Profesionalización para combatir al crimen

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas



En una entrega anterior me referí a la complejidad que ha adquirido el negocio del narcotráfico, sus varias actividades ilícitas asociadas y el gran volumen de recursos que maneja, lo que le ha convertido en una suerte de holding cuya administración requiere competencias cada vez más profesionales, tanto para operar en lo financiero como para blindar sus actividades de la acción de la justicia.

Paralelamente, las autoridades se han visto obligadas a recurrir a personal con perfiles académicos más altos para poder hacer frente a este monstruo de mil cabezas que opera en la clandestinidad. Esta profesionalización pasa por la recopilación y análisis de datos que permitan tomar medidas para acotar el margen de maniobra de los cárteles de la droga.

En Estados Unidos, agencias como la Drug Enforcement Administration (DEA) llevan a cabo tareas de acopio y sistematización de información y tienen programas editoriales que orientan la lucha contra el narcotráfico. Por ejemplo, una extensa tipología de las drogas y un libro rojo para desmontar laboratorios clandestinos coeditado con la Agencia para la Protección del Medio Ambiente. La DEA publica dos boletines mensuales denominados Microgram y Microgram LE dirigidos a los científicos forenses en el que se recogen artículos producto de investigaciones científicas y textos técnicos sobre la detección y análisis de sustancias sospechosas controladas con fines de aplicación legal o forense.

La Oficina de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos también tiene un amplio programa de investigación y sistematización de información sobre diversos temas que se relacionan con el crimen organizado, tales como tráfico de personas, contrabando de dinero, tráfico de armas y lavado de dinero. La Oficina de Investigación de Seguridad Nacional cuenta con diez mil empleados distribuidos en 200 ciudades de Estados Unidos y 46 más alrededor del mundo que proveen de información para monitorear acciones que puedan estar relacionadas con el crimen organizado. Es decir, con tareas de inteligencia.

También en el vecino país, universidades y centros de investigación han tomado al crimen organizado como objeto de estudio debido a sus repercusiones sociales. El gobierno estadounidense se ha beneficiado de esta veta de la investigación académica y en algunos casos la ha auspiciado o financiado. El objetivo de este soporte es contar con una mirada sustentada tanto en las categorías conceptuales de las ciencias sociales y económicas como en los métodos cuantitativos y cualitativos para analizar este fenómeno económico, social, policíaco y de salud pública que amenaza la paz y la seguridad de las naciones.

Entre las instituciones de educación superior que se han ocupado del tema está el Centro Internacional Woodrow Wilson, de la Universidad de San Diego. Esta institución tiene publicado, entre otros, un trabajo de Douglas Farah sobre el lavado de dinero y el contrabando de efectivo que citan los trabajos gubernamentales. Otro trabajo académico sobre este tema (citado por el CESOP), es el de Viridiana Ríos sobre el impacto económico del tráfico de drogas en México publicado por el Departamento de Gobierno de la Universidad de Harvard.

El gobierno de Estados Unidos también utiliza servicios de consultoría especializados como el de la organización RAND que tiene entre sus clientes a oficinas públicas y particulares. La RAND cuenta con un amplísimo equipo de investigadores, incluidos varios premios Nobel, que ofrece a sus contratantes investigaciones especializadas para la toma de decisiones en diferentes campos. En esta organización funciona el Centro de Investigación de Políticas sobre Drogas que tiene al menos 46 publicaciones derivadas de otras tantas investigaciones y varias más en curso. Sólo a manera de ejemplo, entre las investigaciones realizadas están el costo del uso de metanfetaminas en Estados Unidos, un análisis del mercado de la heroína y la cocaína, la estrategia de la administración Obama sobre las drogas y estudios sobre los efectos de costo y consumo de la legalización de la marihuana.

