Ciao, Signora
Miguel Ángel Sánchez de Armas



A Lilia María, con mis condolencias.


Tomo prestado a Miguel Cane (Milenio, 17 de septiembre) el título de esta entrega porque no puedo pensar en otro que mejor exprese lo que sentí al leer la noticia: la mujer que un dos de octubre de hace 38 años atisbamos en un balcón del edificio Chihuahua, cuyas entrevistas y reportajes devoramos en Diorama y Siempre!, la que se quitó el velo frente al ayatollah Jomeini, la que ridiculizó a los Chicago Boys italianos, la que entrevistó al elenco de los grandes estadistas del siglo XX, dejó de ser hace unos días.

Para los jóvenes reporteros que en aquella época soñábamos con las ocho columnas en El Día y Excélsior, que desconocíamos las grabadoras y aprendíamos taquigrafía para que ningún detalle se nos escapase, que abrevamos en las crónicas de Scherer, las columnas de Buendía, los artículos de Alvarado y los reportajes de Spota, aquella visión alimentó nuestras fantasías en largas noches de bohemia.

Y es que para nosotros la palabra “reportaje” era sinónimo de hazaña, y sus autores, además de periodistas eran ante todo héroes, aventureros, o, para decirlo con una expresión de nuestra vulgaridad reporteril, los más chingones.

En mi círculo de amigos -cuyos sobrevivientes seguimos todos en los medios-, las hazañas periodísticas de la Falacci fueron, después de los textos de Capote, nuestra mayor influencia profesional. Poco importaba que ella fuera una periodista europea bien pagada que publicaba en rotativos del primer mundo y viajaba en primera clase... ¡nosotros igualaríamos o superaríamos sus hazañas! Ese fue uno de los sueños que nos mantuvo en la brega.

Si un oficio exige herramientas, la palabra es la única que tenemos los periodistas. La cargamos en un rinconcito del alma y echamos mano de ella para describir el mundo a nuestros semejantes. Un verdadero reportero es aquél que en el momento de su muerte lamenta que ya no pueda compartir algo nuevo que ha descubierto.

Fue ella, como Buendía, una reportera que “moriría de pie” y así lo dijo en Oriana Fallaci se entrevista a sí misma. Ecos de don Manuel: “No quiero morir contemplando / con mansedumbre el río (...) / Quisiera derrumbarme al doblar la esquina / rumbo a la máquina de escribir /

Oriana se describía como una “atea cristiana”, y esta referencia, que en rigor nada tendría que ver con su ejercicio periodístico, nos sirve para entender su tránsito a lo que algunos llamarían un “fundamentalismo de derechas” que le ganó el aplauso de los más conservadores.

Anti-islámica confesa y militante, fue muy cercana al cardenal Joseph Ratzinger a quien criticó como Benedicto XVI por su posición ante el Islam: “¿Santo Padre, cree en serio que los musulmanes acepten un diálogo con los cristianos, con las otras religiones, con los ateos como yo? ¿Cree en serio que puedan cambiar y dejar de sembrar bombas?”

A finales de agosto del 2005 su amigo el Papa la recibió en una audiencia que debía ser secreta y que alguien filtró a los medios y causó escándalo. Me pregunto si la Signora, en “guerra santa”contra el Islam, le habría dado al Vicario la idea del pasaje cuya reciente lectura tiene al mundo árabe en pie de guerra contra el cristiano. Todo puede ser.

De Oriana Falacci se entrevista a sí misma, un cronista ha dicho que es “un grito de protesta; un aullido, como el clásico de Ginsberg; un panfleto en el buen sentido de la palabra. Y conviene recordar que la historia de la literatura política está llena de panfletos muy importantes y contundentes, incluyendo alguna pieza maestra de Jonathan Swift. El de Oriana Fallaci es un grito vehemente, un exabrupto que nada tiene de políticamente correcto.”

Pero es que los periodistas no podemos ser políticamente correctos. Eso choca con la esencia de nuestra profesión. Así que por favor no descanse en paz, Signora. Síganos inquietando con sus palabras.

sanchezdearmas@gmail.com