Robots y cucarachas
Miguel Ángel Sánchez de Armas
El camino al infierno del colaborador de un semanario está empedrado de tiempo. Analiza uno los hechos con toda seriedad y cuidado, se allega información privilegiada, consulta a los oráculos, establece sus predicciones, redacta el artículo, lo entrega dentro del plazo impuesto por la fría dictadura de la mesa de redacción y… ¡zaz!: justo cuando la publicación entra a prensas la situación da un giro de 180 grados y entonces se la pasa uno los siguientes siete días dando explicaciones de por qué las cosas no sucedieron como uno dijo que iban a suceder. Por esa y otras razones no compartiré con mis lectores mis juicios sobre el camino que seguirá nuestro país después de la jornada electoral del domingo pasado. En lugar de ello hablaré de robots y de cucarachas.
Durante la llamada “guerra del Golfo” atestiguamos el resultado del desarrollo tecnológico bélico. Vimos cómo desde la seguridad de un cuartel de mando unos atildados militares maniobraban misiles “inteligentes” y efectuaban operaciones “quirúrgicas” para eliminar a otros seres humanos sin que sus gemidos llegaran a perturbar a los operarios del terror tecnológico. Se cumplía así el vaticinio anticipado en 1977 por Orson Scott Card en Ender’s Game: en un futuro lejano, los humanos libran una guerra contra una civilización extraterrestre en los confines del Universo. Se elige a los niños mejor dotados y durante años se les entrena en la operación de una suerte de nintendo que en realidad controla a las naves que se baten con el enemigo, a años luz de distancia. La Humanidad triunfa gracias a las habilidades de juego de algunos chamacos.
Ya ni en México son novedad las máquinas robot que ensamblan autos y otros productos en las modernas plantas industriales. En la bioquímica, en la ingeniería y en otras ramas de la ciencia, muchos procesos son llevados a cabo por herramientas programadas. Es decir, por robots.
Ahora mismo, mientras usted lee este artículo que nada tiene que ver con la política (¿o sí?), un equipo científico del Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts, EUA, perfecciona lo que se ha descrito como un “robot humano, con capacidades similares a las de una persona”.
Esta máquina posee un “cerebro” integrado por 239 procesadores, puede “ver” gracias a cuatro cámaras de vídeo digital y distingue las facciones de sus creadores; mueve tronco, cabeza y brazos con la precisión de un humano (no tiene piernas aún) y, gracias a su complejidad, es capaz de “aprender” de su medio ambiente. Se llama Cog. Según los tecnólogos, los descendientes de este robot podrán estar a cargo de tareas peligrosas para el hombre, como apagar fuegos o pilotear naves espaciales en misiones a otros mundos. Y, digo yo, podrían también operar las máquinas de muerte que en las guerras futuras lancen las potencias contra los pueblos más atrasados, hasta que un día una de esas máquinas cobre conciencia de sí misma y decida que los humanos son demasiado estúpidos como para tenerlos alrededor.
En Estados Unidos, un aparato llamado Hazbot III es el prototipo del “Agente 007” del futuro. Se trata de un robot equipado para analizar el interior de una habitación, detectar materiales peligrosos, sustancias tóxicas y la presencia de seres vivos por muy escondidos que estén.
Hace poco se publicó un reportaje sobre los microsensores que se están desarrollando en Japón para ser montados a lomo de cucarachas gigantes (previamente aligeradas de alas y antenas). Estos dispositivos “maniobran” al insecto mediante impulsos eléctricos controlados desde un centro de mando. El insecto podrá transportar minicámaras y explorar, por ejemplo, zonas de accidentes o derrumbes para guiar a cuadrillas de rescate. Y puede uno suponer que también podrían infiltrar zonas enemigas y eventualmente colocar cargas explosivas o lanzar emisiones de gases tóxicos en una guerra.
Imaginémonos la escena: una reunión del estado mayor de un país enemigo de una potencia tecnológica. Aparece bajo la puerta una extraña cucaracha que llama la atención de los presentes unos segundos, antes de caer fulminados por gas tóxico. O a un ejército de estos insectos con sus cámaras sirviendo de “ojos” y “oídos” a los técnicos encargados de programar las coordenadas para el impacto de bombas autopropulsadas en la capital de un país contestatario. El límite es la imaginación. Y algunos la tenemos en exceso.
3 de julio de 2006
sanchezdearmas@gmail.com
<< Home