Las imágenes en nuestra mente



Miguel Ángel Sánchez de Armas




Me hace gracia que si hace ya 85 años Walter Lippmann lo expresó en términos que entienden incluso los sociólogos (y uno que otro columnista “político”) y Sócrates lo ejemplificó puntualmente con su Alegoría de la caverna 470 años antes de Cristo, el cómo los medios influyen o no en la conducta de los ciudadanos (léase “electores”) sigue siendo hermética pura al entendimiento de la clase política.


Así que a petición de algunos lectores, hoy me propongo contribuir a la cultura mediática de nuestros Padres de la Patria con extractos del singular texto de Lippmann, publicado en 1922, en traducción libre mía. Vale

“Hay una isla donde en 1914 vivían algu­nos ingleses, franceses y alemanes. No había comunicación por cable submarino y un carguero inglés arribaba cada dos meses. En septiembre de aquel año no había llegado y los isleños aun comentaban el último periódico con noticias del próximo juicio de la señora Caillaux, la asesina de Gastón Calmett. Así que a mediados de mes la colonia entera esperaba en el muelle para oír de boca del capi­tán cuál había sido el veredicto. En cambio supieron que desde hacía más de seis semanas, quienes eran ingleses y franceses estaban en guerra con aquellos de origen alemán.

Durante seis extrañas semanas se ha­bían comportado como amigos, cuando en realidad eran enemigos (...)

“En retrospectiva vemos cuán indirecto es nuestro conoci­miento del ambiente en el que vivimos. Las noticias nos llegan a veces con rapidez, otras veces con lentitud, pero tomamos lo que creemos es la imagen verdadera por el ambiente auténtico. Resulta más difícil aplicar esto a las creencias que ­modulan nuestra conducta, pero en lo que se refiere a otros pueblos y al pasado, creemos que es fácil saber cuándo se to­maba absolutamente en serio lo que sólo eran imágenes ridículas del mundo. Gracias a nuestra visión a posteriori, insistimos en que el mundo, tal como deberían haberlo conocido esos pueblos, y el mundo tal como en efecto lo conocieron, fueron a menudo dos cosas completamente contradictorias (...).


“Incluso durante su vida, los grandes hombres son conocidos por el público a través de una personalidad ficticia. De ahí el grano de verdad en el dicho: ‘ningún hombre es un héroe para su valet’(...)


“Nuestra primera preocupación al tratar con ficcio­nes y símbolos es olvidar el valor que representan para el orden social existente y ubicarlas simplemente como un componente importante de la ma­quinaria de la comunicación humana. Ahora bien, en cualquier so­ciedad que no esté totalmente centrada en sus propios intereses y no sea tan reducida como para que cada uno de sus integrantes esté al tanto de todos los hechos, las imágenes tratan de sucesos le­janos y difíciles de comprender (...).


“El verdadero ambiente es demasiado vasto, complejo y fugaz como para conocerse directamente. No estamos preparados para tratar con tanta sutileza, tanta variedad, tantas permutaciones y combinaciones. Y aunque debemos actuar en ese medio, tenemos que reconstruirlo sobre un molde más sencillo antes de poder operar sobre él (...).


“El estudioso de la opinión pública debe comenzar por reconocer la relación triangular entre la escena de la acción, la representa­ción humana de dicha escena y la respuesta del hombre a esa representación que se manifiesta en la escena de la acción. Vendría a ser una comedia sugerida a los actores por sus propias experien­cias, pero cuya trama se desarrolla en la vida real de los actores y no sólo en sus papeles (...).


“La opinión pública trata con hechos indirectos, invisibles y enmarañados en los cuales nada es evidente. Las situaciones a las cuales se refiere se conocen sólo como opiniones.


“El mundo con el cual debemos tratar políticamente se encuentra fuera del alcance de la vista y de la mente. Debe ser explo­rado, divulgado e imaginado. El hombre no es ningún dios aristotélico que abarca toda la vida de un vistazo, sino la criatura de una evolución, y apenas puede abarcar la porción de realidad suficiente para sobrevivir, arrebatando lo que en la escala del tiempo no son más que unos minutos de discernimiento y felici­dad. Sin embargo, esta misma criatura ha inventado maneras de ver lo que es imposible ver a simple vista, de escuchar lo que ningún oído puede oír, de pesar masas inmensas o infinitesimales, de contar y separar más elementos de los que puede recordar indivi­dualmente. Está aprendiendo a ver con la mente vastos sectores del mundo que antes no podía ver, tocar, oler, oír o recordar. Poco a poco se hace una imagen mental fidedigna del mundo que no alcanza.


“En general llamamos asuntos públicos a aquellos rasgos del mundo exterior que tienen algo que ver con el comportamiento de otros seres humanos en la medida en que ese comportamiento se cruza con el nuestro, depende de nosotros o nos resulta interesan­te. Las imágenes mentales de estos seres humanos, las imágenes de ellos mismos, de los demás, de sus necesidades, propósitos y relaciones, constituyen sus opiniones públicas. Aquellas imágenes, influidas por grupos de personas o por individuos que actúan en nombre de grupos, constituyen la Opinión Pública, con ma­yúscula (...)”


Señoras y señores, como dice mi santa y venerada abuela: “Quienes tengan ojos, que vean; quienes tengan oídos, que escuchen”. Tan tan.


sanchezdearmas@gmail.com