Masacre


La semana

Masacre

 

Miguel Ángel Sánchez de Armas

 

Juego de ojos

 

 

Día 1.- Un equipo forense alemán investigó una masacre brutal y los resultados de la investigación comienzan a ser divulgados. Luego de prolongadas y exhaustivas pesquisas en la escena del crimen, los expertos emitieron un informe que ha sido calificado como “escalofriante” por quienes lo han conocido.

“El estudio de los restos, que fueron encontrados en el 2006 y están en muy mal estado, ha revelado que las víctimas fueron golpeadas con objetos contundentes […]. Sistemáticamente sufrieron la rotura de la parte inferior de sus piernas”, sostiene el reporte, en donde se indica que “el estudio de las fracturas que les provocaron antes de morir, indican claramente que [las víctimas] fueron torturadas y/o mutiladas cuando ya estaban muertas”, según trascendió en fuentes de la Academia de Ciencias.

El número de víctimas asciende a 26, entre ellas hombres, mujeres e infantes. No se descarta que este número pueda crecer.

Según sostienen los autores de la investigación, matanzas como ésta no son aisladas […]. El hallazgo de la fosa común “refuerza la teoría de que los episodios de violencia a gran escala [son] relativamente frecuentes”.

En entrevista, el antropólogo de la Universidad de Mainz, Christian Meyer, jefe del grupo que llevó a cabo la investigación, expresó que si bien se determinaron las causas de las muertes, lo que no es explicable es la lógica bajo la cual tuvieron lugar.

La mitad de los 26 restos son de adultos, entre ellos dos mujeres. Entre los otros 13 hay una decena de niños menores de seis años y un bebé de seis meses. Dos de los adultos tenían más de 40 años.

Meyer no quiso relacionar este hallazgo con el de otras dos fosas, una con 34 cadáveres y la segunda, todavía en exploración, con los restos de 67 individuos encontrados a la fecha.

Sin embargo, los autores de la investigación sostienen que episodios como estos no son aislados […]. “Pensamos que un grupo […] mató a otro grupo de la misma cultura”, expresó Meyer, quien sin embargo no se atrevió a proponer una teoría sobre las causas que desataron la carnicería. “Personalmente pienso que la violencia siempre ha estado presente entre los humanos”, añadió el antropólogo de la Universidad de Mainz.

(Estos hechos tuvieron lugar hace siete mil años, pero se leen como crónica contemporánea. Se publicaron El Mundo del 18 de agosto bajo la firma de Teresa Guerrero).

Día 2.- Enrique Krauze nos da un espléndido regalo de verano: Personas e ideas. Conversaciones sobre historia y literatura. Se puede estar o no de acuerdo con Krauze, pero no se le pueden regatear méritos como historiador y divulgador de la historia (además de buen prosista). Este libro, sin ser “nuevo”, es un viento fresco oloroso a Lytton y a Tuchman en donde el autor se erige como un hábil amanuense que pone frente a los lectores el corazón y el intelecto de sus entrevistados, legión de nombres casi abrumadora. Para quien se pregunte cómo es que un ingeniero saliera tan buen epígono de Herodoto y Tucídides, mi respuesta es que creo que precisamente por ser ingeniero y girar en un eje ordenado y directo. Qué diferencia de aquel historiador académico que en la presentación de su tomo doctoral de mil páginas me dijo que la Tuchman de ninguna manera era una historiadora, sino una novelista, una narradora. Por fortuna logré contener la risa.

Día 3.- Donald sigue dando de qué hablar. Jorge Fernández (Excelsior), recupera la sentencia de Bioy Casares: “nunca hay que subestimar la estupidez”, y recuerda el caso emblemático del mediocre Adolf, a quien nadie tomaba en serio y de quien se quisieron aprovechar y poner a su servicio casi todos los políticos profesionales de su tiempo, pero que domeñó uno a uno con los resultados escalofriantes que conocemos. Manuel Jáuregui (Reforma), juzga que siendo el millonario hijo de madre escocesa, nieto de alemanes, ex esposo de una checa y de una eslovena, su discurso anti inmigrante en realidad es racista y lo convertiría, a él sí, en un peligro para México de llegar a la Casa Blanca.

No estoy tan seguro de que Trump estee ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ esty tan seguro de deno estoy tan seguro de de que eir alemanes, ex esposo de una checa y de una eslovenia,oriador qué alienando a los electores hispanos en la proporción y profundidad en que lo pregonan los militantes, los analistas y los observadores, entre otras cosas porque este gringo de enorme poder persuasivo (no olvidemos que es un gran vendedor) tiene la virtud de poder decir a diferentes grupos precisamente lo que quieren escuchar. Y la verdad, por lo menos desde México, es que no conocemos del todo a los migrantes. No son la masa marginada y añorante de pozole que algunos suponen. Diría que más bien, con todos los asegunes del caso, es un cuerpo poliédrico en donde muchas caras desean integrarse y están dispuestas a pagar un precio por ello.

