En el nombre de Proust

Miguel Ángel Sánchez de Armas



Marcel Proust murió a las cinco y media de la tarde del 18 de noviembre de 1922, hora apropiada para que los diarios del día siguiente pudieran recoger con amplitud la noticia. La mañana del mismo día había pedido a Céleste, su fiel sirvienta, que echara de la habitación a una mujer gorda vestida de negro. Céleste dijo que lo haría, pero ni ella ni los presentes vieron a la intrusa.


Una de las últimas satisfacciones de Marcel fue saber que moriría a los 51 años, igual que Honorato de Balzac. Cuando expiró, el surrealista Man Ray le tomó fotografías y dos pintores hicieron su retrato mortuorio. Cuatro días después fue enterrado en la cripta familiar del cementerio parisino Pere-Lachaise. Cinco años después de su muerte, en 1927, fue publicado el último de los volúmenes de A la búsqueda del tiempo perdido y entonces, ya desaparecido, comenzó el lento proceso de su canonización artística.


No resulta fácil enfrentarse a la hoja en blanco para intentar pergeñar algunas palabras no sólo coherentes sino con cierta carga de sentido para hablar de Marcel Proust. Intentar decir algo que no se haya dicho antes, dilucidar primero qué me provoca En busca del tiempo perdido a mí, para luego compartirlo con algún posible lector. Qué nos ofrece esta obra a noventa años de su aparición (al menos la fecha en la que aparece el primer tomo de la novela Por el camino de Swann). Estas reflexiones, que no duraron poco, y que me llevaron a releer pasajes enteros del primer tomo, aterrizan en una primera conclusión que realmente estaba allí desde hace mucho tiempo:


Proust fue un gran revolucionario del género. Su obra marcó nuevos derroteros a la literatura universal y a la novela como género, pero noventa años después de su aparición y cerca de treinta de mi primera lectura de Por el camino de Swann, ya no es una obra revolucionaria. Lo fue y marcó precedentes. Hizo escuela. Después de Proust muchos artistas recorrieron el mismo camino -aunque a decir verdad considero que la ruta de la creación tiene siempre apariencias distintas- unos con más fortuna que otros. De esos resultados es de los que debemos congratularnos hoy en día.


Al respecto puedo citar un ejemplo de una obra poco conocida de un autor no valorado en su justa dimensión: Por caminos de Proust de Edmundo Valadés. En este breve libro publicado por primera vez en 1974 por la desaparecida editorial “Samo” (siglas de Sara Moirón, la acreditada periodista que abrió brecha al trabajo reporteril femenino en las secciones de información general cuando las mujeres tenían como destino las de sociales allá en la prehistoria de los cincuenta), Valadés desarma como relojero la obra proustiana y coloca a nuestra vista las pulidas piezas para que mejor se pueda apreciar su belleza, a la manera de aquel emperador chino que sólo pudo reconocer el encanto de la pequeña piedra tallada que le obsequiara el filósofo cuando la miró a través de una rendija en un muro.


“El 10 de julio de 1871 hay alba literaria”, escribe Valadés. “Nace Marcel Proust. Leyes misteriosas que distribuyen gracias determinan su destino: una vocación en busca de cumplir una gran obra de arte. El proceso de su revelación y maduración tardará 38 años, después de larga, perseverante, creciente fidelidad a su voz interna.”


La competencia de la vida moderna, en la que las obras artísticas son objetos de consumo, ha producido una compulsión por hacer cosas “diferentes”, “únicas”, “geniales”, “productos pioneros en el género”, que con harta frecuencia nos hacen olvidar que una fórmula o procedimiento ya probados pero utilizados ingeniosa o creativamente pueden dar frutos disfrutables, de gran valor artístico e incluso inéditos.


Cierto que tuvo que haber un primero. Proust, ya no hace falta decirlo, lo fue. La tríada Proust, Joyce y Kafka revolucionó y marcó los derroteros en la forma de hacer novela. ¿Podemos afirmar que Faulkner se nutrió y benefició de estos antecesores, a la manera en que Newton decía que pudo ver más lejos y más claro porque trabajó sobre los hombros de los gigantes que le antecedieron –entre otros y ni más ni menos- Kepler, Copérnico y Brahe? Sí. ¿Podemos probarlo? No creo que importe. Quizá los devotos de la literatura comparada encontraran placer y utilidad en ello. Aquí sólo lo apunto a manera de intuición surgida durante la redacción de estas líneas.



