“Prensa vendida”

Miguel Ángel Sánchez de Armas



En 1968 viví como incipiente periodista el gran movimiento juvenil que sacudió al país aquel año en que vivimos en peligro. De las consignas de esas jornadas hubo una que sobresaltó mi entonces impoluta inocencia profesional: “¡Prensa vendida!”


No alcanzaba yo a comprender el significado profundo de aquel reproche lanzado una y otra vez por multitudes que rebosaban las avenidas defeñas. Las mantas, los puños en alto y la expresión colectiva de encono me sumían en un estado de confusión. Pero más temprano que tarde abrí los ojos a una dolorosa realidad de nuestra noble profesión: demasiados medios están al servicio del sistema y alejados de la ciudadanía a la que dicen servir.


Durante años me agobió la sospecha de que entre el diarismo sucio del mundo, el mexicano ocupaba un lugar no menor. Con el tiempo comprobé que en todas partes el llamado “cuarto poder” se engolosina con la misma presteza que el primero, que el segundo y que el tercero. Lo que Robert Michels escribió acerca de la concentración de poder en la dirigencia de los partidos políticos en 1911, tiene perfecta aplicación para las organizaciones informativas: acumulación en la cúpula y desplazamiento de la militancia (audiencia). Sin distinción de nacionalidad, credo o raza.


En un muy documentado libro, “The Trust”, se revela cómo el venerado New York Times mantuvo en reserva la información del Proyecto Manhattan para desarrollar la bomba atómica a cambio de la “exclusiva” después de que el artefacto fuera empleado. En anteriores ediciones de la columna he comentado que en los años de la guerra fría, respetados y respetables editores del primer mundo de la democracia llevaban sus artículos al escritorio del asesor presidencial Schlesinger quien a su vez compartía los más “duros” con Kennedy para “suavizarlos” antes de su publicación, lo que evoca la escena de “El Padrino” en donde uno de los jefes de la mafia exclama satisfecho: “Por fin… ¡un gobierno amigo con el que se puede hacer negocios!” El cine ha recogido numerosos episodios verdaderos, entre ellos “Buenas noches y buena suerte” y “El informante”.


Hace poco di con el que puede ser el ejemplo señero en esta materia. La confirmación de que en los más albos castillos de la pureza puede haber una cloaca y muchos esqueletos en el ropero. Hablo de The Atlantic Monthly, la gran revista liberal fundada en 1857 por Ralph Waldo Emerson, Henry Wadsworth Longfellow, James Russell Lowell y Oliver Wendell Holmes (¡acervo de pedigrí literario pocas veces visto!) que a lo largo de su centenaria existencia ha publicado firmas que son las joyas de la corona de la inteligencia, la razón y el conocimiento. En una antología se pueden encontrar la “Carta de la cárcel de Birmingham” de Martin Luther King, Jr., el ensayo “Ventanas rotas” de James Q. Wilson y George L. Kelling que cambió el paradigma de cómo se hace cumplir la ley, y el profético artículo “La raíz de la ira musulmana” de Bernard Lewis que anticipó el peligro del extremismo islámico a Occidente, además de Kipling, de Mark Twain, de Tagore, de Frost o del encuentro de la poesía y la política que nos regaló Archibald MacLeish y que reseñé ampliamente en este espacio.


En junio de 1938, tres meses después de que el gobierno del general Cárdenas expropiara la industria petrolera extranjera, esta casa de la virtud publicó un número extraordinario: “The Atlantic Presents – Trouble Below the Border – Why the Mexican Struggle is Important to You” (The Atlantic presenta – Problemas al sur de la frontera – Por qué la lucha de México es importante para usted) que de acuerdo a personajes de la época, entre ellos el embajador de Estados Unidos en México, Josephus Daniels, y don Jesús Silva Herzog, fue una de las más extremas muestras de la villanía de la prensa a cambio de treinta monedas.


