Manuel Buendía, in memoriam

Miguel Ángel Sánchez de Armas



Cada año, en la misma fecha, publico la misma columna. Sólo actualizo el tiempo transcurrido. Es la machacona esperanza de que algún día sabremos la verdad: quién tomó la decisión, quién organizó el operativo, quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo; quiénes protegieron –o eliminaron- a los pistoleros.

¿Los que hoy purgan condenas por el homicidio son realmente los responsables? Un juez así lo consideró y al parecer habría otros motivos para mantenerlos en prisión. El supuesto autor material niega su participación y el sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del periodista fue parte de un complot que por supuesto nadie está en condiciones de probar.

Si no ley, una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo. Y los de los periodistas jamás.

Es notable y asombrosa la estupidez de quienes creen que mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social. Una y otra vez el resultado es, para ellos, contraproducente. Porque la memoria y la palabra, no pueden ser asesinadas. Manuel Buendía se transformó en un símbolo cuando aún no exhalaba el último aliento.

Mi columna de cada año:

“Hace 23 años murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.

“Aquel 30 de mayo de 1984 fue miércoles. Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se ha hecho sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México, y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto. Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.

“El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida de la capital. El crimen, a propósito frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una advertencia. Las fotografías del cadáver desangrado de Buendía en una acera le dieron la vuelta al país y al mundo: en aquel México tal era el fin que aguardaba a los practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.

“Veintitrés años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros puentes. Hoy reconfirmamos que la muerte de Buendía fue ejemplar, pero no en el sentido en que quisieron sus asesinos. Un instante después de la primera oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó el compromiso con la libertad. Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional y personal. Don Manuel sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma.

“Recordamos a Buendía de muchas formas. Su cálida amistad y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad. Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos profesionales. Una vez escribió: ‘Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: “Hoy he descubierto algo importante, pero... ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!’

“Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: ‘El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas’.

“’Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de moda’.

“’Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos’.

“’Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo -por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora, y para nosotros ser significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera’.

“’Mi homenaje, pues, a tantos colegas que no alcanzan fama ni honores, pero que jamás han desertado del deber profesional un solo día’.

“Hay hombres que forjan sus propias leyendas. En el periodismo de vez en cuando surgen figuras que rompen los moldes no como un reto, sino porque ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue de esa estirpe.

“Lo recordamos siempre.”





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El Gran Profesor


Miguel Ángel Sánchez de Armas




Hace un mes se cumplieron 52 años de la muerte de Albert Einstein, el más notable hombre de ciencia del siglo XX. Si Dios creó el Universo y Newton lo explicó, este modesto profesor alemán lo ordenó. Utilizando sólo la fuerza de su mente, sin ayuda de los complejos y costosos aparatos científicos, los laboratorios, las supercomputadoras y los batallones de asistentes que hoy están a disposición de los investigadores en las universidades, pudo penetrar los enigmas del universo y explicarlos en un lenguaje llano e incluso encantador.
Produjo uno de sus primeros grandes trabajos cuando era empleado de la oficina de patentes en Berna. Es un documento de apenas tres cuartillas y tres pasos titulado ¿La inercia de un cuerpo depende de su contenido de energía? En él encontramos el antecedente inmediato de la que es sin duda la fórmula matemática más conocida en el mundo (se cita aunque no se entienda): E=mc2 , pero en el documento brillan por su ausencia las referencias eruditas y los latinajos que hoy son obligados en los papers científicos, y por supuesto no está en formato “APA”. Fue recibido por la revista Anales de la física el 27 de septiembre de 1905. Einstein tenía 26 años de edad.


No obstante haber revolucionado la física, tuvieron que pasar cuatro años antes de que fuera aceptado como profesor en Zurich en 1909. “Así que ya soy también un miembro oficial de la cofradía de las hetarias”, escribió a un amigo.
A los 36 años, Einstein había producido una de las más dramáticas revisiones de la idea del universo en la historia. Su teoría general de la relatividad no fue sólo la revisión genial de conocimientos ni el diseño de nuevas leyes, sino una nueva interpretación de la realidad. Sus efectos se registraron en la literatura, en la pintura, en las artes en general, y en la conducta de muchas generaciones.
Las anécdotas sobre Albert llenarían un grueso volumen, aunque casi todas pertenecen al reino de la mitología. Cierto que fue un alumno problema con una feroz, casi patológica, resistencia a la autoridad, pero jamás lo reprobaron en matemáticas. Al contrario, antes de los 15 dominaba el cálculo integral y el diferencial. Sí dijo que la imaginación es más importante que la inteligencia.
Descortés, contestatario, indiscreto, brusco, grosero, indiferente y frío, como estudiante del politécnico en Zurich llegó a ser la bête noir del claustro académico. Como maestro era desordenado y disperso, poco estimulante, y tendía a aburrir a sus alumnos. Claro que años después estos mismos rasgos dieron lugar a tiernas y sabrosas leyendas. Cosas de la fama.