Organismos internacionales como la ONU preparan e impulsan trabajos de investigación a través de los acuerdos que suscriben los países miembros. La Oficina contra las Drogas y el Delito de Naciones Unidas prepara informes periódicos sobre el tema. Es el caso del Informe Mundial sobre las Drogas, cuya edición más reciente fue la de 2010. La Convención contra el Tráfico Ilícito de Narcóticos y Sustancias Psicotrópicas y la Convención contra la Delincuencia Organizada Transnacional y sus Protocolos incluyen acuerdos de investigaciones y las propias presentaciones sobre el tema que deben entregar los países miembros son el resorte que impulsa a contar con registros puntuales y organizados acerca de estos tópicos.

En México, el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados preparó un informe extenso sobre el tema del narcotráfico, que cité profusamente en una entrega anterior de JdO y el cual refiere a varios de los trabajos publicados en México y Estados Unidos sobre narcotráfico y crimen organizado, pero éste no es una oficina dedicada específicamente a estos ámbitos. La Secretaría de Gobernación preparó también el año anterior un informe sobre el fenómeno delictivo en México. Por otra parte, la página del Centro de Investigación y Seguridad Nacional, a diferencia de sus pares estadounidenses, no se señala la realización de trabajos de investigación cuyos resultados sean publicaciones de consulta.

Como se puede ver, en México algunas dependencias se ocupan del estudio del narcotráfico y la delincuencia asociada a él como trabajos especiales, pero no parece haber una tarea académica de investigación consistente que aporte análisis sobre este fenómeno. Quizá el trabajo de investigación de esta naturaleza más relevante lo lleva a cabo la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, concebida como área operativa para detectar movimientos financieros sospechosos.

La ausencia institucional del trabajo de investigación en México ha sido suplida por los trabajos periodísticos que, en muchos casos, han realizado el verdadero trabajo de inteligencia que se requiere para enfrentar al crimen organizado. Entre los resultados de estos trabajos hay varios libros: El cártel incómodo de José Reveles; El Cártel de Sinaloa de Diego Enrique Osorno; La herencia maldita: el reto de Calderón y el nuevo mapa del narcotráfico de Ricardo Ravelo; Miss Narco. Belleza, poder y violencia: Historias reales de mujeres en el narcotráfico mexicano de Javier Valdés Cárdenas; Los señores del narco de Anabel Hernández y Narcotráfico: el gran desafío de Calderón de Alejandro Gutiérrez. Jorge Fernández Menéndez tiene varios títulos dedicados al tema: De los maras a los zetas. Los secretos del narcotráfico de Colombia a Chicago; Las FARC en México; De la política al narcotráfico y El otro poder: las redes del narcotráfico, la política y la violencia en México. El año anterior, la revista Nexos preparó un informe especial sobre la legalización de las drogas. Este recuento no es exhaustivo.

Jesús Blancornelas dedicó parte importante de su vida profesional al estudio del narcotráfico cuyos resultados recogió puntualmente durante varios años en el semanario Zeta de Tijuana. En forma de libro están El Cártel y En estado de alerta: periodistas y gobierno frente al narcotráfico.

Estos trabajos deberían ser mejor reconocidos por las dependencias gubernamentales como importantes fuentes de información y auspiciar investigaciones específicas, de manera transparente y abierta, para acudir a quienes tienen experiencia en el tema, con lo cual se llenaría el vacío de información y análisis que resulta cada vez más notorio en la lucha contra la delincuencia organizada. Así como se profesionaliza la delincuencia, el trabajo que la combate no debería quedarse atrás.





Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

16/2/11


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Angustia tecnológica

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas



Ahora que me entero que una superpotencia ha jurado colonizar la luna mientras que otra sigue empeñada en desentrañar el secreto de la vida, me asalta la angustia por las consecuencias que tendrá el uso de tanta nueva tecnología.

Me preocupa también la mentada globalización. ¿Se da usted cuenta de cómo nos están cambiando el internet (nótese la irreverencia de escribirlo con minúscula), los cientos de canales de “televisión directa al hogar” (¿alguna no lo es?), las computadoras que son obsoletas apenas acabamos de aprender a operarlas, la telefonía digital (que se deja grabar, incluso si uno es gobernador) y las decenas, cientos, miles, millones de adminículos que nos tienen enchufados? Recién atestigüé cómo un amigo evolucionó a la inversa: dejó de carajear a sus subordinados por celular y ahora lo hace a través del twitter.