Es una revista de 64 páginas tamaño carta en cuya portada, sobre un fondo rojo, se ve la fotografía de un anciano campesino mexicano, cual imagen de la pobreza y desesperanza. En páginas interiores, una colección de artículos y cartones recopilados de diversas publicaciones (¡ni una de las “grandes” firmas de la casa aquí!) con un común denominador de contenido: los mexicanos son traicioneros, ladrones, despilfarradores, ingratos, desleales, tontos y negros. Su capacidad de razonamiento es inferior a la de otras razas por la dieta de maíz con la que históricamente se han alimentado. La legendaria flojera e indolencia del mexicano es consustancial a la imperfección de su catadura. Es una tribu incapaz de gobernarse a sí misma, que debe ser colocada bajo la tutela de un pueblo superior. México como país carece de credibilidad. No tiene ni los recursos ni la voluntad para pagar los bienes petroleros que robó bajo el disfraz de una “expropiación”. Esta son apenas algunas de las lindezas enderezadas contra nuestra nación. En una edición posterior de JdO abundaré sobre temas particulares.


Fue The Standard Oil Company, una de las empresas expropiadas por el gobierno de Lázaro Cárdenas, la que ordenó y pagó la edición del panfleto como parte de una feroz campaña de propaganda antimexicana diseñada para primero desprestigiar y eventualmente crear las condiciones para la caída del gobierno cardenista. Instaló lo que hoy llamaríamos un “cuarto de guerra” en sus oficinas del Rockefeller Center en Nueva York, operado por el publicista más agresivo de la época, desde donde se dirigió el cabildeo en el Congreso, en la Casa Blanca, en los departamentos de Estado y del Tesoro y ante gobiernos extranjeros, para apuntalar la idea de que México debía ser invadido y sus campos petroleros colocados bajo resguardo militar para garantizar que la felonía mexicana no pusiera el combustible en manos de las potencias del Eje.


La campaña tuvo un gran despliegue en la prensa. Periodistas profesionales fueron comisionados para viajar a México y mandar reportajes desfavorables. En la capital de la República se financió un periódico, El Economista, que se especializó en propalar que la crisis del país era consecuencia de la expropiación. Aparentemente diarios mexicanos anticardenistas fueron subvencionados. Se editaron folletos en español e inglés que atacaban la validez jurídica, económica y ética de la medida.


Pero ninguna de estas acciones –al fin propaganda-, se equipara a la edición de The Atlantic. Entendamos: esto no fue una maquila. The Atlantic vendió, y The Standard compró, la credibilidad y prestigio de una revista que era ya una referencia del periodismo responsable, objetivo y democrático. Tuvo además el agravio de que fue presentada como el primer número de una serie, misma que hasta donde he podido averiguar, nunca tuvo continuidad.


Según el recuerdo de Daniels en sus memorias, “Diplomático en mangas de camisa”, en 1938 la revista pasaba por graves dificultades económicas y Edward Weeks, el entonces editor, se vendió por una cantidad que debió haber sido muy considerable. Huelga decir que en el número, digamos, “normal”, correspondiente a junio de 1938, no hay una sola referencia a la expropiación. Pero varios números después, sin dar contexto alguno, publica un artículo titulado “La defensa de México” que alude a las razones que tuvo México para nacionalizar el petróleo. ¿Cargo de conciencia? No lo sé. Weeks murió nonagenario y santificado a principios de los noventa y aparentemente nunca se refirió al hecho, uno de muchos episodios de una guerra hasta hoy poco conocida: la de propaganda en torno a la expropiación petrolera.