En lo personal, era un hombre incapaz de establecer ligas afectivas profundas. Sus amigos varones conocían una faceta superficial de su personalidad. Con las mujeres se involucraba siempre y cuando no sintiera amenazada su independencia. Con sus hijos, si bien afectuoso y responsable, tendía a ser lejano.


La compleja personalidad de Einstein explica su genialidad. A riesgo de simplificar, parece que mientras los grandes físicos de su tiempo reverenciaban la figura de Newton y sus teorías las tenían como palabra revelada y dogma, Albert no tenía empacho en cuestionarlas mediante razonamientos -en este contexto- casi heréticos. Su rechazo a todo autoritarismo le permitió incursionar en terrenos, digamos, “prohibidos” y así dar nuevas soluciones a viejos problemas.
Acaba de publicarse la monumental biografía del Genio en la pluma de Walter Isaacson: Einstein. Su vida y su universo. Este libro minucioso, erudito y divertido, permite al mortal común y corriente seguir los pasos de quien una vez se dijo fue “El pensador más original en la historia de la Humanidad”. Algunos extractos:


“Durante toda su vida, Einstein conservaría la intuición y el asombro de un niño (…) ‘Las personas como nosotros no envejecen’ escribió a un amigo ya avanzada su vida. Nunca dejamos de asistir como niños curiosos al gran misterio en el que fuimos colocados’.


“La impertinencia de Einstein lo metió en problemas con Jean Pernet, el profesor del Instituto Politécnico a cargo de los ejercicios y experimentos de laboratorio. En la materia “Experimentos en física para principiantes”, Pernet le dio a Einstein un 1, la más baja calificación posible, ganándose así la distinción histórica de haber reprobado a Einstein en un curso de física.


“Creía que el requisito básico de la educación era la libertad intelectual (…) Cerca del final de su vida, el Departamento de Educación de Nueva York le preguntó en qué materias se debían empeñar las escuelas. ‘En la enseñanza de la historia’, respondió. ‘Deben organizarse amplias discusiones sobre la obra de personajes que beneficiaron a la humanidad gracias a su independencia de carácter y de juicio’. (…) ‘Es importante promover el individualismo’ dijo. ‘Pues sólo los individuos producen ideas nuevas’. ‘La obediencia ciega a la autoridad es la principal enemiga de la verdad’. (…) ‘Una carrera académica que obliga a producir gran cantidad de escritos científicos genera el peligro de la superficialidad intelectual’.


“Su éxito fue consecuencia de su capacidad para poner en tela de juicio ‘lo sabido’, de su constante reto a la autoridad y de su capacidad de asombro ante misterios que nada decían a otros”.


Todos podemos encontrar inspiración en la vida de este hombre, que además fue un incansable pacifista. En lo personal no deja de maravillarme cómo abordó el inquietante enigma de los límites del Universo y explicó, con la brillante y sencilla metáfora de los hombres bidimensionales en su mundo bidimensional, la curvatura del espacio. No es que hoy duerma más tranquilo por ello, pero al menos ya puedo ver las estrellas sin esa sensación de vacío que parecía arrancarme el corazón.




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(23.05.07)













Escribir en las tinieblas

Miguel Ángel Sánchez de Armas


David Grossman perdió un hijo en la guerra el año pasado. Grossman es judío y vive en Israel. Hace unas semanas dio fe de la tristeza a la que se enfrenta un escritor -el oficiante más solitario del mundo- cuando el dolor puede ser más grande que la vida. La ausencia de su amado Ari es una espina clavada en el costado, pero las razones por las que el joven fue arrebatado de este mundo son otros tantos cardos en el alma del escritor.