Es claro, y retomo la reflexión de Bioy Casares, que un demagogo carismático, en las condiciones sociales apropiadas, puede abonar el terreno para una profecía autocumplida. Me preocupa que no sólo los medios, sino grupos de cuello blanco, inmigrantes no agrícolas e integrantes de diversas comunidades étnicas –entre ellas la hispana-, parecen ver en los sofismas de Trump el camino hacia un mejor país.

Pero no olvidemos que una vez instalados en el poder, los políticos se topan con que no es tan fácil aterrizar lo que ofrecieron en la campaña (vg. Tsipras y el propio Obama). Ya en CNN Trump patinó con su promesa de derogar la Enmienda 14 que da la ciudadanía a los nacidos en territorio nacional (“creo que lo podría lograr en ocho años”) y sobre la Gran Muralla a lo largo de los 3,185 kilómetros de la frontera con México, me sorprende que esta vacilada tenga tanta repercusión en los medios. A menos que primero derogue la Enmienda 22 y se reelija más veces que Roosevelt, esa construcción, para decirlo brevemente, está en chino… aunque diera empleo a todos los alarifes de América Latina.

Días 4 y 5.- Juego de ojos llega al final de su ciclo después de  más de 20 años. No sé si lo reinventaré o si reencarnará, pero por lo pronto desde el fondo de mi corazón, mi agradecimiento a quienes han sido lectores a lo largo de todo este tiempo. Vale.

 

 

 

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La semana
 
 
El embajador

 

 
 
Miguel Ángel Sánchez de Armas


Juego de ojos

 

Hace algunos años conocí a Miguel Basáñez en una reunión. Después lo vi en un par de ocasiones; no somos amigos y no creo que me recuerde. Pero será nuestro embajador en Washington y el sábado anterior comenté en una cena que lo veía como encuestador y académico prestigiado, pero no lo imaginaba representándome en el imperio. Mis contertulios, analistas políticos, estuvieron de acuerdo.

 

He seguido la discusión sobre su nombramiento en los medios. Es equilibrada –sin las pasiones que ha despertado el affaire PRD-Morena o la designación de Beltrones en el PRI- y más bien aburrida: aplausos desde el oficialismo y críticas de la oposición y de parcelas de la Academia, más o menos a partes iguales. Un debate etéreo, para iniciados, que pronto se diluirá… pero que toca una fibra que interesa a todos los ciudadanos, no sólo a las instituciones.

 

Mi lectura al hecho de que el Presidente haya nombrado a un amigo y no a un diplomático de carrera o a un funcionario de alto nivel, es que la relación con Estados Unidos está en un nivel muy bajo, quizá preocupante. Veo en esto varios momentos, no necesariamente en orden cronológico: la expulsión de Carlos Pascual, la vacante de cinco meses en nuestra sede diplomática en Washington, la redefinición del mecanismo de cooperación para la lucha contra el crimen organizado, la presión para revalorar el TLCAN, la exigencia de que México participe en misiones internacionales de paz, la preocupante asimetría económica con el vecino del norte, la fuga de “el Chapo”, entre otros.

 

La compleja y fascinante historia de la relación México – Estados Unidos tiene momentos turbulentos en los que un presidente debió tomar decisiones fuera de la ortodoxia e incluso en contrapunto con los protocolos diplomáticos para atemperar las presiones y buscar caminos de solución (algo que no es bien vistos en las cancillerías). Un embajador no representa a su cancillería; su primera responsabilidad es mantener un canal de diálogo entre el presidente que lo nombró y el presidente del país huésped. Por ello en tiempos de relación ríspida los mandatarios pueden elegir recurrir a hombres de confianza no atados por los convencionalismos y aherrojados por el ceremonial diplomático y dejan de lado las opciones de personas formadas en el servicio exterior.

 

Algunos ejemplos. Para Abraham Lincoln la relación con México era lo más importante de la política exterior de la naciente Unión. En momentos turbulentos para ambos países, decidió que no fuera un diplomático quien llevara la representación de su gobierno al sur, sino su amigo y correligionario Thomas Corwin, cabeza de la oposición a la guerra con México. Gracias a él Lincoln pudo dar ayuda a Juárez en su lucha contra el Segundo Imperio. Casi al mismo tiempo, el presidente confederado, Jefferson Davis, tuvo en México un enviado con la misión de explorar las posibilidades de una anexión en alianza con Francia al término de la guerra civil… y el triunfo sureño, claro.

 

Woodrow Wilson siguió el ejemplo y mandó a un experiodista, William Bayard Hale, y a un ex gobernador, John Lind, ambos de su círculo íntimo, a reportar sobre la situación durante la dictadura de Huerta. Una consecuencia fue el retiro y desafuero del embajador Henry Lane Wilson, autor intelectual del asesinato de Madero y Pino Suárez.

