwin no le gustaba dar entrevistas, pero Shakespeare lo convenció de que participara en un programa de televisión con Borges. Bruce llegó primero al estudio y cuando vio aparecer al argentino comenzó a parlotear sobre sus libros y su obra. “¡Es un genio!”, dijo en voz alta. “No puede uno salir sin su Borges. Es como empacar el cepillo de dientes”.


Don Jorge Luis, quien avanzaba por el pasillo de la televisora del brazo de Shakespeare, escuchó, se detuvo, alzó un poco el rostro y sin dirigirse a nadie en particular, exclamó: “¡Qué antihigiénico!”


En retrospectiva alguien podría decir que Chatwin era una personalidad maniática y obsesivo-compulsiva. Era muy capaz de dar el primer paso de un viaje que podría ser de uno o mil kilómetros, literalmente sin más equipaje que su libreta parisina de hojas gruesas y pastas de piel, la legendaria Moleskin, en donde anotaba en letra minúscula –más pequeña cuanto más personal era la entrada- sus observaciones sobre todo lo que cruzara su camino. Me divierte imaginar la sorpresa de un jeque en Benin, de unos calvinistas alemanes en el sur de Argentina o de una familia de aborígenes en Queensland al aparecérseles este inglés desgarbado en la tienda, en el establo o entre los arbustos y espetar, como si fuera una visita familiar largamente esperada: “Hola, soy Bruce Chatwin. ¿Charlamos?”


En un artículo publicado en LAWeekly en marzo del 2000, Shakespeare recuerda que Joan Didion dijo: “Nos contamos cuentos a nosotros mismos para sobrevivir”, y cree que esto fue “más cierto para Chatwin que para la mayoría de nosotros”. Cuando le preguntó a Salman Rushdie: “¿Qué es esa Bestia que Bruce intenta mantener a raya?”, aquél respondió con gran agudeza: “La Bestia es la verdad sobre sí mismo. La gran verdad que oculta es su verdadera identidad”.


No fue sino hasta sus últimos meses, cuando enfermó, que la verdad salió a luz. Diez años después de una visita al África Occidental, en la tarde del 12 de septiembre de 1986, Bruce fue internado en el pabellón de emergencias del Hospital Churchill de Oxford. Su ficha de ingreso sólo lo identificó como escritor de viajes de 46 años, vih positivo.


De El último encuentro de Sándor Márai tomo una estremecedora reflexión del General que me parece concebida con Chatwin en mente: “También existen instantes en que no es de noche ni de día en los corazones humanos, instantes en que los animales salvajes salen de su escondite, de las madrigueras del alma, y en que tiembla en nuestro corazón y se transforma en movimiento de nuestra mano una pasión que hemos tratado en vano de domesticar durante años… durante muchísimos años… Todo ha sido en vano: hemos negado, sin la menor esperanza, el sentido de esta pasión, incluso a nosotros mismos, pero el contenido real de la pasión era más fuerte que nuestros propósitos, y la pasión no se ha disipado, sino que ha cristalizado”.




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

6/4/10


Si desea recibir la columna en su correo, envíe un mensaje a: juegodeojos@gmail.com