La profesión más antigua


Miguel Ángel Sánchez de Armas


En otro lugar he escrito que si la profesión más antigua es la que ya sabemos, los reporteros sin duda somos de la segunda, pues alguien tuvo que echarse a cuestas la tarea de propalar la buena nueva. En mi lejana juventud de cantinas y otros centros culturales hoy caídos en descrédito, uno de mis maestros me hizo la más gráfica descripción de esas mujeres: “¡Anónimas señoritas guardianas de la paz pública!”

Quienes hablan despectivamente de “las mujeres de la vida fácil” o se mofan de su “vida alegre” debieran pasar alguna madrugada de invierno en las condiciones y con los peligros que ellas enfrentan. Ya veríamos si no cambian de opinión. Las mesalinas que por necesidad o convicción han abrazado ese oficio merecen respeto, no así los proxenetas y cómplices que lucran con el comercio carnal... de otras. Y respecto de los operadores de las redes de prostitución infantil, creo que se les debe aplicar la pena de muerte sin ninguna consideración, pues no hay delito más infame que la corrupción de una criatura.


En todo el mundo los sistemas legales son injusto con quienes se dedican a ese oficio: castigan a quien se prostituye y no a quien solicita. Y nadie puede tirar la primera piedra. Un asesor del Presidente de los Estados Unidos compartía secretos de estado con su hetaria favorita en un motel de Washington. Los primos se desgarraron las vestiduras al descubrirlo y lo cesaron, pero lo cierto es que política y comercio carnal siempre han ido de la mano. Y no es juego de palabras.


En el centro de Cuautla hay una calle de “La intrépida barragana” en homenaje a las señoras que durante el sitio de la ciudad daban servicio a las tropas realistas y de paso obtenían noticias que después llevaban a los defensores de la plaza... además de que se esmeraban en dejar exhausto al invasor y así mermar sus fuerzas para combatir.
Maximiliano dispuso que se clasificaran en cuatro categorías y fuesen fotografiadas. Las de primera eran blondas y curvilíneas extranjeras y las de cuarta, bueno las de cuarta ya se las podrá imaginar el lector. Creo que de ahí viene la expresión despectiva “[tal o cual cosa] de cuarta”.


Durante la dictadura, el vicepresidente Ramón Corral olvidó su cartera en un lupanar. Algún amigo generoso se le llevó a don Porfirio y en la siguiente audiencia el general la devolvió al tiempo que advertía: “Ramoncito, ¡no vaya a ser que por perder esta cartera vaya a perder la otra!” Al bueno de Madero los espíritus le aconsejaron alejarse de los burdeles y respetar a las mujeres.


Hubo un tiempo en que la famosa Bandida hizo de sus establecimientos en la Roma y la Condesa el centro de reunión de la clase política, bajo la protección, se decía, del presidente Calles. Y según las mismas consejas, a mediados del siglo pasado eran dos damas de la alta, una esposa de un Presidente y la otra de su Secretario de Educación, quienes controlaban las casa de mala nota en la capital. Diego Rivera incluyó a una mujer pública en su mural de Palacio Nacional.


En ciertas sociedades la prostitución fue considerada como garantía de la preservación de la familia. Y algunas del oficio alcanzaron riqueza y poder a través del matrimonio, como la emperatriz Teodora, quien a partir de sus habilidades logró hacerse esposa de Justiniano I. En la edad media la Iglesia intentó rehabilitar a las prostitutas, pero evitó enfrentarlas. Según las enseñanzas de san Agustín, la erradicación de la prostitución haría surgir otras formas más radicales de inmoralidad y perversión, ya que los hombres seguirían buscando el contacto sexual fuera del matrimonio.


En el antiguo Oriente y en la India, los templos albergaban a un gran número de prostitutas, a menudo personas cultivadas, hábiles bailarinas, cantantes, compositoras y poetas, y que, por ironías de la vida, tenían un acceso a las artes que se negaba a otras mujeres. En estas sociedades se consideraba que la relación sexual con ellas facilitaba la comunicación con los dioses.


En la antigua Grecia la prostitución floreció en todos los niveles de la sociedad. Las prostitutas del nivel inferior trabajaban en burdeles legales y tenían que llevar una vestimenta especial como símbolo de su profesión. Las del nivel medio solían ser hábiles bailarinas y cantantes. Las prostitutas del nivel superior se reunían en salones con los políticos y podían llegar a alcanzar poder e influencia.


Y ni qué decir de la literatura y las artes. De la Biblia al cubismo, esas señoritas han sido personajes. Así pues, no las juzguemos a la ligera.
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Hombre, periodista y político

Miguel Ángel Sánchez de Armas



Hace dos semanas se cumplieron 36 años de la muerte de Louis Fischer, el periodista y aventurero que dio a la profesión uno de sus momentos esplendentes el siglo pasado. Quienes son aficionados al cine sin duda identificarán el nombre con la extraordinaria película de Richard Attenborough, Gandhi (1982), basada en el libro homónimo de este hijo de un vendedor de pescado y fruta nacido el 29 de febrero del bisiesto 1896 en Filadelfia, Estados Unidos.

En un tiempo de gigantes del periodismo y la literatura, Fischer fue una cumbre. Al igual que Jack Reed, Arthur Koestler y George Orwell -por mencionar a sólo tres- fue arrastrado por la ola de entusiasmo que la revolución soviética levantó en el mundo; y como otros de sus contemporáneos un día abrió los ojos al terror estalinista y puso distancia con el paraíso de los trabajadores. Su desencanto se vertió en uno de los capítulos de El Dios que fracasó, en donde André Gide, Ignazio Silone, Stephen Spender, Richard Wright y Arthur Koestler, también plasmaron sus reflexiones sobre el eclipse del sueño socialista. Pero Fischer, hasta su muerte, se vio a sí mismo como “un liberal de centro-izquierda, antiimperialista y promotor del cambio social”.

