Nosotros, los periodistas

Miguel Ángel Sánchez de Armas



En Washington, la semana pasada, escuché exposiciones y conversé con algunas de las figuras prominentes del establisment periodístico de la capital de la nación norteamericana, profesionales cuyo trabajo tiene una consecuencia tanto en el público como entre el gremio. La constante en el ánimo de estos colegas es muy parecida, por no decir idéntica, a la que a muchos nos mueve acá en este lado de la frontera: ¿Qué pasa con nuestra profesión?


Este “qué pasa” tiene que ver con el quehacer de los profesionales llamados periodistas, claro, pero en primer término con el lugar que los medios tradicionales ocupan en un mundo transformado por las nuevas tecnologías de comunicación y una dinámica de poderes que cambia y se reajusta (cuando no se reinventa) prácticamente al ritmo de las manecillas del reloj, o al impulso de la corriente de la nueva política dictada por los conflictos en el Medio Oriente.


Hellen Thomas es una leyenda por derecho propio. La diminuta y risueña decana de la “fuente” de la Casa Blanca ha sido el terror de los presidentes desde antes de Kennedy (sus malquerientes dicen que fue novia de Lincoln, pero ella responde con modestia que no tuvo ese honor). En un libro publicado hace un año (¿Vigilantes de la democracia?), en discursos y en conversaciones de reportero a reportero, dice con sencillez perturbadora que en el caso de Irak la prensa se convirtió en el perro faldero de la política “y la verdad se fue de vacaciones”.


Considera que muchos reporteros abandonaron un principio eje del oficio, el escepticismo, y al aceptar sin mayor cuestionamiento las increíbles versiones de la Casa Blanca, traicionaron la misión del periodismo. “Cuando se dieron cuenta de las consecuencias de su descuido, algunos se arrepintieron y buscaron refugio en “zonas de seguridad” –dice con un acento malicioso-, es decir universidades y centros de investigación.


“Llevamos cinco años en guerra –murmura mientras se frota las manos- y nadie nos puede decir por qué. No es moral invadir a un país que nada nos hizo”.
Le pregunté por qué los medios norteamericanos dan tan poco espacio a los asuntos de la vecina América Latina. Me miró con un dejo de conmiseración y sin perder el humor respondió: “Es que ustedes no están en guerra”.


Bill Moyers es otro crítico del belicismo estadounidense desde la trinchera de la televisión pública, en documentales que han sido por partes iguales premiados y atacados. Para él, el asunto es muy sencillo: “El silencio es sedición. El periodismo, un pasaporte al mundo de las ideas. Las noticias, lo que usted y yo necesitamos para mantener nuestras libertades”.


Moyers sabe muy bien de lo que habla. Fue jefe de prensa de Lyndon Johnson en su juventud desorientada y habitó el mundo de los “operadores de medios”. Conoce la capacidad de movilización de las estrategias oficiales. Aunque en medio de una carcajada precisa: “Pero en aquel tiempo nuestra credibilidad era tan baja ¡que ni nosotros dábamos crédito a nuestras propias filtraciones!”


John Walcott, director de la oficina de la cadena McClatchy en Washington, considera que el periodismo tiene ante sí el reto de ser “la mejor profesión en el peor de los tiempos” y cree llegado el momento de un gran debate público sobre el sentido que tienen los medios en la preservación de la democracia. “La verdad es que hemos abdicado del pensamiento crítico”, sostiene.


Estas son algunas pinceladas del estado de ánimo que percibí en el 90vo encuentro anual de la Asociación para la Enseñanza del Periodismo y la Comunicación, un organismo que reúne a profesores, a directores de facultades, a investigadores y a periodistas de América, Europa y Asia, en un ejercicio intelectual y profesional que tiene mucho de catarsis.


En siguientes entregas iré compartiendo con los lectores de JdO otras noticias y anécdotas del evento, al que asistí como profesor – investigador de mi universidad, la UPAEP – Puebla.



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