 

Un episodio más cercano e ilustrativo fue el nombramiento de Josephus Daniels como embajador en México al inicio de la primera presidencia de Franklin D. Roosevelt. Daniels no hablaba español y era uno de los principales enemigos de los monopolios empresariales en su país. Como secretario de la Marina de Guerra en 1914 había organizado la invasión de Veracruz, por lo que en Mxico ﷽﷽﷽﷽﷽ruz, por lo que en Mmo secretario de la Marina de Guerra habiels no hablaba español y era uno de los principales enemiéxico se alzaron virulentas protestas por su nombramiento. El presidente Abelardo Rodríguez expresó su inconformidad y sólo cuando el Secretario de Estado le mandó una nota personal asegurándole que se trataba de un “antiguo y confiable” amigo de Roosevelt, accedió al placet. Roosevelt llamaba “jefe” a Daniels y éste era de los pocos que tuteaban al quisquilloso presidente. Su encomienda principal fue velar por la aplicación de la “Doctrina del Buen Vecino” y en la secuela de la expropiación petrolera su cercanía con FDR permitió encadenar a los halcones del Departamento de Estado y a las empresas petroleras que pujaban con todas sus fuerzas por una invasión. En más de una oportunidad el secretario Cordell Hull y el  subsecretario Sumner Welles se quejaron de que en México, Estados Unidos tenía que lidiar con un gobierno respondón y “con nuestro embajador”. Un caso curioso por que fue en sentido inverso, fue el de Owen St. Clair O’Malley, el ministro inglés en la misma época, muy cercano y de todas las confianzas de Whitehall, pero de un torpeza tal que acabó por hacerse expulsar y provocó el rompimiento de las relaciones entre México y el Reino Unido.

 

 El presidente Cárdenas tuvo en Washington al médico, académico, escritor y diplomático Francisco Castillo Nájera, cercano amigo suyo y con relaciones privilegiadas en el gobierno de Estados Unidos, pero también un realista que al recibir la noticia del desenlace petrolero de parte de Jesús Silva Herzog, exclamó: “Ah chingaos… ¡Si hay expropiación, hay cañonazos”. Héctor Cárdenas (Universal, 14 de agosto), recuerda que “Matías Romero […] logró el apoyo de Washington para la restauración de la República, en condiciones precarias”.

En este contexto, pienso que la misión de Miguel Basáñez será buscar caminos para reparar una relación que, en mi opinión, están más allá de las posibilidades de una política exterior conservadora, medrosa y esclerosada que hace mucho dejó de estar a la altura de los Castillo Nájera, los Estrada, los Bosques, los Martínez Corbalá o los García Robles.

 

Basáñez va a rendir cuentas en Los Pinos, no en la Avenida Juárez. Si éste fue el ánimo del Presidente al nombrarlo, no se le debe escatimar un reconocimiento.

 

 

 

 

 

 

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Donald who?

La semana

 

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

Juego de ojos

 

 

A la denominación de origen JdO he agregado un “La semana”. Esto se debe a que después de más de 20 años de escribir monotemáticamente ha llegado el momento de una remozada.

 

Lunes. Que Donald Trump es un mentecato lo saben hasta sus nietos. Lo asombroso es que en las altas esferas de nuestro gobierno haya quienes se tomaron la molestia de responder a las provocaciones de este gringo que tendría dificultades para explicar si México es el país que está al norte o al sur del suyo. Ojalá que el New York Times no editorialice la oferta del millonetas de construir un muro, por que entonces sí se nos arma la de Dios es Cristo: no logramos deshacernos del complejo de inferioridad que nos provocan los extranjeros.

Martes. Con la noticia de que doña Rachel Dolezal, directiva de la agrupación que defiende a los negros en el vecino país, NAACP por sus siglas en inglés, no es negra. Sus papás la delataron y dieron a conocer fotografías en donde la niña Rachel parece Blancanieves. La CNN dedicó horas a la noticia y solamente los asesinatos en el templo de Charleston desplazaron la noticia. Francamente no entiendo a los gringos, así que pedí luces a mi cuata la Sagrario, experta en el tema y respondió lo que transcribo: “¿Quién tiene el negrómetro o el indiómetro verdadero? Hay negros que niegan serlo y no se la arman de tos. Como me dijo el Dr. Lovejoy de Canadá, hombre más blanco que la leche y experto en historia y cultura africana: ‘Yo me niego a renunciar a mi herencia cultural afro con todo el amor y afición que le tengo al jazz... no soy negro pero esa es mi herencia y es mi cultura...’ Me quedé speechless. ¿Quien  tira la primera piedra?” El asunto es para la siquiatría social. Estos puritanos son capaces de arrojar una bomba atómica sobre una ciudad indefensa o invadir un país lejano en el nombre del bien y dormir tranquilos, pero una “mentira” les horroriza y les saca de quicio. No sé si Rachel es competente o no, pero si quiere ser negra, amarilla o azul ése es su problema. ¿Recuerda el lector el caso de Janet Cooke, la negra del Washington Post que devolvió el Pulitzer? Dios, dame paciencia.

Miércoles. Pasaron las elecciones y comenzó  el rasgar de vestiduras y el rechinar de dientes entre los perdedores. Hay casos patéticos que achacan a complós, maquinaciones y malas vibras el descontón electoral y evidencian el tercermundismo político en que vivimos. Qué diferencia con mi querido José Yunes Zorrilla. Hace años perdió la elección para senador por Veracruz. Le pregunté si impugnaría el resultado. De buen humor respondió que no faltaría al respeto al electorado y que más bien se dedicaría al análisis de las causas de la derrota y a tomar medidas correctivas. Hoy ocupa una curul en el Senado y preside una de las más importantes comisiones legislativas.

