Giovanni en Chihuahua

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas


Chihuahua.- Disimule el lector que apele tan campechanamente a uno de los iconos de la ciencia política, pero ya que él me tuteó, me siento con la confianza que da ser colegas, si bien hay enorme distancia entre mi trabajo y el suyo, por no hablar de la edad.


Sartori, como casi todo estudiante de ciencia política y comunicación sabe, es autor de libros señeros en la materia, y sus tesis dan lugar a polémicas nacidas de la polaridad izquierda vs. derecha que aún permea a las ciencias sociales, en donde algunas tribus mantienen vivo el postulado de la dependencia periférica y la lucha nacionalista en tanto que otras la pasan cómodamente arrebujadas en los brazos del neoliberalismo. Homo videns es un buen ejemplo de texto que en un cuartel es satanizado y en el de junto loado.


El florentino estuvo el miércoles 23 en la capital del Estado Grande para dar lo que los norteamericanos llaman el Keynote Speech de la VII Bienal Iberoamericana de Comunicación, el encuentro iniciado hace catorce años por visionarios doctores en comunicación de España y México comprometidos en salvar el vacío de estudios de postgrado entre ambos países. Hoy las Bienales son una referencia esencial en este terreno, evidencia viva de cómo un problema concreto tiene siempre principios de solución pertinentes. El espacioso recinto del Centro de Convenciones estuvo a reventar de estudiantes, profesores y funcionarios deseosos de escuchar al maestro. Y no decepcionó. En los corrillos después de la conferencia se escucharon lo mismo panegíricos que desaires: el mejor elogio para un pensador que se niega a envejecer.


Giovanni tiene el humor seco del que está en su cumbre profesional y biológica. Quien ha llegado a esa edad y a ese nicho académico ya no necesita ni pedir permisos ni ofrecer disculpas. Al mismo tiempo parece un duende juguetón empeñado en no tomarse en serio. Cuando una ráfaga de viento dispersó los papeles en los que había anotado algunas ideas para su exposición, con toda calma hizo un paréntesis para recuperarlos limitándose a murmurar: “Si mis papeles vuelan… ¡mi conocimiento va tras ellos!” Luego, como hablando consigo mismo, dijo del tema que los organizadores asignaron a su conferencia (La videopolítica, nuevos desafíos para la democracia), “hay quien sostiene que yo inventé esos términos (videopolítica y videopoder)” como si esto le fuese una sorpresiva revelación. Y en la sesión de preguntas, al ser requerido para sostener o rechazar una opinión vertida en un momento de su conferencia, con toda calma respondió: “¿Yo dije eso?” “Sí”, replicó el moderador. “Pues ahora lo desmiento”. Y punto.


Habló en inglés ya que su español es inexistente, pero se declaró un “observador de México” (México – Watcher), país al que conoce desde los años sesenta y cuya trayectoria ha seguido de cerca. Hace tres lustros miraba con optimismo cómo avanzábamos por el sendero del cambio. Hoy predice que el PRI regresará al poder. Pareció sugerir, sin decirlo, que México es un caso de estudio que deja perplejos a unos y confundidos a otros. Mas un juicio sí compartió con toda claridad: “En muchos sentidos, los mexicanos están indefensos”, pues la democracia es una manera poco eficiente de gobierno, y -sin precisar si se refería particularmente al caso de los mexicanos-, por regla general “los políticos son ineficientes” cuando de cambios se trata. Afortunadamente ya se habían retirado del presídium los ejemplares de esta especie que acudieron en tropel para tomarse la foto con la aclamada celebridad. Y ya que el gobernador sólo estuvo presente en videomensaje pues andaba en Roma presentando sus respetos al Papa, el juicio de Sartori no provocó escozores incómodos.


Los avezados cronistas políticos que habitan las columnas impresas y electrónicas de nuestros medios ya irán dando a las palabras de Sartori lecturas más eruditas de las que están al alcance del autor de JdO, así que cierro con una idea de Giovanni que en lo particular me movió a reflexión pues me confirma que en los recintos de las ciencias sociales hay una clara tendencia de algunos pensadores a regresar a las escuelas clásicas para entender la realidad actual: armó una de las propuestas centrales de su conferencia a partir de Rousseau y engarzó las ideas de éste con las de Karl Deutsch y las suyas propias para reafirmar su convicción de que la opinión pública es la espina dorsal de la sociedad democrática, pero ésta no puede ser autoconcebida sino que está en función tanto de la revaloración del papel de los medios, como de la capacidad de estructurar una “demo protección” social (a partir de la democracia) que lleve a un “demo poder” popular. Quizá haya simplificado los conceptos de Sartori -ya se sabe que el periodismo está lejos de ser una ciencia exacta- pero creo haber mantenido el sentido de su discurso.


