Propaganda política

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas



El poder corrompe siempre; el poder
absoluto corrompe absolutamente.
Lord Acton.




Debo a mi colega y amigo Oscar de Juambelz la recuperación de uno de los textos teóricos más sugerentes de la Academia mexicana de comunicación del siglo pasado: el prólogo de Eulalio Ferrer al libro de su autoría Por el ancho mundo de la propaganda política, publicado en 1975. Esta reflexión, el texto de 1963 de Antonio Menéndez, Movilización social… , y el de Edmundo González Llaca Teoría y práctica de la propaganda (1981), son ejemplos tempranos de una escuela mexicana que a mi parecer aún está en construcción. El escrito se divide en quince apartados y un colofón que dan pie a una rica colección de muestras gráficas de la propaganda política del siglo, con la notable –y para mi, inexplicable- excepción de carteles o afiches del cardenismo. A continuación, un extracto:


Como técnica que la ciencia política ha desarrollado incansablemente al servicio de sus propios fines –de su logro y dominio-, la propaganda se ha convertido, cada día con mayor fuerza histórica, bajo la pluralidad de formas que la nutren, en un inseparable condimento de la naturaleza humana y su acontecer. A medida que se han perfeccionado, multiplicado y popularizado los instrumentos diversificadores de la comunicación, ha ido extendiéndose, enriqueciéndose y afinándose el poder de la propaganda política, hasta erigirse en uno de los signos más representativos –y constantes- de la vida contemporánea: Arma favorita del Estado moderno, suele preceder y seguir a cada uno de sus propósitos y acciones. Es la gran palanca que orienta, persuade, dirige… Que ablanda o modifica actitudes… Que influye o cambia opiniones… Que abre el camino, muchas veces, para llegar a la completa domesticación de la mente humana. (…)


Hay historiadores que remontan los usos iniciales de lo que muchos siglos después se conocería con el nombre de propaganda, nada menos que a tres milenios antes del cristianismo, con la circulación en Pekín de “La Gaceta del Imperio Chino”. Otros, atribuyen al mandarín Fuh-Tsien -720 a. de C.- ser el creador de este oficio, al divulgar que la repetición es la base del conocimiento, incluso si éste es falso. Algunos estudiosos, encabezados por el escritor inglés Talbot Mundy, piensan que el verdadero origen de la propaganda debe buscarse en la leyenda hindú de “Los Nueve Desconocidos”, que data del año 273 a. de C. Entre los nueve libros que la integran, el primero de ellos estaría dedicado al fundamento de la materia, revelando que de todas las ciencias, la más peligrosa es la del control del pensamiento de las multitudes, pues es la que permite gobernar al mundo entero.(…)


Pero es la historia de Grecia la que más abastece de datos y señales a la historia de la propaganda, entendida ésta como uso sistemático y requerimiento técnico. Cuando aparecen en el gobierno del país los llamados tiranos, dispuestos a acabar con la aristocracia y a conquistar el apoyo del pueblo, no sólo perfeccionan la herencia egipcia de construcciones monumentales y profusión de oráculos, sino que recurren a los discursos y a la palabra pública, hasta dominar a la plebe, originando la fórmula que se inscribiría en los anales políticos con el nombre de demagogia. (…)


