¡Qué tiempos aquellos, señor don Simón!



Miguel Ángel Sánchez de Armas

Para Manolo Cruz, con un abrazo.

William McCann Hudson Sutter es acapulqueño 100% legítimo... aunque usted arqueé la ceja izquierda. Antiguos alumnos de la secundaria lasallista del puerto en la que estudió el siglo pasado recuerdan con nostalgia a “Mino”, años ha emigrado a tierras teutonas en donde hoy es un reconocido consultor automotriz que nunca se ha olvidado de su terruño. “Mino, a pesar de la distancia, se las arregla para seguir sorprendiéndonos a todos con sus envíos desde el exilio europeo, relacionados con la historia de nuestra querida y añorada Bahía de Santa Lucía, que con el tiempo se hizo famosa con el nombre de Acapulco”, me escribe mi amigo Manolo, gracias a quien hoy puedo compartir este delicioso recuerdo. Los subrayados son míos.

“Salvador Chava Añorve está registrado por las crónicas locales como el primer cantinero o bartender de Acapulco. Lo será particular de Agustín Lara y María Félix cuando la pareja disfruta en 1947 su segunda luna de miel en el hotel Papagayo. Su propietario, general Juan Andrew Almazán, hará traer de la ciudad de México un gran piano de cola para ponerlo a disposición del músico poeta. ‘A ver si María y Acapulco te inspiran algo’, le dijo. Y vaya que sí: María Bonita, nomás. Lara se aficionará a un sencillo brebaje preparado por Añorve llamado Arde Paris: se vierte en una copa coñaquera un chorro de coñac francés y se completa con champaña fría. Se adorna con una cereza. Una copa de coñac francés costaba 50 centavos. Algunas especialidades de la barra de Chava eran el Old fashion (bourbon o güisqui americano sobre un terrón de azúcar empapado con amargo de Angostura. Se adorna con media luna de naranja y una cereza en el fondo). Mint julep (bourbon, yerbabuena machacada con azúcar, mucho hielo frappé y rodajas de limón y de naranja). Manhattan (bourbon, vermouth dulce y gotas de Angostura. Se sirve frío con una cereza incrustada en un palillo).

“Cole Porter, según versión del periodista y ex alcalde Jorge Joseph Piedra, escondía en el hotel El Mirador su pena por un reciente fracaso teatral en Broadway. Conjuraba la depresión con martinis bien secos preparados con precisión alquimista por el bartender Reynold Méndez. ‘No se me achicopale mister Porter, levantarse y volver a empezar es la consigna de los triunfadores’, alentaba el cantinero de Las Crucitas poniéndose él mismo como ejemplo. (Reynold Méndez se desempeña por las noches como cantinero y durante el día practica el levantamiento de pesas. Un día, por una lesión rotular, tendría que renunciar al deporte de sus amores. No dramatizaría el suceso y en cambio lo utilizará como acicate para levantarse y empezar de nuevo. Imbuido por ese espíritu, el fortachón y elegante barman llegaría a coronarse campeón nacional de halterofilia entre los mastodontes.)

“Una tarde, frente a La Quebrada, el autor de Te llevo dentro de mí y Noche y día, pide a Reynold martinis secos, ‘¡una cascada de martinis secos!’, además de papel y lápiz. Mientras consume el brebaje a base de ginebra, vermouth y la imprescindible aceituna, Porter escribe como poseso. Al fin -cuenta Joseph- Porter corre al piano y empieza a tocar una melodía a la que llamará Begin the Beguine, aconsejado por el cantinero acapulqueño. Cole Porter forma parte del cenáculo sagrado de la música estadunidense, junto a Berlin, Kern, Gershwin y Hammerstein. Su Begin the Beguine es una melodía inmortal.

“El martini fue el coctel más solicitado en las barras locales durante la época dorada de Acapulco. Un cantinero de apellido Martínez y otro de nombre Martini se disputarían el bautizo. Manuel Ávila, columnista y barman, lo sirvió en el hotel Prado Américas a las más rutilantes estrellas de Hollywood a mitad de siglo XX. No obstante, por su mezcla tan sencilla existe medio centenar las recetas de martíni, considerado ‘el rey de los cocteles’. Un martini verdaderamente seco: ginebra, vermouth dulce, vermouth seco y jugo de aceitunas.”