Molcajeteando…


Entablé correspondencia electrónica con los actuales editores de The Atlantic para obtener un comentario o una entrevista. En los primeros correos dijeron no tener conocimiento de tal publicación y que desde luego no había nada ni remotamente parecido a “The Atlantic Presents” en sus archivos. Les mandé copia de la portada y la referencia de la biblioteca del Congreso en Washington en donde hay, gracias a dios, un ejemplar. La respuesta, pasados algunos días, fue que era política de la casa no comentar sobre acciones (pecados digo yo) de pasadas administraciones. En 1994 el director gerente Cullen Murphy presentó una historia de la revista: es un evangelio que haría sonrojar a Juan. En ninguna parte se menciona este episodio.


Profesor – investigador en el Departamento

de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla.

sanchezdearnas@gmail.com

24/09/08







Septiembre

Miguel Ángel Sánchez de Armas




Algo tiene de inquietante el mes de septiembre, y en particular su onceavo día. En esa jornada tuvo lugar la destrucción de las torres gemelas de Nueva York hace siete años, con lo cual, según el filósofo, parió el verdadero siglo XXI. Un repaso histórico revela hechos espeluznantes sucedidos una y otra vez en esa fecha. Muchos dirán que fueron casualidades y otros sostendrán que no; pero no siendo la parapsicología hagiográfica el fuerte de JdO, permítaseme alguna reflexión ociosa en lugar de la esperada apología patriótica de la temporada.


En la noche del 10 al 11 de septiembre de 1541 tuvo lugar la tragedia en la que perdió la vida doña Beatriz de la Cueva, viuda del conquistador Pedro de Alvarado, noticia que nos llegó con el título de: “Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha sucedido en las Yndias...” y que inaugura la crónica periodística en América. Un año después, las fuerzas de Michimalonco destruyeron la ciudad de Santiago de Nueva Extremadura, en territorio que hoy llamamos Chile, y en 1649 Cromwell se cubrió de gloria con la masacre de Drogheda. ¡Ay… tanta historia!


En 1943 los nazis iniciaron el exterminio de los judíos en los guetos de Minsk y Lida; en 1965 llegó a Vietnam la primera división de caballería del ejército norteamericano y quedó sellado el destino de cientos de miles de jóvenes norteamericanos y vietnamitas, peones en un tablero de ajedrez manipulado desde Washington, Moscú y Pekín; en 1972 el comando palestino “Septiembre Negro” secuestró a once israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich; en 1973 el general Augusto Pinochet derrocó al presidente Salvador Allende; en 1982 Israel invadió Líbano y se dieron las masacres de Sabra y Shatila. ¡Ay… tanta historia!


De todos esos acontecimientos, sólo uno, el de Guatemala en 1541, fue un desastre natural. Todos los demás tienen que ver con lo humano. Permítaseme el lugar común: “Homo lupus hominem”. Mas el tiempo, que todo pone en su lugar, un día levanta los velos y nos enteramos de las razones ruines, frecuentemente cobardes, casi siempre impunes, con que los poderosos siegan vidas y destruyen pueblos por “razones de Estado”, cuidando siempre que tales “razones” se cumplan puntualmente en las vacas del vecino y no en las propias. Hay en el documental “Farenheit 9/11” de Michael Moore una escena conmovedora en donde el robusto director se apuesta a las afueras del Congreso e invita a los padres de la Patria que votaron por la invasión a Irak a que enlisten a sus hijos para defensa de la tierra que los vio nacer. Todos sin excepción -a semejanza del señorito Aznar, que en un encuentro con estudiantes en México hace un par de años declaró que había sido “engañado” en ese asunto-, huyeron con risas nerviosas. En mi rancho a eso le llamamos mariconería. Claro, en mi rancho somos unos pelados sin remedio, como le consta a G.