Los aficionados al cine de ciencia ficción quizá recuerden la escena de la película Congelados en donde la muy correteable mujer policía Nina (Sandra Bullock) lleva al fortachón agente resucitado del pasado John Spartan (Silvester Stalone) a su departamento de soltera y sin mayores rodeos le propone una sesión amorosa. El tarzán se relame los carrillos cuando la dama aparece en una ajustada bata de satén... y se desinfla en el momento en que ésta produce dos cascos de videojuegos para un encuentro de sexo virtual. ¡Dios mío! ¿Será que para allá vamos?

Casi en la neurastenia me planteo interrogantes sin fin. ¿La identidad nacional y nuestros valores serán licuados, homogeneizados y condensados por las nuevas tecnologías? ¿La disolución de las fronteras dará lugar a un mundo en el que no tendrán cabida más que los cibernautas? Si en Europa circula una moneda común, ¿será que en América el spanglesh –con una salpimentada de portugués- sea la próxima linguae franca que arroje al castellano al basurero de la comunicación y que los shopping centers sustituyan a las centrales de abasto?

¡Alto! Paréntesis para un momento de reflexión. Debo darme tiempo para reconsiderar. Es posible que la época que me tocó vivir no sea tan negra como la percibo. Es más, quizá algo de Renacimiento tenga –en el sentido que le dieron Vico y Michelet-, y pudiera incluso ser fuente de optimismo más que de desesperanza.

Ya algunos macabeos se organizan en la defensa de su mundo. Por ejemplo, desde la Alta California mi amigo RB escribe:

“Yo no quiero que se me pueda localizar cuando no quiero ser localizado. El celular es intruso; uno no lo controla, sino al revés: el aparato controla a uno. La computadora, en cambio, la domino yo, siempre consciente de sus vulnerabilidades y de las violaciones personales a que me expone. Me permite realizar trabajos que hace muy pocos años eran impensables; no así el celular, que no me permite hacer absolutamente nada sustancial que, con un mínimo de paciencia, no podía hacer ya perfectamente bien con el viejo aparato de antaño.”

Pero al otro lado del globo se dio un caso que nos dice otra cosa. Li Datong, editor de un periódico chino, denunció en la página web del diario un plan del PC para retener el salario de reporteros incómodos al sistema. La noticia corrió como reguero de pólvora en mensajes de texto de celular a celular y el alud crítico fue de tal magnitud que las autoridades dieron marcha atrás... sin arrestar a Li Datong.
Al dispersar la información, las nuevas tecnologías por lo menos hacen la vida difícil a los censores en la tierra del llorado camarada Mao.

Aquí en México hace unos días el despido de una de las más escuchadas periodistas radiofónicas por razones que a lo menos provocan preguntas provocó un tsunami ciberespacial que eclipsó cualquier posibilidad de análisis razonado.

¿Y qué me dice usted de los recientes episodios en el norte de África? Un joven verdulero es abofeteado por una mujer policía. En la desesperación se incinera a lo bonzo frente a la comandancia. El hecho es referido de inmediato vía mensajes SMS, correos electrónicos, twitter y otras redes sociales. El gobierno cae y la insurgencia se extiende a países vecinos. Es increíble que apenas hayan pasado 56 años desde aquel primero de diciembre que en Montgomery la joven Rosa Parks nos diera un memorable ejemplo de valor cívico que carburó el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos. Hoy con las nuevas tecnologías se multiplican las Rosa Park y los Mohamed Bouazizi del mundo.