Jueves. De la madre patria llegó la noticia del siglo, materia de primera plana para nuestros modernos informativos impresos y electrónicos: Felipe, Rey de España, revocó el uso de un título real a su hermana Cristina. ¡Cáspita! En las residencias de las clases dominantes se destaparon los frascos de las sales y un viento de asombro y dolor barrio las recámaras de generosas matronas y los fumadores de atildados caballeros. Doble contra sencillo de que antes que lo geopolítico, lo económico o lo social, ésta será la pregunta en labios de los reporteros de presidencia en la próxima visita de Estado de la real pareja a México.

Viernes. Por fin parece que vemos atisbos de una postura firme en un tema tan horrible y enfermizo como el de la pederastia en la iglesia. La Jornada del 16 de junio dice en su nota: “El papa Francisco decidió romper el silencio que por siglos reinó en la Iglesia católica sobre la pedofilia, al anunciar el juicio contra un ex nuncio por ese crimen”. A riesgo de ser consignado al Tribunal del Santo Oficio por faltas a la caridad cristiana, propongo que en todos los casos donde exista la sospecha de esa conducta el cura sea excomulgado y expulsado de la Iglesia; y en los casos en que se compruebe, al delincuente le sea aplicada la castración química. No puede haber piedad para conducta tan diabólica.

Fin de semana. Leo la biografía alucinante de Hugh Trevor-Roper escrita por Adam Sisman y confirmo que a los grandes creadores se les acerca sólo por su obra. El genio y la fama no se traducen necesariamente en buenas o simpáticas personas. Trevor-Roper, el más grande historiador inglés del siglo pasado, fue famoso por sus pleitos y rencores lo mismo que por sus libros. “No hay nada tan divertido como una buena batalla”, decía. Su guerra con Lawrence Stone sobre las formas de acumulación de riqueza en el siglo XVI, que llegó a las primeras planas de los periódicos, fue descrita como el más vitriólico asalto de un historiador hacia otro, un ejemplo de terrorismo intelectual. Pero nos dejó Los últimos días de Hitler y La crisis general del siglo XVII. Yo, grinch reconocido, me declaro su fan y le doy las gracias.

 

 

 

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En defensa de la palabra

 

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

 

Juego de Ojos

 

Hace 36 años, el entonces gobernador-cacique de Guerrero, Rubén Figueroa, lanzó amenazas contra Manuel Buendía nada menos que en la sede del Poder Ejecutivo después de una audiencia con el presidente José López Portillo. En respuesta, una impresionante movilización ciudadana y profesional se congregó alrededor del periodista en un desayuno en el antiguo hotel Del Prado el 17 de julio de 1979.

Ahí, ante sus pares y frente a una multitud de lectores que desbordaba el salón, con serena emoción don Manuel dijo:

“Allá, en los pueblos del interior, es donde el periodismo requiere auténtica valentía personal, porque las banquetas son demasiado estrechas para que no se topen de frente -por ejemplo- el periodista y el comandante de policía de quien aquél hizo crítica en la edición de esa misma mañana. Aquí la incomodidad más seria que sufrimos es la de no encontrar mesa en nuestro restaurante favorito de la Zona Rosa.

“Allá, en los Estados, donde los estrechísimos círculos del poder local acogotan la economía de los editores combativos y pretenden lastrar el desempeño de los escritores comprometidos, el ejercicio del periodismo reclama una entereza excepcional. Aquí, donde las dicotomías del sistema se dan tan próximas a nosotros, de algún modo podemos arreglárnoslas para que los rayos no caigan precisamente sobre nuestro propio paraguas. Allá, donde las pequeñas comunidades de colegas pueden ser sometidas con la relativa facilidad por el puño del cacique regional, el grito de un reportero que ha recibido una paliza apenas se escucha afuera de sus propios dientes…si es que le quedan.

“Aquí, en la monstruosa caja de resonancia de la metrópoli, se da -como fruto de la pertinaz  acción de las individualidades o de los clubes, del Sindicato y de otras agrupaciones como la de los Periodistas Democráticos- se da, repito, el hecho espléndido de una comunidad periodística cada vez más amplia, más integrada, más solidaria. Y dentro de este ámbito, ya no hay reportero, comentarista, fotógrafo o camarógrafo que se sienta solo, si en legítimo ejercicio de su profesión sufre agresiones físicas o morales, amenazas y cualquier otra suerte de manifiesta o larvada represión.”

* * *

Cada año, en estas fechas, publico la misma columna. Sólo actualizo el tiempo transcurrido y añado alguna reflexión. Es la machacona esperanza de que algún día sabremos la verdad sobre el asesinato de Manuel Buendía Tellezgirón: quién tomó la decisión, quién organizó el operativo, quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo; quiénes protegieron –o eliminaron- a los pistoleros.

¿Los que han purgado condenas por el homicidio son realmente los responsables? Un juez así lo consideró y al parecer habría otros motivos para mantenerlos en prisión. El supuesto autor material niega su participación y el sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del periodista fue parte de un complot que por supuesto nadie está en condiciones de probar.

