Cortés strikes back!
Miguel Ángel Sánchez de Armas
Miguel Ángel Sánchez de Armas
Caro pagué mi servicio a la República (de las letras hispánicas) al revelar el plan secreto de la madre academia para sojuzgar, cual neo Gran Armada (lingüística), a las antiguas colonias.
En mi buzón electrónico no cabe un mensaje más. Dardos de iracundos hispanistas me punzan por doquier. “¡Infame!”, clama uno. “¡Mentecato!”, dice otro. “¡Proyanqui hijo de Bush!”, grita el de más allá. El pudor, la prudencia y el temor a la Ley de Imprenta me impiden compartir con mis lectores el contenido de tales invectivas. Mi calvario no lo alivian algunas esquelas de apoyo, como la de P.: “Por Dio, ha sido la cosa ma irreberete y decididamente ma grasiosa que e leio ... jajajaja .... casi me orino de la rrisa ... ere jenial!”; o la de R., quien se limita a un lacónico: “Está muy chistoso, aunque difícil de leer”.
Hubo quien no se escudó en el anonimato y de viva voz me reprendió, como mi cuata la Pecatriz. Apenas levanté el auricular, espetó: “¡Óyeme, tal por cual! ¿Qué no sabes que hasta García Márquez está de acuerdo en las modificaciones que, según tú, son parte de una conspiración? Estás operado del cerebro, papacito”. Amoscado respondí que dudaba mucho que el celebrado Nóbel compartiera esa corriente, y más bien le aconsejé no andar diciendo tales sandeces en público para que no se le fuera a confundir con la versión femenina de nuestro culto ex Presidente. Para muina mía, me hizo llegar un discurso del novelista en el que textualmente se lee:
“…simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”
Mis cultos lectores habrán visto de inmediato que poco parentesco hay entre estas razonables propuestas y la conspiración de la madre academia, pero eso no hay quien se lo haga entender a la Pecatriz. Sé de buena fuente que frente a su legión de seguidores se pavonea por haberme puesto una vez más en mi lugar. Como no he vuelto a saber de ella, no puedo informarle que más de dos siglos antes que el colombiano, el gran Benjamín Franklin ya había pensado lo mismo con respecto a a la lengua de don William (Shakespeare).
Lo sé gracias al afamado lexicólogo Noah Webster (el mismo del tumbaburros que consultábamos en la clase de inglés). En 1789 escribió: “[Franklin] inventó un nuevo alfabeto fonético en su quijotesca búsqueda para simplificar la ortografía inglesa. Inventó seis nuevas letras [para las que no había tipos de imprenta y eliminó otras tantas que consideró superfluas]”.
Es fácil comprender por qué no tuvo éxito aquella reforma. Véase este ejemplo que parece tomado de un episodio de la tira cómica “Los Miserables” de Patricio: “Kansider chis alfa-bet, and giv mi instances af syts Inlis uyrds and saundz az iu mee... hink kannat perfektlyi bi eksprest byi it”.
No pienso traducir. Que la Pecatriz y su pandilla se hagan bolas.
sanchezdearmas@gmail.com
(13.3.07)
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