Hace unos días el Archivo Nacional de Seguridad de la Universidad de Georgetown (NSA, por sus siglas en inglés), publicó las transcripciones de telefonemas entre el señor presidente Nixon, el señor profesor Kissinger (asesor de seguridad nacional), el señor secretario (de Estado) Rogers y el señor director (de la CIA) Helms, que confirman lo que todos sabíamos: en 1973 el gobierno de Estados Unidos organizó y estuvo tras el golpe militar de Pinochet, tal como organizó y estuvo tras los asesinatos de Madero y Pino Suárez en 1913. Nixon murió hace 14 años, Rogers hace siete y Helms en julio pasado (el 4, día de la independencia, no menos). Pero don Henry sigue vivito y coleando a los 85. ¿Pisará la cárcel por acciones que hubiesen tenido cabida en el tribunal de Núremberg? Apueste usted a que no.


Poco después de la asunción de Allende en 1973, este feroz retoño de Metternich gritaba a Helms: “¡No permitiremos que Chile se vaya por el drenaje!”
Dice el NSA: “Después de que Nixon habló personalmente con Rogers, Kissinger grabó una conversación en la que el Secretario de Estado estuvo de acuerdo en que, ‘como tú dices, deberíamos decidir a sangre fría qué hacer y después llevarlo a cabo’; mas aconsejó proceder ‘con prudencia para que no nos salga el tiro por la culata’. El secretario Rogers consideró que ‘después de lo que hemos dicho acerca de las elecciones, si la primera vez que un comunista gana los E.U. intentan impedir el proceso constitucional, nos vamos a ver muy mal’”.


Las transcripciones revelan que apenas nueve semanas antes del golpe de Pinochet y la CIA, el 4 de julio de 1973, Nixon llamó a Kissinger y le dijo: “Creo que el tipo chileno ése podría estar en problemas”. “Sí”, respondió Kissinger. “Definitivamente está en dificultades”. Nixon, dice el NSA, procedió a culpar al director de la CIA y al antiguo embajador en Chile, Edward Korry, por no haber impedido la asunción de Allende tres años antes. “La regaron”, dijo el Presidente.


Demos dar gracias a la diosa Walpurga o a nuestra deidad favorita de la antigua Alemania, de que el señor profesor Kissinger, a imagen y semejanza de los represores de izquierda y derecha con los que seguramente no estaría dispuesto a convivir, haya grabado secretamente sus conversaciones telefónicas como la que tuvo el 16 de septiembre de 1973 con su jefe Nixon. Es posible que tenga efectos eméticos en algunos lectores, por lo que se recomienda precaución:
(Saludos respetuosos. Nixon pregunta si hay novedades.)


K. No. Nada de importancia. El asunto chileno se está consolidando. Claro que los periódicos están desgarrándose porque un gobierno pro-comunista fue derrocado.

N. Vaya, vaya. Qué cosas.

K. Digo, en vez de celebrar. En la administración de Eisenhower seríamos héroes.

N. Bueno, no lo hicimos –como sabes- no aparecimos en esto.

K. No lo hicimos. Quiero decir los ayudamos ______ generamos condiciones tan amplias como fue posible (¿?).

N. Así es. Y así es como se va a jugar. Pero escúchame, en lo que toca a la gente, déjame decir que no se van a tragar ninguna mierda de los liberales en esta.

K. De ninguna manera.

N. Saben que es un gobierno pro-comunista y eso es lo que es.

K. Exactamente. Y pro-Castro.

N. Bueno, lo principal fue… Olvidémonos de lo pro-comunista. Fue un gobierno totalmente anti estadounidense.

K. Ferozmente.

N. Y los fondos de que dispusiste. Vi el memorándum que giraste acerca de la plática confidencial _________ para una política de reembolsos para expropiaciones y cooperación con los Estados Unidos y por romper relaciones con Castro. Bien; diablos, ese es un gran aliciente si lo piensan. No, de ninguna manera te fijes en las columnas y en los desgarres sobre eso.

K. Oh. No me molesta. Sólo se lo informo a usted.

N. Sí. Me lo informas porque es típico de la mierda a la que nos enfrentamos.

K. Y la increíblemente sucia hipocresía…

N. Eso lo sabemos.

K. De esa gente. Cuando se trata de Sudáfrica, si no los derrocamos arman un escándalo.

N. Sí. Tienes razón.

¡Ay… tanta historia!