Y por cierto, en un momento de la conferencia una luz -o sombra, según se vea- macluhana pareció llenar el recinto cuando Giovanni deslizó astutamente, sin que todos se percataran, una reivindicación del canadiense: “El mensaje es el hecho… ¡y el hecho es el mensaje!”.





Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
de la Comunicación de la UPAEP Puebla.



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La última y me voy

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

Para Andrés, en solidaridad.

Dice mi cuata S.C. que me voy a ir “al cielo prehispánico de los periodistas en donde todos viven felices y en armonía y escriben sin censura sobre tópicos álgidos como la política, el narcotráfico, la religión católica y el futbol”. Mi admirado L.F. previene que “así como antes se decía que de lo único que no habría que discutir era de religión o de política, porque se desataban los demonios, hoy tampoco se puede discutir de panbol (como atinadamente le llamas), y si no lo crees, trata de convencer a un fanático del América, por ejemplo, de que las águilas no llegan ni a pollitos, o a uno del Guadalajara, de que las chivitas sólo sirven para hacer birria y... me avisas para llevar flores a tu funeral....” La no menos querida L.R. apunta que “al final no hemos cambiado mucho... seguimos siendo los mismos neandertales que aullamos cuando nuestra tribu se impone sobre sus adversarios... los mismos ciudadanos que enloquecían con la sangre en el circo... es el sentido de grupo, compañero… nada te iguala más que estar en la tribuna, gritando un ¡gooooooooya! a todo pulmón...” Mi viejo amigo G.H. aconseja: “Mejor será que de ya te retractes de todo lo dicho y avergonzado por tus deslices, pidas perdón y en penitencia organices un novenario de repeticiones del festejo de marras. Por si las moscas, desde ahorita hazte cuate de los bomberos más cercanos a tu domicilio…” Todo esto porque tuve la necedad de hollar el territorio maldito de mis recuerdos: cierto día, jovenzuelo de secundaria aún y cargado de libros, los vagos del barrio interrumpieron su cascarita para zarandearme al grito de epítetos impublicables. Compungido, pedí el amparo de mis tíos, temibles pandilleros, y los vagos ya no me tocaron; pero de lejos me gritaban peores pitorreos y pullas seguidos de un sonoro “¡chismooosooo!” En los inicios de mi carrera periodística fui expulsado de por vida del “Bar Negresco”, afamado centro recreativo de la zona de periódicos de la Gran Ciudad y competencia de la célebre “Mundial”. ¿La razón? Declarar, cuba en mano, mi aversión por el “deporte” de las patadas y el dominó. Aprendí entonces que la discriminación no es sólo racial. A mediados de los setenta, como publirrelacionista de una corporación, puse mi empleo en peligro cuando me negué a colocar un televisor en la cabecera del banquete que se ofrecía a dignatarios chinos para que los empresarios aztecas no se perdieran el juego de México contra quién sabe qué país. La justificación, que yo debía ofrecer, claro, sería que compartir esos momentos deportivos ¡era costumbre mexicana inaugurada en la corte de Moctezuma! Otro episodio tuvo lugar unos años después, en el servicio público. Cierta tarde encontré oficinas y pasillos del edificio más muertos que las bodegas del SEMEFO. Alarmado, me dirigí al despacho del Secretario con el temor de que hubiéramos sido víctimas de un atentado terrorista bacteriológico. Pero al llegar… -sí, lo adivinó usted-, nuestro Amado Líder (cuyo nombre omito porque aún aparece todas las semanas en las primeras planas), gritaba a todo pulmón consignas futboleras acompañado de su plana mayor. ¡Larga vida a la República y sus instituciones! Pero el más grande dolor que me ha asestado el corretear de las oncenas adocenadas en persecución de un balón como si del vellocino de oro se tratase, fue el día en que mi adorada hija anunció que iba con sus amigos al bar Equis a ver el partido y apoyar a los nuestros. ¡Maldición! Así pues, la última y me voy. Ante mis lectores hago el voto solemne de no volver a meterme en ese laberinto espiritual en el que el panbol ha sumido a la nación mexicana. Amén.



Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

2/9/09


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