Dios no es
redondo
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Soy de los pocos
mexicanos que no se dejaron seducir por Juan Villoro con su propuesta de elevar
a divinidad la justa nacida en la Pérfida
Albión para narcotizar a los nativos cuya carga lacera las espaldas del
hombre blanco, y desde luego rechazo de manera tajante que el futuro de mi
querido país dependa no de la formación de jóvenes en las aulas sino de las
habilidades y resistencia de once jayanes disputando a otros tantos contrarios
la posesión de un balón en una cancha. ¡No señor!
Hace cinco años
publiqué una entrega que parece redactada para este mundial. No tengo más
remedio que volverla a compartir:
El día que la
selección mexicana derrotó a la de Estados Unidos viví de nuevo el viacrucis de
quien pertenece a una de las minorías más execradas en la actual sociedad: la
de quienes no tienen ni gusto ni amor por el futbol. Tengo claro que somos algo
así como el 0.000000000001 de la población (quizá me falten ceros) pero reclamo
nuestro derecho a recibir las mismas garantías y privilegios que la
Constitución da a los demás ciudadanos. En los últimos años las minorías de
todos los sabores, colores e inclinaciones han logrado el reconocimiento social,
pero quienes pensamos que el fut es un pasatiempo idiota somos víctimas incluso
de grupos que hasta hace poco vivieron en la oscuridad. Para nosotros no hay ni
comisiones de derechos humanos ni oenegés protectoras ni comités que se aboquen
al estudio y análisis de la condición en que nos encontramos.
Veo con tristeza
que nuestro futuro es continuar en el desamparo, en la indefensión y en el descrédito
social. ¿Se puede esperar otra cosa en un sistema que tolera que sus órganos
legislativos abandonen sus responsabilidades para seguir las vicisitudes de una
desmedrada selección nacional?
En aquella
oportunidad, Milenio publicó: “El fut, […] paralizó los
trabajos en el Congreso. Como en pocas ocasiones, los legisladores apuraron la
sesión de la Comisión Permanente. Aprobaron y dispensaron puntos de acuerdo, y
poco después de las dos de la tarde salieron todos hacia el restaurante más
cercano”. Escandaloso. Pero lo mismo aconteció en una de las instituciones
emblemáticas de nuestra naciente democracia. Según el mismo diario: “Igual que
los consejeros del IFE, que hicieron un receso de dos horas en su reunión con
vocales ejecutivos del país para ver el pambol.
Tanto para que el Tri siga en cuarto lugar del torneo eliminatorio rumbo al
Mundial”.
Una jornada de circo sin pan
(me refiero al alimento) y el pueblo sale a las calles como si hubiese llegado
el día de la liberación. Pagar la deuda externa, bajar la inflación al uno por
ciento y colocar el dólar a ocho pesos, no serían motivo de tanta alegría. […] Reforma publicó: “¡MILAGRO!
Los políticos mexicanos se pusieron de acuerdo. […] TIRIOS Y TROYANOS por igual
se deleitaron en vivo y en directo con el triunfo de México sobre Estados
Unidos en el Estadio Azteca. […] SI ASÍ
ESTUVIERAN de unidos los políticos para otras cosas, seguro que México sería
una potencia... y no precisamente en el deporte de las patadas”.
También respetados e
inteligentes analistas políticos –y otros que no son ni lo uno ni lo otro- danzaron
con las multitudes en las jornadas de futbolfilia. Antes, durante y después de
la jornada, en sus espacios nos recetaron estudios, análisis y densas
disquisiciones sobre los méritos de este deporte que nos trajeron los
imperialistas británicos y que hoy celebramos como si hubiera sido inventado
por Netzahualcóyotl. Incluso algún intelectual ha publicado un opúsculo
titulado “Dios es redondo”. ¡Ay Manuel Seyde, cómo nos haces falta!
¿Alguien en el gobierno
habrá tomado nota del peligroso sesgo que tomaron algunas de las
manifestaciones de “alegría” de las multitudes en los espacios públicos? Las agresiones
a turistas extranjeros, los insultos a personas que la plebe tomó por
“gringos”, los connatos de violencia, dan cuenta de la temperatura de los
ánimos populares. El día de mañana los aficionados que hoy se envuelven en la
enseña nacional pueden volver cuando se den cuenta de que los goles no bajan el
precio de las tortillas. Y entonces incluso las divinidades redondas se las
verán verde para apaciguar otro tipo de clamor social.