Molcajeteando…

Perdón por la necedad de citar continuamente a los grandes filósofos, pero realmente veo que pensadores como Jesús Hernández Toyo en verdad conocieron el alma de los políticos y crearon una tipología universal para su análisis. Si bien nadie podría regatearle a Kissinger el mérito de una patológica obsesión por la imagen histórica que nos legará y que se ha traducido en numerosos y gruesos volúmenes y en un matusalénico tiempo en las aulas, después de leer la anterior conversación tampoco nadie podría estar en desacuerdo con que la sentencia de nuestro llorado compatriota le va como anillo al dedo: “La política apendeja a los hombres inteligentes y enloquece a los pendejos”. Amén.

Profesor – investigador en el Departamento

de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla.

sanchezdearnas@gmail.com

17/09/08





Hamilton Naki

Miguel Ángel Sánchez de Armas


(Por razones que en otra oportunidad compartiré con los
lectores, me salto una entrega de la serie
“Recuerdos de la expropiación”. Mis disculpas.)

Hace unos días se cumplió el tercer aniversario de la muerte de uno de los personajes más extraordinarios en la historia de la medicina, alguien cuya esencia sin duda está a la diestra de la de Hipócrates en algún templo del Olimpo. Me refiero a Hamilton Naki, un negro sudafricano que fue el verdadero héroe de la hazaña que en diciembre de 1967 conmovió al mundo: el primer trasplante exitoso de un corazón humano.


La noticia de aquella proeza catapultó a la fama universal al doctor Christian Barnard, jefe del equipo de cirujanos del hospital sudafricano Groote Schuur en donde tuvo lugar la operación. Lo que no se dijo fue que Hamilton Naki retiró el corazón de la donadora y lo preparó para ser trasplantado.


Y no se dijo porque Naki no era, digámoslo así, “médico de a deveras”. Al igual que la etíope Mamitu Gashe –primera autoridad mundial en el tratamiento de fístulas ginecológicas y a quien ya me he referido antes en JdO-, Naki aprendió cirugía en la práctica. Peor aún: dejó la escuela a los 14 años para emplearse como afanador en la escuela de medicina de Ciudad del Cabo, y viendo cómo los estudiantes de cirugía practicaban en perros y cerdos, aprendió las técnicas y pronto superó a los jóvenes blancos e incluso a sus maestros.


Naki se hizo un cirujano excepcional, a tal punto que Barnard lo requirió para su equipo, en violación de la terrible ley del apartheid, que prohibía a un negro operar pacientes o tocar sangre de blancos. Pero el hospital hizo una excepción para él y lo convirtió en cirujano... clandestino. Esté usted cierto de que no fue por caridad cristiana. El sistema que tuvo a Nelson Mandela encarcelado durante 27 años y que oprimió a millones de personas sólo por razones raciales, sin duda necesitaba con urgencia los servicios del mejor para una operación que, además de su valor intrínseco, sería utilizada para lavar un poco la cara del sistema frente a una comunidad mundial que lo comparaba al nazismo y lo había excluido de los foros internacionales.


Y Naki era el mejor. Daba clases a los estudiantes blancos, pero ganaba salario de técnico de laboratorio, el máximo que el hospital podía pagar a un negro. Vivía en una barraca sin luz eléctrica ni agua corriente, en un gueto de la periferia. Enseñó cirugía 40 años y se retiró con una pensión de jardinero, de 275 dólares al mes.


El propio Barnard, quien guardó vergonzoso silencio cuando el mundo lo arropaba en honores como autor y líder de la empresa, reconoció poco antes de morir que Naki tenía mayor pericia técnica de la que él jamás tuvo. “Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido”.


¡Las condiciones sociales! ¡Válgame el señor del apartheid! Qué bella manera de esquivar una responsabilidad. Barnard era sin duda un enorme cirujano, poco menor a Naki, pero nunca leyó a Thoreau.