Mientras que Proust se inserta en el interior de un personaje y demuestra que cualquier elemento es válido para producir un discurso literario -los recuerdos, un aroma, un sonido, el más leve sentimiento que se puede desdoblar hasta el infinito para describirnos y descubrirnos en nuestra calidad de humanos-, Joyce multiplica las imágenes.


Mientras que Proust arma un enjambre discursivo desde el interior, Joyce hace un caleidoscopio de situaciones. Algunos incluso han considerado que es relativa su aportación en la revolución de la prosa narrativa, pues no es más que otra forma de la novela de caracteres. Lo cierto es que la existencia misma de la discusión en torno al tema coloca a ambos autores en un nivel distinto respecto de los autores de su época y en un lugar diferente en la historia de la literatura.


Esta intención distinta de abordar la narración es lo que le da singularidad a los escritores. Joyce parece hacer un guiño a la obra de Proust, concretamente a En busca del tiempo perdido. En el párrafo inicial de Por el camino de Swann, el narrador hace una larga reflexión sobre lo que le sucede en el tránsito de la vigilia al sueño y comenta que una cierta situación comienza a hacérsele ininteligible. “Lo mismo que después de la metempsicosis pierden su sentido los pensamientos de una vida anterior”. Este párrafo es el preámbulo de lo que nos espera al adentrarnos en la novela. En Ulises en cambio, Molly Bloom señala con una horquilla la hoja de un libro en el que leyó la palabra metempsicosis para preguntarle a su marido con qué se come eso. Leopold Bloom comienza una suerte de explicación, que abandona ante la incapacidad de Molly para ofrecer la suficiente atención y desde luego para comprender un concepto tan poco terrenal.


Recuérdese que Por el camino de Swann apareció en 1913 y Ulises en 1922. Coincidencia o no -ya que se dice que estos dos escritores tuvieron un encuentro fallido a causa del idioma-, pero Joyce parece haber asimilado la innovación de Proust y presentado su propia propuesta.


Esto me remite a mi reflexión inicial: la genialidad no se encuentra por buscarla sino por trabajarla. Si se asume lo que está hecho, y sobre todo lo que está bien hecho, los productos subsecuentes necesariamente serán distintos.

Reconocer y adentrarse en la innovación de otros necesariamente hace que las nuevas creaciones sean distintas. Claro está que en ese caudal creativo habrá productos literarios que se conviertan en hitos como parece reconocerlo el mismo Proust en el prólogo a Jean Santeuil: “Este libro no ha sido jamás hecho: ha sido cosechado”.


La existencia de En busca del tiempo perdido como representante de una de las formas de prosa narrativa del siglo pasado y en forma más concreta Por el camino de Swann derivó en una gran diversidad de manifestaciones en las que Proust estaba asimilado como parte de la herencia de la época.


Una autora poco reconocida que nos hace presente a la novela sobre el novelista que escribe una novela, a la manera de Proust, es Josefina Vicens en El libro vacío. Muchos años después, podemos identificar en Vicens varios elementos que encontramos en El camino de Swann pero en un contexto más latinoamericano que mexicano, en el que a diferencia de la catarata de imaginación que es el narrador proustiano, el personaje de Vicens tiene cavilaciones alrededor de un solo tema: su capacidad literaria.


La narrativa psicológica ha tenido otras afortunadas derivaciones tanto en la literatura como en otras manifestaciones artísticas. Una de las más apreciadas por mi es el cine. Habría que buscar el parentesco entre las dos artes precisamente en el tratamiento del tiempo, pues como alguien ha observado, Proust, “Trató el tiempo como un elemento al mismo tiempo destructor y positivo, sólo aprehendible gracias a la memoria intuitiva. Percibe la secuencia temporal a la luz de las teorías de su admirado filósofo francés Henri Bergson: es decir, el tiempo como un fluir constante en el que los momentos del pasado y el presente poseen una realidad igual.”


Otra manifestación de lo que la enseñanza de la narrativa de Proust nos ha dejado, desde mi punto de vista y a riesgo de sonar descabellado, es la que ejerció sobre el oficio periodístico. Esta es, desde luego, una apreciación subjetiva sólo ejemplarizada en la experiencia individual. Para no autocitarme, recuerdo a manera de ejemplo que Edmundo Valadés, al acudir en algún momento a mediados de los cuarenta a la sierra de Puebla limítrofe con Veracruz a recabar material para la serie de reportajes sobre “El Cuatro Vientos” publicados para su fama periodística en la revista Mañana, descubrió por azar a Proust al procurar en la estación de Buenavista material de lectura. “Aquella noche en el tren no dormí”, me diría en nuestras Conversaciones en 1985. “¡Y me hice proustiano!” Al revisar los textos publicados, creo que no es aventurado afirmar que la lectura del francés transformó el estilo periodístico del mexicano, y no es absurdo suponer que éste a su vez ejerció una influencia en la redacción de reportajes de su época, cuando los medios impresos eran relativamente escasos y el suyo el de mayor prestigio, el que bajo el mando de Regino Hernández Llergo había revolucionado el periodismo en México y se había convertido en punto de referencia, pues sabido es que durante su exilio en Los Ángeles como director de La Opinión pudo empaparse de las técnicas del periodismo norteamericano que trajo consigo a México, entre ellas, notablemente, un nuevo uso de la fotografía. Luego de la publicación de la serie, cuando Valadés se presentaba en el café La Habana, los contertulios murmuraban entre sí: “Mira, ya llegó el del Cuatro Vientos”.


Existe una corriente e incluso una moda argumentativa sobre la tarea periodística que defiende la objetividad del periodismo y de los periodistas, la obligación de informar sobre lo que sucede en “la realidad”. Lo que algunos periodistas nos preguntamos cuando se habla del tema es: ¿La realidad de quién? ¿La realidad en qué momento? Al igual que la narrativa psicologista, el periodismo tiene como primer sustento la selección. Esta es una de las enseñanzas que todo reportero debe aprender para reportear. Sobre un hecho concreto, selecciono lo que digo, escojo qué narro de lo que vi y doy mi opinión sobre ello.


En el periodismo, como en las ciencias sociales, no existe la objetividad. A cada momento se recrea una parte de la realidad sobre la base de un contexto, de una carga de información y cultura, de la relación con los protagonistas de los hechos informativos y de la selección que de todo ello se hace en los propios medios.


He escuchado decir a un lector de En busca del tiempo perdido que una de las dificultades que ofrece la novela es la lectura de capítulos largos y con una notable ausencia de diálogos. Y resulta que esto es materia común para la redacción de los periodistas más que en otro tipo de textos: la cotidianeidad vertida en una secuencia narrativa. No se trata de textos de historia sino de pequeñas historias que se plasman día a día en los medios de todo el mundo, o de las mismas pequeñas historias que recuerda el narrador de Swann y que va hilvanando para contar la sola y simple historia del señor Swann.




Profesor – investigador en el Departamento


de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla.


sanchezdearnas@gmail.com


29/10/08







De estadistas y populistas

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas


Con mi admiración para Jorge González, Académico.


El rasgo distintivo en el populismo es la aparición de dirigentes con una notable autoridad personal sobre la masa, a los que Weber definió como “líderes carismáticos”. El estudio de estas personalidades es hoy una disciplina académica que los analiza no sólo en el contexto de la movilización de masas sino en otros ámbitos sociales, en donde se singularizan por una confianza muy elevada en sí mismos, dominio y fuertes convicciones en sus creencias, visión compulsiva o sentido de propósito; capacidad de comunicar esa visión en términos claros, de manera que sus seguidores puedan identificarse fácilmente con la misma consistencia y enfoque en la persecución de su visión y conocimiento y capitalización de sus puntos fuertes.


Como fenómeno social, el populismo y su componente el liderismo, es esencialmente una palanca de transición desde una sociedad tradicional gobernada colonialmente a una sociedad moderna políticamente independiente. Otros autores hablan de populismos “premodernos” y “postdemocráticos” desde un observatorio académico más complejo que analiza el fenómeno como parte estructural de la transformación de las sociedades occidentales.


Los estudiosos coinciden en que un líder carismático o populista es por definición un gran comunicador. Siendo ésta una característica obvia, pareciera que no siempre significa “gran orador”. Por citar dos ejemplos, Churchill, tartamudo hasta la adolescencia, no poseía ni voz ni ademanes excepcionales, aunque sí una capacidad sobresaliente para construir metáforas y una singular energía para escribir discursos (jamás improvisaba) que al final de su vida política sumaban cuatro millones de palabras; Lázaro Cárdenas, al otro lado del Atlántico, fue apodado “La Esfinge de Jiquilpan” por su hieratismo. Y sin ser un orador fogoso, supo construir, quizá como ningún otro líder carismático en América Latina, una compleja simbología que no sólo tuvo una función comunicativa, sino que también incidió en la comprensión, en el entendimiento y en la acción, de su gobierno.


Según el politólogo inglés Anthony King, el líder comunicador -una de tres categorías que propone para conceptuar los diferentes rasgos del liderazgo carismático- es “alguien que busca presentar al público una imagen de sí y quien busca a través de esa imagen, imprimir en el público bien una serie de valores e ideas […] o si no una visión de sí que sirva para sus propias intenciones políticas.”


Admitiendo, pues, el rasgo de “comunicador” como fundamental e incluso sine qua non de la persona que ejerce el liderazgo carismático o populista, y previniendo contra el error de equiparar “comunicador” necesariamente con “orador”, parece claro que si bien tal característica facilita el ascenso de un individuo al frente de un movimiento de masas, es insuficiente si no se organiza y se aplica una política de comunicación compleja, estructurada a partir de los principios de la doctrina, y cargada de simbolismos que permitan insertar en la masa determinadas imágenes mentales que justifiquen y den sentido a su participación en el movimiento.


Otro rasgo de los líderes populistas es una capacidad innata para sintonizar(se) a la masa. Otto Strasser, el único izquierdista del nacionalsocialismo alemán, expulsado del partido y exiliado del Tercer Reich, observó este fenómeno en Hitler: “Responde a las vibraciones del corazón humano con la precisión de un sismógrafo o de un aparato radiorreceptor, y eso le permite convertirse en el amplificador de los más secretos anhelos y del sufrimiento de toda una nación.

Posee una intuición sobrenatural con la que diagnostica certeramente los males que agobian a su auditorio. Cuando pretende adornar sus discursos con teorías o citas, es incomprendido y no logra elevarse más allá de una imperfecta mediocridad. Pero cuando responde a su propia pasión, se transforma en uno de los grandes oradores y dirigentes del siglo, con frases certeras como flechas, capaces de tocar cada herida íntima, liberar el inconsciente de la masa, traducir sus aspiraciones más profundas y decir a cada individuo aquello que más desea escuchar.”


“¡Nunca en el campo de los conflictos humanos, tantos le debieron tanto, a tan pocos!”, exclamaba Churchill en las emisiones de la BBC durante el fragor de la Batalla de Inglaterra para al hablar de los aviadores que expulsaron a la Luftwaffe de los cielos ingleses. Y al Parlamento: “¡No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor!”, frases que pasaron al imaginario colectivo y se convirtieron en puntos de encuentro de las voluntades individuales.

“¡Francia ha perdido una batalla, pero no ha perdido la guerra”, gritó De Gaulle a sus compatriotas, antes de recordarles que “sólo los muertos no tienen problemas”, en tanto que el Mahatma sentenciaba que “ojo por ojo… y ¡todos quedaremos ciegos!” En estos ejemplos encontramos la constante de que el líder traduce y pone en frases certeras y eufónicas un sentimiento popular. El “¡No pasarán!” de la Ibárruri en las barricadas madrileñas, no requiere de manuales o interpretaciones ideológicas. “El hombre promedio, y con mayor certeza las masas, sucumbe casi infaliblemente al poder de la palabra, sin preocuparse por la verdad inherente de la misma”, escribe Hadamovsky en el único libro conocido sobre la doctrina de la propaganda nazi.


Dicho lo anterior, al escribir sobre el pasado, esa “nación extranjera” de la que hablaba Gore Vidal, el historiador debe tener cuidado de no interpretar los hechos en un espejo de su propio tiempo, es decir, de sus ideas, prejuicios, deseos y caprichos, sino más bien atravesar el espejo e ingresar en ese territorio ajeno para averiguar qué fue lo que realmente sucedió o, literalmente, cómo fue la realidad.



Molcajeteando…

Debo a mi querido y admirado amigo Juan Gargurevich, la convocatoria para una sensacional maestría en la que desde luego pienso enrolarme. El cupo es limitado:

Primer trimestre: i) Orígenes de las parrandas; ii) El alcohol y su función como lubricante social; iii) Introducción a la Jarra y el Vaso; iv) Dominó I; v) Taller: Matemáticas Financieras del bebedor (cómo evitar pagar bebidas de más, cómo cobrar vueltos 'olvidados' a los meseros, cómo calcular propinas, técnicas para evitar pagar rondas de más y otros).


Segundo trimestre. I) Tragonometría I : El alcohol como sustituto del Psiquiatra; ii) Discusión I : Bebidas en la Playa I , Bebidas Caseras I. Introducción al manejo del Tequila; iii) Dominó II; iv) Comidas y canciones que no combinan con el alcohol.


Tercer trimestre. i) Tragonometría II; ii) Importancia del ron en la toma de decisiones; iii) El alcohol como complemento en eventos deportivos; iv) Logística y ubicación del trago; v) Consecuencias de conducir bajo los efectos del alcohol; vi) Introducción del Conductor Designado (cómo evitar ser uno); vii) Cubilete I; viii) Discotecas, cafeterías, barras, centro cerveceros, barras-show y tiendas de conveniencia; ix) Relatividad de la belleza de la mujer según el nivel de alcohol (la mujer que bebe es del que está al lado); x) Hacer base: Ventajas y desventajas; xi) Teorías del bebesolismo.


Cuarto trimestre. i) Resaca I; ii) El alcohol como complemento en celebraciones (tipos de bebida según la celebración); iii) Cómo controlar a un borracho; iv) Amigos, casi-hermanos y compadres: Diferencias básicas; v) Licores clandestinos, mito o realidad; vi) Cubilete II; vii) Jurisdicción del borracho; viii) Técnicas avanzadas de ocultar el estoque ( como hablar e inhalar al mismo tiempo).


Quinto semestre. i) Excusas Familiares Básicas (optativo); ii) El alcohol como mecanismo de escape; iii) La comunicación, herramienta importante en la parranda; iv) Consecuencias de beber fiado; v) Open bar; vi) Tragos de hombres y mujeres; vii) Pensamientos después de la parranda; viii) Sentimientos de culpa I, cómo controlarlos.


Sexto trimestre. i) Excusas Laborales Avanzadas; el alcohol como liberador de tensiones; ii) Ética profesional del bebedor; iii) Sentimientos de culpa II, cómo eliminarlos; iv) Tratamiento para las resacas agudas; v) Llamadas telefónicas a ex-novias: Ventajas y Desventajas; vi) Técnicas de vocalización básicas para el Karaoke (optativo); vii) Trabajos de Grado (en grupos); viii) ¿Son Anónimos los Alcohólicos?; ix) Rally del Borracho.




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

15/10/08


sanchezdearmas@gmail.com










Radio y televisión públicas

Miguel Ángel Sánchez de Armas



La radio y la televisión acompañan a la sociedad desde hace 113 y 83 años respectivamente. Y no sólo la acompañan sino que la modifican. Porque la historia de la humanidad sería totalmente distinta, me atrevería a decir que impensable, sin la presencia de estos dos medios masivos.


Del asombro inicial que causaron las primeras demostraciones públicas de estas nuevas tecnologías, se pasó rápidamente a la aceptación social -e incluso a la exigencia- de que tanto radio como televisión se instalaran de una manera definitiva en la vida de los individuos.


La esencia de ambos medios no ha variado sustancialmente, a pesar de sus muchos adelantos tecnológicos: compartir con otros, a veces con muchísimos otros, sonidos e imágenes; romper barreras de distancia y tiempo para establecer un código común entre grupos de individuos.


La radio y la televisión realizan funciones similares a las que cumplió desde sus inicios la letra impresa, con la diferencia fundamental de que las comunidades de radioescuchas y de telespectadores se ampliaron considerablemente porque el consumo de estos medios resultó más fácil.


En este sentido el carácter público de los medios electrónicos es un atributo general. Una vez que un mensaje cualquiera es transmitido, está a disposición de todo aquél que cuente con el equipo receptor requerido. Es seguramente en este punto donde se abre el abanico de opciones en la radio y la televisión, donde adquiere importancia la división tradicional entre lo público y lo privado, porque el carácter de la propiedad de los medios imprime una naturaleza específica a los códigos que se manejan en ellos.


Retomo la consideración de que lo público no es única y exclusivamente lo opuesto a lo privado en lo que se refiere al resultado que tiene en la radio y la televisión la forma de propiedad. Público es todo el material que se emite a través de las estaciones de radio y de televisión, ateniéndonos a que los medios -sean de propiedad privada o estatal- son de servicio público.


La naturaleza de este servicio define la función social que tienen la radio y la televisión. Es cierto que los medios crean públicos, pero también es cierto que cubren necesidades.


Desde el inicio de la radio, por ejemplo, la música ha tenido un lugar privilegiado y ha cumplido con el objetivo fundamental de ampliar los auditorios, pero nunca el lugar que ocupa ha sido único. Casi inmediatamente surgieron especializaciones o tipologías en los programas musicales. La información y la política también han sido útiles para popularizar la radio. Así, hasta encontrar la variedad de oferta que podemos ver en la actualidad.


Los resultados concretos en los productos que se ofrecen a los consumidores de medios podrán ser variados en cuanto a la calidad, la información y la complejidad de los códigos utilizados. Lo que los hermana es la intención de ganar auditorios más amplios y el hecho subyacente de que cumplen una función social, muchas veces al margen de la intencionalidad de las emisoras.


Si se considera la prevalencia en nuestro país de las estaciones concesionarias (91%) sobre las permisionarias (9%) ello nos da idea del dominio que ejerce el aspecto comercial de la radiodifusión -que en televisión es mucho más acusado- sobre lo que podríamos llamar los fines culturales. Sin embargo, esta sola característica no descalifica a unas ni resulta elogiosa para las otras.

Simplemente señala una diferencia que vale la pena analizar desde otras aristas.
La radio comercial para cumplir sus fines, necesariamente ofrecerá una programación cuyos géneros y formatos requieran la utilización de códigos de consumo más amplios, pero no por ello deja de cumplir una función social que atiende a las características del público consumidor.


En este punto radica la importancia de los medios públicos. La libertad de proponer una programación que no esté regida por la exigencia del mercado sólo es posible con una radiodifusión financiada por el Estado. La exigencia social –o, de un modo más preciso, la de diversos grupos sociales- de ver reflejados modelos acordes a conceptos y códigos culturales distintos de los que perfilan los medios comerciales, sólo puede ser atendida desde los medios públicos.


Hoy nadie discute que el uso de los medios electrónicos públicos para la educación parece la única salida viable al explosivo aumento de la demanda en el mundo. Naciones como la nuestra, la India o Australia, entre otras, han desarrollado sistemas de satélite exclusivos para ese fin. Y en el caso de los desastres naturales, a los medios públicos les corresponde ocupar la primera trinchera en la defensa de la población. Aunque este deber, como se puede comprobar, frecuentemente se subordina a la “necesidad política” de no “alarmar a la población” y la radio y televisión de la sociedad pueden permanecer mudas mientras sus homólogos privados ganan rating desde el altiplano con la reseña de la tragedia popular.


Por la falta de una historia de nuestros medios, se nos olvida que lo que hoy conocemos como medios comerciales fueron engendrados en propuestas de radio y televisión educativa, científica y cultural.


En México el uso de los medios electrónicos para la educación es casi paralelo a su inicio. En 1924 la SEP pone en el aire una radio, y en 1937 hace lo mismo la Universidad Nacional, en ambos casos con el ideal de los primeros estadistas posrevolucionarios: miles de aparatos diseminados a lo largo del territorio, llevando la voz de los maestros a los grupos más desprotegidos.


En 1921, con motivo del centenario de la firma de los Tratados de Córdoba, se llevan a cabo fiestas populares, desfiles militares y de carros alegóricos, demostraciones de aviación, carreras de autos, funciones de teatro y cine, conciertos y, por primera vez en México, transmisiones radiofónicas en aquella ciudad veracruzana.


El 15 de noviembre de 1948, Guillermo González Camarena asombró a la comunidad científica nacional y extranjera con la transmisión de dos cirugías de vientre durante la VIII Asamblea Nacional de Cirujanos.


En mayo de 1952, el presidente Miguel Alemán Valdés inauguró el primer sistema de televisión a colores en apoyo a la docencia en la Universidad Nacional. En 1959 aparece el canal 11 del politécnico.


En 1960, con el debate Kennedy – Nixon, la televisión llegó a las elecciones para quedarse. Después de aquel encuentro, diversos países adoptaron el formato. Lo que no es tan sabido es que en Monterrey, en 1961, un licenciado Calvi, candidato del PAN a la diputación federal, retó al del PRI y se acordaron los términos del debate, pero el priista no se presentó. Poco después, en el Distrito Federal, otros dos candidatos, Antonio Vargas McDonald del PRI y Tomás Carmona del PAN, discutieron frente a las cámaras de televisión.


En 1968 se transmitieron los Juegos Olímpicos mexicanos por satélite, y la señal de la telesecundaria comenzó a ser enviada a siete estados. En 1980 aparece el primer telebachillerato en el canal Cuatro Más (hoy Radiotelevisión de Veracruz). Actualmente México tiene sistemas de radio y televisión públicas que sirven a un público de 42 millones de mexicanos, casi la mitad de la población del país.



Molcajeteando


No hay mejor manera de anular el potencial de servicio social de la radio y de la televisión públicas, que subordinarlas a intereses ajenos a su vocación, ya sean “políticos”, “caritativos” o apáticos. Esto lo entendieron muy bien los arquitectos del estatuto de la BBC, de la CBC y de la ABC, pero igual quienes usaron estos medios en regímenes de signo contrario. Como ejemplo, algunas citas del discurso pronunciado el 18 de agosto de 1933 por quien sin duda fue el más eficaz analista de la función política de la radio –conceptos que sin dificultad se pueden aplicar a la televisión. Quien tenga interés, favor de traducirlas, porque yo ya estoy muy cansado:


“[…] Within the framework of these great tasks, the radio, if it is to remain living, must hold to and advance its own artistic and spiritual laws. Just as its technical methods are modern and distinct, so too are its artistic capacities. […] There is a style of speaking on the radio, a style of drama, of opera, of radio show. The radio is […] an independent entity with its own rules. A hundred cooks spoil the soup, a hundred bureaucrats, any spiritual accomplishments. The more committees, review committees, […] the less political accomplishments. […] The spiritual energy, the flexibility necessary to reach the people in changing times, may not be the responsibility of boards, commissions or committees. They only get in the way. […] Excessive organization can only get in the way of productivity. The more bureaucrats there are, the more obscure the internal structures, the easier it is for someone to hide his inability or incompetence behind some committee or board. And not only that. Excessive organization is always the beginning of corruption. It confuses responsibility and thus enables those of weak character to enrich themselves at public expense.”


El que tenga oídos…






Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias

de la Comunicación de la UPAEP Puebla.


08/10/08


sanchezdearmas@gmail.com





El “peligro mexicano”

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Con un abrazo colectivo y mi reconocimiento profesional para el equipo de Punto y Aparte -en particular para Froylán Flores Cancela-, en este nuestro trigésimo aniversario.
¡Ay juventud, divino tesoro!



En agosto de 1938, el embajador de los Estados Unidos en México, Josephus Daniels, consignó en su diario el desagrado que le produjo ver que The Atlantic, una de las grandes revistas de su país, hubiera manchado su fama vendiéndose a los intereses de los oligopolios petroleros en su mezquina e ilegal guerra contra México. En páginas que se pueden consultar en el fondo de archivos personales de la Biblioteca del Congreso, Daniels deja el testimonio de que fue informado por un alto funcionario del Departamento de Estado de que la publicación se había vendido debido a que pasaba por una crisis financiera.


Daniels era el mismo hombre que como Secretario de Marina había ordenado la ocupación de Veracruz en abril de 1914. No se trataba de un liberal despistado o de un “Mr. Amigo”, sino de un duro defensor de los intereses de su país que también creía en el trato digno entre las naciones y por encima de todas las cosas respetaba la Ley, la de su país y la de México. Es, por tanto, devastador su juicio sobre el número especial “The Atlantic Presents. Trouble Below the Border”, que comenzamos a analizar en la pasada entrega de JdO. Y si a Daniels escandalizó la publicación, podemos imaginar la reacción en México.


Aquella guerra de propaganda, quizá el episodio menos estudiado de uno de los momentos cardinales en la historia del México postrevolucionario, tuvo muchas aristas, que iremos analizando en posteriores entregas de JdO. La “Standard Oil” financió una implacable y eficaz campaña en defensa de sus intereses. Y el gobierno cardenista respondió, hoy sabemos, no sólo con patriotismo, sino con acciones de gran eficacia. En palabras de Lorenzo Meyer en su estudio México y los Estados Unidos en el conflicto petrolero, “la campaña de propaganda desatada por las compañías petroleras después del 18 de marzo de 1938 tuvo carácter mundial, pero fue especialmente importante en Estados Unidos. La tarea de la maquinaria propagandística de la Standard Oil se vio facilitada en ese país por el hecho de que los avances de la reforma agraria y el apoyo a los grupos obreros habían dado al régimen del presidente Cárdenas un tinte radical mucho antes de que ocurriera la expropiación”. Hoy se puede decir con seguridad que el derrocamiento del gobierno mexicano y la instalación de una nueva dictadura proyanqui fueron la meta a lograr. No tendría por qué no ser así. Están documentados por lo menos dos episodios, entre 1911 y 1917, en que grupos políticos norteamericanos promovieron la instalación de una “república independiente” –y proyanqui- en el norte de México.


“The Atlantic Presents…” es una revista tamaño carta, con 64 páginas. Publica 34 artículos, 16 cartones políticos, 16 cuadros y gráficas y 28 viñetas tomadas “con autorización de los editores” del entonces recientemente aparecido “Tempestad sobre México” de Rosa E. King. Salvo estas viñetas, la totalidad del material está enfocado a demostrar el atraso de México y su inevitable camino al fracaso económico, espiritual y político, y a su conversión al comunismo.


De los artículos, 19 son resúmenes o reproducciones de textos aparecidos en otras publicaciones: diarios mexicanos y norteamericanos, folletos, libros y memorias de congresos. Los 15 restantes no indican si son reproducciones o comisionados para la publicación. Tengo dudas sobre más de la mitad.


