Escribir en las tinieblas
Juego de ojos
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

Escribir
en las tinieblas
En mayo de 2007, cuando las cenizas de otro
conflicto en el Medio Oriente humeaban, dediqué una entrega de JdO al dolor insondable de un padre a
quien le fue arrebatado un trozo de alma. Yo, que no soy antisemita, ni
antipalestino, ni antiárabe, ni antiyanqui, ni antiruso, y que sólo poseo una
minúscula voz, pienso que ya es tiempo de prestar oídos a quienes como Oz, como
Avnery o como Grossman, creen que en ese rincón del mundo al que muchos vemos
como la Tierra Santa y en el que muchos creemos, hay lugar para más de una
morada. Pero es la clase política –la que azuza los disparos y la que patrocina
a los bandos-, la que impide que los pueblos se den la mano y caminen juntos.
Aquí la columna publicada hace siete años.
Cambiándole algunas fechas y nombres pareciera escrita con motivo de los más
recientes acontecimientos.
David Grossman perdió un hijo en la guerra el año
pasado. Grossman es judío y vive en Israel. Hace unas semanas dio fe de la
tristeza a la que se enfrenta un escritor -el oficiante más solitario del
mundo- cuando el dolor puede ser más grande que la vida. La ausencia de su
amado Ari es una espina clavada en el costado, pero las razones por las que el
joven fue arrebatado de este mundo son otros tantos cardos en el alma del
escritor.
Sus palabras me atravesaron el corazón como un rayo
y me iluminaron cual relámpago salido de un cielo sin nubes. Grossman tiene la
valentía de oficiar en el altar de la palabra cuando por doquier se mueven
fuerzas para secuestrarla y encapsularla, lo mismo en las fronteras del Medio
Oriente que en Sudamérica que a lo largo y ancho de nuestro país, de nuestro
estado, de nuestro municipio, mientras casi todos miramos con la indiferencia
sombría del verso de Martín Niemöller: Cuando los nazis vinieron por los
comunistas / me quedé callado; / yo no era comunista. / Cuando encerraron a los
socialdemócratas / permanecí en silencio; / yo no era socialdemócrata. / Cuando
llegaron por los sindicalistas / no dije nada; / yo no era sindicalista. /
Cuando vinieron por los judíos / No pronuncié palabra; / yo no era judío. /
Cuando vinieron por mí / no quedaba nadie para decir algo.
De la edición del New York Times del domingo
13 de mayo tomo unos párrafos de la conferencia de David Grossman:
“No es fácil hablar de uno mismo, así que antes de
abordar mi experiencia como escritor quisiera hacer unas observaciones sobre el
impacto que un desastre, una situación traumática, tiene en el conjunto de una
sociedad y de un pueblo. De inmediato recuerdo las palabras del ratón en el
cuento de Kafka, cuando al caer en la trampa y mientras el gato se abalanza
sobre él, exclama: ‘Cielos, el mundo se hace más estrecho cada día’.
“Sí. Tras muchos años de vivir en la extrema y
violenta realidad de un conflicto político, militar y religioso, puedo decir
con tristeza que el ratón de Kafka tenía razón: cada día que pasa el mundo
disminuye y se hace más angosto. También puedo hablar del vacío que lentamente
se genera entre el ser humano individual y la caótica y violenta situación
externa en la que vive. Esta situación es la que le dicta la vida en todos los
aspectos.
“Este vacío se llena rápidamente con apatía, con
cinismo y, más que nada, con la desesperanza que alimenta situaciones
distorsionadas y en ocasiones las hace perdurar durante generaciones.
“De ahí que uno se convenza de que tal vez es mejor
no pensar y optar por no saber, en la creencia de que se está mejor si se deja
en manos de quienes ‘saben más’ la tarea de pensar y dictar las normas morales:
Más que todo, me va mejor sin sentir tanto… por lo menos hasta que esto
pase. Y si no pasa, por lo menos alivié en algo mi sufrimiento mediante un útil
adormecimiento, me protegí lo mejor que pude con ayuda de un poco de
indiferencia, una pizca de sublimación, algo de ceguera intencional y grandes
dosis de autoanestesia.
