Año nuevo
Miguel Ángel Sánchez de Armas
Miguel Ángel Sánchez de Armas
Es fascinante la capacidad que tenemos para el optimismo. No importa que la vida nos haya triturado a punto de pinole, el primero de enero amanecemos con la convicción de que el Año Nuevo será mejor, un borrón y cuenta nueva que en ocasiones dura hasta el siguiente diciembre pero otras veces no sobrevive al Día de Reyes. Es la condición humana y bendito que así sea. Cuando la esperanza se termina se lleva consigo a la vida. Nada como una luz al fondo del túnel...
Y como yo soy también un débil mortal, ofrezco a mis lectores, como cada nuevo año, el texto que redacté hace ya bastante tiempo. Un abrazo y mis mejores deseos.
“Intrigante, esto de las costumbres. Por ejemplo, ¿alguien me podría decir por qué apenas comienza y ya estamos contando los días para el final del año? En el momento en que escribo, según mis cálculos, faltan 357 días, u 8 mil 547 horas, o 514 mil 498 minutos, o 30 millones 869 mil 884 segundos para que doblen las campanas por el 2007 y entonemos las fanfarrias por el 2008. ¿A quién diablos le importa eso? ¡Pues hay libros y cientos de páginas electrónicas dedicadas a tal cálculo!
“La celebración del Año Nuevo no es occidental y tampoco ha sido siempre el primer minuto del primero de enero. Fueron los antiguos babilonios los que iniciaron el rito hace unos cuatro mil años para conmemorar el nacimiento de la vida con la primera luna nueva del Equinoccio Vernal (también conocido como Equinoccio de Aries o, para los más conservadores, Equinoccio de Primavera). Esta tradición fue heredada por los romanos, pero los emperadores le metían mano al almanaque con tanta frecuencia que pronto se desfasó del paso del sol. Julio César, en el 46 a.C., publicó su Calendario Juliano y la volvió al primero de enero -aunque para compensar los caprichos de sus antecesores tuvo que dejar al año anterior durar 445 días.
“Durante los primeros siglos de nuestra era la Iglesia declaró la fiesta como rito pagano y la prohibió hasta entrada la Edad Media, cuando la costumbre (¡otra vez!) se impuso. Algunas denominaciones conmemoran el primero de enero la Circuncisión de Cristo.
“Cuando Hernán Cortés llegó a México, el calendario azteca acababa de ser reformado para ser de 365 días e intercalar un año bisiesto. El año empezaba el día 1 de Atlacalmaco, que coincidía con nuestro 1 de marzo.
“El Año Nuevo Lunar es la más importante festividad para los chinos. La tradición dice que durante el último día del año, Nian, una feroz bestia, desciende a la tierra a devorar a los hombres. Sólo la alejan el color rojo y el ruido de cohetes y los fuegos artificiales. Así que en las ciudades chinas esa noche todo mundo pega adornos rojos en las puertas, prende antorchas y echa palomas y buscapiés. A la mañana siguiente la gente se saluda con un “gong si” que en chino quiere decir “¡felicidades!”, por haber mantenido a raya a Nian un año más. Además dan a cada año el nombre de un animal. 2006 es el Año del perro.
“En el Japón el shogatsu es la celebración más importante del año y dura del 1 al 3 de enero. Los hijos del Sol Naciente creen que cada año es un nuevo comienzo, así que se apuran a cumplir con todos los deberes antes de que termine (igualito que el “mañana” y el “ahí se va” nuestro) y celebran el bonekai o “fiesta del olvido”, para despedir a los problemas y preocupaciones del año anterior. Esa noche hay la tradición de echar a volar las campanas de los santuarios. Quizá algunos lectores recuerden el párrafo iniciar de Lo bello y lo triste de Yasunary Kawabata: “Viajé a la ciudad de ... porque tenía nostalgia de escuchar las campanas del templo...”
“Los pueblos tienen diversas celebraciones para recibir el nuevo ciclo. Algo generalizado es la costumbre de dar regalos, vestir ropa especial, adornar las casas, celebrar fiestas y ofrecer propósitos. Entre nosotros no falta quien prometa dejar de fumar, bajar de peso, leer un libro, hacer ejercicio o ejercer al límite de lo posible la fidelidad. Los babilonios tenían como propósito favorito el regresar aperos de labranza prestados.”
¿Para qué sirve la literatura? VI. Conocí a Paco Morosini y lo entrevisté en mi programa “Al cuarto para las doce”. No fuimos amigos y entiendo que no era yo santo de su devoción, pero lo recuerdo con afecto y me dolió su prematura partida. Morosini fue el único veracruzano que sabía de la existencia de Angangueo, la legendaria metrópoli en donde se fundó el Ateneo homónimo, y ante las cámaras dio fe de que aquel lugar no era un invento mío. Francisco deja muchos amigos y alumnos. Y ahora que el gobierno del estado anuncia un homenaje a su memoria, me permito sugerir que la edición de su obra sería el mejor tributo de sus paisanos. Descanse en paz.
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