Sus palabras me atravesaron el corazón como un rayo y me iluminaron cual relámpago salido de un cielo sin nubes. Grossman tiene la valentía de oficiar en el altar de la palabra cuando por doquier se mueven fuerzas para secuestrarla y encapsularla, lo mismo en las fronteras del Medio Oriente que en Sudamérica que a lo largo y ancho de nuestro país, de nuestro estado, de nuestro municipio, mientras casi todos miramos con la indiferencia sombría del verso de Martín Niemöller: Cuando los nazis vinieron por los comunistas / me quedé callado; / yo no era comunista. / Cuando encerraron a los socialdemócratas / permanecí en silencio; / yo no era socialdemócrata. / Cuando llegaron por los sindicalistas / no dije nada; / yo no era sindicalista. / Cuando vinieron por los judíos / No pronuncié palabra; / yo no era judío. / Cuando vinieron por mí / no quedaba nadie para decir algo.


De la edición del New York Times del domingo 13 de mayo tomo unos párrafos de la conferencia de David Grossman:

“No es fácil hablar de uno mismo, así que antes de abordar mi experiencia como escritor quisiera hacer unas observaciones sobre el impacto que un desastre, una situación traumática, tiene en el conjunto de una sociedad y de un pueblo. De inmediato recuerdo las palabras del ratón en el cuento de Kafka, cuando al caer en la trampa y mientras el gato se abalanza sobre él, exclama: ‘Cielos, el mundo se hace más estrecho cada día’.


“Sí. Tras muchos años de vivir en la extrema y violenta realidad de un conflicto político, militar y religioso, puedo decir con tristeza que el ratón de Kafka tenía razón: cada día que pasa el mundo disminuye y se hace más angosto. También puedo hablar del vacío que lentamente se genera entre el ser humano individual y la caótica y violenta situación externa en la que vive. Esta situación es la que le dicta la vida en todos los aspectos.

“Este vacío se llena rápidamente con apatía, con cinismo y, más que nada, con la desesperanza que alimenta situaciones distorsionadas y en ocasiones las hace perdurar durante generaciones.

“De ahí que uno se convenza de que tal vez es mejor no pensar y optar por no saber, en la creencia de que se está mejor si se deja en manos de quienes ‘saben más’ la tarea de pensar y dictar las normas morales: Más que todo, me va mejor sin sentir tanto… por lo menos hasta que esto pase. Y si no pasa, por lo menos alivié en algo mi sufrimiento mediante un útil adormecimiento, me protegí lo mejor que pude con ayuda de un poco de indiferencia, una pizca de sublimación, algo de ceguera intencional y grandes dosis de autoanestesia.


“En otras palabras, por el perpetuo y muy real miedo a ser herido o muerto, o a una pérdida insoportable, o incluso hacia la simple humillación, todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos del conflicto -en realidad sus prisioneros- atemperamos nuestra actividad y nuestro diapasón cognoscitivo interno con múltiples capas protectores que terminan por ahogarnos.


“El ratón de Kafka tiene razón: cuando el predador ataca, el mundo en verdad se hace cada vez más estrecho, lo mismo que las palabras que lo describen. Desde mi experiencia, puedo decir que las palabras con las que los ciudadanos de un conflicto prolongado nombran su predicamento se hacen más superficiales en la medida en que el conflicto perdura. El lenguaje gradualmente deviene en clichés y en frases hechas a partir de la fraseología de las instituciones que administran el conflicto -el ejército, la policía, las oficinas de gobierno- y rápidamente se filtra a los medios que dan cobertura al conflicto, germinándose un lenguaje aún más astuto diseñado para dar al auditorio versiones de fácil digestión que en última instancia se trasfunden al idioma íntimo y privado de los ciudadanos del conflicto, incluso si lo niegan.


“En realidad este proceso es más que comprensible. Después de todo, la riqueza natural del idioma y su capacidad de tocar los hilos más delicados de la existencia, puede dañar profundamente en la medida en que nos recuerda la generosa realidad de la que estamos siendo desposeídos, de su verdadera complejidad y sutileza. Y conforme permanece este estado de cosas, y se hacen más huecas las palabras usadas para describirlo, el discurso público disminuye y lo que prevalece son las banales acusaciones entre enemigos o entre adversarios políticos en el mismo país. Lo que queda son los clichés que usamos para describir a nuestros enemigos y a nosotros mismos: en última instancia una colección de supersticiones y crudas generalizaciones en las que nos enredamos nosotros mismos y envolvemos a nuestros enemigos. Sí, el mundo en verdad se está haciendo más angosto.