Si no ley, una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo. Y los de los periodistas jamás, ni en el primer ni en el tercer mundo. Acá nos preguntamos quién mató a Buendía. En Estados Unidos se preguntan quién mató a George Polk.

Es notable, pero nada asombrosa, la estupidez de quienes creen que mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social. Una y otra vez el resultado es, para ellos, contraproducente. Porque la memoria y la palabra no pueden ser asesinadas: Manuel Buendía se transformó en un símbolo cuando aún no exhalaba el último aliento, lo mismo que Polk.

Ese símbolo es el del columnismo que sirve a la sociedad y no a quien se cree dueño del espacio en los diarios. Un día don Manuel escribió: “No entiendo un periodismo sin ideales. Ni el reporterismo, ni la entrevista, ni el reportaje, ni el artículo, ni la crónica, ni el editorial, ni mucho menos géneros de tan comprometido ejercicio como la columna, pueden llevarse a cabo sin un ideal ¿cuál es ese ideal? Servir a nuestro país con los recursos del periodismo”.

Por fortuna en la historia encontramos ejemplos de esta forma de pensar. Walter Lippmann fue considerado el columnista más influyente entre los lectores norteamericanos durante más de 30 años. Hombre complejo, tenaz y brillante, tuvo, como Buendía, la conciencia de que su oficio estaba investido de la grave responsabilidad que da el foro público. Durante la dramática campaña presidencial estadounidense de 1940, al ser cuestionado sobre su posición política, tomó la oportunidad para una definición: “Los columnistas que se echan a cuestas la tarea de interpretar los hechos sociales no deben verse a sí mismos como personajes públicos frente a un electorado frente al cual son responsables”. Y en su columna Today and Tomorrow del New York Herald Tribune escribió:

“Me parece que cuando el columnista se ve a sí mismo como una personalidad pública, más allá del valor intrínseco y la integridad de lo que se publica bajo su firma, deja de razonar con la claridad y la objetividad que sus lectores tienen el derecho de esperar de él. Cual un político, adquiere una imagen pública que él mismo llega a admirar. Entonces comienza a preocuparse por preservarla y mejorarla. Y entonces su vida personal, su autoestima, sus lealtades, sus intereses y ambiciones se vuelven indistinguibles de su juicio sobre los hechos sociales.

“En treinta años de periodismo creo haber aprendido a conocer los despeñaderos de la profesión. Y dejando de lado las formas más toscas de la corrupción –como el beneficiarse de información confidencial, exaccionar favores a quienes tienen el poder para darlos y hacerse esclavo de la moda- la más insidiosa de todas las tentaciones es creerse a sí mismo un actor público en el escenario de la sociedad más que un atento escritor de artículos periodísticos sobre algunas de las cosas que suceden en el mundo.

“Mi postura es que escribo sobre asuntos sobre los cuales creo tener algo que decir, pero como persona no soy nadie de particular importancia. No soy un consejero áulico o un asesor general de la humanidad, y ni siquiera de aquellos que ocasional o frecuentemente leen lo que escribo. Éste es  el código que sigo. Lo aprendí de Frank Cobb, quien durante el largo año de su agonía una y otra vez me aleccionó sobre el hecho de que más periodistas habían sido arruinados por la egolatría que por el licor. Y él había tenido la oportunidad de estudiar los efectos de ambas clases de intoxicación.

“El escritor individual no es un personaje público; o por lo menos no debería serlo. Tampoco es una institución ni el repositorio de la ‘influencia’ ni del ‘liderazgo’. Es un reportero y un comentarista que pone ante sus lectores sus hallazgos sobre los temas que ha estudiado y así deja las cosas. No puede abarcar el universo, y si comienza a imaginar que ha sido llamado a tal misión universal, pronto dirá menos y menos sobre más y más cosas hasta que finalmente comience a decir nada sobre todo”.

* * *

Después de esta luminosa cita de Lippmann, reproduzco mi columna de cada año:  

Hace 31 años murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.

Aquel 30 de mayo de 1984 fue miércoles. Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se ha hecho sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México, y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto. Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.

El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida de la capital. El crimen, frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una advertencia. Las fotografías del cadáver de Buendía sobre la acera dieron la vuelta al país y al mundo: en aquel México, tal era el fin que aguardaba a los practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.

Veintiocho años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros puentes. Hoy reconfirmamos que la muerte de Buendía fue ejemplar, pero no en el sentido en que quisieron sus asesinos. Un instante después de la primera oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó el compromiso con la libertad. Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional y personal. Don Manuel sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma.

Recuerdo a Buendía de muchas formas. Su cálida amistad y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad. Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos profesionales. Una vez escribió: “Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: ‘Hoy he descubierto algo importante, pero... ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!’”

Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: “El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas.

“Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de moda.

“Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos.

“Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo -por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora; y para nosotros ser significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera.

“Mi homenaje, pues, a tantos colegas que no alcanzan fama ni honores, pero que jamás han desertado del deber profesional un solo día”.

Hay hombres que forjan sus propias leyendas. En el periodismo de vez en cuando surgen figuras que rompen los moldes no como un reto, sino porque ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue de esa estirpe. Lo recordamos siempre.

