Democracia en dos palabras
Miguel Ángel Sánchez de Armas



¿Podemos encontrar en la riqueza expresiva del español una fórmula breve, alejada de academicismos, que nos permita definir la democracia que anhelamos?

Ante la conmovedora ingenuidad de la pregunta, la academia -ciencia política, sociología, economía, derecho, historia, comunicación y otras hierbas- se arropa en su toga, acomoda su birrete, alza el índice derecho, fulmina con la mirada al interrogante y profiere un grave “¡no!”

En estos tiempos electorales nadie lleva la cuenta de los árboles que han sido sacrificados en el altar de las conferencias y los congresos en donde se debate el asunto de la democracia-que-nos-espera.

Las hojas y la tinta empleadas en tal industria alcanzarían para reeditar a todos los clásicos y entregar gratuitamente una colección a cada uno de los alumnos de cada uno de los grados de todas las escuelas del país.

La energía y las horas hombre empleadas antes, durante y después de las mesas redondas son equivalentes a las que se requirieron para levantar la Gran Muralla. Estoy seguro de no equivocarme si afirmo que no hay en estos momentos en nuestro México un tema más debatido que el de Las elecciones y La democracia, así, con mayúscula. Aseguro igualmente que nadie está ajeno a las reflexiones sobre este asunto: desde los compatriotas más humildes hasta los más prósperos, los militares y los civiles, el que vota y el que pide el voto, el desempleado y el que está en la nómina de los bonos.

También, es menester decirlo, hay entre numerosos compatriotas cierto temor, un no-saber-qué de inquietud. ¿Qué nos garantiza -se preguntan los más desamparados- que esta vez las cosas sí cambiarán? Tienen razón en dudar. Sexenio tras sexenio han sobrevivido gracias a la ilusión de que “El nuevo” cambie el estado de cosas. Y sexenio tras sexenio ven frustradas sus expectativas.

Hoy los marginados, los millones que están en pobreza extrema -desecho de un modelo injusto, los que sobran y dificultan la concreción de las teorías económicas- están llegando al final de la esperanza. Los pobres son más pobres que antes y sus hijos tienen menos posibilidades de aspirar a algo mejor. La clase media se encuentra devastada y muchos ricos hacen maletas pues ven con alarma el posible fin de un modelo que favoreció como nunca la concentración de la riqueza.

¿El fin de la esperanza? Creo que no. En la noche más espesa podemos recuperar el camino gracias a la aparición de la luna al despejarse el cielo encapotado.

Repito entonces: ¿Podemos encontrar en la riqueza expresiva del español una fórmula breve, alejada de academicismos, que nos permita definir la democracia que anhelamos?

Sí. El testimonio de la democracia se encierra en dos palabras: “gané” y “perdí”. Y se concreta en una: “votar”.

Si no abdicamos de este derecho, el país seguirá adelante, más fuerte, con esperanza y futuro.

Por ninguna razón deje de ir a votar.

sanchezdearmas@gmail.com