“No pienso únicamente en el conflicto del Medio Oriente. En todo el mundo hoy, billones de personas enfrentan un ‘predicamento’ de una u otra naturaleza en el cual la existencia personal y los valores, la libertad y la identidad, están bajo amenaza.


“Es en esta realidad en la que nosotros los autores y poetas escribimos. En Israel y en Palestina, en Chechenia y en el Sudán, en Nueva York y en el Congo. En ocasiones, después de varias horas de escribir, pienso que en ese mismo instante otro escritor a quien no conozco está en Damasco o en Teherán, en Kigali o en Belfast, igual que yo inserto en una realidad preñada con tanta violencia, indiferencia y disminución y entregado a esta quijotesca artesanía de la creación. Tengo un aliado distante que no me conoce, pero juntos tejemos una red intangible y de enorme poder: el poder que puede cambiar el mundo y que puede crear mundos, el poder de hacer que los mudos recuperen el habla, el poder para sanar a la humanidad en el sentido profundo que el tikkun tiene en la cábala.


“Los escritores sabemos que cuando escribimos, sentimos al mundo moverse. Es flexible, preñado de posibilidades. Ciertamente no está congelado. En donde quiera que permea la existencia humana no hay congelamiento o parálisis y en realidad no hay status quo, aunque muchos se empeñan en hacernos creer que el status quo existe. Cuando escribo, incluso en este momento, el mundo no se me viene encima y no se hace angosto, sino que insinúa gestos de apertura hacia posibilidades futuras.


“Escribo, y siento cómo el uso correcto y preciso de las palabras es cual remedio para una enfermedad, como un purificador del aire. Aspiro, y al exhalar, expulso las suciedades y manipulaciones de los rufianes de la palabra y de la variopinta gama de violadores del idioma. Escribo, y siento cómo la ternura e intimidad que tengo con las palabras, con sus diferentes capas, con su erotismo, con su humor, con su alma, me devuelven el ser que fui antes de que fuera nacionalizado y confiscado por el conflicto, por los gobiernos y los ejércitos, por la desesperación y la tragedia.


“Escribimos. El mundo no se nos está cerrando. Qué afortunados somos. El mundo no se está haciendo más angosto”.






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(13.5.07)





Gilgamesh y el diluvio universal


Miguel Ángel Sánchez de Armas




En toda mitología encontramos un rastro de verdad. Los poemas épicos, las sagas, las leyendas e incluso las consejas populares, pueden tener su origen en hechos reales que fueron incorporados a la tradición oral y transmitidos, con modificaciones o recreaciones, de generación en generación. Por ejemplo, no es descabellado que el pasaje bíblico donde Jehová pide a Noé construir un arca y transportar a una pareja de cada especie animal para volver a poblar la tierra una vez ahogados los pecadores en el “diluvio universal”, sea la memoria histórica de una gran catástrofe. Y figúrese que hay varias versiones. En una no están todas las bestias, en otras no son únicamente los hijos de Noé y sus esposas quienes van a bordo. Si tiene una biblia a la mano, revísela y busque si de casualidad los puerquitos, los ratones, las moscas o los alacranes, fueron convocados a la nave.


El siglo antepasado se descubrieron en las excavaciones de la biblioteca de Nínive, en el actual Irak, unas tabletas de barro con una extraordinaria narración que conocemos como la “Épica de Gilgamesh”, la más antigua creación literaria conocida de la cultura occidental. Además de que es tan intensa y divertida como El Señor de los Anillos, esta leyenda habla de un “diluvio universal” y cuando se tuvo la primera traducción despertó el entusiasmo de historiadores en todo el mundo.


Permítame compartir a grandes rasgos la historia, tomada con abreviaciones, de la enciclopedia electrónica Wilkipedia.