Manuel Buendía fue asesinado seis meses después de publicado su libro La CIA en México. Mi ejemplar tiene una hermosa dedicatoria en la recia letra de su autor: “Para Miguel Ángel, cuyo afecto para mí se vuelve fortaleza de ánimo en la lucha cotidiana de un combatiente por México”.

Más de tres décadas después, don Manuel Buendía no descansa en paz. Su muerte clama justicia, pero su ejemplo nos sigue iluminando.

 

 

 

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¡Nunca más!

 

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

 

Juego de ojos

 

 

“La vida se detuvo ayer en Israel durante dos minutos en las calles, oficinas y escuelas, para rendir un tributo silencioso a los 6 millones de víctimas judías del nazismo, en el Día del Holocausto. A las 10 de la mañana (hora local) los coches, el tranvía de Jerusalén, los autobuses y también los peatones quedaron inmóviles durante 120 segundos para participar en este homenaje colectivo. Asimismo, todas las cadenas de radio y de televisión que difundían desde el miércoles testimonios, documentales y películas sobre el genocidio interrumpieron su programación. Cerca de 189 mil personas que lograron escapar del horror nazi viven hoy en el Estado Israelí” (La Jornada, 17 de abril).

 

En el verso de Martin Niemöller –quien antes de ser pastor luterano comandó un submarino y apoyó al nazismo en sus inicios- una voz que parece haber perdido la esperanza nos amonesta: Primero vinieron por los judíos / y no dije nada / porque yo no era judío. / Luego vinieron por los comunistas / y no dije nada / porque yo no era comunista. / Luego vinieron por los sindicalistas / y no dije nada / porque yo no era sindicalista. / Luego vinieron por mi / pero ya no quedaba nadie / para hablar por mi.

 

El silencio y la ceguera inducida o voluntaria casi siempre han ido de la mano de grandes atrocidades. Los bombardeos en Camboya; los campos de aniquilamiento del Khmer Rojo; las limpiezas étnicas en los Balcanes, en Burundi, en Etiopía, en Uganda; la política británica de tierra quemada en Sudáfrica; el Holocausto; la represión del pueblo palestino. En estos episodios, de entre una lista que llenaría cientos de páginas, el silencio y el ver hacia otro lado fue una constante. Las primeras noticias de los campos de concentración nazis fueron relegadas a pequeños espacios interiores por los editores judíos del New York Times para no dar la impresión de que eran manipulados por la propaganda.

 

En la última semana de abril conmemoramos los “días del recuerdo” del Holocausto. Creo que todo el año debiera serlo. Debemos aprender del pasado. Hay que prohibir el olvido. En el Yad Vashem de Jerusalén, en el Museo del Apartheid en Johannesburgo, en los memoriales en Riga, Auschwitz, Mauthausen; en el testimonio del Gulag soviético; en el recuerdo de los Laogai de la “revolución cultural” china, está la memoria que es la única defensa contra las bestialidades en las que nuestra especie incurre cíclicamente y “justifica” con las más terribles doctrinas.

 

Al revisar los archivos, descubro que desde 1933, aquí y allá, en diarios locales de poca circulación, se dieron noticias que debieron haber sido como focos rojos; compruebo una vez más que las hemerotecas son como dedos acusadores.

El 2 de abril de 1933 el Charleston Gazette publicó: “En Alemania, día de boicot contra judíos”, dando cuenta de movilizaciones de camisas pardas que pintaron leyendas como “Peligro, tienda judía” y “Cuidado con el judío”, junto con calaveras y huesos cruzados, en comercios.

 

The Sheboygan Press del 27 de noviembre de 1935 llevó la nota: “Hitler asegura que Alemania es el dique contra el comunismo”, con declaraciones del canciller en el congreso de Núremberg que votó las leyes raciales que prohibieron el matrimonio entre judíos y no judíos y despojaron de derechos civiles a los alemanes con sangre judía. “Esta legislación no es antijudía; es pro alemana”, dijo el cabo demencial.

 

“Ordenan cesar la violencia contra los judíos en Alemania” fue el titular del Edwardsville Intelligencer del 10 de noviembre de 1938. En la nota se lee que el médico norteamericano Lawrence K. Etter y varios noruegos, suizos y daneses, fueron llevados a la comisaría por tratar de tomar fotos y filmar a la turba nazi que se dedicó a destruir comercios y sinagogas, además de arrestar a miles de judíos “para protegerlos”.

 

En el Circleville Herald del 21 de febrero del 41 apareció la información de que todos los judíos vieneses serían deportados a Lublin, Polonia, en doce corridas mensuales de trenes especiales. En Lublin se estableció el campo de concentración de Majdanek.

 

“Terror y muerte para judíos alemanes” fue el título del reportaje firmado por Pierre J. Huss en el Lowell Sun el 27 de enero del 42: “Una noche pasé por la sinagoga de la Fasanen Strasse (destruida por los nazis en noviembre del 38). Vi un conjunto de camiones y pensé que estarían instalado en las ruinas una batería antiaérea. En la oscuridad escuché gemidos y voces que daban órdenes. Regresé para averiguar. Por accidente me había topado con una de las primeras concentraciones de judíos en sus antiguas sinagogas para de ahí ser llevados a los guetos de Galicia. El sistema de Martin Bormann para liquidar a los judíos era tan eficiente como inhumano. Noche a noche alrededor de las 11, escuadrones volantes de la Gestapo salían por la ciudad para sacar de sus hogares a familias judías”.