Esa entrega desató la más
copiosa correspondencia en los más de veinte años de vida de Juego de ojos. El
mayor volumen fue para denostar mi poco patriotismo, pero hubo quien se
solidarizó:
G.H. dijo: “El fútbol me tiene muy
sin cuidado y me resulta algo absolutamente prescindible, aunque debo reconocer
que me da mucho gusto cuando ganan los Pumas, porque habiéndome formado desde
la Prepa en la UNAM, me siento totalmente identificado con todo aquello que
tiene que ver con ella y siempre que la ocasión lo permite -por ejemplo, el
recién ganado Premio Príncipe de Asturias- asumo con gran orgullo mi condición
de Hecho en CU. No vi el partido que
comentas y ni falta que me hizo, pero reconozco que me complació enormemente
que le hayan ganado a los gringos. Por mí, en adelante bien pueden perder todos
los demás partidos y no ir al mundial. Yo no tendría nada que lamentar, a no
ser, quizás, la miseria emocional que azotaría a millones de compatriotas ideológicamente harapientos.
Como sea, me parece que el fut no tiene la culpa del patriotismo de pacotilla
que inspira a las masas. Los dueños del balón, que son al mismo tiempo los
dueños de la tele y de muchos otros medios, han hecho que el futbol sea cada
vez menos deporte y cada vez más negocio. Y desde esos medios, se han encargado
machaconamente de futbolizar el “orgullo nacional”. Pero no podemos perder de
vista que, tristemente, hay un terreno social muy fértil para ello. La
alienación de las masas incrementa su grado de docilidad frente a quienes
detentan el poder y la promueven a conveniencia.”
Desde Ciudad Juárez, M.O. consideró: “Esa fuerza que
los aficionados “a la patada” dedican al esférico, deberían enfocarla a
protestar contra la violencia en ciudad Juárez, los abusos del glorioso
Ejército Mexicano, así como el hambre, la pobreza y el desempleo que ya se
enseñorean en la otrora pujante Juárez, ex reina de la maquiladora, supuesta
Mejor Frontera de México
Y de la otrora región más
transparente, R.G.M. apuntó: “Me leíste el pensamiento, como decía Fidel
Velázquez a los presidentes cuando destapaban al tapado. Yo también formo parte de esa exigüísima minoría no
futbolera, pero lo vivo como una desgracia; confieso mi envidia, de la mala,
con los que le van a un equipo, el que sea, y sacan su furia los fines de
semana frente a la tele y al lado de una cerveza.”
Dice mi cuata S.C. que me voy a ir
“al cielo prehispánico de los periodistas en donde todos viven felices y en
armonía y escriben sin censura sobre tópicos álgidos como la política, el
narcotráfico, la religión católica y el futbol”. Mi admirado L.F. previene que
“así como antes se decía que de lo único que no habría que discutir era de
religión o de política, porque se desataban los demonios, hoy tampoco se puede
discutir de panbol (como atinadamente
le llamas), y si no lo crees, trata de convencer a un fanático del América, por
ejemplo, de que las águilas no llegan ni a pollitos, o a uno del Guadalajara,
de que las chivitas sólo sirven para hacer birria y... me avisas para llevar
flores a tu funeral....” La no menos querida L.R. apunta que “al final no hemos
cambiado mucho... seguimos siendo los mismos neandertales que aullamos cuando nuestra tribu se impone sobre sus
adversarios... los mismos ciudadanos que enloquecían con la sangre en el
circo... es el sentido de grupo, compañero… nada te iguala más que estar en la
tribuna, gritando un ¡gooooooooya! a
todo pulmón...” Mi viejo amigo G.H. aconseja: “Mejor será que de ya te
retractes de todo lo dicho y avergonzado por tus deslices, pidas perdón y en
penitencia organices un novenario de repeticiones del festejo de marras. Por si
las moscas, desde ahorita hazte cuate de los bomberos más cercanos a tu
domicilio…”
Concluyo confesando que el más grande dolor que me ha
asestado el corretear de las oncenas adocenadas en persecución de un balón como
si del vellocino de oro se tratase, fue el día en que mi adorada hija anunció
que iba con sus amigos al bar Equis a ver el partido y apoyar a los nuestros. ¡Maldición!
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