Es, justamente, en la Iglesia Católica donde se acuña, en su acepción y uso actuales, el término de propaganda, procedente del latino propagare. Alejandro Ludovico, conocido como el Papa Gregorio XV, funda, en enero de 1622, una institución canónica llamada Propaganda Fide, para ejercer los que se consideran los deberes más altos del oficio pastoral: la propagación de la fe cristiana.
Catequizar a los paganos, trabajar a favor de ellos, es propaganda: pro-pagan-os. Obra de proselitismo, en suma. Pero la Congregación, que equivale, quizá, al primer Ministerio de Propaganda que se crea en el mundo, tiene por objetivos los de centralizar y dirigir las actividades católicas, imprimiéndoles un carácter de unidad y disciplina que contribuye poderosamente al éxito y desarrollo de las mismas. Sobre todo, en el diverso territorio de las Misiones, que capitalizan, en un mayor grado, los frutos de la Propaganda Fide. Los mejores miembros del Sacro Colegio, los predicadores más eminentes son incorporados a la congregación para una labor que hace escuela y sirve de antecedente a otras muchas, tanto en el campo religiosos como en el político, sustantivando y extendiendo el concepto de propagada. Desde la Revolución Francesa, hasta la Revolución Soviética. Desde Federico II y Napoleón, hasta Goebbels y Fidel Castro. Al franquear el Cabo de Buena Esperanza, la propaganda se halagó de subyugar a todas las gentes vecinas de los mares orientales y de convertirlas, comentaría Voltaire. (…)


Aunque se ha dicho que la propaganda es una buena palabra que ha tenido mala suerte, es lo cierto que alrededor de ella se agrupan, como codiciado panal, toda clase de propósitos y deseos. Y junto a éstos, la más surtida concurrencia de mecanismos y oficiantes. Cada uno, a su manera, pretende apropiarse de la mayor porción posible de la voluntad humana, alzando sus despojos, no pocas veces, como si fuesen trofeos. Alternan en el mismo campo los que aspiran a convencer y los que simplemente quieren vencer. Los que inventaron el lavado de cerebro y los que sólo buscan oxigenarlo. Los que retocan la verdad y los que la victiman. Los que prefieren la tiranía sobre la opinión a la tiranía de la opinión. Hay quienes entienden la propaganda como un freno o sustituto de la violencia y quienes la aceptan como un estímulo o suplemento. Quienes procuran realizar, a sangre fría, lo que de otro modo habría que hacer con ferocidad. No es extraño que en un enfrentamiento de tal magnitud, bajo el denominador común de una palabra idéntica, se confundan medios y fines, audacias y temores, causas y efectos, con sacrificio o detrimento del valor que más importa propagar: la inteligencia humana. (…)


Ciertamente, es complejo, fecundo en el riesgo, lleno de infinitas sinuosidades y fracturas, por más que atraiga y seduzca tanto, este viejo oficio de la política. Debiendo ser combustible de la negociación, muy a menudo deriva en llama de la inflexibilidad hostil. De culto conciliador, se vuelve campo de batalla, propicio a los peores enfrentamientos. Ya advertía Ortega que resultaba mucho más difícil conocer la política de un pueblo, que dominar su idioma. Para Einstein, la política era una ciencia más complicada que la física. Y ciencia es, en definitiva. Gracián la definía, ingeniosamente, como la ciencia de los príncipes y la princesa de de las ciencias. Por serlo, se le identifica con el arte supremo de lo posible. (…)


Los conflictos y contradicciones brotan –e interfieren el equilibrio dialéctico del juego- porque, ante todo, el oficio de la política está inserto, gobernándolo desde siempre, en la raíz del oficio de la propaganda. El entendimiento total, como esencia, predomina sobre el tratamiento particular, como forma. La historia de los grandes políticos abunda en ejemplos confirmativos. Sólo ellos saben cuándo el adversario de hoy puede ser el aliado de mañana, o cuándo un inevitable fracaso puede justificar el efecto de un triunfo necesario. Lo que sucede es que la costumbre de proclamar principios, cada día se concilia menos con la de eludirlos. Del mismo modo que ha ido perdiendo validez la regla política de que servirse de los demás es el arte de hacer creer que se sirve a los demás, creyendo cínicamente, que el hombre es libre para todo, menos para dejar de ser libre. Pretender sustituir las ideas con las opiniones, en el nombre de los fines inmediatos o de las urgencias nacionales, es ahora, según la circunstancia de cada país, el origen de una crisis creciente, que contribuye a acentuar el rápido desarrollo de los medios de comunicación, tanto por su rotunda instantaneidad, como por su riqueza testimonial. En el fondo medular, es la causa de que retengan el poder –y lo tiranicen- los que soñaron con abolirlo. Y, a la vez, de que la propaganda se torne más absoluta, a fuer de más enajenante. (…)