“En otras palabras, por el perpetuo y muy real
miedo a ser herido o muerto, o a una pérdida insoportable, o incluso hacia la
simple humillación, todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos del conflicto
-en realidad sus prisioneros- atemperamos nuestra actividad y nuestro diapasón
cognoscitivo interno con múltiples capas protectores que terminan por
ahogarnos.
“El ratón de Kafka tiene razón: cuando el predador
ataca, el mundo en verdad se hace cada vez más estrecho, lo mismo que las
palabras que lo describen. Desde mi experiencia, puedo decir que las palabras
con las que los ciudadanos de un conflicto prolongado nombran su predicamento
se hacen más superficiales en la medida en que el conflicto perdura. El
lenguaje gradualmente deviene en clichés y en frases hechas a partir de la
fraseología de las instituciones que administran el conflicto -el ejército, la
policía, las oficinas de gobierno- y rápidamente se filtra a los medios que dan
cobertura al conflicto, germinándose un lenguaje aún más astuto diseñado para
dar al auditorio versiones de fácil digestión que en última instancia se trasfunden
al idioma íntimo y privado de los ciudadanos del conflicto, incluso si lo
niegan.
“En realidad este proceso es más que comprensible.
Después de todo, la riqueza natural del idioma y su capacidad de tocar los
hilos más delicados de la existencia, puede dañar profundamente en la medida en
que nos recuerda la generosa realidad de la que estamos siendo desposeídos, de
su verdadera complejidad y sutileza. Y conforme permanece este estado de cosas,
y se hacen más huecas las palabras usadas para describirlo, el discurso público
disminuye y lo que prevalece son las banales acusaciones entre enemigos o entre
adversarios políticos en el mismo país. Lo que queda son los clichés que usamos
para describir a nuestros enemigos y a nosotros mismos: en última instancia una
colección de supersticiones y crudas generalizaciones en las que nos enredamos
nosotros mismos y envolvemos a nuestros enemigos. Sí, el mundo en verdad se
está haciendo más angosto.
“No pienso únicamente en el conflicto del Medio
Oriente. En todo el mundo hoy, billones de personas enfrentan un ‘predicamento’
de una u otra naturaleza en el cual la existencia personal y los valores, la
libertad y la identidad, están bajo amenaza.
“Es en esta realidad en la que nosotros los autores
y poetas escribimos. En Israel y en Palestina, en Chechenia y en el Sudán, en
Nueva York y en el Congo. En ocasiones, después de varias horas de escribir,
pienso que en ese mismo instante otro escritor a quien no conozco está en
Damasco o en Teherán, en Kigali o en Belfast, igual que yo inserto en una
realidad preñada con tanta violencia, indiferencia y disminución y entregado a
esta quijotesca artesanía de la creación. Tengo un aliado distante que no me
conoce, pero juntos tejemos una red intangible y de enorme poder: el poder que
puede cambiar el mundo y que puede crear mundos, el poder de hacer que los
mudos recuperen el habla, el poder para sanar a la humanidad en el sentido
profundo que el tikkun tiene en la cábala.
“Los escritores sabemos que cuando escribimos,
sentimos al mundo moverse. Es flexible, preñado de posibilidades. Ciertamente
no está congelado. En donde quiera que permea la existencia humana no hay
congelamiento o parálisis y en realidad no hay status quo, aunque muchos
se empeñan en hacernos creer que el status quo existe. Cuando escribo,
incluso en este momento, el mundo no se me viene encima y no se hace angosto,
sino que insinúa gestos de apertura hacia posibilidades futuras.
“Escribo, y siento cómo el uso correcto y preciso
de las palabras es cual remedio para una enfermedad, como un purificador del
aire. Aspiro, y al exhalar, expulso las suciedades y manipulaciones de los
rufianes de la palabra y de la variopinta gama de violadores del idioma.
Escribo, y siento cómo la ternura e intimidad que tengo con las palabras, con
sus diferentes capas, con su erotismo, con su humor, con su alma, me devuelven
el ser que fui antes de que fuera nacionalizado y confiscado por
el conflicto, por los gobiernos y los ejércitos, por la desesperación y la
tragedia.
“Escribimos. El mundo no se nos está cerrando. Qué
afortunados somos. El mundo no se está haciendo más angosto”.
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