Entonces quizá habría que comenzar por cuestionar el significado que damos al término nuevas tecnologías. La imprenta de Gutenberg fue una nueva tecnología. Antes de la aparición del tipo móvil, en toda Europa había apenas unos cuantos cientos de miles de libros y una gran biblioteca podría presumir quizá de 600 títulos, por supuesto en manos de las clases dominantes. Pero bastaron breves décadas para que el acervo bibliográfico del Viejo Continente creciera a millones de ejemplares, gracias a la nueva tecnología. La máquina de escribir multiplicó las posibilidades de comunicación epistolar que se tenían con la tinta; el telégrafo y el teléfono rebasaron los muros que separaban a los países y brincaron los mares que dividían a la humanidad; los satélites y las naves espaciales nos confirman la dolorosa pequeñez de la brizna de tierra en la que navegamos en la infinitud del espacio.

Creo que lo que quiero decir es que, como lo quería Santayana, debemos atender a la memoria histórica para enriquecer el presente. Toda nueva tecnología sólo tiene sentido si es puesta al servicio del Hombre y de la Libertad. Así, con mayúsculas.





Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

9/2/11


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Profesionalización del crimen

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas



Una explicación simple del por qué existe una amplia y bien estructurada organización criminal alrededor del narcotráfico es que hay consumidores dispuestos a pagar cantidades exorbitantes y, en un sentido más que figurado, incluso dar la vida para transportarse al nirvana prometido por los alcaloides.

Cálculos de las Naciones Unidas indican que un gramo de cocaína puede costar, según su grado de pureza, entre 60 y 200 dólares, equivalentes a entre 12 y 41 días de salario mínimo, es decir, entre 750 y dos mil 500 pesos mexicanos. No tengo idea de la cantidad diaria que consuma un adicto consuetudinario, pero por mínima que ésta sea estamos hablando de una cantidad muy considerable de dinero. Entonces, una vez más, la razón verdadera pasa por la relectura del apotegma de Dumas (padre): “Cherchez l’argent!”. O, en términos de los angloparlantes, “Follow the money!” es la premisa para descubrir el crimen.

En un bien documentado informe del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) de la Cámara de Diputados -que llega al escritorio de JdO gracias a los buenos oficios del maestro Efrén Arellano- se citan estimaciones de investigadores norteamericanos en el sentido de que los recursos manejados por los cárteles mexicanos en el 2008 ascendieron a 30 mil millones de dólares, lo cual representa poco más del 10% de las exportaciones mexicanas en ese mismo año. Otras aproximaciones señalan que esa cantidad es sólo la que ingresa anualmente a México como producto de las actividades del narcotráfico.
Un par de datos más de ponderación de la fuerza económica de las organizaciones criminales: el valor del mercado al menudeo de la cocaína, heroína y metanfetaminas es de 55 mil millones de dólares, mientras que el valor mundial del de cocaína es de 88 mil millones de dólares.

Con tal volumen de recursos es comprensible que tanto líderes como empleados de las organizaciones criminales asociadas al narcotráfico estén dispuestos a matar y a arriesgar la vida. También explica la ferocidad con la que luchan por los territorios. Diversos estudios en Estados Unidos, comparados por el CESOP, consideran que las ganancias de los cárteles mexicanos oscilan entre 5 y 7.1 mil millones de dólares.

Con tales pedradas no hay sapo que aguante. O dicho de otra manera, este “unto mexicano” sirve tanto para garantizar la incondicionalidad de los militantes como para comprar lealtades en todos los niveles, y financia auténticas milicias de sicarios. Podemos suponer también que las tareas inherentes a la producción, distribución y venta de drogas se vuelven cada vez más especializadas y definidas, de tal modo que la información sobre las asignaciones de trabajo queda fragmentada para resguardar la identidad y ubicación de los líderes. Es imaginable considerar que la dimensión alcanzada por los mercados de la droga requiere un manejo de planeación financiera y operativa cada vez más compleja, más profesional. Quizá por esa razón se dice que anteriormente el narcotráfico era manejado por capos y actualmente lo es por yuppies, como los acicalados, sonrientes y bien vestidos traficantes que recientemente las autoridades han presentado ante las cámaras de televisión.