“Gilgamesh es un personaje legendario de la mitología sumeria. La mitología cuenta que Gilgamesh fue un rey déspota que reinó en Babilonia en la ciudad de Uruk, actual Warka, en Irak. El padre de Gilgamesh se llamó Lugalbanda y su madre era la diosa Nunsun. La leyenda cuenta que los ciudadanos oprimidos pidieron ayuda a los dioses, y éstos enviaron a Enkidu para que luchara contra Gilgamesh. Pero los luchadores se hicieron amigos y emprendieron un largo viaje en busca de aventuras, en el que aparecen toda clase de animales fantásticos y peligrosos.


“En su ausencia, la diosa Inanna (conocida por los babilonios como Ishtar y más tarde como Astarté) había cuidado y protegido la ciudad. Astarté declara su amor al héroe Gilgamesh pero éste la rechaza, provocando la ira de la diosa que en venganza envía al Toro de las tempestades para destruir a los dos personajes y a la ciudad entera.


“Gilgamesh y Enkidu matan al toro, y los dioses enfurecidos castigan a Enkidu con la muerte. Muy apenado, Gilgamesh recurre al sabio Utnapishtim para que le otorgue la vida eterna, pero éste le dice que el otorgamiento de la inmortalidad a un humano es un evento único y que no volverá a repetirse. La esposa de Utnapishtim le pide a su esposo que como consuelo le diga a Gilgamesh donde localizar la planta que devuelve la juventud (más no la vida terna), y que está en lo profundo del mar. Gilgamesh la encuentra, pero de regreso a Uruk decide tomar un baño, y al dejar la planta a un lado, una serpiente se la roba. El héroe llega a la ciudad de Uruk donde finalmente muere.


“Este mito, como todos los que pertenecen a las tradiciones de las sociedades humanas en general, tiene implícita una enseñanza que muestra la importancia de la mitología en la vida diaria de las personas, y en la configuración de la sociedad misma. Así, la figura del héroe representa la figura de un personaje que ha emprendido un camino, y a través de su recorrido, va a aprender que el verdadero sentido de la vida no es alcanzar la inmortalidad, don exclusivo de los dioses, sino entender que no estamos solos en el mundo y que para crecer y superarnos debemos caminar junto a otros en los que nos podemos ver complementados, reflejados y contrariados.


“En la épica de Gilgamesh se dice que éste ordena la construcción de las legendarias murallas de Uruk. En tiempos históricos, Sargon de Asiria se jacta de haber destruido esas murallas para demostrar su poderío militar. Muchos estudiosos consideran que la Epica de Gilgamesh esta relacionada con la historia bíblica del diluvio universal mencionado en el Génesis (cursivas mías, SdeA).

“A pesar la falta de evidencia directa, la mayoría de los estudiosos no objetan considerar a Gilgamesh como una figura histórica, particularmente luego que se encontraran inscripciones que confirman la existencia histórica de otras figuras asociadas a él: los reyes Enmebaragesi y Aga de Kish. Si Gilgamesh fue realmente un rey, probablemente reinó aproximadamente en el siglo 26 AC. Algunos de los textos sumerios más antiguos citan su nombre como «Bilgamesh». Dificultades iniciales en la lectura de la escritura cuneiforme hicieron que en 1891 Gilgamesh volviera al mundo como «Izdubar».





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(7.5.07)













Andrés Iduarte: una voz necesaria

Miguel Ángel Sánchez de Armas




Cuanto pensé lo dije, cuanto dije lo sostuve.
Andrés Idearte



Dice Leonardo Ffrench Iduarte de su ilustre antecesor que fue “un mexicano más conocido y reconocido en el extranjero que en su propio país”. Tiene razón. Quizá debamos preguntarnos, ¿por qué? ¿Por qué permitimos que la memoria de este gran mexicano se diluyera? ¿Fueron sus largas ausencias? ¿Fue la osadía de decir lo que pensaba y de mantener una postura independiente cuando éstos eran pecados civiles? En junio de 1954 Andrés Iduarte fue cesado de la Dirección General del INBA por “comunista”, en uno de los tristes episodios del macartismo mexicano. ¿Su crimen? No haber impedido que la bandera soviética fuera colocada sobre el féretro de Frida Kahlo.


Decidí releer a Andrés Iduarte. Y confirmé con dolor que no es un autor que esté vigente en las librerías. Los criterios que rigen el mercado editorial, al igual que sucede con muchas otras mercancías, determinan que también en este ámbito imperen las modas.