Detrás de este riesgo expropiador de las conciencias, puede encontrarse el hecho de que la ideología, que es un fin, llegue a ser desplazada por la política, que es un medio. Cuando más patente y próximo, mayor amenaza abismal entre lo que se cree y lo que se dice, entre lo que sucede y lo que se propaga. Lo mismo habría que deducir ante la evidencia consecuencia de que los partidos buscan apoyarse más en los rasgos diferenciales y carismáticos de sus hombres representativos, que en los contenidos fundamentales de sus programas. Todo esto, en los límites imprecisos de lo comprensible, coadyuva a intensificar la confusión y a que la duda quiebre, incluso, los valores que relacionan, de manera tan estrecha, el oficio político con el de la propaganda. Peor que la gente no sepa lo que quiere, es que ignore a dónde se la lleva. Según el problema se agudice, siendo más realidad que explicación, la credibilidad disminuirá, en tanto que aumentarán las presiones y ventajas de las alternativas extremas. Las de los grupos que aspiran a perpetuar sus privilegios y las de los oportunistas de la inconformidad a rajatabla. Campo abonado, sin la tensión reguladora del dominio político, a la anarquía de las manifestaciones delirantes. (…)


Tal parece que la herencia de la exageración, lejos de disminuir, se ha acrecentado en el concierto retórico de la propaganda política, estremeciendo los tímpanos de la historia. Es mucho más lo que ha cambiado en sus técnicas y estructuras, que en los acentos y mitos multiplicados de su lenguaje. Hasta convertir éste en lo que Jacques Ellul califica de imagen absoluta del bien y de la verdad, dentro de un universo de maniquíes. Para muchos, incluso, ha degenerado en un vómito narcotizante de palabras, dirigido a una masa siempre hambrienta de ellas. Diríase, en tanto no se restablezca la jerarquía de su crédito y de su destino, que la propaganda política ha llevado la palabra, de ánfora del ser, a sede mistificadora de la idea. De dominio del nombre, a dominadora del hombre. A fuerza de usarse indistintamente, bajo lo más opuestos objetivos; de enmascarar distintas formas de un mismo significado; de cruzar impunes de un credo a otro, las palabras de la propaganda política, siendo de todos, han pasado a ser un campo de nadie. Y así, en vez de alcanzar uno de sus fines más generosos y ardientes, el de una patria humana sin fronteras, lo que ha logrado la propaganda política es borrar éstas, únicamente, en el mundo de las palabras.



Profesor – investigador en el Departamento

de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla.

sanchezdearnas@gmail.com

18/11/08






¿Quién mató a George Polk?

Miguel Ángel Sánchez de Armas



Muy temprano en la mañana del domingo 16 de mayo de 1948, un pescador macedonio cuyo nombre ha quedado en el olvido, preparó los aperos y zarpó a las aguas de la bahía de Salónica. Iba alerta como siempre, oteando el horizonte con ojo experto en busca de señales de tormenta… o de lanchas patrulla. Eran tiempos difíciles de guerra civil y no pocos de sus compañeros habían sido detenidos y maltratados por la policía de la dictadura que veía en los obreros de la mar a simpatizantes de la guerrilla comunista a la que combatía en una desgastante guerra civil. De pronto, entre los trazos de bruma que flotaban sobre las tranquilas aguas, un bulto se interpuso en el camino de la lancha. Era el cadáver de George W. Polk, corresponsal de la cadena de televisión norteamericana CBS, atado de manos y con dos tiros en la nuca.