El acopio de información del CESOP señala que aproximadamente el 70 por ciento de las drogas que se consumen en Estados Unidos proviene de México –principalmente marihuana y cocaína- y se calcula que el 90 por ciento de la producción mundial de la última es consumida por los estadounidenses. Se ha identificado asimismo que cerca de la mitad de la marihuana consumida por nuestro vecino del norte es ahora de producción local y casera ―la máxima del “hágalo usted mismo” hasta en los vicios―, lo cual ha disminuido una parte del mercado de los cárteles mexicanos. En materia de cocaína los cárteles mexicanos se ocupan básicamente de la distribución, ya que ésta se produce en la región de los Andes.

En términos globales se considera que en Estados Unidos se consumen entre mil y cinco mil toneladas métricas anuales de marihuana, entre 165 y 207 toneladas de cocaína, 44 toneladas de heroína y 19 de metanfetaminas, a pesar de lo cual se estima que el consumo total ha disminuido, en tanto que el europeo ha crecido, de tal manera que se compensa la contracción del consumo estadounidense.

Las cifras colosales de droga consumida por los estadounidenses nos ponen a pensar seriamente en las condiciones de su salud física y mental y por lo menos nos llevan a preguntarnos si son válidos los argumentos de las autoridades de varios países que se resisten a considerar la legalización de las drogas como opción para resolver algunos de los problemas asociados a su consumo, por el ejemplo, el de salud pública.

Los gobiernos han emprendido acciones para intentar socavar el poderío económico de los cárteles. En la frontera se realizan operativos para detectar el traslado ilegal de dinero, procedimiento muy socorrido hasta hace poco pero que ahora se utiliza cada vez menos debido a los decomisos, especialmente desde que se penalizó la introducción de más de diez mil dólares. En 2009 se incautaron cerca de 125 millones de dólares y fueron detenidas 191 personas, cifra muy poco significativa comparada con los 29 mil millones de dólares que se calcula cruzan cada año a México. Para evadir los grandes decomisos, los cárteles prefieren actualmente las operaciones financieras hacia países cuya estructura de operación y sistema cambiario o monetario las facilitan. También echan mano del traslado hormiga para lo cual contratan personas que transportan hasta el límite de diez mil dólares por un pago de 500.

La banca mundial, en general, ha hecho poco para limitar las operaciones ilegales o para detectarlas. A ello responden las medidas gubernamentales aplicadas en diversas operaciones cambiarias. En México, por ejemplo, están los límites impuestos a las transacciones en efectivo y la reciente prohibición para que los comercios capten dólares en billete, así como las tareas de supervisión que realiza la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, creada en 2004, para identificar operaciones sospechosas.

Es incierta la repercusión que han tenido las acciones de los gobiernos de Estados Unidos y de México para minar la economía del crimen organizado, cuyos ingresos cuantiosos en dólares, siempre de acuerdo con datos del CESOP, se destinan al pago de pandillas que controlan las calles, cuidan las casas de seguridad y transportan dinero o personal. Se usan para cubrir los sobornos a políticos o cuerpos policiacos que protegen sus organizaciones, para comprar armas y para adquirir bienes muebles e inmuebles. Una parte queda a resguardo de los líderes que confían en la estabilidad del dólar.

La cara económica del crimen organizado es casi tan siniestra como la que a diario produce asesinatos sangrientos que estremecen a nuestra sociedad, pero es quizá mucho más amenazadora porque del poderío económico proviene su fuerza, sin olvidar que toda esa estructura criminal está soportada por un consumo escandaloso y por las organizaciones criminales que operan en Estados Unidos, lo cual mencionan poco o nada las autoridades de ese país, porque es mucho más fácil venir a dar palmadas en la espalda y declararse “fan” del Presidente por su lucha contra el crimen organizado, como lo hizo la secretaria de Estado, Hillary Clinton, cuando se trata de una batalla que deberían estar librando las dos naciones por igual.




Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.

1/12/10


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