El tabasqueño es uno de esos escritores del que muchos hablan, que tiene menciones en los catálogos y que es citado por la Academia, pero que muy pocos han leído. El Instituto de Cultura de Tabasco publicó en 1993, en ocho tomos, sus obras completas. Lamentablemente, en la dualidad global-región, en nuestro país, la segunda tiene un papel marginal. Las ediciones estatales difícilmente llegan al centro del país.


Hoy, los jóvenes no sólo no leen a los escritores como Iduarte y muchos de sus contemporáneos, sino que no los conocen. No los leen, en principio, porque no saben que existen. Ésa es una situación que debe corregirse.


Me refiero especialmente al desconocimiento de los jóvenes porque la literatura de Andrés Iduarte es un espejo en el que, más allá de la época, se puede ver reflejada la juventud. Iduarte dio inicio a su producción literaria muy joven. Era profesor de la Escuela Nacional Preparatoria a los 23 años y por la misma época director de la Revista de la Universidad de México. Se dice fácil, pero tuvieron que ser muchas las credenciales académicas, literarias y de conocimiento para que un joven de esa edad pudiera echarse a cuestas responsabilidades de esta naturaleza. Antes de los 30 ocupó cargos públicos, encabezó la Secretaría Iberoamericana del Ateneo de Madrid y ya había escrito El libertador Simón Bolívar (1931), Homenaje a Bolívar (1931) y El problema moral de la juventud mexicana (1932).


Iduarte no sólo es un ejemplo de disciplina sino también de energía y actividad, pues las tareas de carácter público no disminuían su creatividad ni su prolijidad como escritor. Preparatoria que es un libro impregnado de autobiografía, contiene textos que Iduarte escribió siendo alumno de la Escuela Nacional Preparatoria, en aquel inspirador recinto de San Ildefonso en donde hoy aún escuchamos los pasos de tantas generaciones ilustres. Es decir, textos que escribió desde que tenía 14 años, pues estuvo en ella de 1921 a 1925.


Andrés Iduarte hizo literatura no gracias a los años, sino gracias a una intensa vocación por observar, por no dejar escapar el más mínimo detalle o quizá estaría mejor decir, por aprovechar muchos detalles que convertía en textos frescos y reveladores de la vida de esa época, pues como señala el mismo autor, es la “imagen que un adolescente recogió en el rescoldo de la Revolución Mexicana”.


Quizá una de las mayores virtudes de Andrés Iduarte es ese registro personal del devenir histórico, esa gran capacidad para hacernos entrar a la percepción individual de los acontecimientos macro. Me inclino a pensar que esta fructífera combinación del punto de vista personal con el análisis histórico bien conceptuado tiene sustento en su larga trayectoria periodística.


Una parte importante de la producción de Iduarte son sus escritos sobre la Revolución Mexicana, etapa sobre la que queda mucho por decir, pues en esta gesta descansan buena parte de los cimientos que sostienen nuestra cultura nacional. Los ensayos de Iduarte son citados hoy con frecuencia porque no han perdido vigencia. Su manera de escudriñar en el espíritu mexicano que se construyó con la nueva idea de nación surgida de la Revolución Mexicana ofrece hoy en día importantes luces sobre este episodio. Así como se dice que los indígenas llevaron a cabo la Conquista y los españoles la Independencia, la Revolución Mexicana es obra del mestizaje, lo cual tocó las fibras más sensibles de la nueva nación mexicana. Andrés Iduarte reflexionó ampliamente sobre el nuevo concepto de identidad que se haría presente en los distintos ámbitos de la vida mexicana, incluida por supuesto, la cultura.


Estas razones me parecen suficientes, aunque haya muchas más, para señalar que una buena manera de recordar a Andrés Iduarte en el centenario de su nacimiento sea una difusión más apropiada de su obra. Muchos todavía abrevan de ella, porque es una fuente obligada en temas literarios, históricos y periodísticos. Nada más apropiado que rescatar las fuentes originales para rendir el homenaje que merece la vigencia de la obra de Andrés Iduarte. Poner en circulación su obra no sería un acto reverencial sino una decisión a favor de las nuevas generaciones de estudiosos de la literatura que sólo tienen referencias aisladas de este importante escritor y ensayista.



Versión abreviada del texto leído por el autor en la ceremonia del centenario del nacimiento de Andrés Iduarte el domingo 6 de mayo en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de las Bellas Artes.


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(6.05.07)