Han pasado sesenta años y las circunstancias de la muerte de Polk, como las del asesinato de Manuel Buendía hace 25 años, siguen siendo un misterio, aunque demasiadas las semejanzas, entre ellas una escalofriante: ambos fueron liquidados para dar una advertencia al gremio, en el mismo mes de mayo con 36 años de diferencia. Un prácticamente de la cábala no dejaría de notar que Polk pereció en el 48 y Buendía en el 84... números invertidos. Quizá en un futuro lejano algún historiador descubra y publique los detalles de esas y otras violentas eliminaciones de periodistas que caracterizaron al recién pasado siglo XX.


Polk se había convertido en una espina en el costado de casi todos los actores en la guerra civil griega: los ministros de la dictadura; los diplomáticos de la embajada de Estados Unidos; los militantes del Partido Comunista; los guerrilleros… todos detestaban en menor o mayor medida al locuaz periodista y deseaban su salida del país... y algunos de esta vida, como quedó demostrado. Polk debió haber sido un muy buen reportero para haber unificado en su contra a tan dispares actores. Lo usual es que los corresponsales se ganen el odio de algunos y la adhesión –interesada- de otros.


En su tarea como corresponsal durante la sangrienta guerra civil que disputaba el control de la península helénica, ese periodista había acumulado una larga lista de malquerientes. A la guerrilla comunista la caricaturizó como una banda de rufianes; al gobierno griego como un hato de ambiciosos y corruptos políticos; al ministro de seguridad como gángster... y satanizó a Washington por su apoyo a la represora y sanguinaria dictadura griega.


Así pues, resulta entendible que desde su arranque la investigación del asesinato haya tenido mucho de simulación y farsa. La policía levantó cargos contra cuatro ciudadanos griegos: un militante de medio pelo del PC que estaba a cientos de kilómetros de Salónica el día del asesinato; un reportero supuestamente comunista que se encontraba en su oficina cuando el cuerpo de Polk fue arrojado a las aguas; la anciana madre de éste, quien “confesó” para salvar a su hijo de la tortura y un integrante del Comité Central del PC… ¡que había fallecido cuatro semanas antes!


Las reacciones oficiales por la muerte del periodista tuvieron como signo característico una gran hipocresía. El gobierno helénico aseguró que no escatimaría esfuerzos para dar con el o los asesinos a coro con el de Washington, que en ese año de Dios de 1948 invertía un millón de dólares diarios en ayuda para aplastar el levantamiento comunista (cómo se dirá “caiga quien caiga” en griego?) En el mismo tono que la de la Acrópolis, la burocracia del Potomac juró que supervisaría de cerca la investigación. En ambas partes del globo caballeros de adusto semblante y grave continente condenaron casi con las mismas palabras el atroz hecho.


En Washington y Nueva York los periodistas pusieron el grito en el cielo y se movilizaron. Fue creado un comité ad hoc encabezado por el legendario Walter Lippmann y rápidamente se instituyó un premio con el nombre del muerto. En pocos meses el comité aceptó los resultados de las investigaciones oficiales griega y norteamericana y desde entonces cada primavera la crema y nata del periodismo norteamericano se congrega en una brillante ceremonia durante la cual se prenden medallas y se otorgan laureles en nombre del pobre George W. Polk. Hay quien juzga que sus colegas “lo traicionaron cuando validaron las espurias pesquisas y el falaz proceso judicial” incoado en contra de unos chivos expiatorios.


Algunos reporteros neoyorquinos quisieron recabar fondos y viajar a Grecia para investigar el asesinato. Su propuesta fue eclipsada por el comité Lippmann, cuyos integrantes se limitaron al camino oficial y liquidaron así toda esperanza de una indagación independiente en el asesinato del periodista.