En el 2002, con el fin del apartheid, este héroe fue reconocido oficialmente. Se le expidió un título de cirujano honoris causa, y fue condecorado con la orden de Mapungubwe, uno de los mayores honores de su país, por su contribución a la ciencia médica. Al recibirla dijo: “Se ha encendido la luz y ya no hay oscuridad". Hasta sus últimos días, uno de los mayores cirujanos del siglo sobrevivió con una modesta pensión de jardinero. El cine lo bautizó como “El cirujano clandestino”.


A mediados del 2004 visité el Museo del Apartheid en el barrio negro de Soweto. El recorrido, con un funcionario de la televisión pública sudafricana, fue espeluznante, tan doloroso como aquel que me llevó al Museo del Holocausto en Jerusalén. Pregunté a mi guía cuál era el sentido que el pueblo sudafricano daba a un lugar así. Respondió, con voz quebrada y la vista fija en uno de los testimonios: “Que nunca se nos olvide lo que aquí sucedió… ¡para que jamás ocurra de nuevo!”


Este mundo sería diferente si nuestra memoria histórica no fuese tan flaca y acomodaticia. Todos los días confirmo, en mis clases, en conversaciones con mis colegas y en la lectura de los diarios, que a los mexicanos nos hace falta reconciliarnos con nuestro pasado. Mas para ello primero tenemos que conocerlo. Como ritornelo vuelvo una y otra vez a Santayana, en un ejercicio tan doloroso y extenuante como el de Sísifo: “Quien no conoce la historia está condenado a repetir sus errores”.


Molcajeteando…

A propósito de mi pregunta sobre el nivel de conocimiento de historia entre nuestra clase gobernante, una lectora me manda una anécdota que jura es verdadera. Da nombre, clave y ubicación de la escuela e identifica a los personajes, mas me pide guardar en reserva esa información, por razones que el lector apreciará:


Un inspector de la SEP se presentó en el plantel para evaluar la materia de historia. Bajo la supervisión de un profesor, interrogó a un alumno elegido al azar: “¿Me podrías decir el nombre de la persona que quemó la puerta de la entrada de la Alhóndiga de Granaditas?” El joven bajó la cabeza. Estaba nervioso y sudaba.

-Bueno si no me puedes decir el nombre, dime al menos su apodo.
-La verdad no lo sé, pero le aseguro, por mi madre santa, ¡que yo no fui!
Otro joven tomó la palabra y dijo : “Inspector, yo conozco a Luis desde hace más de 5 años y es uno de los chicos más tranquilos de esta colonia, yo le puedo asegurar que él no fue”. El inspector imaginó que se trataba de una broma y ordenó a los chicos ir a la dirección de la escuela. El maestro intervino: “Señor inspector, estoy seguro que ellos no fueron, ambos son muy tranquilos y si no se saben el apodo, ni el nombre del que quemó la puerta de la Alhóndiga, es porque ellos no se juntan con pandillas… Estoy casi seguro que eso más bien lo hicieron los del turno de la tarde”.


El Inspector no se pudo contener y salió hecho una furia a la dirección, en donde dijo que pedirá la remoción del maestro. Pero el director, alarmado, objetó: “No haga eso. Además de impartir historia, ese maestro también da biología, civismo y literatura, nunca falta a clases y ya lleva aquí 14 años trabajando. En esta colonia no es fácil conseguir maestros, además tenemos el problema del Sindicato, que se nos echaría encima. Mejor dígame qué tan dañada quedó la puerta por el incendio y veremos si se puede reparar, y si no pues ya en última instancia hacemos una cooperacha entre maestros y padres de familia y mandamos comprar una puerta nueva para la Alhóndiga. Total, ¿qué tan cara puede salir?”


Profesor – investigador en el Departamento

de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla.

sanchezdearnas@gmail.com

3/9/08