La de Fischer fue una compleja personalidad. Hiperactivo, con aspecto de niño malcriado y pasión por el trabajo, fue al mismo tiempo un hombre generoso que regaló los derechos cinematográficos de su obra e intervino a favor de Eisenstein en la disputa con Upton Sinclair sobre el costo de Tormenta sobre México, que el cineasta ruso filmó en 1933.

A lo largo de su vida escribió más de 20 libros y fue un periodista incansable que se involucró activamente en las corrientes que estaban modelando la historia del mundo. Tan sólo sus cartas ocupan 68 archiveros en la Universidad de Princeton, donde impartió cátedra al final de su vida. Principalmente en inglés, pero también en alemán, ruso, hebreo y francés, las cartas dan cuenta del abanico de intereses que tuvo y la influencia que ejerció a lo largo de su carrera. Josip Tito, Sukarno, Robert Oppenheimer, Eleanor Roosevelt, Robert Kennedy, Jawaharlal Nehru, Gandhi, el comisario soviético para asuntos exteriores George Chicherin, Franklin Roosevelt, John F. Kennedy, Dwight D. Eisenhower, Dag Hammarskjöld, Henri Spaak y Anthony Eden, entre muchos otros políticos y estadistas, compartieron con Fischer su visión del mundo.

Gran parte de su correspondencia se refiere a la India, país que visitó en 1942. De sus encuentros con el padre de la patria habría de escribir Una semana con Gandhi y La vida de Mahatma Gandhi, el alucinante volumen que en lo particular considero lo mejor que se ha escrito sobre esa gran figura. Es uno de esos libros por cuya autoría yo habría dado el brazo izquierdo. En él Fischer despliega, desde el párrafo inicial y a lo largo de 50 capítulos y más de 500 páginas, el estilo sobrio y directo que logran muy pocos de quienes se dedican a este oficio: “A las cuatro y media de la tarde, Abha se presentó con la última comida que habría de tomar: leche de cabra, verduras crudas y cocidas, naranjas y una infusión de jengibre, limón agrio, mantequilla y jugo de áloe. Sentado en el piso de su cuarto en la parte posterior de Birla House en Nueva Delhi, Gandhi comió mientras conversaba con Sardar Vallabhbhai, primer ministro adjunto del nuevo gobierno de la India independiente.”

Al igual que Arthur Koestler, Fischer fue un errante que buscó encontrarse y conciliarse con sus herencia étnica. Después de estudiar pedagogía y dar clases, se enlistó como voluntario en la Legión Judía organizada por el ejército inglés y sirvió en Palestina durante 15 meses, entre 1919 y 1920. Luego vivió en la URSS y sirvió al partido. En 1936 viajó a España como corresponsal de guerra y participó en las Brigadas Internacionales, en donde supongo habrá conocido a Orwell y a Hemingway.

Fischer murió de un infarto en Hackensack, Nueva Jersey, el 16 de enero de 1970. La noticia de su muerte ocupó pequeños espacios en páginas interiores.
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Romance sonámbulo

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Comienzo la semana con antojo de poesía. En mi adolescencia descubrí a García Lorca y quedé atrapado en la palabra del gitano. Del Romancero los versos sonámbulos me conmovieron. Aquí algunas impresiones juveniles sobre fragmentos del poema.


Primero es la sorpresa deslumbrante, el encanto de toparse con palabras vistas todos los días pero que en la primera línea tienen una sonoridad misteriosa y mágica:
Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas.


¿Por qué verde? Es la vida, el viento que oxigena, las ramas en crecimiento. Y la alegría de este canto se intensifica con la imagen de
El barco sobre el mar / y el caballo en la montaña
Pero en la quinta línea hay un estremecimiento:
Con la sombra en la cintura /
El tono melancólico que introduce esta frase frena la exaltación lograda en las anteriores. Y en las siguientes dos,
ella sueña en su baranda / verde carne, pelo verde
la sangre se congela pues la vida que se anunciaba en la verdura de las palabras iniciales no es tal. ¡No es un poema a la vida! ¡Es un poema a la muerte! Y esta verdad sale a luz al saber que ella sueña
con ojos de fría plata /
Con mirada muerta que ya ha visto todo lo que le estaba deparado ver en este mundo,
las cosas la están mirando / y ella no puede mirarlas
El juego de lo que parece ser vida y resulta muerte queda dolorosamente prendido en el alma y en la imaginación del lector, quien pasa, agobiado, a los versos siguientes que reflejan el eterno ir y venir de la vida y la muerte con heridas que quedan a la vista de todos,
-Trescientas rosas morenas / lleva tu pechera blanca
y que todos pueden percibir, aunque para algunos, para nuestro propio yo, aparece una imagen más descarnada de esa muerte que nos mata sin acabarnos de matar.
Tu sangre rezuma y huele / alrededor de tu faja.


Para después del eterno retorno que nos lleva a tropiezos por territorios que han dejado de ser nuestros, el gran ciclo cierre de nuevo sobre nosotros:
Verde carne, pelo verde, / con ojos de fría plata.
y la vida recomience,
Verde viento, verdes ramas. / El barco sobre el mar. / Y el caballo en la montaña
para llevarnos a donde quiera que puedan llevar esas infinitas ruedas del destino interminable, irrepetible y repetido.


García Lorca logra en el poema una suerte de eternidad. Podría uno recomenzar cada vez que termina. Porque -¿qué otra cosa?- así son al final de cuentas tanto la vida como el amor.

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