 

El 29 de noviembre del 43, The Gleaner dio cuenta de la masacre de siete mil judíos en Babi Yar, en las afueras de Kiev, en represalia por supuestos atentados contra las tropas nazis que avanzaban al Don y al Volga. “Los alemanes obligaron a prisioneros rusos a cubrir los cuerpos de los ejecutados. Muchos estaban vivos, de tal suerte que la tierra se movía en la fosa”.

 

Un año después, el Galveston Daily del 26 de noviembre anunció el reconocimiento oficial de las atrocidades: “Funcionarios estadunidenses describen asesinatos masivos de los nazis”. La nota es un testimonio de las condiciones en los campos de Auschwitz y Birkenau: “Es innegable que los alemanes han asesinado a millones de civiles sistemática y deliberadamente”.

 

El 30 de abril del 45 en el Herald Press apareció la noticia de que el ejército norteamericano había liberado a 32 mil “muertos vivientes” en Dachau y el Gleaner del 21 de noviembre siguiente publicó a ocho columnas: “Comienza el juicio de los principales criminales de guerra nazis”. Exactamente 70 años después, el martes 21, en Luneburgo, Alemania, Oskar Gröning, de 93 años, fue llevado ante un tribunal acusado de complicidad en 300,000 homicidios, como “contador” del campo de concentración de Auschwitz. El anciano pidió perdón a las víctimas, algunas presentes en la sala.

 

 

 

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                 Señor y esclavo de la palabra


 

 

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

 

Juego de ojos

 

 

Este mes se conmemora el medio siglo de la muerte de uno de los hombres emblemáticos de la historia contemporánea. Durante los últimos veinte años de su vida Winston Churchill fue aclamado como el más grande inglés de su tiempo y a su muerte, el 24 de enero de 1965 a los 91 años de edad, millones de seres humanos le guardaron luto en todos los rincones de la tierra. Con su nombre se han bautizado desde buques de guerra hasta cigarrillos; los libros sobre su vida y obra podrían llenar una biblioteca; la televisión y el cine lo estelarizaron; los cuadros que pintó se venden a precios exorbitantes en las galerías más afamadas y sus frases y dichos han sido inmortalizadas en letras de bronce en recintos cívicos en todas las latitudes.

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Winston Churchill es sin duda una de las figuras más importantes del siglo XX. Su vida política se extendió de 1911 a 1955, cuarenta y cuatro agitados años durante los cuales el mundo se vio envuelto en dos guerras mundiales y las relaciones geopolíticas dieron un giro de 180 grados. Dos veces ministro de la Marina (Primer Lord del Almirantazgo), Ministro para Pertrechos de Guerra, Ministro del Interior, Ministro de Hacienda, dos veces Primer Ministro e miembro de la Cámara de los Comunes tanto por el Partido Liberal como por el Conservador.

Fue también soldado y periodista. En marzo de 1916 en el frente occidental una granada alemana estuvo a punto de alcanzarlo. “Diez metros más a la izquierda –escribió a Clementine, su esposa- y hubiera sido el fin de una vida de altibajos, el obsequio final e inapreciado para un país malagradecido”.

Orador compulsivo y escritor enorme y prolífico, dejó, según la azorada reflexión de David Cannadine, “Una incomparable e intimidante montaña de palabras”. Según las cuentas de este editor, entre 1900 y 1955, Churchill pronunció en promedio un discurso a la semana: ocho volúmenes con más de cuatro millones de palabras.

En 1953 Churchill recibió el Premio Nobel, mas no por su extraordinaria carrera como estadista, sino por su obra literaria. He aquí a un varón notable en todos los sentidos, incluyendo los excesos y las pasiones, cuya infancia y juventud, sin embargo, no fueron preludio de nada sobresaliente. Al contrario, fue un niño enfermizo y torpe, nada brillante y rechazado por sus compañeros de escuela. Era bajo de estatura, más bien jorobado, de andar torpe, piel delicada, mentón débil y cintura generosa. Y como si todo eso no fuera desgracia suficiente, tartamudo.

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Winston Leonard Spencer Churchill nació en 1874 en el palacio Blenheim de Oxfordshire, al oeste de Londres, hijo del político conservador Lord Randolph Churchill y de la norteamericana Jennie Jerome. Fue descendiente directo de John Churchill, primer duque de Marlborough (1650-1722) y tuvo una infancia solitaria criado por su nana, la señora Everest. Recibió instrucción en la escuela Harrow, en donde fue una medianía. Lo admitieron en el colegio militar de Sandhurst después de presentar tres veces el examen de admisión y causó alta en el Cuarto Cuerpo de Húsares en 1895, el año en que su padre murió.

