Rarezas de la historia


Miguel Ángel Sánchez de Armas




Una de mis citas favoritas es del filósofo norteamericano de origen español George Santayana: “Quien no conoce la historia está condenado a repetir sus errores”. Alguna vez al hablar de cierta condición patológica de la clase política lo parafraseé así: “Quien conoce la historia seguramente va a repetir sus errores”.


Don George nació en Madrid el 16 de diciembre de 1863 y fue bautizado como Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana. Pasó la infancia en Ávila y muy joven sus padres lo llevaron a Boston. Estudio en Harvard y se doctoró en Cambridge. Fue un afamado maestro entre cuyos discípulos estuvieron T. S. Elliot, Gertrude Stein, Wallace Stevens, Walter Lippmann y H. A. Wolfson. Escribió su gran obra filosófica y su única novela en inglés. Y aunque se cambió el nombre, nunca renunció a la ciudadanía española. Murió el 26 de septiembre de 1952 en Roma.


El pensamiento de Santayana siempre me acompaña. Fue un día luminoso aquél en que descubrí La vida de la razón. Las reflexiones más profundas, las que más nos mueven y transforman nuestras vidas, suelen ser de una apabullante sencillez, verdades por sí evidentes: “Quien no conoce la historia está condenado a repetir sus errores”. Si aplicamos esto tanto a nuestra vida personal como al mundo que nos rodea, el caos aparente comienza a ordenarse.


Es fascinante el sentido histórico, entre otras razones porque de vez en vez nos revela escalofriantes coincidencias que no parecen tener explicación razonable, salvo quizá que obedecen a lo voluble y torcido de la condición humana. Por ejemplo, los paralelismos macabros en las muertes violentas de personajes públicos. Entre muchos casos, citaré dos, Polk – Buendía y Lincoln – Kennedy (éste compartido por Cristóbal Montaño).


George Polk y Manuel Buendía fueron periodistas incómodos. El primero fue asesinado a tiros el domingo 16 de mayo de 1948 y el segundo el miércoles 30 de mayo de 1984. Atención al mes y año. A Polk lo echaron a la bahía de Salónica. A Buendía lo dejaron sobre la acera de una gran avenida.


Ambos fueron eliminados por las mismas razones: el periodismo de Polk le colocó en la mira de todos los bandos en una guerra fría; el periodismo de Buendía le colocó en la mira de todos los bandos en otra guerra fría. Los colegas de Polk pusieron el grito en el cielo, organizaron una comisión ad hoc y fundaron un premio con su nombre. Los colegas de Buendía pusieron el grito en el cielo, organizaron una comisión ad hoc y fundaron un premio con su nombre. Al día de hoy los asesinatos permanecen sin aclarar, aunque en ambos casos algunos presuntos responsables fueron encarcelados.


Las vidas de Abraham Lincoln y de John F. Kennedy tienen un asombroso paralelismo. Lincoln fue elegido al congreso en 1846 y Kennedy en 1946. Lincoln fue elegido Presidente en 1860 y Kennedy en 1960. Ambos fueron promotores de los derechos civiles. Las esposas de ambos perdieron hijos cuando todavía estaban en la Casa Blanca. La secretaria de Lincoln se apellidaba Kennedy y la secretaria de Kennedy, Lincoln.


Ambos fueron asesinados en viernes de tiros a la cabeza, Lincoln en un teatro llamado Ford y Kennedy en un auto Lincoln fabricado por la Ford. Sus sucesores fueron sureños con el mismo apellido: Andrew Johnson, que reemplazó a Lincoln, nació en 1808. Lyndon Johnson, que reemplazó a Kennedy, nació en 1908.
Los dos criminales eran sureños. John Wilkes Booth, el asesino de Lincoln, nació en 1839. Lee Harvey Oswald, el asesino de Kennedy, nació en 1939. Ambos eran conocidos por sus tres nombres, algo no muy común en la cultura norteamericana. La suma de las letras de ambos nombres da el mismo número: 15. Ambos fueron a su vez asesinados antes de ir a juicio.