El premio George Polk exige que los nominados hayan demostrado “imaginación y valentía” en el ejercicio del periodismo. Entre otros la han recibido figuras de la talla de Edward R. Murrow, Walter Cronkite, Gloria Emerson, Norman Mailer, Seymour Hersh, Daniel Schorr e I. F. Stone, quien en la recepción en 1968 dijo que estaba muy feliz por la presea y que deseaba decir algunas cosas sobre George Polk, “quien parece haber sido olvidado en estos eventos [...] Polk fue uno de los pocos periodistas norteamericanos que tuvo la valentía de ver más allá de las tinieblas de la guerra civil y apreciar la agonía y lucha del pueblo griego...” (Por cierto, la lista de periodistas mexicanos galardonados con el premio Manuel Buendía es igual de impresionante... y otra coincidencia: también el nombre del columnista era medio incómodo en las ceremonias de premiación.)


En el caso de Polk, como en el de Buendía, se requeriría de reporteros tan eficaces y tan comprometidos como ellos para resolver sus propios asesinatos.

¡Helas, eso no puede ser! Debemos conformarnos con el trabajo de otros periodistas que, como no me he cansado de repetir aquí, se niegan a someterse al silencio de las hemerotecas. En el caso que nos ocupa fue Elías Vlanton -en colaboración con Zak Mettger- quien en 1996 publicó un minucioso libro de 322 páginas que llega a la descorazonadora conclusión de que a medio siglo “aún no existe certidumbre sobre quién asesinó a George Polk.”


En ¿Quién mató a George Polk? (Who Killed George Polk?), nos enteramos de que la Comisión Lippmann y la propia CBS endosaron la teoría de la policía griega de que Polk había sido asesinado por la guerrilla comunista. A lo largo del texto Vlanton y Mettger pasan revista a la comedia de inconsistencias, fallas, ocultamientos y desviaciones que enturbiaron el caso, y sistemáticamente descubren los velos que a lo largo de los años fueron tendidos sobre el caso: un agente secreto norteamericano que estuvo involucrado en las indagaciones declara en 1974 que el juicio fue una farsa para encubrir a los verdaderos autores; en 1976, la corte suprema griega niega la petición de un nuevo juicio al periodista condenado, quien aseguró que la confesión le fue arrancada tras meses de tortura; en 1977 se demuestra que es apócrifa una carta ofrecida como prueba en el juicio; en 1978 el gobierno griego niega la petición de uno de los dos “cómplices” sentenciados en ausencia para volver a Grecia y someterse a un nuevo juicio...


Vlanton y Mettger apuntan: “Una pesquisa de 15 años en los archivos del gobierno norteamericano y el análisis de los documentos particulares de algunas de las personalidades involucradas documentan que el gobierno griego y el Departamento de Estado norteamericano conspiraron para acusar falsamente a personas inocentes en el asesinato de George Polk, y que algunas de las más respetadas figuras del periodismo estadounidense se hicieron de lado y lo permitieron.”


A manera de conclusión exponen tres posibles escenarios del crimen: a) fueron los insurgentes comunistas para minar la ayuda norteamericana a la dictadura; b) fueron los servicios secretos británicos, desplazados por los norteamericanos, para enturbiar las relaciones greco-estadounidenses, y c) fueron altos funcionarios, temerosos de que las revelaciones de Polk sobre la corrupción oficial desestabilizaran al gobierno griego.


Pero la verdad, lo que se dice la verdad, sigue siendo un misterio.
¿Debemos llegar a la conclusión en el asesinato de Polk como en el de Buendía y otros, de que quienes se aplican a la investigación de los crímenes en contra de la prensa sólo gritan en el desierto? Eso es lo que desean propalar los espíritus del silencio. Eso es lo que debemos combatir los reporteros, viejos o jóvenes. Los ejemplos de George W. Polk y de Manuel Buendía son como luces en nuestro camino profesional y personal. Creo que a ellos no les importará haber muerto si saben que su ejemplo quedó entre nosotros.



Profesor – investigador en el Departamento

de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla.

sanchezdearnas@gmail.com

12/11/08