Winston fue ejemplo –en una expresión que me gusta repetir a riesgo de caer en el odiado lugar común- de una permanente autoconstrucción interna. Es decir, esa capacidad que todos llevamos pero que pocos ejercen, que nos permite crecer emocional e intelectualmente sin cesar. Algo así como el aprendizaje y la educación permanente. Creo que Winston Churchill es el ejemplo más acabado de ello. Para ser estadista tuvo que ser orador. Para ser orador no podía ser tartamudo... ergo, superó ese impedimento a pura fuerza de voluntad.

En la constelación de nombres y hazañas que pueblan la historia de la Pérfida Albión, Winston Churchill es quizá el más conocido y uno de los que más evocan la imagen del sacrificio generoso, la valentía ante la adversidad y el amor férreo a la patria, virtudes acentuadas por una elocuencia magnífica y fijadas en una prosa dura y limpia como metal bruñido.

Por eso resulta un tanto asombroso e incómodo, al recordar las virtudes de este hombre, contrastarlas con el juicio que mereció de sus compatriotas durante una buena parte de su carrera: Inflado, huero, superficial, ofensivo, insensible, administrador mediocre, inestable... parece que los adjetivos críticos fueron tan abundantes en su vida como los elogiosos son hoy a su memoria.

David Cannadine, editor de un volumen de sus discursos, juzga que “Parte del problema fue que lo mismo exuberante de su retórica y la desconcertante facilidad con que la aplicaba a causas diversas e incluso contradictorias, sirvió para reforzar la sensación difundida desde muy temprano en su carrera y hasta bien entrada la década de los cuarenta, de que era un hombre de temperamento inestable y juicio defectuoso, sin pizca del sentido de las proporciones [...] Además, la prosa bruñida de Churchill frecuentemente asestaba grandes ofensas y reforzaba otra crítica extendida: que era por completo insensible a los sentimientos de los demás [...] Como una vez dijo Attlee, ‘el señor Churchill es un gran amo de las palabras, pero es algo terrible cuando el amo de las palabras se convierte en un esclavo de ellas, porque nada hay tras esas palabras, sólo son palabras de ofensa’ [Su oratoria] con frecuencia sonaba falsa, vana, pomposa e inflada [...] Después de escucharlo, una mujer opinó que era ‘un ridículo hombrecillo, detestable cual actor cómico’, con sus brazos cruzados, ‘su mechón alborotado y su vocecilla de teatro popular’.

Conozco a mujeres y hombres que aún recuerdan con emoción las arengas de Churchill transmitidas por la bbc, y su tono de voz más bien apagado que contrastaba con las ideas certeras y las metáforas deslumbrantes de sus discursos. ¿Cómo construir la capacidad de decir tantas cosas en tan pocas palabras? Sólo los verdaderos estadistas tienen ese don. El 18 de junio de 1940, en una de las horas negras de la nación, en vísperas de la “Batalla de Inglaterra”, con el sombrío sentimiento de que el pueblo inglés llevaba a sus espaldas todo el peso de la agresión nazi, Winston se dirigió a la Cámara de los Comunes en una alocución memorable:

“Seamos fuertes en nuestro deber, y con tanta fortaleza, que si el Imperio Británico y el Commonwealth existen dentro de mil años, la humanidad siga diciendo: Éste fue su mejor momento.”

Dos meses después, el 20 de agosto, ya con las bombas alemanas cayendo día y noche sobre el país, de nuevo subió a la tribuna para expresar magistralmente el sentimiento de la nación hacia el puñado de bravos pilotos de combate que defendían los cielos de la Patria:

“Nunca antes en el campo del conflicto humano, tantos debieron tanto a tan pocos.”

El Diccionario Oxford de Citas Célebres consigna 54 referencias a Churchill, lo que lo coloca en el nivel de los clásicos de la antigüedad. Y la lectura así sea a vuelapluma de sus discursos es un viaje de asombros por su capacidad para construir imágenes siempre sugerentes, con frecuencia deslumbrantes y en ocasiones hilarantes. Algunas tomadas al azar:  “Los imperios del futuro serán los imperios del espíritu” (6 de septiembre de 1943);  “Desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, una cortina de hierro ha descendido a lo largo del continente” (5 de marzo de 1942); “Si Hitler invadiera el infierno, hablaría a favor del diablo en la Cámara de los Comunes” (11 de noviembre de 1940).

Su sentido del humor también fue legendario. Según recordó su hijo en una entrevista con la bbc en 1992, durante una estancia como huésped en la Casa Blanca, salió de la regadera -se imaginará usted en qué atuendo- y se encontró de frente al presidente Roosevelt. Sin inmutarse, Churchill expresó: ¡El Primer Ministro no tiene nada que esconder al Presidente de los Estados Unidos!”

Otra anécdota que se popularizó con otros personajes y otros ingredientes, se debe a la memoria de Consuelo Vanderbilt. En una reunión, Churchill se topó con Nancy Astor, con quien tenía un mutuo desagrado. Con fingida sonrisa y agudo sonsonete, la mujer le dijo: “Milord, si yo fuera su esposa… le pondría veneno en su café…” A lo que respondió el político: “Señora, si yo fuese su marido... ¡lo bebería!”

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla.