En letra de molde

Miguel Ángel Sánchez de Armas



¿Cómo se forma un analista político? ¿Hasta dónde llega su responsabilidad frente a los ciudadanos? Las preguntas son pertinentes per se, pero en estos días cuando el ruido parece haber azolvado los canales de comunicación sociales, adquieren una particular relevancia. El caso News Divine se yergue ya como la versión mexicana del “síndrome Genovese”: una larvada insensibilización en todos los estratos de la polis. Los responsables administrativos directos intentan desesperadamente poner distancia del hecho para resguardar su pellejo burocrático; sus enemigos políticos alegremente arrojan material combustible al fuego; los “analistas” y “comentaristas”, con notables excepciones, son presa del “síndrome maorí”. Por ninguna parte se ven manifestaciones populares de indignación. El dolor por las vidas absurdamente perdidas está ausente de lo cotidiano y no figura en los espacios noticiosos, en donde la atención se centra en el próximo destituido: sólo falta que las casas de apuestas fijen momios. En este sálvese quien pueda no parece haber cabida para una sincera introspección, para un mea culpa, para una reflexión sobre las causas profundas de la descomposición social. Parece confirmarse que la crisis actual de México es también una crisis del lenguaje, de los significados, como lo planteara hace un cuarto de siglo -en circunstancias igual de purulentas- José Emilio Pacheco. Pero es también una crisis de los sentimientos, de los valores. Queda la sensación de que o los responsables no tienen hijos, o se consideran inmunes a estas tragedias.


Cuando la turbiedad de los hechos inhibe la comprensión, hay que recurrir a los viejos maestros. En esta oportunidad recupero las reflexiones de don Alejandro Gómez Arias, quien en una conversación con Víctor Díaz Arciniega reflexionó sobre la responsabilidad del análisis político. Fragmentos:

“La experiencia en Excelsior y en Siempre! me llevó a caer en la cuenta de un hecho: no es lo mismo lo que se puede decir en la sala de casa con los amigos, en la asamblea de partido, en las revistas escolares o en los periódicos y revistas de gran tiraje. Aprendí el significado de la autolimitación (no autocen­sura), porque se ponen en peligro algunas cosas, como la fuente de trabajo de muchos hombres, la imagen de alguna persona o institución, y tanto más que uno no llega a percibir tan fácilmente.


“Lo ocurrido en Excelsior me enseñó la magnitud de los tentáculos del gobierno. Me di cuenta de la enorme influencia que ejerce el gobierno sobre las publicaciones. Esto exige a sus directores estar muy despiertos y atentos a cada línea que se publique. También me enseñó que todas las publicaciones tienen una ‘línea’ editorial sobre la cual el colaborador debe normar su propia opinión. Voluntariamente uno adapta su expresión: evita la confrontación directa y elemental a cambio de la crítica inteligente. Es un hecho: en los periódicos se pueden decir todas las cosas que uno quiera, pero esto depende del modo corno uno las diga. Todo es cuestión de matices.


“Este aprendizaje me llevó a observar un aspecto del lenguaje que no había percibido. Durante años me familiaricé con el lenguaje de la oratoria. En la tribuna, el ora­dor es dueño exclusivo y único responsable. Lo que sale de su voz son opiniones personales y nadie más está involucrado en ellas.



“En cambio, en los artículos periodísticos tuve la necesidad de aprender a usar un lenguaje que desconocía. Las condiciones del lenguaje escrito son muy diferentes al lenguaje del orador. De entrada, como escritor debía sujetarme a un reducido número de cuartillas, que a su vez sujetaba el número de temas y su tratamiento, y a otros pormenores consecuentes a la estructura, orden y jerarquía del escrito.


“Sin embargo, el verdadero problema con el que me enfrento cada vez que escribo un artículo es el lenguaje en sí mismo. Siempre, en todo momento, como orador y como escritor, he procurado un lenguaje accesible a todos. La sencillez, que en realidad es producto de una ardua elaboración, es una de mis preocupaciones. Evito la supuesta sencillez del lenguaje direc­to, que muchas veces cae en lo corriente y hasta vulgar -aun­que, por desgracia, su uso está muy extendido. También evito las referencias, alusiones y guiños, porque no quiero aparentar lo que no soy. Lo que procuro es una claridad accesible a todos, que posea cierta vida propia y, si es posible, cierta dig­nidad literaria. Para lograr ese frágil equilibrio, procuro una prosa económica o, si se quiere, despojada de adornos: elimino adjetivos innecesarios, circunloquios o frases incidentales meramente descriptivas, nombres de personas, títulos, cargos, luga­res y tanto más que sólo sirve para llenar páginas.


“En algunas ocasiones me he definido como francotirador. En mis artículos eso se nota más, porque no pertenezco a ningún grupo, o partido, o incluso tendencia. Soy un hombre solitario que escribe su opinión periódicamente. He tenido una respuesta muy favorable y aun entusiasta. También ha habido opiniones desfavorables y hasta violentas en mi contra.


“Alguna vez, durante el sexenio de Luis Echeverría, un político de cepa que se decía conocedor del periodismo nacional, me dijo a propósito de mis artículos: ‘Lo único que falta es que con­voque a las armas’. Nada más falso y, sobre todo, torpe. Sin em­bargo, el comentario es representativo de un tipo de opinión sobre mis artículos: dicen que siempre estoy en contra del gobierno. Creo que no es cierto. Es una afirmación falsa. La ver­dad es otra: soy un crítico, he querido serlo y, en consecuencia, lo que he escrito y escriba es el resultado de ese propósito.


“Si encontrara y me detuviera en aciertos subra­yables de un gobierno cualquiera, sentiría que no estoy cum­pliendo con mi función. Eso no me interesa ni me ha interesado. Además, hay profesionales del elogio que lo hacen muy bien y con los que nunca competiré. Mi función es otra. Se me ocurre un ejemplo. Si como tema para mi artículo me encuentro ante una disyuntiva, como el asesinato impune de un periodista co­metido en Sonora o la inauguración de una importantísima presa a la que asiste el presidente de la República, escribo sobre el asesinato, porque sé que sobre la inauguración todo mundo hablará, con los elogios consabidos. Reconozco que la presa puede ser de gran valor y utilidad para México, pero más reco­nozco que un asesinato no debe pasar inadvertido.


“En alguna ocasión he escrito artículos que parecen balances de actividades. Hacerlo es una tarea ingrata. Revisar lo reali­zado a lo largo de un sexenio no es estimulante. Un artículo mío que corrió con suerte, ‘Los números rojos’, iba en esta direc­ción. Era una especie de balance al final del gobierno de López Portillo, y mi tema eran los números rojos de las cuentas del sexenio. En ese momento aparecieron muchos libros, folletos y tanto más, pagado y no pagado, que se dedicaban a exaltar las virtudes de la administración. Sin embargo, si esos logros se comparaban con los fracasos, el balance resultaba muy des­favorable para el gobierno. Eso hice y a nadie gustó. Si hiciera lo equivalente con el gobierno de Díaz Ordaz, los acontecimien­tos del 68 bastarían para negar todo lo restante y para decir que fue un gobierno bañado por la sangre.


“He procurado mi independencia, al grado de quedar un poco al margen del medio periodístico. Mi lealtad hacia la verdad ha sido mi única causa, mi única militancia. Me he convertido en un francotirador que tira a blancos específicos, a los que no sé si acierto, porque la respuesta tarda en llegar o nunca llega.”



Molcajeteando…

El síndrome Genovese. El asesinato de una joven dependienta la madrugada del 13 de marzo de 1964 en un populoso sector de Nueva York ante más de 30 testigos que decidieron “no entrometerse”, provocó una profunda reflexión nacional y una avalancha de estudios sobre las causas de la criminal indiferencia que es una de las características de las sociedades urbanas modernas. Durante más de media hora, un demente apuñaló a Katherine Genovese bajo las luminarias de un patio entre dos edificios del conjunto Kew Gardens, en el barrio obrero de Queens, sin que ni uno de los vecinos que escucharon los gritos abriera una ventana, diera la voz de alarma o llamada a la policía. “Creí que no era un asunto de nuestra incumbencia”, declaró al día siguiente un hombre que impidió a su esposa marcar el número telefónico de emergencias.


Algo parecido vimos en las grabaciones de la tragedia de la Nueva Atzacoalcos. Ciudadanos y autoridades aturdidos. Policías llamado a sus familiares, no a la comandancia o al servicio de socorro. Paramédicos que desalojaban a los heridos civiles de las ambulancias. Uniformados que continuaban arreando y empacando en camiones a decenas de adolescentes asustados. Peritos que fichaban a jóvenes acusados de divertirse. Médicos legistas que desnudaban y marcaban como ganado a muchachas entre palabras y miradas soeces del personal de las comandancias. Funcionarios cuya primera reacción fue querer alejar lejos de sí cualquier responsabilidad… Y todo ello mientras la vida escapaba de los cuerpos de nueve púberes y de tres adultos tendidos en la vía pública. Hay quien piensa que el Jefe de Gobierno es un político excepcional por su –ciertamente- inusual respuesta. Pero su responsabilidad ética, moral y política en nada ha disminuido. Él estuvo al frente de la policía. Él sufrió las consecuencias –sólo políticas- de un linchamiento. Él conoce la podredumbre de la institución y el peligro latente que representa y que afloró aquella tarde. Por “políticamente incorrecto” que sea criticar a la izquierda “buena”, como me han sugerido amigos, lo más que puede decirse de Marcelo Ebrard es que es mejor gatopardista que otros. Y todavía estamos por escuchar la palabra del Mesías en este asunto.


(Por vacaciones para nada merecidas, JdO dejará de publicarse dos semanas.)



Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

16/07/08


sanchezdearmas@gmail.com




La muerte del Viejo

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Hace 47 años, el 3 de julio de 1961, el gran “Papa” Hemingway se quitó la vida. En una habitación de su casa solariega en Ketchum, estado de Idaho, colocó el cañón de su escopeta en el paladar y jaló el gatillo. Así dijo adiós a las armas el Viejo y se internó en el mar de la eternidad, rumbo a las verdes colinas en donde las campanas siempre doblan a vida y no hay ya más quinta columna que la de los hombres que han encontrado la luz.


El legado de Ernest fue la inmortalidad de su literatura. El morbo de quienes le recuerdan primero por una vida compleja y caótica no hace mella en su arte. Después de la muerte, dos conocidos declararon que durante los siete meses anteriores Hemingway era un fantasma de lo que había sido. ¿Y? Quien haya visitado Finca Vigía en las afueras de La Habana no me dejará mentir: esos artistas pueden abandonar la carne, pero su energía queda ahí.


Como regalo veraniego a los lectores y con el deseo de que más de uno corra a la librería y compre los libros –lo cual es más productivo, más placentero e infinitamente menos costoso que irse a la playa-, algunos fragmentos hemingwayianos:


De “Los asesinos”, de Hombres sin mujeres:

“Recordaba perfectamente la época de su plenitud, apenas hacia tres años. Recordaba el peso de la chaqueta de torero espolinada de oro sobre sus hombros, en aquella cálida tarde de mayo, cuando su voz todavía era la misma tanto en la arena como en el café. Recordaba cómo suspiró junto a la afilada hoja que pensaba clavar en la parte superior de las paletas, en la empolvada protuberancia de músculos, encima de los anchos cuernos de puntas astilladas, duros como la madera, y que estaban más bajos durante su mortal embestida. Recordaba el hundir de la espada, como si se hubiese tratado de un enorme pan de manteca; mientras la palma de la mano empujaba el pomo del arma, su brazo izquierdo se cruzaba hacia abajo, el hom­bro izquierdo se inclinaba hacia adelante, y el peso del cuerpo quedaba sobre la pierna izquierda... pero, en seguida, el peso de su cuerpo no descansó sobre la pierna izquierda, sino sobre el bajo vientre, y mientras el toro levantaba la cabeza él per­dió de vista los cuernos y dio dos vueltas encima de ellos an­tes de poder desprenderse. Por eso ahora, cuando entraba a matar, lo cual ocurría muy rara vez, no podía mirar los cuer­nos sin perder la serenidad.”


De “Los jóvenes que despiertan al amanecer”, de Androgyne mon amour:
“Los jóvenes que despiertan al amanecer pueden asustarse de ser expulsados con demasiada rapidez de sus protectores sueños de una madre, no recordados. Repentinamente, entonces, pueden sentir la verdadera enormidad de la exposición a la casualidad. La mañana que recién comienza, está colmada de demandas susurradas que ellos sospechan no poder satisfacer. ¿Y en quién pueden confiar suponiendo, temerariamente, que todavía sean capaces de confiar sino en alguien (tú) cuyo nombre ha regresado a la confusión de muchos nombres de anoche? Te miran con precaución mientras te das vueltas y suspiras en sueños. Están envidiosos de ti, de tu sueño, que todavía te protege de los susurros que se hacen más audibles cada instante. Se sientan, con cuidado, en el borde de tu cama, agobiados y temblorosos como viejos sentados en los bancos, tosiendo con tos de fumadores… Pregunta: Si no estuvieras durmiendo ¿los llevarías otra vez contigo al cálido olvido, o, si te despertaras en este momento, acaso ellos no serían para ti tan sin nombre como tú para ellos, y aún menos confiables? Probablemente sí, ya que el recelo es, entre las divisas heráldicas del escudo de tu corazón, la que parece más indeleble, como si estuviera tallada allí, o grabada a fuego. ¿Qué les queda por hacer entonces, más que sentarse cuidadosamente al borde de tu cama, mirando de soslayo la prisión de luz que ha traído la mañana? ¿Será mejor a las diez que a las siete? Otra pregunta cuya respuesta, equívoca, espera en el magistral tictac del reloj, de tantos, tantos relojes. Y así, sin que nadie haya pronunciado sus nombres ni haya tocado sus cuerpos agobiados, descienden otra vez al misterio de la cama, tras haber cerrado los postigos para dejar atrás el día un atardecer más.”


De Por quién doblan las campanas:

“Después se acomodó lo más cómodamente que pudo, con los codos hundidos entre las agujas de pino y el cañón de la ametralladora apoyando en el tronco del árbol. […]


“Cuando el oficial se acercó al trote, siguiendo las huellas dejadas por los caballos de la banda, pasaría a menos de veinte metros del lugar en que Robert se encontraba. A esa distancia no había problema. El oficial era el teniente Berrendo. Había llegado de La Granja, cumpliendo órdenes de acercarse al desfiladero, después de haber recibido el aviso del ataque al puesto de abajo. Habían galopado a marchas forzadas, y luego tuvieron que volver sobre sus pasos al llegar al puente volado, para atravesar el desfiladero por un punto más arriba y descender a través de los bosques. Los caballos estaban sudorosos y reventados, y había que obligarlos a trotar. […]


“El teniente Berrendo subía siguiendo las huellas de los caballos, y en su rostro había una expresión seria y grave. Su ametralladora reposaba sobre la montura, apoyada en el brazo izquierdo. Robert Jordan estaba de bruces detrás de un árbol, esforzándose porque sus manos no le temblaran. Esperó a que el oficial llegara al lugar alumbrado por el sol, en que los primeros pinos del bosque llegaban a la ladera cubierta de hierba. Podía sentir los latidos de su corazón golpeando contra el suelo, cubierto de agujas de pino.”


De Un lugar limpio y decente:

“¿Qué temía? No era temor o miedo. Era una nada que él conocía demasiado bien. Todo era nada y un hombre era también nada. Algunos vivían en ella y nunca la sentían, pero él sabía que todo era nada y pues nada y nada y pues nada. Nuestra nada que está en la nada, nada sea tu nombre y nada tu reino y tuya será la nada en nada como es en la nada. Danos esta nada, nuestra nada de cada día y nada a nos en la nada, pero líbranos de la nada; pues nada.”
De Verdes colinas de África:

“Los buenos escritores son destruidos en su país y sus talentos marchitados por exceso de ambición, por los elogios desmedidos, por sus pretensiones de intelectualismo y de superioridad.


“En cierta época de sus vidas, los escritores suelen convertirse en líderes. ¿A quiénes conducen? Poco importa. Si no tienen discípulos los inventan. Y es inútil que aquellos que han sido escogidos como discípulos, protesten. En este caso se los acusa de deslealtad... Hay otros que ensayan salvar su alma con 10 que escriben. Es un medio fácil. Otros, todavía se arruinan por la primera suma de dinero recibida, la primera alabanza, el primer ataque, la primera vez que descubren que no pueden escribir, o bien se asustan e ingresan a asociaciones que piensan en lugar de ellos.

“Piojos de la literatura, gusanos para anzuelo, metidos en una botella, que tratan de derivar conocimientos y alimento de su propio contacto.”
Molcajeteando…
La sombra del “News Divine” nos habrá de acosar como las Erinias -hijas de sangre inocente derramada- hasta en tanto no se haga justicia. Habrá quien crea que el cese de dos altos funcionarios del gobierno capitalino y la consignación de algunas docenas de agentes, entre ellos un jefe policiaco de cierta importancia, es evidencia de que estamos ya en el Imperio de la ley, pero en realidad apenas se trastabillea… y no es seguro que sea en ese sentido. El valiente ombudsman Emilio Álvarez Icaza dijo que hoy se han tomado medidas hasta hace poco impensables en tragedias sociales atribuibles a la autoridad, pero yo creo que estamos en peligro de un gatopardismo. La secuela del incidente confirma que la clase política, sea de derecha, de centro o de izquierda, progresista o reaccionaria, es por encima de todo implacable y astuta para mantenerse en el poder. La diferencia entre el triste espectáculo de un Joel Ortega vociferando que no permitiría “el desprestigio” de una larga carrera, y la elegante callosidad de un Marcelo Ebrard al asegurar que tomará “las decisiones que correspondan”, es sólo de escenografía. Entre el “halconazo” del 10 de junio de 1971 y el “antrazo” de hace unos días, sí hay un país distinto, pero en lo electoral y muy poco en materia de justicia. No ofenderé la inteligencia de los lectores con ejemplos. A 37 años, hay presuntos responsables señalados, algunos ya fallecidos (Echeverría, Moya Palencia, Nazar Haro, De la Barreda Solórzano, Díaz Escobar, González Aleu, Delgado Reyes, San Martín Arrieta, Barrón Rivera, Romero Ramírez, Flores Reyes, entre otros). ¿En el 2045 la historia registrará otro listado de “presuntos” como resultado de las investigaciones de la carnicería provocada en la discoteca? La CDHDF impuso una recomendación que podría ser el detonador de acciones más profundas puesto que tiene que ver con la ética y con la moral del ejercicio del poder: ofrecer disculpas públicas y -esto no lo dijo la Comisión, lo digo yo- separarse del cargo, cual sucede eventualmente en sociedades que han transitado a estadios democráticos superiores y en donde hay una conciencia cívica generalizada de valores cívicos cuyo cumplimiento se garantiza por la aplicación de la ley, sí, pero también por el ejercicio del voto. Pero en el reino de la impunidad, a la exigencia de responsabilidad le llamamos “compló”, o, mejor aún, “confabulación mediática” –trátese de López Obrador, de Marín, de González Márquez, de Oliva Ramírez, de Guerrero Reynoso, de Ulises Ruiz, y una larga lista de “servidores públicos”. Y no escapan quienes ahora santurronamente se lavan las manos y esperan complacidos la caída de sus “enemigos políticos”, sin comprender que pueden estar celebrando en la cubierta del Titanic. A finales del 2007, durante unos disturbios en Ecuador, apareció una pinta que traduce un extendido sentimiento: “Acabemos con el crimen organizado. Eliminemos al gobierno.”


Tener la entereza de firmar, motu proprio, una renuncia, es lo que diferencia a los íntegros de los arribistas.





Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias

de la Comunicación de la UPAEP Puebla.


09/07/08



sanchezdearmas@gmail.com




Del encuentro de poesía y política

Miguel Ángel Sánchez de Armas



El título de esta columna probablemente me costaría la patente de periodista en un país ordenado, pero en el “Reyno del A’isevá”, del “Qué Tanto es Tantito” y del “Todos Pintos”, los usos y costumbres son ley y así como sufrimos gobernadores “preciosos”, “piadosos” y “dañosos”, y expresidentes parlanchines que navegan por el mundo dando consejos que en su tiempo no escucharon, también padecemos columnistas que con toda impunidad publican cócteles tan poco probables como el que se enuncia arriba (aunque pensándolo bien, quizá escriba inficionado por la nerudiana “Incitación al nixonicidio…”). Vale.


Todo comenzó cuando en un ejemplar de 1939 de The Atlantic Monthly encontré el -para mí- alucinante artículo “Poetry and the Public World” de Archibald MacLeish, de donde tomé una breve cita para JdO del 10 de junio: “[…] habla de cómo la poesía y la revolución política encuentran terreno común en un mundo cambiante”.


Ello provocó la puntual respuesta del siempre atento Edmundo Murray: “Lo extraño es que el propio MacLeish le da a la poesía un lugar muy lejos de todo lo que no es (y la política, creo, está lejos del ser)”. Y cita, naturalmente, la sentencia lapidaria de “Ars Poetica”.


Mi respuesta fue que MacLeish publicó “Ars Poetica” en 1926, y que a mi juicio, en 1939 -una gran depresión, un “New Deal” y una segunda guerra de por medio- el poeta habría cambiado, y quizá trastocado su relación con el mundo.


Dice MacLeish en el 26: “Un poema no debiera significar / Sino ser”. El propio Edmundo enriquece este sentido con “otra cita que pinta de cuerpo entero este espíritu de literatura per se: ‘No se me hable de política; todo lo que me interesa es el estilo’ (James Joyce a su hermano Stanislaus, 1938).” Y no olvidemos la acre respuesta de Faulkner a la impertinente pregunta de un reportero: “¿Técnica? ¿Me habla usted de técnica? Si mi profesión fuera la de ladrillero le podría contestar… ¡Yo soy escritor!”


Alarmado por la eventualidad de una cita errónea, regresé al ensayo, que inicia (en traducción libre mía):


“Hay una muy buena razón por la que la relación de la poesía con la revolución política debiera interesar a nuestra generación. La poesía, para la mayoría, representa la intensa vida personal del espíritu único. La revolución política representa la intensa vida pública de una sociedad con la cual el espíritu único debe, pero no debe, hacer su paz. La relación entre ambas contiene un conflicto que nuestra generación entiende: el conflicto entre la vida personal de un hombre, y la vida impersonal de muchos hombres.”


Compartí de nuevo mis reflexiones con Edmundo. Respondió:

“El comentario es que la literatura anglo y europea considera que quien escribe sólo debe hacer eso, escribir. Nada de periodismo, política o activismo. No me acuerdo ahora pero al final del artículo MacLeish deja bien claro desde qué perspectiva escribe. Acá los escritores, allá el resto del mundo. En América Latina la literatura es ancilar a la cotidianeidad de nuestras vidas. No se concibe el escritor puro, a la Borges.


Y unos días después:


“Pero hay otra clave, que es la diferencia fundamental entre la poesía (y la literatura) del mundo anglo-euro con la del mundo latinoamericano. Dice al final del artículo y en tiempo futuro, que para los poetas ‘American as well as English ... the time is near’. Pero a esa altura del partido unas cuantas decenas de poetas ya habían dado la vida en América Latina por causas políticas; y ni hablar de las centenas de políticos que en algún momento de su vida incursionaron por la poesía. Pero digo mal; en Nuestra América no hay políticos por un lado y poetas por otro. Es todo una ensalada maravillosa de luces y sombras que a mí me presentan un poeta más humano que el purista de academia o biblioteca. Lo que para MacLeish fue una posibilidad de generaciones futuras, para gente como César Vallejo fue un rito de pasaje tan natural como hacer el amor en un cementerio. La mezcla de periodistas, poetas, políticos todavía aterra y fascina en algunos antros académicos euro-yankis”.


En Wikipedia hay una pista acerca del cambio que creí intuir entre el MacLeish de 1926 y el de 1938:


“El trabajo inicial de MacLeish era muy tradicional y modernista y aceptaba la postura modernista contemporánea según la cual el poeta estaba aislado de la sociedad […]. Posteriormente rompió con el esteticismo puro del modernismo. Él mismo tuvo gran participación en la vida pública y llegó a creer que éste era un rol no sólo apropiado, sino inevitable para un poeta”.


De regreso al ensayo de MacLeish, encontré que desde su perspectiva el meollo del asunto no es si la poesía “debiera” tener que ver o no con la revolución política. “El asunto de fondo es si la poesía es de tal naturaleza, y la revolución política es de tal naturaleza, que la poesía pueda tener que ver con la revolución política, ya que se puede proponer que la poesía debiera hacer tal cosa o no debiera hacer aquella […]: la poesía no tiene más leyes que las leyes de su propia naturaleza”.


Sigue una perspicaz reflexión sobre la naturaleza de la poesía frente a la prosa y de ambas en su relación con el arte, que llevan a MacLeish a proponer que no existen ciertas experiencias apropiadas para el arte y otras que no lo son, y que tal limitación tampoco podría considerarse en el caso de la poesía, pues “aquello que la poesía permite reconocer, puede ser cualquier hecho”. Y precisa: “La poesía es a la emoción intensa lo que el cristal a la sal que se condensa o la ecuación a los pensamientos profundos: liberación, identidad y descanso. Lo que las palabras no logran puesto que sólo pueden hablar, lo que el ritmo y el sonido no logran como ritmo y sonido pues carecen de habla, la poesía logra ya que su sonido y su habla son un conjuro único.


“Sólo la poesía puede lograr esa fascinación de la mente que razona, esa liberación de la naturaleza que escucha, esa solución de las deflexiones y distracciones de las superficies del sentido, mediante lo cual se admite, se reconoce y se conoce la experiencia intensa. Únicamente la poesía puede presentar las más íntimas y por lo tanto menos visibles experiencias humanas en forma tal que los hombres, al leer, puedan exclamar: ‘Sí… Sí… Así es… Es así como realmente es.’


“La verdadera maravilla no es aquella que los diletantes literarios dicen sentir: la de que la poesía deba ocuparse tanto de un mundo público que tan poco le concierne. La verdadera maravilla es que la poesía se ocupe tan poco de un mundo público que le concierne tanto”.


¡Carajo! ¡Mi reino por un poema!



Molcajeteando…


Primero una pública petición de ayuda: para compartir con los amigos de JdO el ensayo de MacLeish, se solicita traductor al español (ocho páginas). Como pago anticipado vaya aquí el “Ars Poetica”, con versión al español de Benjamín Valdivia:


Archibald MacLeish. “Ars Poetica” (1926).

A poem should be palpable and mute / As a globed fruit, / Dumb / As old / medallions to the thumb, / Silent as the sleeve-worn stone / Of casement ledges where the moss has grown -- / A poem should be wordless / As the flight of birds.
A poem should be motionless in time / As the moon climbs, / Leaving, as the moon releases / Twig by twig the night-entangled trees, / Leaving, as the moon behind the winter leaves, / Memory by memory the mind -- / A poem should be motionless in time / As the moon climbs.


A poem should be equal to / Not true. / For all the history of grief / An empty doorway and a maple leaf. / For love / The leaning grasses and two lights above the sea -- / A poem should not mean / But be.


***
Un poema debiera ser palpable y mudo / como un fruto redondo, / mudo / como los viejos medallones al tacto, / silencioso como la piedra gastada / de los balcones donde crece el musgo— / Un poema debiera ser sin palabras / como el vuelo de los pájaros.


Un poema debiera estar inmóvil en el tiempo / conforme sube la luna, / y dejar, como libera la luna / rama por rama los árboles enredados de noche, / dejar, como la luna tras las hojas del invierno, / recuerdo tras recuerdo a la mente — / Un poema debiera estar inmóvil en el tiempo / como la luna al salir.


Un poema debiera ser igual a: / no es cierto. / Para toda la historia del dolor / un pórtico vacío y una hoja de maple. / Para el amor / los pastos inclinados y dos luces sobre el mar — / Un poema no debiera significar / Sino ser.





Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

2/07/08


sanchezdearmas@gmail.com