Abre la revista con un decálogo de los “principios establecidos por el Departamento de Estado” que debieran normar las relaciones con “el siempre turbulento vecino” –mismos que nuestro país habría violado sistemáticamente. A continuación de tal amonestación cuasi-bíblica, los artículos hablan de cómo México ha despilfarrado las riquezas con las que la naturaleza lo favoreció, de la imparable crisis, de los problemas que frenan el cultivo de la caña, de la revolución traicionada, de las “causas del retraso de México”, de la miseria y desgracia de los desposeídos de tierra, del deterioro de los ferrocarriles, de la ilegalidad de la expropiación, de la incapacidad vernácula para construir una industria petrolera medianamente eficiente, del crimen rampante “en las provincias” (estados), del deterioro social después de la expropiación, de la inconformidad e inquietud en las filas del ejército mexicano, de la nula voluntad mexicana para pagar sus deudas, de los crecientes problemas en la minería, del avance del comunismo, del fracaso del turismo y, en fin, del camino al despeñadero por el que conduce a ese pobre país el gobierno totalitario y procomunista que los mexicanos tienen la desgracia de sufrir. Esta apretada síntesis no debe dar lugar a confusión: “The Atlantic Presents…” no es un burdo panfleto. Está organizado para insertar en los sectores más politizados de la opinión pública, con datos y testimonios que tienen un barniz de credibilidad puesto que se refieren a organizaciones informativas de prestigio como “The New York Times”, la idea de que al sur de la frontera las condiciones políticas, económicas y sociales estaban en un agudo deterioro a consecuencia de la expropiación indebida e ilegal de una industria que demostrablemente había contribuido a la prosperidad del país en el que estuvo trabajando durante muchos años. A esto añádase el sello de la casa editorial: “The Atlantic” era una publicación que gozaba de amplio respeto, incluso entre los conservadores opuestos a su línea editorial.


De todo este material entresaco algunas perlas. El artículo titulado “Trasfondo de revolución”, en donde en seis párrafos el autor sostiene que son las condiciones de inferioridad racial autóctona frente a la superioridad blanca y criolla las causales de la sedición, está firmado por un maestro de francés y español del City College de Nueva York. En el siguiente, “Por qué México es un país retrasado”, el contribuyente es “un ciudadano mexicano que vive en México, cuyo nombre se reserva por razones de seguridad”, quien asegura que “el hecho de que un indio entre diez millones resulte un individuo de valía”, difícilmente permite postular a los pobladores originales como civilizados, ya que las características dominantes de la población indígena son “la ignorancia, la flojera y la indiferencia”.



Un artículo central es “El terror mexicano”, de Rodulfo Brito Foucher, traducido de la edición de la revista “Hoy” del 26 de mayo de 1938, que comienza: “Para los turistas, los diplomáticos y los escritores que visitan brevemente a México, e incluso para los mexicanos carentes de educación política, es difícil darse cuenta a primera vista que la democracia mexicana es apenas un disfraz para ocultar la desnudez de la dictadura”. Para el lector extranjero, el juicio de un reconocido jurista que pocos años antes había sido director de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNAM, como se indica en el crédito, debió haber llevado gran peso.



Y no faltan los contrastes: frente a los errores mexicanos, los ejemplos de Venezuela y Colombia, que apegados a la ley, miran con inquietud la posibilidad de que el cáncer mexicano contamine sociedades que van rumbo a la estabilidad y la prosperidad.


“The Atlantic Presents…” es un ejemplo extremo de aquella guerra de propaganda. La petrolera Standard Oil utilizó profusamente su órgano bimestral, “The Lamp” para llevar a sus accionistas y al gobierno norteamericano la idea de un México no expropiador conforme a derecho, sino expoliador a la manera de los regímenes totalitarios del presente y del pasado. En la prensa comercial de la época hay mayor equilibrio, sin que se pierda un tono crítico a la medida, según se verá en una próxima entrega con ejemplos de “The New York Times”, “Time” y “Newsweek”.



Molcajeteando…


El gobierno de Cárdenas no se cruzó de brazos. A través del Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad (DAPP) organizó una contraofensiva que pese a la disparidad de fuerzas fue altamente eficaz. A la distancia podemos considerar que en aquella guerra de propaganda Lázaro Cárdenas salió triunfador. Por lo menos un historiador asegura que una de las causas fue que el equipo político que rodeaba al Presidente mexicano era de una preparación, conocimientos y capacidad, superiores al del que en aquel tiempo servía al presidente Roosevelt.




Profesor – investigador en el Departamento

de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla.

sanchezdearnas@gmail.com

2/10/08